Creci¨® en la corte del Zar y cre¨® un imperio vendiendo bordados a Chanel: la apasionante historia de Mar¨ªa P¨¢vlovna
Tras casarse con un pr¨ªncipe se exili¨® en Par¨ªs. All¨ª cre¨® una manufactura que sedujo a los grandes dise?adores. Un libro explora ahora su legado
La gran duquesa Mar¨ªa P¨¢vlovna (San Petersburgo, 1890-Mainau, 1958) estaba acostumbrada a lucir conjuntos de diamantes y zafiros de Cartier y vestir trajes a medida, pero no sab¨ªa lo que costaba una naranja. ¡°Jam¨¢s tuvo que llevar dinero encima, lo cotidiano no era normal para ella¡±, explica Nadia Albertini (Ciudad de M¨¦xico, 38 a?os), experta en la historia del bordado que ha estudiado a fondo la vida de la arist¨®crata rusa para publicar, junto a Sophie Kurkdjian, Kitmir: Les broderies russes de Mademoiselle Chanel (Gourcuff Gradenigo), un libro que repasa la trayectoria de una mujer que pas¨® de los lujos de la corte de su primo, el zar Nicol¨¢s II, a ir a un curso con obreras para despu¨¦s montar su propia casa de bordados, Kitmir.
Esa compa?¨ªa, cuyo nombre fue tomado de un perro de la mitolog¨ªa persa, fue uno de los muchos negocios de rusos en el exilio que surgieron durante los a?os veinte en la capital francesa. Kitmir, fundada en 1921, pas¨® de tener un ¨¦xito fulgurante a cerrar en 1928, en v¨ªsperas de la Gran Depresi¨®n. En ese momento P¨¢vlovna vendi¨® su archivo a Hurel, maison de tejidos nacida en 1873 y a¨²n en activo, considerada Patrimonio Vivo franc¨¦s. Albertini ¡ªmaestra bordadora que ha trabajado con Chlo¨¦, Chanel, The Row o Sies Marjan y en 2021 public¨® otro libro dedicado a un bordador que hizo historia, Ren¨¦ B¨¦gu¨¦¡ª se ha sumergido en esos archivos para entender mejor la influencia que el taller de la gran duquesa tuvo en su tiempo. ¡°He querido averiguar c¨®mo se cre¨® su gusto, de d¨®nde ven¨ªan sus ideas, qu¨¦ parte de su historia personal inspir¨® sus bordados¡±, explica.
El hilo de la vida de P¨¢vlovna traslad¨® a Albertini a los palacios dorados en los que creci¨®, entre iconos y tejidos de jaquard que se fijaron en su retina; a la corte sueca (su primer marido fue el pr¨ªncipe Guillermo de Suecia, de quien se divorci¨® en 1914) y a la escuela de arte de Estocolmo, ¡°donde aprendi¨® dibujo y dise?o y se vio influida por el art noveau¡±; a su viaje a la coronaci¨®n del rey de Siam (hoy Tailandia) en 1911, que le descubri¨® jardines y estampados que luego incorporar¨ªa a sus creaciones; a su exilio tras la Revoluci¨®n Rusa, que la llev¨® a Odesa, a la corte de Mar¨ªa de Ruman¨ªa y, finalmente, a Par¨ªs. ¡°Sus bordados son dif¨ªcilmente identificables, porque trabaj¨® muchos motivos diferentes¡±, explica Albertini, ¡°no hay un estilo Kitmir, su principal caracter¨ªstica es la apertura a otras culturas¡±.
Aunque si algo marc¨® su trayectoria fue su colaboraci¨®n con Gabrielle Chanel. En 1921 la bordadora de la maison, madame Bataille, quiso subir sus tarifas y la gran duquesa aprovech¨® esa oportunidad y se ofreci¨® a sustituirla. Sin experiencia, pero con arrojo, P¨¢vlovna pas¨® de clienta a suministradora. ¡°Ten¨ªa toda la motivaci¨®n para salir adelante, instinto de supervivencia. Nada le daba miedo, pero a veces eso la llevaba a ser un poco inconsciente¡±, sostiene Albertini.
En Par¨ªs vendi¨® las joyas que hab¨ªan viajado con ella al huir de Rusia para pagar el alquiler y comer. Hab¨ªa aprendido a bordar en palacio, como todas las mujeres de la alta sociedad rusa, y decidi¨® monetizar esa afici¨®n. Tuvo visi¨®n y se fue a comprar una m¨¢quina Corneley, que hab¨ªa revolucionado el sector del bordado. Se apunt¨® a un curso para aprender a utilizarla, al que acud¨ªa camuflada, como una obrera m¨¢s, ocultando su nombre y su origen. A Chanel ¡ªque tuvo una aventura con su hermano, Dmitri P¨¢vlovich¡ª le encantaron sus dise?os, y comenz¨® una colaboraci¨®n que brill¨® en el denominado periodo ruso de la maison francesa.
En la vor¨¢gine de los a?os veinte su negocio floreci¨®. En 1923 el taller de Kitmir lleg¨® a sumar 50 empleados. La empresa hab¨ªa nacido para dar trabajo a otros rusos migrados ¡ª¡±La cre¨® por conciencia social y tambi¨¦n por culpa; su familia no hab¨ªa sabido evitar el drama y para ella era casi un deber¡±, apunta Albertini¡ª, pero la creciente demanda de sus bordados (en 1926 lleg¨® a ser proveedora de 200 firmas) acab¨® por ser demasiado para una emprendedora inexperta. ¡°Sali¨® adelante sola, con casi 30 a?os¡±, asegura Albertini, ¡°para ella fue dif¨ªcil darse a respetar al no ser del gremio y siendo una mujer, que, adem¨¢s, ven¨ªa de otro mundo¡±. Tuvo que adaptarse a un universo nuevo, en el que su trabajo quedaba en la sombra y daba brillo a los grandes nombres que lo utilizaban en sus prendas. ¡°Sigue pasando hoy, muchos colaboradores de las grandes firmas quedan detr¨¢s, no se habla de ellos porque son obreros, es un trabajo manual que no es tan chic¡±, a?ade la autora.
P¨¢vlovna ten¨ªa el arranque, aunque esa chispa no le sirvi¨® de mucho cuando el panorama econ¨®mico mundial comenz¨® a oscurecerse y evidenci¨® sus carencias gestoras. Pero el fracaso no la detuvo. En 1930 dio carpetazo a esa etapa y lo volvi¨® a dejar todo para reinventarse, una vez m¨¢s, en Estados Unidos.
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