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¡®Los hombres me explican cosas¡¯: lee el ensayo que invent¨® el ¡®mansplaining¡¯

O d¨ªcese del t¨¦rmino que define cuando un hombre explica algo a una mujer y lo hace de manera condescendiente, porque, con independencia de cu¨¢nto sepa sobre el tema, siempre asume que sabe m¨¢s que ella.

Couple sitting on sofa
Getty (Retrofile/Getty Images)

(¡®Los hombres me explican cosas¡¯ es el primer ensayo del libro hom¨®nimo que recoge diferentes escritos de Rebecca Solnit sobre feminismo. Lo acaba de editar en castellano Capit¨¢n Swing)

Au?n no se? por que? Sally y yo nos molestamos en ir a aquella fiesta en una pista forestal en la cima de Aspen. Todo el mundo era mayor que nosotras y distinguidamente aburrido; suficientemente mayores como para que nosotras, ya con cuarenta y tantos, pasa?semos como las jovencitas de la velada. La casa era fanta?stica ¨Csi te gustan los chale?s estilo Ralph Lauren¡ª: una caban?a a ma?s de 2.700 metros de altura, burdamente lujosa, llena de cornamentas de alce, un monto?n de kilims y una estufa de len?a. Nos disponi?amos a marchar cuando nuestro anfitrio?n nos dijo: ?No, quedaos un poco ma?s para que pueda hablar con vosotras?. Era un hombre fi?sicamente imponente, que habi?a amasado mucho dinero.

Nos hizo esperar mientras que el resto de los invitados se sumergi?a en la noche veraniega, despue?s nos sento? alrededor de una mesa de aute?ntica madera veteada y me dijo: ¡ª?Asi? que¡­? He oi?do que has escrito un par de libros.

¡ªVarios, de hecho ¡ªreplique?.

Lo dijo de la misma manera que animas al hijo de siete an?os de tu amiga a que te describa sus clases de flauta: ¡ªY ?de que? tratan??.

Para ser exactos trataban sobre diferentes cosas, los seis o siete que, hasta entonces, habi?a publicado, pero comence? a hablar solo del ma?s reciente en aquel di?a de verano de 2003, River of Shadows: Edward Muybridge and the Technological Wild West, mi libro sobre la aniquilacio?n del tiempo y el espacio y la industrializacio?n de la vida cotidiana.

Me corto? ra?pidamente en cuanto mencione? a Muybridge: ¡ªY, ?has oi?do hablar acerca de ese libro realmente importante sobre Muybridge que ha salido este an?o?

Tan inmersa estaba dentro del papel de ingenua que se me habi?a asignado que estaba ma?s que dispuesta a aceptar la posibilidad de que se hubiese publicado, al mismo tiempo que el mi?o, otro libro sobre exactamente el mismo tema y que de alguna manera se me hubiese pasado. E?l ya habi?a empezado a hablarme de ese libro realmente importante, con esa mirada petulante que tan bien reconozco en los hombres cuando pontifican, con los ojos fijos en el lejano y desvai?do horizonte de su propia autoridad.

Llegados a este punto, dejadme deciros que mi vida esta? bien salpicada de hombres maravillosos, con una larga ristra de editores que me han escuchado, animado y publicado desde que era joven; con un hermano ma?s joven, infinitamente generoso, con esple?ndidos amigos de los cuales puede decirse ¡ªcomo el cle?rigo de los Cuentos de Canterbury que au?n recuerdo de las clases del sen?or Pelen sobre Chaucer¡ª ?disfrutaba estudiando y ensen?ando?. Aun asi?, tambie?n esta?n esos otros hombres. Asi? que el sen?or Muy Importante continuaba hablando con suficiencia acerca de este libro que yo deberi?a conocer cuando Sally le interrumpio? para decirle: ?Ese es su libro?. Bueno, o intento? interrumpirle.

