Ser un Ferrari mientras ella, la otra, es solo un Twingo
Tal vez Shakira pueda ser un referente para las mujeres que estamos hartas de ser complacientes, pero su canci¨®n tambi¨¦n representa unos valores rom¨¢nticos que, pese a estar todav¨ªa vigentes, hab¨ªamos aprendido a ver como da?inos.
Si algo nos dice el tir¨®n de las redes sociales, de la prensa rosa y de la literatura confesional, es que hay algo subyugador en ser testigo de la intimidad ajena. Nos gusta que el otro se abra en canal, que comparta su rabia, su dolor, su pena, su berrinche, que lo ponga a nuestra disposici¨®n para que podamos escudri?arlo, hablar de ello, defenderlo o defenestrarlo. Nos gusta colectivizar las emociones ¨Cespecialmente el dolor¨C porque son lo que nos une: el dolor es lo que hace que la dise?adora gr¨¢fica en paro del 5?C entienda a la mam¨¢ pija del 2? y a la se?ora que siempre resopla y maldice en la fruter¨ªa.
Comunicarnos desde la herida y la honestidad es la piedra filosofal de las relaciones, lo que las crea y las hace fuertes y lo que, a menudo y por desgracia, las destruye. En mi caso, no hay nada que me guste m¨¢s que un buen oversharing, un osado abrirse en canal, venga de donde venga. Para quienes anden perdidos con la incesante producci¨®n de terminolog¨ªa, estamos hablando del arte de compartir de forma excesiva, apabullante y exenta de pudor los pormenores de la vida privada. El t¨¦rmino apareci¨® por primera vez en The?New York Times en el 2008, y ese mismo a?o el t¨¦rmino?fue elegido nueva palabra del a?o por el Webster¡¯s New World Dictionary.
No s¨¦ si podemos considerar la canci¨®n de Shakira como un caso claro de sobreexposici¨®n: su decisi¨®n de compartir los detalles de su relaci¨®n y su natural ira hacia su expareja entran m¨¢s en el campo de la decisi¨®n art¨ªstica, medi¨¢tica o empresarial. Hoy ya no precisamos de la intervenci¨®n de la prensa rosa para enterarnos de lo que pasa en la vida de tal o cual famoso, son ellos quienes deciden reclamar su propia voz, en el caso de Shakira cant¨¢ndonos a ritmo de beat lo doloroso de su ruptura, las consideraciones hacia ¡°la otra¡±; ese t¨¦rmino tan enga?oso que convierte en otredad a quien es solo otro ser humano tomando, como todos, sus buenas o malas decisiones, en este caso relativas al amor. En su canci¨®n, Shakira habla de ser un Rolex mientras ella, la otra, es solo un Casio, habla de ser un Ferrari mientras ella, la otra, es solo un Twingo. Una narrativa que cualquiera en dicha situaci¨®n puede abrazar para convertir el dolor en otra cosa: en un parche, en una canci¨®n, en una conversaci¨®n con amigas trufada de vino y lo que se tercie.
Lo llamativo de este caso es que el af¨¢n de compartirlo todo?de la cantante sobre su ruptura con el futbolista Gerard Piqu¨¦ la ha convertido en una suerte de icono feminista de la noche a la ma?ana. Y es que resulta liberador ver a una mujer expresarse con libertad, sin guardar las formas de lo pol¨ªticamente correcto: abrazar su enfado, incluso monetizarlo, bailarlo, atravesar el duelo a lomos de un caballo de lentejuelas. Decisiones destinadas, como ella dice, a facturar en lugar de llorar, aunque llorar sea un ejercicio necesario y cat¨¢rquico, demasiado a menudo catalogado como vergonzoso o improcedente ¨Cmotivo por el cual seguimos queriendo a Chenoa¨C y facturar sea una pr¨¢ctica que Shakira ha demostrado ejercitar de forma no precisamente ¨®ptima.
Al margen de si la decisi¨®n de la cantante de poner a caldo a la otra es motivo de aplauso o de disgusto, su caso es claro ejemplo de una tendencia que impera en el ciberfeminismo contempor¨¢neo. Todo sujeto con acceso a internet sabe que existe un feminismo que corre no tanto por las calles o las asambleas locales, sino por las venas de Instagram y Tiktok, que es articulado a golpe de click por todo aquel con cerebro y teclado. Un feminismo que monta altares ¨Cde arquitectura ef¨ªmera, pero altares al fin y al cabo¨C cada vez que una mujer hace o dice algo que da pie al comentario, un feminismo que parece h¨ªper predispuesto a considerar empoderante o digno de admiraci¨®n cualquier acto llevado a cabo por una mujer. No leg¨ªtimo, no respetable: un ejemplo de emancipaci¨®n femenina hecho carne. En todo esto hay un esencialismo un tanto naif que hace que todas merezcamos ¨Co suframos, sin haberlo pedido¨C nuestro ratito de fama en dicho altar, aunque lo que hayamos hecho sea algo tan a?ejo, tan de toda la vida, como despotricar de la nueva pareja de nuestro antiguo amor.
Tal vez la cultura woke, tan exigente y pureta, tan ¨Cpor qu¨¦ no decirlo¨C agotadora, est¨¦ generando resistencias no tan f¨¢ciles de percibir, trayendo de vuelta la simpat¨ªa por discursos que, en principio, parec¨ªamos querer superar. Tal vez Shakira pueda ser icono para unas mujeres que estamos hartas de ser complacientes, de sentirnos en la obligaci¨®n de superar los duelos con elegancia, sin berrinches, sin egos inflados, sin afirmarnos como R¨®lex, sin caballo de lentejuelas al que subirnos. Tal vez cale en nosotras por esas ganas comprensibles que todas tenemos de decir y hacer lo inesperado, lo prohibido: cagarnos en la nueva novia pese a haber le¨ªdo Anarqu¨ªa relacional, hacer estallar la vajilla contra el suelo en lugar de irnos al gimnasio y entregarnos a la cinta de correr, como hace la dramaturga ¨Cnunca correcta por otra parte¨C Angelica Liddell para superar su ruptura en la Casa de la fuerza.
Lo que a algunas nos escama y nos genera cierto rechazo tal vez no sea el tema en s¨ª ni las decisiones de una cantante que no es, motu proprio, abanderada de nada, sino los v¨ªtores feministas hacia una canci¨®n que representa unos valores rom¨¢nticos que, pese a estar todav¨ªa vigentes, hab¨ªamos aprendido a ver como da?inos.
Sea como fuere, nos vemos en la pista.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.