Por qu¨¦ a las mujeres se nos educa para ser yonquis del amor
Nuestra educaci¨®n idealiza al amor como la ¨²ltima fantas¨ªa de salvaci¨®n femenina. Ellas se entregan sin esperar nada a cambio. El deseo femenino se aparca y traslada en beneficio de la mirada masculina, ?por qu¨¦?

En la adolescencia, las conversaciones con amigas no pasaban el Test de Bechdel/Wallace. Mi diario tampoco.?El test de Bechdel eval¨²a si los personajes femeninos de una pel¨ªcula o libro, cuando hablan entre s¨ª, lo hacen de algo que no sean hombres.
Nosotras no lo cumpl¨ªamos ni de lejos. Est¨¢bamos todas con la cabeza y el cuerpo metidos en una intensidad rom¨¢ntica, obligadamente heterosexual, abrumadora. And¨¢bamos como medio drogadas, muertas de placer cuando consegu¨ªamos la atenci¨®n de nuestros machitos en ciernes. Muertas, tambi¨¦n, de miedo al rechazo y a no ser suficiente no solo para ellos sino para nosotras mismas y nuestro entorno social. No se trataba solo de amor o de andar ligando con chicos; a muchas, los chicos nos importaban bastante menos de lo que cre¨ªamos. Se trataba en gran parte de ocupar un lugar decente dentro del grupo, de sentirse importante. Era, por otro lado, como haber encontrado la droga definitiva. El amor rom¨¢ntico se hab¨ªa colocado de un d¨ªa para otro en lo m¨¢s alto de nuestra reci¨¦n estrenada pir¨¢mide de prioridades.
Incluso antes de aprender a hablar ya se nos hab¨ªa inculcado, una y mil veces, tanto desde dentro de nuestra familia como desde el entorno m¨¢s inmediato, lo que ten¨ªamos que hacer para que se nos quisiera: ¡°Est¨¢s preciosa cuando sonr¨ªes¡±; ¡°Qu¨¦ buena es esta ni?a¡±; ¡°Dale un beso a la vecina¡±; ¡°S¨¦ cari?osa con tus amiguitos¡±; ¡°Venga, ponte guapa¡±.
Se nos conduce, sin querer pero queriendo, por el sendero de baldosas rosa chicle que ha de convertirnos en deseables Princesas Disney. Princesas ideales que aman desinteresadamente mientras reprimen, muy bien reprimida, toda posible agresividad. Princesas de fantas¨ªa, cortadas a medida para el sistema patriarcal.
Shulamit Firestone explica en su libro La dial¨¦ctica del sexo?una cuesti¨®n b¨¢sica para comenzar a pensar sobre c¨®mo el amor rom¨¢ntico se ha colado en el centro de nuestras vidas: ?El p¨¢nico que sentimos cada vez que algo amenaza al amor es una buena pista para comprender su importancia pol¨ªtica?. Pero ?por qu¨¦ tant¨ªsimo miedo a no ser queridas?
Nora Levinton, psicoanalista feminista y Doctora en Psicolog¨ªa por la Universidad Aut¨®noma de Madrid, explica tambi¨¦n en su libro El Supery¨® femenino c¨®mo las ni?as vamos a recibir una consigna clara durante nuestra infancia: para conseguir el amor de los dem¨¢s tienes que ser ?buena?.
Tambi¨¦n las ficciones que nos chupamos en nuestra adolescencia nos hablan de amor intenso y desesperado, de la necesidad de encontrar una pareja para completarnos como personas. Vamos por la vida con la amabilidad, la seducci¨®n, los cuidados, los afectos y el saber estar clava¨ªtos en el pecho como si fueran dagas. Mandatos como ¡°tienes que ser buena para que se te quiera¡±, asegura Levinton, nos ense?an que la p¨¦rdida del amor es uno de las peores penas con las que la vida puede castigarnos. ?Qu¨¦ ser¨ªa de nosotras de no encontrar el amor en nuestras vidas? Y as¨ª es como acabamos la mayor¨ªa, medio alienadas con la excusa de amar.
