El dram¨¢tico encierro espa?ol de la pintora surrealista Leonora Carrington
¡®Mujeres recluidas¡¯- cap¨ªtulo 3: La artista brit¨¢nica fue encerrada contra su voluntad en un sanatorio de Santander al acabar la Guerra Civil. Esta es la historia de una rebelde que pudo entrar en la realeza brit¨¢nica pero opt¨® por vivir sin poner freno a sus pasiones.
?Un viejo topo que nada en los cementerios?. As¨ª se defin¨ªa a s¨ª misma Leonora Carrington (Lancanshire, Inglaterra, 1917- Ciudad de M¨¦xico, 2011), la pintora y artista surrealista que vivi¨® en Espa?a uno de los encierros y confinamientos m¨¢s alucinantes (literalmente) del g¨¦nero autobiogr¨¢fico.?Sus?Memorias de Abajo ¨Cla edici¨®n m¨¢s reciente es la de la colecci¨®n H¨¦roes Modernos en Alpha Decay en 2017, traducida del franc¨¦s original por Francisco Torres¨C es la prueba de un prodigioso ejercicio de memoria escrito durante cinco tardes de agosto en 1943, tres a?os despu¨¦s de su confinamiento forzoso, maniatada y drogada a base de inyecciones de luminal y cardiazol, en un sanatorio de Santander al acabar la Guerra Civil.
??No admito su fuerza, el poder de ninguno de ustedes, sobre m¨ª. Quiero ser libre para obrar y pensar; odio y rechazo sus fuerzas hipn¨®ticas!?, gritaba impotente al doctor Morales, responsable del centro que la encerr¨® y que se consideraba ?su amo? entre las paredes de ?Abajo?. As¨ª apod¨® a su estancia en el sanatorio espa?ol, una particular bajada a los infiernos de la que logr¨® salir gracias a la mediaci¨®n de un primo doctor arist¨®crata, que sirvi¨® de se?uelo para trazar su huida del fascismo (y de su familia) a Portugal y de ah¨ª a M¨¦xico.
La de Carrington es la historia de una mujer rebelde, ind¨®mita, apasionada, libre de convenciones sociales. Tambi¨¦n algo bruja. La artista dot¨® a toda su obra de un halo m¨¢gico repleto de simbolismos (ten¨ªa predilecci¨®n por el ocultismo) e incluso lleg¨® a ilustrar una baraja del Tarot, a la que recurr¨ªa con frecuencia ¨Cfue maestra de su amigo Alejandro Jodorowsky, al que hac¨ªa lecturas y lecciones desde la cocina de su casa en M¨¦xico¨C. Jungiana y fan¨¢tica de la c¨¢bala, feminista y ecologista, ella fue la prueba viviente de que las adversidades y de los confinamientos forzosos tambi¨¦n se sale triunfal en la vida.
?Aristocracia brit? Mejor huir con un amor prohibido
?Ser mujer sigue siendo muy dif¨ªcil todav¨ªa. Y debo decir, con un mejicanismo, que solo se supera con mucho trabajo cabr¨®n?. La cita que rescat¨® Javier Rodr¨ªguez- Dom¨ªnguez en su obituario en El Pa¨ªs resume a la perfecci¨®n el esp¨ªritu a contracorriente que defini¨® su vida. Hija de madre irlandesa y padre brit¨¢nico, Carrington se cri¨® juntos a sus hermanos en Crookhey Hall, una de esas mansiones victorianas con torreta, campo de croquet y lago en sus terrenos. Presentada como debutante en un baile en el palacio Buckingham en 1935, la artista dio carpetazo a la vida arist¨®crata que hab¨ªa organizado su padre para ella y opt¨® por huir a Francia con Max Ernst, el pintor y artista surrealista, casado por aquel entonces y veintis¨¦is a?os mayor que ella. Carrington y Ernst se encontraron en el restaurante Barcelona de la londinense Beak Street, con Man Ray, Lee Miller y los Eluard. Fue la propia?Miller?la que los convertir¨ªa en s¨ªmbolo?e icono de la libertad primaveral al fotografiarlos juntos en Cornwall en 1937, poco antes de su huida a Par¨ªs.
