La mayor elegancia, por Pilar del R¨ªo
?La madurez tambi¨¦n es hermosa, pero hay que ir a nuestro aire. Ninguna elegancia es superior a la de tener un pensamiento organizado y expresarlo?
Cuando ¨¦ramos j¨®venes, ?ya exist¨ªa la moda??, pregunta mi amiga Ana mientras le pide al camarero sacarina para el descafeinado. ??Que si exist¨ªa? ?No te acuerdas del largo Chanel o de las chaquetas Balenciaga??, responde, respondona como siempre, mi amiga Conchi.
Entonces nos pusimos a hablar de esos nombres estelares de la moda en los a?os que nacimos y, sin darnos cuenta, acabamos rememorando un pasado de modistas en casa, costureras que llegaban con la ma?ana, se tomaban sus tostadas y el caf¨¦ con leche, pon¨ªan la radio y, por ese orden, abr¨ªan la m¨¢quina de coser que ol¨ªa a aceite rancio, sacaban tijeras brillantes, desplegaban el papel de peri¨®dico que utilizar¨ªan para los patrones, nos tomaban medidas con una cinta m¨¦trica tan gastada que no se ve¨ªan los n¨²meros, anotaban c¨®digos incomprensibles en cuadernos de dos reales y pensaban mucho mientras se met¨ªan entre los dientes la aguja enhebrada. Y nos vest¨ªan: era de ah¨ª, de esas habitaciones en las que hasta los hilos de hilvanar se reutilizaban, de donde sal¨ªan las prendas que nos cubrir¨ªan con mayor o menor acierto, siempre condicionadas por el precio de las telas o de los retales encontrados con gran suerte.
Luego lleg¨® el pr¨ºt-¨¤-porter, nos compraron faldas de tergal que no hab¨ªa que planchar o camisas de nailon rosa de lavar y poner. El criterio era la comodidad dom¨¦stica, no la moda, esa se?ora que ni siquiera aparec¨ªa en los figurines, que se compraban para resolver problemas de corte y no para estudiar las tendencias de la temporada, que hasta la palabra tendencia sonaba a pecado.
En esas est¨¢bamos cuando irrumpi¨® la minifalda, que las j¨®venes de entonces adoptamos como una forma de hacer visible la ruptura con un pasado de convenciones que no quer¨ªamos asumir porque nos cre¨ªamos hegem¨®nicas. Y as¨ª, pisando fuerte y asustando sombras, con nuestras minifaldas como bandera, resume mi amiga Mar¨ªa Jos¨¦, pasamos por la universidad, nos hicimos profesionales, militamos mucho y nos separamos varias veces de nuestros amores eternos. Ahora nos estamos jubilando y seguimos sin pensar en lo que se lleva, dice Ana. O no: porque las trencas de los 70, o la complicidad con ?la arruga es bella? de los 80, o las hombreras que nos hicieron parecer jugadoras de un deporte ex¨®tico, cuyo nombre no quiero acordarme, son se?ales de algo, quiz¨¢ de ser tribu en medio de una galaxia.
No vivimos acatando lo que se lleva este a?o, pero hemos disfrutado comprando medias de colores o zapatos de tac¨®n para parecer a¨¦reas cuando camin¨¢bamos por las calles con un libro de poes¨ªa bajo el brazo, tal vez de Paul ?luard, y a veces pintamos la palabra ?Libertad? en las paredes de nuestra ciudad. La madurez tambi¨¦n es hermosa, insiste Conchi, pero hay que ir a nuestro aire, ninguna elegancia es superior a la de tener un pensamiento organizado y saber expresarlo.
Y a?ade Ana que los colores solo son colores, la estatura solo es estatura y los kilos son solo kilos, lo importante es seguir siendo por haber sido, mirar y ver una vida que se cumple con los d¨ªas y las horas, en distintos mapas y en pasiones diversas.
Creo que voy a estar de acuerdo con mis amigas del colegio: mi mejor chaqueta no es la de la firma m¨¢s gloriosa o la m¨¢s nueva, es la que acumula m¨¢s abrazos, los que con ella recib¨ª, los que iba recibiendo mientras me ayudaban a quit¨¢rmela.
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