Pero e?l continuo? a lo suyo. Sally tuvo que decir ?Ese es su libro? tres o cuatro veces hasta que e?l finalmente le hizo caso. Y entonces, como si estuvie?semos en una novela del siglo XIX, se puso li?vido. El que yo fuese de hecho la autora de un libro muy importante que resulto? que ni siquiera se habi?a lei?do, sino que solo habi?a lei?do sobre e?l en el New York Times Book Review unos meses antes, desbarato? las categori?as bien definidas en las que su mundo estaba compartimentado y se quedo? sorprendentemente enmudecido por un segundo, antes de empezar a pontificar de nuevo. Como somos mujeres, esperamos educadamente a estar fuera del alcance del oi?do de nadie antes de romper a rei?r, y no hemos dejado de hacerlo desde entonces.

Me gustan los incidentes de este tipo, cuando fuerzas que normalmente son tan escurridizas y difi?ciles de sen?alar serpentean resbalando fuera de la hierba y se vuelven tan obvias como, por ejemplo, una anaconda que se hubiese tragado una vaca o una mierda de elefante en la alfombra.

La resbaladiza pendiente del silenciamiento

Si?, claro que hay personas de ambos ge?neros que aparecen de repente en cualquier evento para pontificar acerca de cosas irrelevantes y con teori?as conspirativas, pero la total confianza en si? mismos que tienen para polemizar los totalmente ignorantes esta?, segu?n mi experiencia, sesgada por el ge?nero. Los hombres me explican cosas, a mi? y a otras mujeres, independientemente de que sepan o no de que? esta?n hablando. Algunos hombres.

Todas las mujeres saben de que? les estoy hablando. Es la arrogancia lo que lo hace difi?cil, en ocasiones, para cualquier mujer en cualquier campo; es la que mantiene a las mujeres alejadas de expresar lo que piensan y de ser escuchadas cuando se atreven a hacerlo; la que sumerge en el silencio a las mujeres jo?venes indica?ndoles, de la misma manera que lo hace el acoso callejero, que este no es su mundo. Es la que nos educa en la inseguridad y en la autolimitacio?n de la misma manera que ejercita el infundado exceso de confianza de los hombres.

No me sorprenderi?a si parte de la trayectoria poli?tica norteamericana desde 2001 estuviera marcada por, digamos, la incapacidad de escuchar a Coleen Rowley, la mujer del FBI que lanzo? los primeros avisos acerca de Al Qaeda, y desde luego esta? influida por la administracio?n Bush, a la cual no se le podi?a decir nada, ni siquiera el hecho de que Irak no teni?a vi?nculos con Al Qaeda ni armas de destruccio?n masiva, ni el que la guerra no iba a ser ?pan comido? (ni siquiera los expertos varones pudieron penetrar en la fortaleza de dicha petulancia).

Puede que la arrogancia tuviera algo que ver con la guerra, pero este si?ndrome es una guerra a la que se enfrentan casi todas las mujeres cada di?a, una guerra tambie?n contra ellas mismas, una creencia en su superfluidad, una invitacio?n al silencio, una guerra de la cual una buena carrera como escritora (con un monto?n de investigaciones y estudios correctamente desarrollados) no me ha librado totalmente. Al fin y al cabo, hubo un momento en el que estaba ma?s que dispuesta a dejar que el sen?or Muy Importante y su altiva confianza en si? mismo derribasen mis ma?s precarias certezas.

No olvidemos que poseo mucha ma?s seguridad acerca de mi derecho a pensar y a hablar que la mayor parte de las mujeres, y que he aprendido que cierta cantidad de dudas sobre las propias posibilidades suponen una buena herramienta para corregir, comprender, escuchar y progresar, aunque demasiadas pueden ser paralizantes y la total confianza en uno mismo produce idiotas arrogantes. Existe un feliz punto intermedio entre estos dos polos opuestos a los que los ge?neros se han visto empujados, un ca?lido e intermedio ecuador de intercambio que deberi?a ser el punto de encuentro de todos nosotros.