Tras pasar por? la capital y codearse con buena parte del artisteo de la ¨¦poca, la pareja se instal¨® en el peque?o pueblo de?Saint-Martin-d¡¯Ard¨¨che, donde convirtieron su finca en un centro art¨ªstico para desarrollar sus aptitudes. En mayo de 1940, Ernst fue detenido y trasladado por segunda vez a un campo de concentraci¨®n, declarado enemigo del r¨¦gimen por un gendarme de Vichy. ?Estuve llorando varias horas en el pueblo; luego volv¨ª a mi casa, donde me pas¨¦ veinticuatro horas provoc¨¢ndome v¨®mitos con agua de azahar, interrumpidos por una peque?a siesta. Esperaba aliviar mi sufrimiento con estos espasmos que me sacud¨ªan el est¨®mago como terremotos. Ahora s¨¦ que esta no era sino una de las razones de esos v¨®mitos: hab¨ªa visto la injusticia de la sociedad, primero quer¨ªa limpiarme yo misma, y luego ir m¨¢s all¨¢ de su brutal ineptitud?, contar¨ªa sobre ese episodio en sus memorias.
Carrington pas¨® ah¨ª su primer encierro, de tres semanas, hasta que decidi¨® tomar cartas en el asunto. ?Com¨ª muy poco, evitando la carne escrupulosamente; beb¨ªa vino y alcohol, y me sustentaba de patatas y ensaladas, a un promedio, quiz¨¢, de dos patatas al d¨ªa?. La visita de una amiga inglesa, Catherine, que se apoyar¨ªa en el psicoan¨¢lisis para animarla a olvidarse de la influencia de su padre y de Ernst apostando por seducir a dos hombres j¨®venes (?sin ¨¦xito?), es el catalizador para su huida de Francia frente al acercamiento de las tropas alemanas. ?Acept¨¦ porque en Madrid esperaba conseguir que estamparan un visado en el pasaporte de Max. A¨²n me sent¨ªa ligada a Max. Este documento, que llevaba su retrato, hab¨ªa adquirido entidad propia; era como si llevase conmigo a Max. Acept¨¦ un poco impresionada por los argumentos de Catherine, que me iban infundiendo, hora tras hora, un creciente temor. Para Catherine, los alemanes significaban la violaci¨®n. A m¨ª eso no me asustaba; no le daba la menor importancia. Lo que me inspiraba p¨¢nico era pensar que eran robots, seres descerebrados y descarnados?.
Un traje de toallas para liberar a Franco de su embrujo
Ese p¨¢nico a encontrarse con ?robots y seres descerebrados? marcar¨ªa toda su estancia en Espa?a con episodios crudos y surrealistas. Obsesionada con el encantamiento fascista en la poblaci¨®n (?tuve el convencimiento de que Madrid era el est¨®mago del mundo y de que yo hab¨ªa sido elegida para la empresa de devolver la salud a este ¨®rgano digestivo?), coincide con un holand¨¦s jud¨ªo en el Hotel Roma de Madrid, Van Ghent, un tipo que dice tener conexiones con los nazis y que ella cree que ?hipnotiza a los transe¨²ntes de Madrid?. Ella misma narra un episodio en el que se enfrenta a ¨¦l en una terraza de un bar y acaba siendo violada por varios hombres ?en una casa de balcones adornados con barandillas de hierro forjado, al estilo espa?ol? para despu¨¦s ser abandonada, desnuda, cerca del Retiro.
Carrington cre¨ªa entonces que ?la Guerra Mundial estaba siendo dirigida hipn¨®ticamente por un grupo de personas ¡ªHitler y compa?¨ªa¡ª que en Espa?a eran representadas por Van Ghent?. Visita al c¨®nsul brit¨¢nico en Madrid para contarle su teor¨ªa sobre como liberar las mentes de los espa?oles del embrujo fascista. ?Este buen ciudadano brit¨¢nico se dio cuenta en seguida de que estaba loca, y telefone¨® a un m¨¦dico llamado Mart¨ªnez Alonso, el cual, una vez informado de mis teor¨ªas pol¨ªticas, coincidi¨® con ¨¦l. Ese d¨ªa se me acab¨® la libertad?, recordaba en sus memorias.
