Muppies, mippies y tontis, por Javier Calvo
En realidad, el carrusel de las subculturas se detuvo al morir el siglo pasado
De todos los g¨¦neros odiosos que pueblan la prensa de tendencias actual, probablemente los m¨¢s odiosos sean esos art¨ªculos cansinos que se empe?an en ilustrarnos sobre la emergencia continua de nuevas ?subculturas urbanas?.
Para colmo de males, son textos que existen atrapados en una paradoja temporal irresoluble. En primer lugar, es obvio que quienes inventan las tendencias urbanas no se sienten representados por algo tan vulgar como la divulgaci¨®n period¨ªstica. Para cuando esas tendencias llegan a difundirse, es precisamente porque ya han dejado de ser innovadoras. De hecho, todo el mundo sabe que los hipsters ni siquiera se identifican como hipsters, lo cual constituye uno de los contrasentidos m¨¢s sangrantes de nuestra ¨¦poca. El resultado de todo esto es que b¨¢sicamente a nadie le importan un pito las nuevas subculturas. De hecho, los art¨ªculos en cuesti¨®n son objeto de mofa rutinaria en todas las redes sociales. Eso no impide que los periodistas nos sigan bombardeando con siglas idiotas, horribles contracciones inglesas, muppies, twees, emos, scenesters, swaggers, lumbersexuales y otras docenas de especies ef¨ªmeras que el 99,9% de la poblaci¨®n no ha visto ni ver¨¢ jam¨¢s.
Pero m¨¢s all¨¢ de la necesidad continua de llenar todas las p¨¢ginas de las publicaciones, ?existen realmente nuevas subculturas? ?O tenemos raz¨®n los que consideramos que tal vez nos est¨¢n tomando un poco el pelo? La respuesta hay que matizarla: no son subculturas en el sentido tradicional del t¨¦rmino, eso est¨¢ claro. Digamos que en los ¨²ltimos 50 a?os del siglo XX las cosas estaban m¨¢s o menos claras. Los beatniks se opon¨ªan a la gente convencional; los rockers se opon¨ªan a la gente de generaciones anteriores que odiaba el rock; los mods se opon¨ªan a la gente mal vestida; los hippies se opon¨ªan a la guerra de Vietnam; los punks se opon¨ªan a todo el mundo. En los a?os 80, ten¨ªamos a nuestras beligerantes y mal avenidas tribus urbanas: heavies, siniestros, skins¡ Todos nos defin¨ªamos por oposici¨®n a los odiados pijos.
Se podr¨ªa decir que la cosa se empez¨® a torcer en los 90 con el grunge, el indie y el emo, pero aun as¨ª se trataba de ?movimientos? que buscaban diferenciarse de la masa y de la cultura comercial. Hab¨ªa cierta investigaci¨®n cultural. Y en cualquier caso, hasta entonces los j¨®venes ?raros? encontraban veh¨ªculos para diferenciarse de la masa y mostrar un poco de insolencia hacia el sistema.
El problema, claro, lleg¨® con el nuevo milenio y la supremac¨ªa del hipster, ese colono neopijo con pinta de memo que estropea los centros urbanos, multiplica los alquileres por 10, consolida la globalizaci¨®n y encima se siente superior porque el resto del mundo es demasiado mainstream (traducci¨®n: pica como un inepto en todas y cada una de las modas que le venden). El fetichismo de la ?autenticidad?; la adulteraci¨®n de cualquier capacidad subversiva de las subculturas, la m¨²sica o las artes; su espantosa capacidad homogeneizadora; su alarmante ausencia de una filosof¨ªa propia y su naturaleza descaradamente burguesa¡ Todo ello apunta a que en realidad el carrusel de las subculturas se detuvo al morir el siglo pasado; lo que hay ahora es otra cosa.
El tiempo dir¨¢ si los hipsters con sus barbas estrafalarias, sus gafotas y sus bicicletas fueron realmente algo parecido a una subcultura de la d¨¦cada de 2010. Yo, por mi parte, empiezo a sospechar que representan la rendici¨®n del mismo concepto de subcultura. Sus mutaciones son tan banales que es normal que haya varias por temporada, o por semana. Est¨¢n obviamente dise?ados en un laboratorio.
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