Versiones ma?s extremas de nuestra situacio?n existen, por ejemplo, en aquellos pai?ses de Oriente Pro?ximo en los que el testimonio de la mujer no tiene validez alguna: una mujer no puede declarar que ha sido violada sin un hombre testigo que contradiga al hombre violador; algo que raramente sucede.

La credibilidad es una herramienta de supervivencia. Cuando yo era muy joven y justo empezaba a entender de que? iba el feminismo y por que? era necesario, tuve un novio cuyo ti?o era fi?sico nuclear. Unas Navidades, este relataba ¡ªcomo si fuese un tema divertido y liviano¡ª co?mo la mujer de un vecino de su zona residencial de adinerados habi?a salido corriendo de casa, desnuda, en medio de la noche, gritando que su marido queri?a matarla. ??Co?mo supiste que no estaba intentando matarla??, le pregunte?. E?l explico?, pacientemente, que eran respetables personas de clase media. Y por eso el que ?su marido intentase asesinarla?, simplemente, no era una explicacio?n plausible para que ella abandonase la casa gritando que su esposo la estaba intentando matar. Por otro lado, ella estaba loca¡­

Incluso obtener una orden de alejamiento ¡ªuna herramienta legal relativamente nueva¡ª requiere poseer la credibilidad de convencer al juzgado de que determinado tipo es una amenaza, y despue?s conseguir que los polici?as la hagan cumplir. De todas maneras las o?rdenes de alejamiento no funcionan. La violencia es una manera de silenciar a las personas, de negarles la voz y su credibilidad, de afirmar tu derecho a controlarlas sobre su derecho a existir. En este pai?s, unas tres mujeres son asesinadas cada di?a por sus esposos o exesposos. Es una de las principales causas en los Estados Unidos de muerte de mujeres embarazadas. El eje central en la lucha del feminismo para que se catalogasen como delitos la violacio?n, la violacio?n durante una cita, violacio?n marital, violencia dome?stica y el acoso sexual laboral ha sido la necesidad de hacer crei?bles y audibles a las mujeres.

Tiendo a creer que las mujeres adquirieron el estatus de seres humanos cuando se empezo? a tomar este tipo de actos seriamente, cuando los grandes asuntos que nos paralizaban y asesinaban fueron abordados juri?dicamente a partir de mediados de los setenta; bastante tarde, ma?s o menos cuando yo naci?. Para cualquiera que quiera discutir sobre si la intimidacio?n sexual en el lugar de trabajo no es un asunto de vida o muerte, recordemos a la cabo del cuerpo de marines Maria Lauterbach, de veinte an?os de edad, que fue aparentemente asesinada por su colega de rango superior una noche de invierno cuando ella estaba esperando para testificar que e?l la habi?a violado. Los restos quemados de su cuerpo embarazado se encontraron entre las cenizas de una fogata en su patio trasero.

Decirle a alguien, catego?ricamente, que e?l sabe de lo que esta? hablando y ella no, aunque sea durante una pequen?a parte de la conversacio?n, perpetu?a la fealdad de este mundo y retiene su luz. Tras la aparicio?n de mi libro Wanderlust, en 2000, me di cuenta de que era ma?s capaz de defender mis propias percepciones e interpretaciones. Durante aquella temporada en dos ocasiones recrimine? el comportamiento de un hombre, solo para que se me dijera que las cosas no habi?an sucedido para nada tal y como yo las contaba, que estaba siendo subjetiva, que deliraba, estaba alterada, era deshonesta; en resumen, era mujer.

Durante la mayor parte de mi vida, habri?a dudado de mi? misma y retrocedido. El tener respaldo pu?blico como escritora me ayudo? a permanecer en mi lugar, pero pocas mujeres obtienen este apoyo, y probablemente ahi? fuera, a millones de mujeres se les esta? diciendo, en este planeta de siete mil millones de personas, que no son testigos fiables de sus propias vidas, que la verdad no es algo que les pertenezca, ni ahora ni nunca. Esto va ma?s alla? del Hombres Que Explican Cosas, pero forma parte del mismo archipie?lago de arrogancia.

