La extraordinaria historia de c¨®mo ¡®Playboy¡¯ hizo posible analizar y rastrear el ADN de violadores
O c¨®mo una activista solo consigui¨® financiaci¨®n de la Fundaci¨®n de Hugh Hefner para instaurar y desarrollar el ¡®kit de violaci¨®n¡¯ hospitalario.
?El movimiento feminista me puso a caldo, pero qu¨¦ se le va a hacer. Si hubiese sido Penthouse o Hustler, no. ?Pero Playboy? ?Venga ya!?. Martha ¡®Marty¡¯ Goddard es una activista feminista que a los mediados de los 70 fund¨®?el Citizens Committee for Victim Assistance, una organizaci¨®n sin ¨¢nimo de lucro en Chicago cuyo objetivo era desmontar la cultura de la violaci¨®n. Lo trat¨® de hacer con un aliado inesperado: Playboy, la revista a la que el feminismo le encantaba odiar. Iron¨ªas del destino, la misma empresa en la que se infiltr¨® Gloria Steinem para destrozar esa ilusi¨®n de libertad sexual femenina exponiendo ante todos la precariedad y explotaci¨®n laboral de las conejitas, fue la ¨²nica que le tendi¨® la mano econ¨®micamente para revolucionar el sistema de atenci¨®n a las v¨ªctimas de agresiones sexuales.
Ajena al universo empresarial de Hugh Hefner, Goddard no aspiraba a poco y quer¨ªa deconstruirlo todo: desde c¨®mo se hablaba de las violaciones en las noticias a c¨®mo se trataba cl¨ªnicamente y legalmente en la asistencia de hospitales y comisar¨ªas. Una tarea de pedagog¨ªa mastod¨®ntica en una sociedad cuya concepci¨®n de las agresiones sexuales se pod¨ªa reducir simb¨®licamente a un chiste visto en una tarjeta de felicitaci¨®n en la cola del s¨²per: ?Ayuda a acabar con las violaciones. Di que s¨ª?. La activista no solo consigui¨® que se retirasen las tarjetas (?Seguro que os parece desternillante. Pero no?), tambi¨¦n asediaba?a periodistas para quejarse del tratamiento informativo sobre las supervivientes. En los 70 se escrib¨ªa francamente mal sobre las mujeres violadas. Goddard lo sab¨ªa y era la que sub¨ªa a las redacciones y obraba milagros, como conseguir que un periodista de sucesos pidiese disculpas. Lo hac¨ªan despu¨¦s de que la activista les recriminase que aunque no hubiesen puesto su nombre, cualquiera con dos dedos de frente podr¨ªa saber qui¨¦n era la camarera violada de la que escrib¨ªan si dec¨ªan el nombre del restaurante en el que trabajaba o describ¨ªan su aspecto f¨ªsico.
M¨¢s all¨¢ de convertirse en un estandarte?incansable, el aut¨¦ntico hito de la activista estaba llamado a ser mucho m¨¢s trascendental. Tras reunirse insistentemente con polic¨ªas, fiscales, m¨¦dicos y enfermeros de urgencias, detect¨® la problem¨¢tica cadena de errores en las investigaciones de violaciones. Los agentes mezclaban y contaminaban pruebas por despiste y falta de organizaci¨®n ¨Clas pruebas de sangre, pelo o semen se etiquetaban de forma err¨®nea¨C y en los hospitales no hab¨ªa protocolos. La polic¨ªa sab¨ªa que m¨¢s de una vez los sanitarios de emergencias hab¨ªan guardado dos l¨¢minas juntas o contaminado pruebas. La mayor¨ªa de v¨ªctimas, adem¨¢s, volv¨ªa a casa con una delatora bata de hospital puesta porque ni siquiera exist¨ªan prendas de repuesto en los centros ¨Cla polic¨ªa almacena como prueba la ropa vestida en la agresi¨®n¨C. Volver con el culo aire y zuecos de hospital en un coche patrulla en pleno shock emocional y f¨ªsico no te hace pasar desapercibida precisamente frente a tus vecinos. Alguien deb¨ªa poner remedio. Goddard lo hizo.
Con la ayuda de un microanalista de la polic¨ªa y la financiaci¨®n de una fuente del todo inesperada, la activista facilit¨® la creaci¨®n del examen protocolario para v¨ªctimas de violaci¨®n, conocido en EEUU como ?kit de violaci¨®n??(?rape kit? en el ingl¨¦s original) por el aspecto de la caja en que introducen las pruebas. Goddard se ali¨® con Louis Vitullo, un microanalista que dirig¨ªa el laboratorio de criminal¨ªstica de Chicago, para dise?ar una caja de cart¨®n azul y blanca que protocolizase la recogida de pruebas en las agresiones sexuales. El kit inclu¨ªa torundas y l¨¢minas espec¨ªficas, as¨ª como carpetas etiquetadas que hab¨ªa que rese?ar y sellar. Todo lo que no ten¨ªan ni sanitarios ni polic¨ªa. Un sistema que lleva d¨¦cadas vigente y que ha permitido estandarizar la recogida de pruebas m¨¦dicas en caso de agresi¨®n sexual.??Esa ?financiaci¨®n inesperada? vino de la revista Playboy. Un aliado que desvela la propia Goddard a T. Christian Miller y Ken Armstrong en el recomendable?Creedme (Libros del KO, 2019), el?premio Pulitzer a reportaje explicativo de 2016 que se edit¨® en castellano a mediados de este a?o y que ahonda en la problem¨¢tica de las investigaciones de los delitos sexuales y el desamparo al que se enfrentan las supervivientes que no encajan en los par¨¢metros patriarcales.
