En mi Navidad, por Loquillo
?Ante un panorama tan alentador, solo te queda beber la cicuta navide?a¡ y te reencuentras con tu infancia?
Cuando las luces de Navidad toman las calles, un sentimiento contradictorio me sacude como un disparo en la cabeza. Me pregunto qu¨¦ pinto yo, una vez m¨¢s, en medio de todo esto. Dejando a un lado el ritual judeocristianocalvinista que nos toca vivir durante estos d¨ªas de dulce horror, caigo, seguro que no soy el ¨²nico, en el inevitable flashback sobre mi Navidad.
Yo s¨¦ que mi infancia fue maravillosa, que no ten¨ªamos nada. Un ¨¢rbol de pl¨¢stico y el pesebre montado sobre la m¨¢quina de coser de mi madre. Cuando pap¨¢ tra¨ªa algo de contrabando de los muelles donde se dejaba la espalda, nos tocaba el Gordo de Navidad, o eso parec¨ªa. En mi adolescencia me lo tomaba como una buena excusa para dejar la disciplina acad¨¦mica. Cuando la disciplina acad¨¦mica me dej¨® a m¨ª, ya no era consciente de las fechas del a?o porque me dedicaba a vivir, y la Navidad era un tr¨¢mite m¨¢s hacia el final de mi juventud. Soy de una generaci¨®n de adultos tard¨ªos¡ Ya digo, mi infancia fue maravillosa.
El terremoto que sientes al darte cuenta de que la fiesta ha terminado y tienes treintaitantos merece una mirada documental a lo National Geographic. Si te recuperas de ello y te enfrentas por fin al mundo adulto, la Navidad se convierte en la estaci¨®n del a?o ¨Cy digo bien estaci¨®n, porque cada vez dura m¨¢s¨C, que m¨¢s detestas: tus padres est¨¢n mayores o acaban de irse, pasas lista de los amigos muertos, de los guiones nunca escritos, las adicciones privadas, los amores prohibidos, los ideales abandonados, el mundo que conocimos, de la Europa que ganamos y hasta de la Espa?a que perdimos y haces una semblanza pat¨¦tica de un tiempo que parece que se te escap¨® de las manos. De lo que has vivido y empiezas a pensar que no vivir¨¢s. A partir de los cuarenta, las hostias vienen todas seguidas, las respuestas a las preguntas existenciales no existen y te asustas al pensar que ya no es lo que viene, sino lo que te queda.
Ante un panorama tan alentador solo te queda beber la cicuta navide?a. En un extra?o giro del destino te ves jugando con un ni?o como el que t¨² fuiste en el sal¨®n de casa intentando montar un jodido barco de Peter Pan ante la mirada de tu hijo, que piensa que eres un tonto a las tres. Y te reencuentras con tu infancia, las im¨¢genes de tu padre sonriendo, de tu madre diciendo que te acabes la sopa, que si no te la acabas no vindran els Reis¡ la carrera de las uvas, la tele en blanco y negro, las luces de ciudad, la cabalgata de Reyes¡ ?Pero qui¨¦n es ese Santa Claus? Y piensas entonces que la vida no es m¨¢s que eso, reciclarse o morir. Y ya no eres el hijo, ahora eres el padre.
As¨ª que con vuestro permiso le doy la vuelta al disco de Bing Crosby y Frank Sinatra para recibir a mi familia de hoy, beberemos vino y comeremos brontosaurio y, cuando mi hijo adolescente se vaya a explorar las calles (porque eso tambi¨¦n llega), me sentar¨¦ en el sof¨¢ con una copa de cava y ver¨¦ mi pel¨ªcula favorita, protagonizada por mi madre Donna Reed y mi padre James Stewart. Declaraci¨®n de principios y valores humanos de ayer y hoy que es la grandiosa Qu¨¦ bello es vivir y cu¨¢nto nos conviene revisitarla hoy m¨¢s que nunca, como lecci¨®n de ciudadan¨ªa. En estos tiempos de delirante Navidad, a veces el pasado se solapa con el presente y te hace reaccionar. Para m¨ª, cada vez que la veo es un chute de coraje del que salgo nuevo.
Cada cual tiene sus rituales navide?os: sopa de galets, mazap¨¢n, cotillones religiosos, furor por el consumo de papel de regalo. Mi Navidad tiene nombre y apellido: el cine son los Reyes Magos; y Pap¨¢ Noel, Frank Capra.
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