?Y si los pisos del futuro no tuviesen cocina? Una arquitecta catalana becada en Harvard aboga por los comedores comunitarios
Hubo un tiempo en que no hac¨ªa falta ser millonario para vivir en un hotel, ni hippy para vivir en una comuna. Su estudio se centra en comedores colectivos que ya funcionan en lugares tan distintos como M¨¦xico, Per¨² y Jap¨®n.
La idea de vivir en un hotel parece exc¨¦ntrica y prohibitiva. Remite a Elaine Stritch, la diva de Broadway que falleci¨® en 2014 y que vivi¨® durante 12 a?os en el hotel Carlyle de Manhattan, y solo sal¨ªa de all¨ª para ir al teatro con sombrero y abrigo de pieles hasta el suelo; a Marc Jacobs, que pasa temporadas viviendo en el hotel Mercer (y hasta ha hecho un corto documental un tanto autopar¨®dico sobre el tema) y a Lorenzo Caprile, que reside en un hotel de Chamber¨ª desde hace m¨¢s de una d¨¦cada y siempre lo cuenta en las entrevistas.
Sin embargo, esa opci¨®n estaba mucho m¨¢s extendida en el Nueva York del 1900, como descubri¨® hace unos a?os la arquitecta catalana Anna Puigjaner, que dedic¨® su tesis a esta forma de vida semicomunitaria. En esos lugares conocidos como ¡°family hotels¡±, con nombres evocadores tipo Ansonia o Belleclaire, ¡°viv¨ªa la clase media, en un sentido amplio, desde abogados hasta tenderos. Los utilizaban muchos solteros, gente mayor y familias reducidas, con un solo hijo¡±, explica . Las mujeres se estaban incorporando al trabajo y el servicio dom¨¦stico se hab¨ªa convertido en algo muy caro, de manera que la idea era externalizar e industrializar los cuidados de la casa. Estos edificios ten¨ªan lavander¨ªa, guarder¨ªa, m¨¦dico y hasta personal administrativo para escribir las cartas, por ejemplo. Las habitaciones no ten¨ªan cocina pero s¨ª unas neveras con dos puertas, una que daba al interior de la casa, y otra al exterior, al pasillo comunitario, para que los habitantes pudieran recibir sus pedidos de comida incluso si no estaban all¨ª. Las comidas, generalmente, se hac¨ªan en un comedor abierto a todos los residentes.
Pol¨ªticamente, los family hotels anticiparon muchos debates que siguen aqu¨ª de una u otra manera. Algunas pioneras feministas y pensadores reformistas celebraban la mezcla y la diversidad social de esos hoteles y el hecho de que muchas mujeres pudiesen as¨ª participar en el mundo del trabajo, liberadas de lo dom¨¦stico, mientras que otros se?alaban que ese trabajo no hab¨ªa desaparecido, porque lo segu¨ªan haciendo otras mujeres (las lavanderas y cocineras) solo que m¨¢s pobres. Eso s¨ª, lo hac¨ªan cobrando.
Aunque sobreviven algunos vestigios ¨Cel famoso hotel Waldorf Astoria tiene en sus torres varios apartamentos sin cocina para residentes de larga duraci¨®n¨C los hoteles vivienda no sobrevivieron a la crisis econ¨®mica de 1929. Por el colapso econ¨®mico pero tambi¨¦n porque esa forma de vida sonaba sospechosamente sovi¨¦tica. ¡°Se politiz¨®. En el siglo XX todo lo colectivo parec¨ªa comunista¡±, explica Puigjaner, que dio esta semana una conferencia sobre las ciudades sin cocinas en el Colegio de Arquitectos de Barcelona. Est¨¢ convencida de que ese es un modelo que podr¨ªa ofrecer m¨²ltiples soluciones en la actualidad, y es un principio que le gu¨ªa tanto en su investigaci¨®n como en su trabajo pr¨¢ctico en el despacho del que es socia fundadora, MAIO. ¡°Hice esta tesis porque quer¨ªa demostrar que la colectividad puede convivir con el sistema capitalista y que no estaba tan ideologizada, que no hace falta tener un estilo de vida alternativo para vivir as¨ª¡±, comenta. ¡°Estamos acostumbrados a pensar solo en la familia nuclear y eso excluye a toda una diversidad de estructuras familiares. Tenemos a mucha gente mayor en pisos grandes con habitaciones vac¨ªas, a adultos que quieren compartir piso y se encuentran con que uno tiene que quedarse la habitaci¨®n grande y otro la peque?a porque los pisos est¨¢n jerarquizados¡±. Su idea de minipisos sin (apenas) cocina tampoco tiene que ver con lo que se ha comercializado como coliving, una opci¨®n muy pol¨¦mica que se vendi¨® como alternativa habitacional antes de la pandemia y en la que los precios rondan los 800 euros al mes por una habitaci¨®n con ba?o. ¡°El problema es que esos modelos de vivienda compartida est¨¢n completamente comercializados, se han comodificado de manera extractiva y no tienen beneficios para quien vive sino para quien los explota¡±, dice.
