Pido perd¨®n de antemano, por Javier Calvo
¡°La correcci¨®n pol¨ªtica es enemiga rabiosa del humor¡±.
Hace exactamente cinco a?os una tal Mary Bale, empleada bancaria de Coventry, Inglaterra, se encontr¨® un gato por la calle y lo tir¨® a un contenedor de basura. Dios sabe por qu¨¦ lo hizo, pero la casualidad quiso que una c¨¢mara de vigilancia la grabara justo en ese momento. La grabaci¨®n lleg¨® a manos de los due?os del animal (Lola), que la difundieron e iniciaron una campa?a nacional contra la agresora de su mascota. El caso fue sonad¨ªsimo: las redes sociales expandieron el percance al mundo entero. La se?ora Bale fue objeto de un linchamiento global: la llamaron malvada, zorra y psic¨®pata en todas las tertulias de la tele. Pidieron su muerte p¨²blicamente no solamente miles de usuarios an¨®nimos de Internet sino tambi¨¦n organizaciones animalistas. De nada le sirvi¨® disculparse. El furor progatuno estuvo a punto de acabar literalmente con ella.
El caso parece banal hoy en d¨ªa, pero es porque desde entonces nos hemos acostumbrado a los linchamientos p¨²blicos en las redes sociales y a la cultura de la ofensa que impera en Internet. El esquema siempre es el mismo: alguien hace o dice algo que ofende a otra persona y de forma casi instant¨¢nea se desencadena el tsunami de esc¨¢ndalo moral, insultos y exigencias de reparaci¨®n y de dimisiones. La gravedad relativa de la ofensa suele ser secundaria: por una pura cuesti¨®n de probabilidades, casi todo lo que uno hace o dice tiene potencial para ofender a alguien.
La sociolog¨ªa identifica varios factores que facilitan estas reacciones: el hecho de que todo lo que se dice hoy en d¨ªa queda registrado, o la facilidad para encontrar gente con la que compartir los agravios en Internet, o lo que se denomina acertadamente el colapso del contexto en cosas como los mensajes de Twitter. Pero estos son meros factores facilitadores, y no su ra¨ªz. La cultura de la ofensa de Internet, como tantas otras cosas, viene de Am¨¦rica. Concretamente fueron las llamadas minor¨ªas, principalmente las comunidades feminista y afroamericana, quienes a partir de los ochenta instauraron la idea de que todo comentario que percib¨ªan como ofensivo o contrario a sus derechos exig¨ªa una reparaci¨®n p¨²blica.
Puede parecer injusto achacar estos fen¨®menos a grupos tradicionalmente desprotegidos. Obviamente, la derecha religiosa tambi¨¦n tiene la piel muy fina en relaci¨®n a todo lo que atente contra su moral (los gays, por ejemplo, o las caricaturas de Mahoma). Pero la vanguardia de la cultura de la ofensa es claramente izquierdista.
Antes de Internet, cuando un personaje p¨²blico hac¨ªa un comentario de mal gusto, o bien no se le daba tanta importancia o bien la cosa no sol¨ªa llegar a los peri¨®dicos. Hoy en d¨ªa el escrutinio de las declaraciones p¨²blicas, especialmente en materia de machismo, racismo u homofobia, es tal que, salvo en casos de descuido, borrachera o micr¨®fonos inadvertidos, se est¨¢ extendiendo una autocensura f¨¦rrea.
La correcci¨®n pol¨ªtica (que, admit¨¢moslo, nunca hab¨ªa sido el fuerte de los espa?oles) ha cambiado radicalmente nuestra forma de comunicarnos. Si Sean Penn hace un chiste sobre mexicanos en la ceremonia de los Oscar, por ejemplo, nadie se plantea que pueda ser un simple chiste bienintencionado. La correcci¨®n pol¨ªtica es enemiga rabiosa del humor, y es justamente porque el humor, igual que la pornograf¨ªa, es un afloramiento de lo que nuestra sociedad reprime.
La cultura de la ofensa ha generado inevitablemente una cultura de la disculpa insincera. Es una visi¨®n casi m¨¢gica de las palabras la que sanciona lo que se dice en voz alta y dictamina el silencio. Es ciertamente puritana, y algunos dir¨ªan que farisaica. En cualquier caso, ha llegado para quedarse.
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