¡°He tardado m¨¢s de dos a?os en atreverme a escribir sobre mi parto¡±
La escritora Leticia Sala nos narra c¨®mo una ces¨¢rea innecesaria la priv¨® de la experiencia de ¡°haber visto a mi hija salir de mi sexo¡±
Tengo un juego secreto: abrir la p¨¢gina del Reloj de la Poblaci¨®n Mundial y contar las veces en que el n¨²mero de ¡°Nacimientos hoy¡± aumenta en lo que tardo en pesta?ear. Esta ma?ana han sido cinco. En un pesta?eo han nacido cinco historias de partos en la Tierra a las que dif¨ªcilmente podr¨¦ acceder.
Nunca escuch¨¦ la historia de un parto con atenci¨®n hasta que me qued¨¦ embarazada de mi hija. Solo entonces empec¨¦ a interesarme sobre qu¨¦ significa aquello de traer a una persona al mundo. Otro juego m¨ªo que ya no me emociona era encontrarme en medio de una enorme multitud y pensar que todos esos corazones dejar¨ªan de latir un d¨ªa. Desde el 4 de agosto de 2021 me asombra m¨¢s la idea de que todos hemos estado presentes en, como m¨ªnimo, un parto. Lo que tambi¨¦n nos une a todos es que no lo recordamos. Es esa amnesia lo que dificulta la presencia de historias, y la que en mi opini¨®n otorga la titularidad de esa experiencia a la madre, la ¨²nica que lo recuerda. Como si existiera un trasplante en la posesi¨®n de nuestra misma vida: nuestro nacimiento no es nuestro. S¨ª lo es el de nuestros hijos.
Le pregunto a la RAE si cuando me refiero a ¡°La historia de mi parto¡± me estoy refiriendo al de cuando yo nac¨ª o al de cuando di a luz. Me responde: ¡°La expresi¨®n ¡®el parto de¡¯ es ambigua, pues puede emplearse en referencia a la madre o al feto¡±. ?Podr¨ªa significar que el lenguaje admite la posibilidad de que sea ambiguo qui¨¦n de las dos personas presentes en ese acto est¨¢ naciendo realmente? Mirando atr¨¢s, veo c¨®mo prepar¨¦ mi parto de la misma forma en la que hasta ahora me hab¨ªa enfrentado a cualquier reto, acad¨¦mico o psicol¨®gico: leyendo libros. Le¨ª decenas de ensayos sobre el asunto, me conoc¨ªa todas las fases, las ventajas y desventajas de parir de un modo u otro. Y, sin embargo, el d¨ªa de la prueba final, cambiaron todas las preguntas.
Dos a?os, cinco meses y nueve d¨ªas son los que he tardado en atreverme a escribir sobre mi parto. Tem¨ªa repasar todos los detalles, todas las horas, con la misma tensi¨®n que de ni?a ve¨ªa al agente Jack Bauer en apuros en la serie 24. Lo he hecho, lo tengo todo por escrito. Y ahora, con la claridad que me brinda el presente, veo esta experiencia traum¨¢tica en tres actos. Cada uno derrib¨® una creencia oculta y alumbr¨® una nueva. El primer acto fue el de las contracciones, 18 horas sintiendo oleadas de dolor en un lugar en donde hasta ahora solo hab¨ªa calor y patadas candorosas como una primera forma de conversaci¨®n madre-hija. Ese acto se llev¨® por delante una tendencia m¨ªa desde la infancia a callar mis certezas. Yo ya sab¨ªa que estaba de parto. Sin embargo, eso no era prueba de nada para el personal sanitario. Cuando quise indicar d¨®nde de mi bolsa se encontraba el plan de parto, su respuesta fue: ¡°No te preocupes, lo tenemos todo en el ordenador¡±. Yo nunca hab¨ªa enviado nada telem¨¢ticamente. El documento en el que manifestaba mis voluntades sobre c¨®mo dar a luz no sali¨® de mi bolsa. Lo que naci¨®: una rapidez nueva a la hora de poner mis certezas en acci¨®n.
El segundo acto fueron los pujos. La negligencia de dejarme durante cuatro horas sola en la sala de partos y que eso llevara a mi hija a colocarse mal cuando ya estaba encajada para salir y yo totalmente dilatada, derrib¨® para siempre la creencia tan t¨®xica de que si quieres puedes, que el fatum de nuestra vida es solo nuestro. No lo es, tambi¨¦n reside en las pol¨ªticas que luchan por un sistema sanitario capaz de hacer frente a las necesidades de una madrugada de agosto donde no hubo matronas suficientes de guardia para atendernos a todas. Lo que naci¨® ese d¨ªa fue que la fuerza inexplicable del humano no solo se ve en La sociedad de la nieve: mira a una mujer pariendo, cinco historias en un solo pesta?eo te llevar¨¢n a esa misma revelaci¨®n.
?Qui¨¦n cort¨® el cord¨®n umbilical que nos separ¨® para siempre a mi hija y a m¨ª? ?Qu¨¦ hicieron con la placenta que no me quisieron dar? Mis voluntades sobre estos puntos se quedaron arrugadas en un papel dentro de mi bolsa.
El tercer acto: cuando me la pusieron en brazos despu¨¦s de una ces¨¢rea innecesaria se me priv¨® de la experiencia de haber visto, de haber sentido, a mi hija salir de mi sexo. Lo que naci¨® fue mi deseo de dar verdad como forma de amor. Eso es lo opuesto a la condescendencia, es partir de que quien la recibe tiene la capacidad de asumir una versi¨®n m¨¢s matizada de las cosas. Cuando mi hija alcance el momento en el que se empiece a hacer preguntas sobre c¨®mo lleg¨® al mundo, yo ya habr¨¦ perdido el contacto con la persona que fui. Y aunque ahora corri¨¦ramos a nuestras madres y las interrog¨¢ramos, recibir¨ªamos una narrativa alterada por el tiempo, probablemente idealizada, que habr¨¢ olvidado lo que parec¨ªa inolvidable.
La memoria es inclemente. Y ahora, en nuestra vida corriente, no recordamos, no solemos recordarlo, que nos fuimos a la guerra con nuestros cuerpos y que fueron ellos quienes nos salvaron a ambas.
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