Lecci¨®n de econom¨ªa, por Eva Hache
Hablemos de econom¨ªa. Pero no de la econom¨ªa de la que hablan en los informativos. Si no de la econom¨ªa del tiempo. La ¨²nica que podemos administrar.
Querida prima,
Espero que, a la recepci¨®n de esta carta, est¨¦s mejor, aunque ya s¨¦ que es imposible.
Te escribo para hablarte de econom¨ªa, s¨ª, yo tambi¨¦n. Pero no de esa econom¨ªa del capital, del monedero o del cerdito de hucha. No quiero hablarte de ese impulso que nuestras antepasadas implantaron en lo m¨¢s profundo de nuestro ADN y que nos hace comparar los precios de los yogures en siete locales comerciales diferentes y acudir al que ofrece los m¨¢s baratos sin darnos cuenta de que, por ahorrar, hemos gastado gasolina y garaje. No quiero hablar de esa loca decisi¨®n que un d¨ªa tomamos de irnos a vivir a las afueras de las afueras (porque las afueras a secas no son nada monas), para que el inmueble pase de pisito a chaletito por el mismo importe y para enga?arnos a diario con que tardaremos 12 minutos exactos en llegar al centro, porque mira, prima, para eso es necesario un jardinero, dos coches y que no haya atasco. No quiero hablarte de la econom¨ªa de la que hablan en los informativos porque se me enrevesa y porque, ll¨¢mame simple, a m¨ª me sigue pareciendo que pones a una madre de las de antes a dirigir el pa¨ªs y no se gasta ni un duro que no exista y no hay m¨¢s recortes que los de las hostias sagradas en los conventos de monjas barquilleras.
De lo que s¨ª quiero hablarte es de la ¨²nica econom¨ªa que est¨¢ verdaderamente a nuestro alcance: la econom¨ªa del tiempo. Todos sabemos que se pueden hacer varias cosas a la vez. Y s¨ª, los hombres tambi¨¦n (no seas injusta, prima, o dime, sin ir m¨¢s lejos, si conoces a alguno que no lea sentado en el trono). Todos hemos visto a personas usando un ascensor mientras se acaban de poner el abrigo, meten algo en la cartera y sacan un cigarrillo del paquete. Todos hemos visto a personas aprovechando el sem¨¢foro para maquillarse en el retrovisor, consultar el m¨®vil o sacarse un moco. Todos hemos visto a camareros que atienden a varios clientes a la vez y que ponen cuatro ca?as y aprovechan el viaje para recoger los platos vac¨ªos de la otra mesa y pasar un poquito la bayeta. Un poquito. Todos hemos visto a esa madre de tres, que recoge a los ni?os, hace la compra y juega en el parque al mismo tiempo.
Igual no es necesario resaltar casos como el de aquella astronauta enga?ada que se hizo unos cuantos miles de kil¨®metros en coche para devolver los cuernos al examante y que, por no hacer paradas, viaj¨® con pa?ales. Pa?ales, que m¨¢s de uno agradecer¨ªa en algunos momentos de su vida, aunque no fuera ni astronauta ni cornudo. Pero ahorrar tiempo nos gusta.
Puede que el budismo, con su concentraci¨®n en hacer solo una cosa cada vez, no tenga ¨¦xito precisamente por eso; porque ya que no podemos administrar dinero, por lo menos, d¨¦jame que me administre mi tiempo, que lo haga todo de golpe y luego pueda yo tener mis ratos para tirarme en un sof¨¢, para rascarme la barriga o lo que me pique. Que me pica mucho. Porque, prima, mientras t¨² sigas mandando en m¨ª, en mi trabajo, en mis hospitales y en mis colegios, no me queda otra que conformarme. Porque, prima, t¨² no eres prima querida mientras sigas siendo prima de riesgo.
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