Soltar la mano de la madre feminista que no nos deja caminar libres
Yo tambi¨¦n tengo madres feministas en la literatura y en el pensamiento, referentes que han significado la vida, el cabo a que agarrarme en los peores a?os del armario. Algunas de ellas sostienen hoy las peores violencias tr¨¢nsfobas contra quienes exigimos un derecho a una vida plena
Es domingo cinco de marzo por la tarde en Madrid, el cielo se nubla, se levanta un viento helado y comienza a llover. Cierro un momento el ejemplar de Apegos feroces que estoy leyendo, me imagino a Vivian Gornick y a su madre paseando por Brooklyn en un d¨ªa que, en mi imaginaci¨®n, se parece a este. Van muy juntas por la calle para capear un clima que se empe?a en vaciar las avenidas y los callejones, agarradas del brazo. Desde lejos son la imagen perfecta de la uni¨®n entre dos generaciones de mujeres de clase trabajadora, de su genealog¨ªa y del amor maternofilial. Si nos acerc¨¢semos a ellas y el viento nos permitiese escucharlas hablar, la realidad nos distorsionar¨ªa la fantas¨ªa: la conversaci¨®n estar¨ªa llena de reproches, culpas, mal entendimiento y ese amor salvaje entre madres e hijas que es capaz de destruirlo todo si saltan las costuras de lo emocional.
A menudo, las madres que se han deslomado a trabajar han querido como han podido, con urgencia, intentando compensar una presencia secuestrada por la necesidad de llevar dinero a casa con un amor a zarpazos. No queda tiempo para reposar las cabezas sobre los regazos de las mujeres reventadas, ni hay regazos para ellas que no sean una ducha caliente, una cena apresurada, recoger la desidia de los dem¨¢s y una cama. El 8 de marzo tambi¨¦n son sus rodillas hechas polvo, sus espaldas combadas, sus deditos engrosados y el tiempo que nos quitaron a ambas, madres e hijas, para llegar a entendernos y practicar un amor alegre y sostenido.
La misma imagen me lleva a reflexionar sobre la supuesta escisi¨®n del feminismo de nuestros d¨ªas. La circunstancia se me queda atorada en la garganta como v¨®mito que no acaba de salir y que, si lo hiciera, solo dejar¨ªa gusto a bilis. El tiempo de la tristeza, que tanto leo a mis compa?eras, para m¨ª casi ha pasado. Sobre todo, estoy cansada de defenderme. Sostener la dial¨¦ctica de la discusi¨®n entre dos ideas leg¨ªtimas no hace bien a nadie por mucho que llene columnas y alimente suscripciones. Hace cinco a?os, los feminismos eran, quiz¨¢, de los pocos movimientos pol¨ªticos y sociales con un potencial verdaderamente transformador a nivel mundial, los mismos feminismos en los que mujeres trans, racializadas, discapacitadas, y otras subalternas, ya colabor¨¢bamos, aunque lo hici¨¦semos en silencio. Es la toma del turno de palabra de las calladas lo que provoca la misma reacci¨®n que nuestras antepasadas conocieron 40 a?os atr¨¢s, durante los tiempos de la amenaza lavanda y de la alianza Raymond-Reagan que tantas vidas cost¨®.
No es una escisi¨®n, no son dos manifestaciones. Es un secuestro proselitista de un concepto maravilloso, y de nada sirve darle un halo de drama de multitudes escrito por Pasternak. Es una ¨¦lite intentando prevalecer. Mi tristeza, la poca que me queda, est¨¢ construida sobre cinco a?os de bulos, amenazas y mentiras contra las mujeres como yo, cuyo ¨²nico prop¨®sito ha sido la deshumanizaci¨®n m¨¢s cruel, una que se estudiar¨¢ en el futuro con verg¨¹enza y que en algunos pa¨ªses est¨¢ suponiendo una aut¨¦ntica caza. Es una tristeza que tiene que soportar que personas que coinciden, en parte de su ideario, palabra por palabra con Viktor Orb¨¢n, Santiago Abascal, Isabel D¨ªaz Ayuso y la purria evang¨¦lica que arrasa con los Estados del sur en EE UU se nombren a s¨ª mismas custodias de algo que no le pertenece a nadie y que deber¨ªamos construir entre todas. Sin tutelas, sin miedo a recibir aprendizajes que nos pongan la cara colorada, respetando la genealog¨ªa pero sin jerarqu¨ªas. ?C¨®mo se sostiene la idea de que compartir bromas humillantes y agenda pol¨ªtica con la ultraderecha supremacista puede ser liberador para nadie?
Yo tambi¨¦n tengo madres feministas en la literatura y en el pensamiento, referentes que han significado la vida, el cabo al que agarrarme en los peores a?os del armario, mujeres que me se?alaban el camino y me animaban a seguir viviendo. Algunas de ellas sostienen hoy las peores violencias tr¨¢nsfobas contra quienes exigimos un espacio y el derecho a una vida plena en comunidad, exigencias extrapolables a cualquier mujer. A veces se llega a un cruce de caminos y, por mucho fr¨ªo que haga, por mucho que llueva, por muy f¨¢cil que sea permanecer junto a las madres terribles porque no se conoce otra cosa; por sentimental y culpabilizador que sea el chantaje asociado a las ra¨ªces y a las deudas hist¨®ricas, lo mejor es soltar el amarre de los brazos y caminar libres. Con el viento de cara y cada vez menos peso en el coraz¨®n.
Por un 8M de mujeres libres.
*Alana Portero es escritora, dramaturga, historiadora y activista por los derechos LGTBIQ+, con un enfoque concreto sobre la realidad de las mujeres trans.
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