Y aun asi?, los hombres me explican cosas. Ningu?n hombre se ha disculpado nunca por explicarme erro?neamente cosas que yo sabi?a y ellos no. Todavi?a no, pero segu?n las tablas actuariales, puede que au?n me queden otros cuarenta y tantos an?os de vida, ma?s o menos, asi? que podri?a suceder. Pero no esperare? sentada a que suceda.

Las mujeres luchan en dos frentes

Unos cuantos an?os despue?s del idiota de Aspen, estaba en Berli?n dando una charla cuando el escritor marxista Tariq Ali me invito? a una cena que inclui?a a un escritor, a un traductor y a tres mujeres un poco ma?s jo?venes que yo que permanecieron con deferencia y casi totalmente en silencio a lo largo de la cena. Tariq estuvo magni?fico. Tal vez el traductor estaba molesto porque yo hubiese insistido en mantener un papel modesto en la conversacio?n, pero cuando comente? algo acerca de co?mo el Movimiento de Mujeres por la Paz (el extraordinario y escasamente conocido grupo antinuclear y antibe?lico fundado en 1961) ayudo? a acabar con la caza de brujas anticomunista del Comite? de Actividades Antiamericanas, HUAC [en sus siglas en ingle?s], el sen?or Muy Importante II me miro? con desagrado. El HUAC, insistio?, no existi?a a principios de los sesenta y, de todas formas, ningu?n grupo de mujeres tuvo esa importancia en la cai?da del HUAC. Su desprecio fue tan devastador, su confianza en si? mismo tan agresiva, que discutir con e?l suponi?a un temible ejercicio de futilidad y una invitacio?n a ma?s insultos.

Creo que para entonces habi?a escrito nueve libros, incluyendo uno que bebi?a de los documentos originales del grupo y de las entrevistas a una de las miembros clave del Movimiento de Mujeres por la Paz. Pero los hombres que explican cosas au?n asumen que soy, en una obscena meta?fora fecundadora, un recipiente vaci?o que debe ser rellenado con su sabiduri?a y conocimiento. Un freudiano diri?a que ellos saben que? es lo que ellos poseen y a mi? me falta, pero la inteligencia no esta? situada en la entrepierna, ni siquiera si puedes escribir una de las largas y melifluas frases musicales de Virginia Woolf acerca de la sutil subyugacio?n de las mujeres con tu pajarito. De regreso a mi habitacio?n en el hotel, investigue? un poco en la red y encontre? que Eric Bentley, en su historia definitiva sobre el Comite? de Actividades Antiamericanas, le reconoce al Movimiento de Mujeres por la Paz el ?haber asestado el golpe definitivo en la toma de la Bastilla de la HUAC?, a principios de los sesenta.

Asi? que comence? un ensayo (sobre Janet Jacobs, Betty Friedan y Rachel Carson) para el Nation, con esta mencio?n, en parte como reconocimiento a uno de los hombres ma?s desagradables que me han explicado cosas: ti?o, si esta?s leyendo esto, eres un foru?nculo en la cara de la humanidad y un obsta?culo para la civilizacio?n. Avergu?e?nzate.

La batalla contra los Hombres Que Explican Cosas ha pisoteado a muchas mujeres: a las de mi generacio?n, las de la pro?xima generacio?n que tan desesperadamente necesitamos, aqui? y en Pakista?n y en Bolivia y en Java, por no hablar de las mujeres que estuvieron antes que yo y que no eran admitidas en el laboratorio o en la biblioteca o en la conversacio?n o en la revolucio?n o, incluso, en la categori?a llamada humana.

Despue?s de todo, el Movimiento de Mujeres por la Paz fue fundado por mujeres que estaban cansadas de hacer cafe? y mecanografiar y de no tener ningu?n tipo de voz ni papel en la toma de decisiones en el movimiento antinuclear de los an?os cincuenta. La mayor parte de las mujeres luchan en dos frentes en las guerras: uno que depende de cua?l sea el motivo en discusio?n y otro por el simple derecho a hablar, a tener ideas, a que se reconozca que esta?n en posesio?n de hechos y verdades, a tener valor, a ser un ser humano. Las cosas han mejorado, pero esta guerra no acabara? durante mi vida. Au?n lucho en ella, obviamente por mi?, pero tambie?n por esas mujeres ma?s jo?venes que tienen algo que decir, con la esperanza de que puedan decirlo.

