?Nos va a tocar pensar de d¨®nde viene la fruta que madura en ese ¨¢rbol que estaba all¨ª aunque no pudi¨¦ramos verlo?
La traductora, ilustradora y escritora Ana Flecha Marco, autora de Dos novelitas n¨®rdicas (Mr. Griffin), reflexiona en nuestro n¨²mero de julio, especial sostenibilidad, sobre c¨®mo los tiempos que vivimos van a reformular nuestra relaci¨®n con la naturaleza.

Mi pel¨ªcula favorita es El mago de Oz. En esta ¨¦poca de confinamiento me he imaginado muchas veces el campo de amapolas en el que Dorita, que as¨ª se llamaba el personaje que interpretaba Judy Garland doblada por Elsa F¨¢bregas, se tumbaba a dormir bajo el hechizo de la malvada bruja del oeste. Ese campo que estaba en Oz, pero bien podr¨ªa haber estado en Castilla, se me aparece como un lugar id¨ªlico, un locus amoenus en el que descansar, algo grogui, de las preocupaciones de la vida.
Hace ya casi cinco a?os que vivo en una ciudad demasiado grande y, sin embargo, estos meses he echado mucho de menos las flores, los paseos por el campo o, a falta de ¨¦l, por esos parches de verdor y arena que son los parques. Como en esas tardes de infancia en las que una tele de tubo me llevaba a Oz, que tambi¨¦n era mi casa y por eso estaba all¨ª mejor que en ning¨²n sitio, desde principios de marzo, pantallas de varias formas y tama?os han sido mi ventana a la naturaleza.
Tambi¨¦n lo han sido a otra forma de hacer las cosas y en esto no he estado sola. Gracias a Internet hemos compartido y reaprendido saberes que ya no encajaban con nuestro estilo de vida: hacer una hogaza de pan, cortar y coser patrones sencillos, reparar todo tipo de objetos, cocinar despacio, plantar esquejes. Hacer, arreglar, cuidar, reutilizar.
Una amiga que vive al norte del mundo me dice que ella ha vivido este quedarnos en casa como una especie de dugnad. En Noruega se llama dugnad al trabajo que realizan los vecinos de manera voluntaria para el bien com¨²n. En mi tierra se dice hacendera. De repente las ciudades aprenden de la cultura de los cuidados que tan presente ha estado siempre en los pueblos.

Quienes vivimos en zonas urbanas hemos podido disfrutar de los cielos limpios y del silencio que solo existe cuando descansan los coches. Hemos escuchado el canto de unos p¨¢jaros que antes tambi¨¦n cantaban, aunque no los oy¨¦ramos, como el ¨¢rbol que cae en el bosque y que tambi¨¦n hace ruido cuando no hay nadie cerca.
En esta vuelta al silencio y a una vida m¨¢s pausada, mi mente confunde el ruido de una cazuela solitaria con el cencerro de una vaca. Van pasando los meses y llega el calor y, con ¨¦l, la fruta de hueso.
Como Manuel Rivas, sue?o con la primera cereza del verano. Pongo el perejil, esa generosidad de los fruteros, en un vaso con agua. Lavo la fruta como si estuviera hecha de carne. Me lavo las manos y veo un concierto de otros tiempos, muy cercanos, pero que ahora parecen de otra vida. Tres chicas cantan m¨²sica tradicional de los Apalaches que han compuesto ellas mismas. Es la magia del folclore. En los comentarios del v¨ªdeo, alguien dice que le han entrado ganas de aprender a hacer su propio champ¨². Busco recetas de champ¨² casero. Tengo todos los ingredientes en casa y yo sin saberlo.
Nadie puede predecir qu¨¦ pasar¨¢ en el futuro, pero nos va a tocar repensar lo que llamamos progreso, acercarnos a lo que somos y volver la mirada a lo que fuimos. Volver la mirada a la tierra y al campo y escuchar a quienes saben. Dejar de ser turistas y consumidores de lo ajeno. Pensar de d¨®nde viene la fruta que madura en ese ¨¢rbol que estaba all¨ª aunque no pudi¨¦ramos verlo.
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