?D¨®nde queda nuestro deseo entre tanto mandato?
Cuando a las personas socializadas como mujeres se nos ensanchan las caderas y nos crecen las tetas, de un d¨ªa para otro nos topamos con la mirada de un se?or, normalmente un baboso, que nos sexualiza as¨ª, de golpe y porrazo. La sexualidad nos llega de la mano del primer salido de turno que se cruza en nuestro camino.
Como explica Emilce Dio Bleichmar, psicoanalista y doctora en medicina, en Mujer y salud mental: Mitos y realidades, la sexualidad irrumpe en nuestra vida a trav¨¦s de la mirada lasciva de un hombre adulto interrumpiendo el desarrollo de nuestro propio deseo. Las mujeres aprendemos que estamos en el mundo de alguna forma para ser miradas y deseadas, y asumimos que nuestro valor como personas reside, en gran medida, en lo deseables y en lo buenas chicas que seamos.
Todo esto ejerce un gran peso sobre el desarrollo de nuestra identidad. Sin comerlo ni beberlo podemos llegar a pasarnos la vida atentas de lo que los dem¨¢s ven en nosotras, pendientes de su aprobaci¨®n, en un perpetuo estado de autovigilancia. Corriendo el peligro de medirlo todo en relaci¨®n de la existencia o no de amor: si me hacen caso me quieren, si no me hacen caso me odian; si me quieren siento que soy valiosa, si no me quieren es que soy una mierda seca. Esto, queridas, es un atolladero de los buenos, pero gracias a las diosas que existe una herramienta llamada feminismo que nos ayuda a meditar sobre este amor que nos tiene atadas a la pata de la cama.
La autora, Anna J¨®nasd¨®ttir, en su libro El poder del amor, sostiene que el patriarcado se ha sustentado, a lo largo de la historia, a base de lo que ella llama el ¡°capital del amor¡±, que vendr¨ªa a ser el amor que las mujeres han entregado a los hombres y que les ha sido expropiado como una especie de plusval¨ªa a beneficio de las empresas y el Estado.
Las mujeres, sobre cuyos hombros ha reca¨ªdo hist¨®ricamente el cuidado de los hijos, de los mayores y del hogar, tambi¨¦n han tejido la estructura invisible que, sin ser reconocida, ha sostenido el peso del sistema capitalista. Estos cimientos han permitido que la vida de los hombres pudiera entregarse por completo al trabajo (o la guerra) y llenarse de logros profesionales y beneficios econ¨®micos que, mientras tanto, quedaban fuera de nuestro alcance. Porque todo esto, se?oras, resulta que lo hemos hecho gratis. Bueno, no. Lo hemos hecho ¡°por amor¡±.
Yo no tengo nada en contra de los cuidados. Qu¨¦ bien cuidar, qu¨¦ trabajo m¨¢s bonito, que ¡°los cuidados son la estructura que sostiene el mundo¡±, nos repetimos las feministas, pero tambi¨¦n te digo, amiga: Qu¨¦ bien ser cuidada y poder elegir d¨®nde y hacia d¨®nde quiere una dedicar su fuerza de trabajo.
El amor rom¨¢ntico y mon¨®gamo ha sido naturalizado. Hablamos del amor como si fuera algo m¨¢gico; un paseo por las nubes, con hadas y elfos. Aceptamos que es intr¨ªnseco al ser humano; que es la fuerza que mueve el mundo y por ello no sentimos, quiz¨¢, la necesidad de pensar sobre cu¨¢les son los mecanismos que lo sustentan.
Pero m¨¢s nos valdr¨ªa salir del hechizo y sentarnos a pensar sobre c¨®mo act¨²a el amor y qu¨¦ supone relacionarnos en la manera que lo hacemos. Esta supuesta magia supone que, cuando se ama, se hace a lo bestia y no se puede pedir nada a cambio, sobre todo las mujeres.