El c¨®nsul y su familia decidieron encerrarla en una habitaci¨®n del Ritz, espacio en el que ella sigui¨® urdiendo sus planes de salvaci¨®n, eso s¨ª, semidesnuda. ?Yo me sent¨ªa perfectamente contenta; me lav¨¦ la ropa y me confeccion¨¦ diversas prendas de gala con toallas de ba?o para mi visita a Franco, la primera persona a la que deb¨ªa librar de su sonambulismo hipn¨®tico. En cuanto Franco estuviese libre, llegar¨ªa a un entendimiento con Inglaterra, luego Inglaterra con Alemania, etc¨¦tera. Entretanto, Mart¨ªnez Alonso, totalmente confundido por mi estado, me administraba bromuro a litros y no paraba de suplicarme que no estuviese desnuda cuando los camareros me tra¨ªan la comida. Le ten¨ªa aterrado y hecho polvo con mis teor¨ªas pol¨ªticas; y tras un calvario de quince d¨ªas, se retir¨® a una estaci¨®n balnearia de Portugal, dej¨¢ndome bajo los cuidados de un m¨¦dico amigo suyo, Alberto N?. El traslado a Abajo, al sanatorio Santander, fue inminente. ?Durante el trayecto, me administraron tres veces Luminal y una inyecci¨®n en la espina dorsal: anestesia sist¨¦mica. Y me entregaron como un cad¨¢ver al doctor Morales, en Santander?.
Memorias de Abajo, el cuadro del encierro espa?ol
El calvario al que vio sometidos sus delirios en Santander est¨¢ narrado con absoluta precisi¨®n y sin un ¨¢pice de autocompasi¨®n en sus memorias. Lucidez en la locura. Maniatada con correas, vejada, aturdida por las drogas y las inyecciones de Cardiazol (electroshock qu¨ªmico), Carrington narra de memoria sus alucinatorias experiencias con el tratamiento (viajes extrasensoriales a supuestas tierras santas que vislumbr¨® dentro del recinto) y los crueles m¨¦todos del Dr. Morales, al que, por cierto, le hac¨ªa su hor¨®scopo diario.
All¨ª, precisamente est¨¢ fechado Memorias de Abajo, el cuadro que representa su estancia en el sanatorio espa?ol y una de sus obras m¨¢s inquietantes. La escena se ubica en los l¨²gubres jardines del recinto, y los dos caballos representan el alter ego de Leonora. Carrington sent¨ªa una conexi¨®n entre su cuerpo y los elementos. En sus memorias recuerda c¨®mo en Espa?a dej¨® de tener la menstruaci¨®n, ?una funci¨®n que iba a reaparecer solo tres meses m¨¢s tarde, en Santander. Estaba transformando mi sangre en energ¨ªa total ¡ªmasculina y femenina, microc¨®smica y macroc¨®smica¡ª y en un vino que se beb¨ªan la luna y el sol?
Su episodio dur¨® medio a?o. Ayudada por un primo m¨¦dico relacionado con la aristocracia, la artista logr¨® salir del sanatorio, viajar a Madrid, esquivar a su vigilante mandado por la familia y de ah¨ª marchar a Lisboa para reencontrarse con Renato L¨¦duc, ?amigo de Picasso?. Su familia quer¨ªa internarla en Sud¨¢frica, a ella le horrorizaba la idea. Carrington record¨® que con el escritor, periodista poeta y mexicano se hab¨ªa cruzado por Madrid antes de ir a parar a Santander y ¨¦ste ya le advirti¨® de citarse con ella en la capital lusa, donde era secretario de la embajada. Decidida, se present¨® en la instalaciones para reunirse con ¨¦l y para pedir ayuda. ?Ten¨ªa tanto miedo de mi familia como de los alemanes. Encontr¨¦ a Renato atractivo la primera vez que le vi, y a¨²n me lo segu¨ªa resultando. Ten¨ªa una cara morena como la de un indio, y el cabello muy blanco. No; estaba perfectamente en mis cabales. Era capaz de cualquier cosa para que no me enviaran a Sud¨¢frica, para no doblegarme a los designios de mi familia?, narra en su libro. En la misma embajada, L¨¦duc le pidi¨® matrimonio:?Vamos a casarnos. S¨¦ que es horrible para los dos, porque no creo en esa clase de cosas, pero¡?, le dijo.