Epi?logo

Una noche de marzo de 2008, tras la cena, empece? a bromear, como habi?a hecho muchas veces en otros momentos, acerca de escribir un ensayo titulado Los hombres me explican cosas. Cada escritor posee una cuadra de ideas que nunca participara?n en ninguna carrera, y yo he estado cabalgando este poni por diversio?n de vez en cuando. Mi anfitriona, la brillante teo?rica y activista Marina Sitrin, insistio? en que debi?a escribirlo porque habi?a gente como su joven hermana Sam que necesitaba leer algo asi?. Las jo?venes, dijo, necesitaban saber que ser minusvaloradas no era algo que fuese resultado de sus propios defectos secretos; sino que era algo que veni?a de las viejas guerras de ge?nero, y que nos habi?a sucedido a la mayor parte de las que somos mujeres en algu?n momento u otro de nuestra vida.

Lo escribi? de una tirada durante las primeras horas de la man?ana siguiente. Cuando algo encaja por si? mismo tan ra?pido, queda claro que de alguna manera se ha estado componiendo solo en algu?n lugar desconocido del cerebro durante largo tiempo. Ese algo queri?a ser escrito; impaciente por salir a la pista de carreras, echo? a galopar desaforadamente en cuanto me sente? delante del ordenador. Como en aquellos tiempos Marina dormi?a hasta ma?s tarde que yo, se lo servi? de desayuno y ma?s tarde el mismo di?a se lo envie? a Tom Engelhardt de TomDispatch, que poco tiempo despue?s lo publicaba en formato digital. Se empezo? a difundir ra?pidamente, tal y como lo hacen los ensayos que se cuelgan en la pa?gina de Tom, y no ha dejado de circular, de ser reenviado, compartido y comentado. Nada de lo que he hecho ha circulado de esta manera.

Toco? la fibra sensible. Y puso de los nervios.

Algunos hombres replicaron que los hombres que explican cosas a las mujeres realmente no eran un feno?meno de ge?nero. Normalmente, a esto las mujeres respondi?an sen?alando que, al insistir en su derecho a desestimar las experiencias que las mujeres afirmaban tener, estos hombres estaban consiguiendo explicar las cosas tal y como dije que lo haci?an a veces. (Para que quede constancia, creo que las mujeres han explicado las cosas de manera paternalista a algunos hombres. Pero esto no es indicativo de la masiva diferenciacio?n de poder que adquiere formas mucho ma?s siniestras, asi? como tampoco del amplio patro?n de co?mo funciona el ge?nero en nuestra sociedad).

Algunos hombres lo entendieron y aceptaron. Esto, despue?s de todo, se escribi?a en la era en la que el feminismo se habi?a transformado en una presencia ma?s significativa, y ser feminista era ma?s divertido que nunca. En TomDispatch en 2008, recibi? un correo electro?nico de un hombre mayor de Indiana?polis. Me escribi?a para decirme que ?e?l nunca habi?a sido injusto profesional o personalmente con una mujer? y me reprendi?a por no salir por ahi? con ?chicos ma?s normales o al menos hacer un poco los deberes primero?. Despue?s me dio algunos consejos acerca de co?mo vivir mi vida y hablo? acerca de mis ?sentimientos de inferioridad?. E?l pensaba que ser tratada con condescendencia era una experiencia que la mujer elegi?a tener, o que podri?a haber elegido no tener; asi? que toda la culpa era mi?a.