Si bien el trabajo de esta pareja de periodistas profundiza en una cadena de sucesos ajena a la invenci¨®n del rape kit (cuya historia apenas ocupa varias p¨¢ginas de su investigaci¨®n), la invenci¨®n de Goddard fue del todo extraordinaria y se extendi¨® hasta formar parte del protocolo en todo Estados Unidos. El kit de violaci¨®n allan¨® el camino para que las pruebas de ADN a finales de los 80 convirtiesen a los kits en herramientas muy potentes para investigaciones judiciales. La propia Goddard nunca imagin¨® que aquellos 10.000 d¨®lares iniciales de apoyo de Margaret Standish, directora de la Fundaci¨®n Playboy,?transformar¨ªan toda una cultura y tratamiento de las agresiones sexuales.
Playboy fue su ¨²ltimo recurso. En las fundaciones de proyectos de mujeres, como la YWCA o las Girl Scouts, les dieron la espalda y dijeron que no quer¨ªan tener nada que ver con las violaciones. ?La mayor¨ªa de los miembros de las fundaciones y las corporaciones eran hombres?, aclara Goddard a los autores de Creedme, y a?ade: ?Ellos eran quienes ten¨ªan el dinero de verdad, los que abr¨ªan o cerraban el grifo. Y no parec¨ªan estar muy por la labor de aflojar?.
Fue Standish, la amiga personal de Goddard y directora de la fundaci¨®n Playboy, la que acab¨® aflojando.La fundaci¨®n de Hugh Hefner era el brazo activista de Playboy.?El empresario jug¨® toda su vida con esa yuxtaposici¨®n de acusaciones de explotaci¨®n femenina frente a su apoyo econ¨®mico a causas pol¨ªticas como el derecho al aborto (era donante y organizaba actos para Naral), as¨ª como otras iniciativas como Children of the Night, que ¡®rescat¨®¡¯ a m¨¢s de 10.000 ni?os de la prostituci¨®n en EEUU. La directora de la entidad cedi¨® parte del espacio de la revista y consigui¨® mesas plegables, caf¨¦ y s¨¢ndwiches gratis mientras los voluntarios montaron los primeros kits de violaci¨®n con los 10.000 d¨®lares sufragados. ?En septiembre de 1978, veintis¨¦is hospitales del ¨¢rea de Chicago empezaron a usarlos. Al a?o siguiente, el laboratorio de criminal¨ªstica de Chicago analiz¨® 2777 kits?, recogen los investigadores en el texto. Ese mismo a?o, un fiscal utiliz¨® uno de los kits como prueba para acusar a un hombre de la violaci¨®n de una conductora de autob¨²s. El jurado vot¨® para que se le condenase y, tras el juicio, el juez permiti¨® a la organizaci¨®n de Goddard preguntar a los miembros si el kit les hab¨ªa ayudado a llegar a un veredicto. Nueve respondieron que s¨ª.
M¨¢s all¨¢ de las mejoras que supuso para el an¨¢lisis cl¨ªnico y su uso en criminal¨ªstica, la propia gesti¨®n del rape kit ha sido complicada para las mujeres a las que se someten a ¨¦l debido a la estructura del sistema sanitario estadounidense. En muchos casos, cuando el seguro m¨¦dico no lo ampara, las agredidas tienen que costearse su propio kit de violaci¨®n. Y no es barato: a una mujer le cobraron en 2016 unos 1.200 euros por la prueba y tuvo que recurrir al micromecenazgo para costearla. Afrontar la factura meses despu¨¦s del suceso puede, adem¨¢s, revivir el trauma. Lo ejemplific¨® la espa?ola Jana Leo en Violaci¨®n Nueva York (Lince, 2017), el crudo ensayo sobre la agresi¨®n sexual que sufri¨® de un intruso en su casa de Harlem a punta de pistola: ?Me cobraron el ¡®kit de violaci¨®n¡¯ en el que buscaban huellas de la agresi¨®n y recogieron muestras de ADN como prueba. Aunque hab¨ªa sido v¨ªctima de un delito, yo era la principal responsable de los costes de mi visita a la sala de Urgencias. [¡] Se trataba de otra forma de humillaci¨®n. Me enfurec¨ª?.
Con la implantaci¨®n del rape kit?se aportaron datos emp¨ªricos frente a un tipo de agresiones en las que el escepticismo y los prejuicios morales sit¨²an a las v¨ªctimas con desventaja. La base de la investigaci¨®n? de Creedme incide en esta problem¨¢tica a trav¨¦s de varios casos conectados en EEUU. ?En la mayor¨ªa de delitos violentos, los polic¨ªas se enfrentan a v¨ªctimas con lesiones evidentes. Sin embargo, las lesiones no suelen apreciarse a simple vista en los delitos sexuales. En un examen forense, una mujer que ha mantenido relaciones sexuales consentidas puede presentar las mismas caracter¨ªsticas que una mujer violada a punta de pistola?, apuntan. Pese a los avances m¨¦dicos, la credibilidad todav¨ªa queda en tela de juicio constantemente y depende en demasiadas ocasiones de los prejuicios morales de los investigadores. Las estad¨ªsticas y los estudios que recogen los ganadores del Pulitzer nos recuerdan que apenas entre el 2% y el 8% de las acusaciones de delitos de violaci¨®n son falsas, pero la gran asignatura pendiente sigue siendo tan simple como la de intentar creer a una mujer violada. Una credibilidad, resumen, que ?se pone en tela de juicio tanto como la del propio acusado?.
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