Jean Baker Miller, psiquiatra, psicoanalista, feminista, y autora de Hacia una nueva psicolog¨ªa de la mujer asegura que ¡°un rasgo central de la mujer es que mantiene, erige y se desarrolla en un contexto de v¨ªnculo y afiliaci¨®n con los dem¨¢s. El sentido de identidad femenino se organiza alrededor de la capacidad de crear y mantener afiliaciones y relaciones¡¡± Y esto, aunque pueda parecer bonito, arriesga convertir los cuidados de los dem¨¢s en una c¨¢rcel para nosotras.
Es muy triste, y desagradecido, dedicar tu vida a un trabajo forzado o cuando menos involuntario que es continuamente denostado e invisibilizado. Dejar a un lado nuestro propio cuidado, para esmerarnos en el de los otros, parec¨ªa ser el precio de garantizarnos el amor de los dem¨¢s. De no hacerlo, pasar¨ªamos inmediatamente a ingresar en las filas de las otras, las malas de la pel¨ªcula: las putas, las zorras, las malas madres, las estiradas, las estrechas, las marimachos, las hist¨¦ricas, las que nos estamos buscando un guantazo, etc.
El amor como fantas¨ªa de salvaci¨®n
Mari Luz Esteban, antrop¨®loga en la UPV y autora del ensayo Cr¨ªtica del pensamiento amoroso, cuenta como el amor es presentado en nuestra sociedad como algo que nos moviliza a vincularnos de forma totalmente desinteresada, sin pedir nada a cambio.?De hecho, no est¨¢ bien visto que las mujeres pidamos cosas a cambio del amor y los cuidados que ofrecemos. Pero debemos tener en cuenta que estamos siendo conducidas a dar algo de forma desinteresada cuando vivimos en una sociedad plagada de conflictos y desigualdades que obviamente hacen esa entrega marcadamente injusta.
Nora Levinton insiste: ¡°Lo que es norma o imperativo externo se incorpora a la subjetividad, convirti¨¦ndose en ideal que moldear¨¢ el deseo¡±, o lo que es lo mismo: que todos estos mandatos que recibimos desde peque?as acaban formando parte del mapa de lo que somos y deseamos ser.
?Te imaginas la que se hubiera montado si en lugar de habernos tragados todas esas ficciones en las que las mujeres somos d¨¦biles desesperadas por recibir amor tuvi¨¦ramos nuestra cabeza poblada de historias en las que el compromiso, la igualdad, la justicia, la autonom¨ªa, y la preocupaci¨®n por lo com¨²n hubiera sido lo central?
?Te imaginas c¨®mo ser¨ªa el mundo si nos hubieran ense?ado tanto a hombres y mujeres que los cuidados son fundamentales para la supervivencia del grupo y por tanto deber¨ªan estar en lo m¨¢s alto de nuestra escala de valores?.
El amor se presenta como el s¨²mmum, como una fantas¨ªa de salvaci¨®n: ¡°El amor salvar¨¢ el mundo¡±. No lo har¨¢ la justicia, la libertad, ni el compromiso, no. Va a ser el amor, chicas. No os preocup¨¦is con otras movidas. Vosotras centraditas en el salseo.
No creo que el amor haga que todo cambie. Quiz¨¢ tengamos a¨²n mucho que pensar sobre c¨®mo est¨¢ montado el chiringuito para poder cambiar las cosas. Quiz¨¢ tengamos que empezar a pensar que se puede ser justa y cuidar de los dem¨¢s sin sentir amor. Quiz¨¢ podamos aceptar que se puede cuidar de forma interesada para mantener el bienestar com¨²n del grupo que nos rodea y hacer posible nuestra supervivencia. Quiz¨¢ ya sea hora de liberar a las adolescentes del infierno de la droga amorosa, que nos tiene media vida yonkis del dram¨®n rom¨¢ntico.
*Jara Aithany P¨¦rez es psic¨®loga, pasa consulta en Therapy Web y coordin¨® el proyecto En El Fango.
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