Surgio? una pa?gina web llamada ?Los hombres acade?micos me explican cosas?, y cientos de mujeres universitarias compartieron sus experiencias de co?mo habi?an sido tratadas condescendientemente, minusvaloradas, ignoradas y dema?s. Al poco de aquello se acun?o? el te?rmino mansplaining, y en ocasiones se me atribuyo? su creacio?n. En realidad, yo no tuve nada que ver con ello, aunque mi ensayo, junto con todos los hombres que corporeizaron la idea, aparentemente lo inspiro?. Tengo mis dudas acerca del uso de esta palabra y yo misma no la utilizo demasiado; me parece que va demasiado en la idea de que los hombres son asi? inherentemente, ma?s que en la idea de que algunos hombres explican cosas que no deberi?an y no escuchan cosas que debiesen. Si no ha quedado claro hasta ahora, me encanta cuando la gente me explica cosas que saben y en las que yo estoy interesada pero au?n no se?; es cuando me explican cosas que se? y ellos no cuando la conversacio?n se tuerce. En 2012, el te?rmino mansplained ¡ªuna de las palabras del an?o del New York Times¡ª se utilizaba en las principales publicaciones poli?ticas.

Por desgracia, si esto sucedio? asi? fue porque encajaba perfectamente con los sucesos de su tiempo. TomDispatch reedito? Men Explain Things en agosto de 2012, y fortuitamente, y ma?s o menos simulta?neamente, el congresista Todd Akin (de los republicanos de Misuri) lanzo? su infame declaracio?n de que no necesitamos que las mujeres violadas puedan abortar porque ?si es una violacio?n legi?tima, el cuerpo femenino tiene maneras de evitarlo?. La temporada electoral estuvo sazonada por las locas afirmaciones en defensa de la violacio?n y las totalmente absurdas declaraciones de hombres conservadores. Y tambie?n estuvo aderezada con feministas que mostraban por que? el feminismo es necesario y por que? estos tipos dan miedo. Fue bonito ser una de las voces de estas conversaciones; el arti?culo que habi?a escrito tuvo un gran resurgimiento.

Fibras sensibles, nervios: en el momento de escribir estas li?neas sus efectos au?n esta?n vivos. El objetivo del ensayo nunca fue decir que creo estar notablemente oprimida, sino el hecho de que este tipo de conversaciones son la cun?a que abre el espacio a los hombres y a la vez lo limita a las mujeres; limita el espacio para hablar, para ser escuchadas, para tener derechos, para participar, para ser respetadas, para ser seres humanos libres y completos. Estas conversaciones son una de las maneras en las que, en una conversacio?n educada, se expresa el poder ¡ªel mismo poder que existe en los discursos poli?ticamente incorrectos o en los actos de intimidacio?n y violencia fi?sica y, muy a menudo, en la misma manera en la que se organiza el mundo¡ª, y que silencia, borra y aniquila a las mujeres como iguales, como participantes, como seres humanos con derechos, y demasiado a menudo como seres vivos.

La batalla de las mujeres por ser tratadas como seres humanos con derecho a la vida, a la libertad y en su bu?squeda de participacio?n en la arena poli?tica y cultural continu?a, y algunas veces es una batalla bastante desalentadora. Me sorprendi? a mi? misma cuando me di cuenta de que al escribir este ensayo comence? hablando de un incidente gracioso y acabe? hablando de violacio?n y asesinato. Esto me ayudo? a ver de forma ma?s ni?tida el hilo conductor que liga las pequen?as miserias sociales con el silenciamiento violento y las muertes violentas. Creo que comprenderi?amos mejor el alcance de la misoginia y la violencia contra las mujeres si toma?semos el abuso de poder como un todo y deja?semos de tratar la violencia dome?stica aislada de la violacio?n, el asesinato, el acoso y la intimidacio?n en las redes, en casa, en el lugar de trabajo y en las aulas; si se toma todo en conjunto, el patro?n se ve claramente.

Tener derecho a mostrarse y a hablar es ba?sico para la supervivencia, la dignidad y la libertad. Estoy agradecida de que, tras un momento temprano de mi vida en el que fui silenciada, haya podido desarrollar una voz, circunstancias que me unira?n para siempre a los derechos de aquellos que no la tienen, que son silenciados.

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