En su idea de vida comunitaria, la comida no procede de dark kitchens y de modelos de entrega a domicilio individualizados, que considera nada sostenibles, sino de cocinas comunitarias, como las que funcionan en otros pa¨ªses. Hace cuatro a?os, Puigjaner recibi¨® una beca de Harvard, el premio Harvard GSD Weelwright, para viajar por todo el mundo investigando sistemas de cocinas comunales. ¡°Me interesaban solo los modelos surgidos despu¨¦s de los 70 y 80, vinculados a internet y con impactos en ciudades grandes¡±. Durante 24 meses visit¨® sistemas de alimentaci¨®n colectiva en Senegal, Escandinavia, Quebec, el Sudeste asi¨¢tico y as¨ª hasta ocho pa¨ªses. ¡°Tampoco fue sostenible¡±, admite. Finalmente, centr¨® su disertaci¨®n en los tres que le parecieron m¨¢s ¨²tiles y exportables, en Lima, Tokio y ciudad de M¨¦xico. En Per¨² se encontr¨® con comedores populares que tienen un componente de reivindicaci¨®n de g¨¦nero. ¡°Los llevan grupos de unas quince mujeres cada uno, que cocinan en grupos de tres, unos 300 men¨²s al d¨ªa. Se pagan pero a precio muy reducido¡±. En M¨¦xico existe un modelo sostenido por fondos tanto p¨²blicos como privados que se implant¨® tras la crisis de 2008, ¡°cuando la clase media se vio impactada por la pobreza y se pens¨® que una manera de generar microtrabajos profesionalizando el trabajo dom¨¦stico¡±, seg¨²n explica Puigjaner. Hay m¨¢s de 500 cocinas colectivas, que se ubican muchas veces en casas particulares, y quienes las llevan reciben un peque?o salario. La administraci¨®n financia parte de los alimentos y el resto lo completan los beneficiarios. ¡°Adem¨¢s de tener a la poblaci¨®n alimentada, esas cocinas sirven de radar social. Se detectan por ejemplo, situaciones de violencia de g¨¦nero. Hay una dedicada a la comunidad LGTBI¡±.
El modelo japon¨¦s, las llamadas Komodo Shokudo Kitchens, surgi¨® del empobrecimiento de parte de la sociedad pero tambi¨¦n del problema creciente de la soledad en una sociedad muy atomizada. ¡°Surgieron de forma voluntaria y las lleva sobre todo gente mayor. El objetivo inicial fue dar cenas calientes a los ni?os que pasan muchas horas solos despu¨¦s del colegio. Hay unas 600 y funcionan sin ayuda institucional. En este caso, fomentan tambi¨¦n la idea de comer juntos y han servido para definir distintas estructuras familiares, gente que se relaciona no porque son parientes sino porque viven cerca¡±. De esto se habl¨® mucho durante el confinamiento estricto, de c¨®mo en muchas comunidades se estrech¨® la relaci¨®n vecinal cuando se hizo imposible ayudar a los parientes y amigos que viv¨ªan lejos.
Para la arquitecta, estos modelos ser¨ªan perfectamente adaptables a una realidad como la espa?ola. ¡°En las ciudades podr¨ªa haber una cocina comunitaria cada dos manzanas, por ejemplo. De entre 1500 personas que pueden vivir en una manzana, es muy probable que haya 100 ¨® 300 que tengan necesidad de esta relaci¨®n. De nuevo, siempre estamos pensando en familias nucleares con dos adultos, pero hay muchas madres solas con dificultad para conciliar, gente mayor¡hay una gran tipolog¨ªa de personas que podr¨ªan beneficiarse de una cocina comunitaria¡±.
En su estudio, MAIO, no han llegado tan lejos como para construir edificios de casas sin cocina individual pero s¨ª han levantado proyectos como 110 Rooms, una casa de vecinos en la calle Proven?a de Barcelona finalizada en 2017 en la que las habitaciones de cada piso no tienen una funci¨®n espec¨ªfica ni una jerarqu¨ªa. Sobre el plano, no se llamaban ¡°dormitorio¡±, ¡°sal¨®n¡± ni ¡°cocina¡± sino ¡°habitaci¨®n¡±, y cada persona que los compr¨® decidi¨® cu¨¢ntas quer¨ªa y qu¨¦ quer¨ªa hacer con ellas, y podr¨¢ modificarlo con facilidad en el futuro. El edificio tiene un vest¨ªbulo amplio que podr¨ªan utilizar los vecinos de manera comunal, pero no servicios comunitarios, que es algo que siempre cuesta implantar. ¡°Las normativas, los programas y sobre todo el planteamiento privado del suelo lo hace muy dif¨ªcil. La mentalidad cuando haces algo comunitario todav¨ªa es: estamos perdiendo metros de vivienda¡±, cuenta otra de las socias del despacho, Mar¨ªa Charneco.
Todos est¨¢n de acuerdo que una buena soluci¨®n para muchas tipolog¨ªas de familias o residentes solos ser¨ªa equipar apartamentos con peque?as minicocinas y dotar tambi¨¦n a los edificios de instalaciones comunitarias. Lo de ponerles luego nombres fin-de-si¨¨cle tipo Metropol o Bellevue ya es opcional.
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