Lo hicieron y se reencontr¨® con Max Ernst, liberado del campo de concentraci¨®n e inmerso en una relaci¨®n con Peggy Guggenheim ¨Cdespu¨¦s la dejar¨ªa por Dorothea Tanning¨C. ?Era algo extra?o estar con los hijos de todo el mundo, los exmaridos y las exesposas (all¨ª estaba Laurence Vail, anterior marido de Peggy Guggenheim, con su nueva esposa, Kay Boyle). Me parec¨ªa muy?mal que Max estuviera con Peggy. Yo sab¨ªa que no la amaba, y a¨²n conservo la vena puritana de considerar que no se debe estar con alguien a quien no se ama. Pero Peggy se ha maleado mucho. Era una persona bastante noble, generosa, y jam¨¢s se mostr¨® desagradable. Se ofreci¨® a pagar mi avi¨®n a Nueva York, a fin de que pudiera irme con ellos. Pero no quise; estaba con Renato. Finalmente fuimos en barco a Nueva York, donde permanec¨ª casi un a?o, hasta que nos marchamos a M¨¦xico. Esa es la historia?.
La musa de nadie
Carrington y su marido pasaron un tiempo con los surrealistas en Nueva York y despu¨¦s marcharon a M¨¦xico. Se divorciar¨ªa de L¨¦duc y tendr¨ªa dos hijos con el h¨²ngaro Chiki Weisz. All¨ª pasar¨ªa el resto de su vida, convertida en la gran dama del surrealismo desde su casa en la colonia Roma, donde entablar¨ªa buena amistad con Remedios Varo, Kati Horna, Bu?uel o Alejandro Jodorowsky y se involucr¨® en el movimiento feminista sin dejar nunca de lado su carrera art¨ªstica. Su independencia fue un estandarte en un movimiento muy masculinizado. ?La tendencia de las mujeres artistas a ser eclipsadas por sus parejas masculinas es, lamentablemente, recurrente, y para las mujeres involucradas en el c¨ªrculo surrealista, la situaci¨®n era a¨²n m¨¢s tensa?, recordar¨ªa Anwen Crawford sobre el paradigma surrealista de Carrington. ?Los surrealistas estaban fascinados por las mujeres: mujeres hermosas, mujeres locas, mujeres j¨®venes, o preferiblemente las tres, unidas en la figura ideal de la mujer enamorada, la mujer-ni?o, cuya naturaleza ind¨®mita podr¨ªa ser el conducto hacia un reino de fantas¨ªa e indulgencia?. Ella pele¨® contra todos esos reduccionismos.
?Yo nunca tuve tiempo de ser musa de nadie. Valoraba demasiado mi tiempo y ten¨ªa demasiado trabajo intentando ser artista y rebel¨¢ndome contra mi familia como para hacer de musa a nadie?, explicar¨ªa. E incluso relatar¨ªa en Leonora Carrington, Una vida surrealista (Turner, 2017), como mand¨® a paseo al mism¨ªsimo Joan Mir¨®. Una vez, este le dio una monedas para que fuera a comprarle cigarrillos. ?Le devolv¨ª el dinero y le dije que fuera a comprarlos ¨¦l. No me dej¨¦ intimidar por ellos?.
¡ª
Otras mujeres confinadas de esta serie:
Mar¨ªa Callas
Yayoi Kusama:
Mina:?
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