Una mesa de verano
En las mesas de verano se celebra la vida sencilla y en ellas toma forma la desnudez de una vida templada
Si lo mejor de la vida suele ocurrir a menudo en torno a una mesa, las mesas en verano re¨²nen muchos de los ingredientes que el g¨¦nero humano ha identificado como potencialmente destinados a aportarnos felicidad. La mesa de verano tiene que estar situada al aire libre, porque uno de sus privilegios es el de que quien la ocupa pueda mantener un contacto visual continuo y deseado con el entorno natural en el que se encuentra, sin necesidad de refugiarse de las inclemencias del tiempo que arrecian en el crudo invierno. Nadie quiere desayunar en una mesa al aire libre en invierno, pero en verano, desayunar en el jard¨ªn es probablemente lo m¨¢s semejante a levitar dentro del rango de sensaciones que los seres humanos estamos autorizados a experimentar. La mente reconecta cuando es capaz de descansar la mirada sin que exista a su alrededor una limitaci¨®n de cuatro paredes, y eso es parte de la experiencia de la mesa de verano. Por eso, los que vivimos en la ciudad, poblamos las terrazas hasta que tenemos la oportunidad (y entonces salimos disparados) de cambiar el asfalto por alternativas naturales: las terrazas son en la ciudad el triste suced¨¢neo de las deseadas mesas de verano.
Nunca pienso en la mesa (hablo aqu¨ª de la mesa universal, no solo la de verano) como mueble. Hablar de ?mesa? en t¨¦rminos de mera utilidad me parece renunciar a todas las connotaciones sociales, culturales, hist¨®ricas y emocionales que tiene ese tablero con cuatro patas al que nos referimos como tal. Sin embargo, es importante darle el valor que tiene tambi¨¦n como pieza de mobiliario. No solo por cuestiones est¨¦ticas o vinculadas a su aspecto, sino porque sobre ella van a pasar muchas cosas: largas conversaciones, demostraciones culinarias (algunas fallidas, otras con potencial de ser heredadas de generaci¨®n en generaci¨®n), reuniones familiares donde las noticias (las buenas y las malas) van a compartirse. Algunas de las conversaciones que se suceden en torno a una mesa cambiar¨¢n tu vida para siempre.
Lo bueno de las mesas de verano es que dif¨ªcilmente dan pie a experiencias negativas. No hay mucha ocasi¨®n para fracasos de g¨¦nero gastron¨®mico (la ligereza de los platos de verano lo imposibilita) ni para convites silenciosos provocados por preocupaciones rutinarias (el invierno y su capacidad de tenernos preocupados).
Las mesas de verano son bullicio, son tardes de lectura sin nada m¨¢s que hacer, son un plato de olivas verdes y una tabla de quesos que se deshacen por el calor, son botellas descorchadas que invitan a sumergirse en conversaciones largas ¨Clargu¨ªsimas¨C hasta que la temperatura empieza a bajar y alguien sugiere que es hora de ir a dormir porque ma?ana ser¨¢ otro d¨ªa y hay que estar descansado para los planes matutinos, aunque todos ellos son deliciosamente sencillos e intrascendentes: ir al mercado, a la playa, dar un paseo en bici temprano, ir a comprar revistas al quiosco del pueblo cercano para ponerse al d¨ªa de las nimiedades de la vida en sociedad.
Por ¨²ltimo, lo que m¨¢s me gusta de las mesas de verano es que en ellas las exigencias humanas se relajan. En las mesas de verano se celebra la vida sencilla y en ellas toma forma la desnudez de una vida templada, sin grandes expectativas m¨¢s all¨¢ que poner fin a esa lectura inacabada o preparase una tostada con la mermelada que alg¨²n vecino ha preparado y que generosamente y con orgullo ha querido compartir, o reflexionar acerca de lo poco que aportan las moscas al planeta, mientras estas disfrutan, entre manotazo y manotazo, del n¨¦ctar que rodea a ese hueso de fruta que alguien ha merendado y dejado sobre la mesa. La mesa de verano es la felicidad de una cafetera italiana siempre llena, de un frutero copado de variedades rosadas que no volver¨¢n a estar disponibles hasta el pr¨®ximo est¨ªo, de reposter¨ªa fresca hecha en casa, porque s¨ª: el verano es ese momento en el que tambi¨¦n hay tiempo para sorprenderse a uno mismo con habilidades culinarias nunca antes percibidas, que se consagran al ser compartidas en torno a esa mesa, en la que volcamos nuestros anhelos m¨¢s ¨ªntimos: qui¨¦nes somos, qui¨¦nes queremos llegar a ser, c¨®mo nos tomamos la vida. Cuando se esfuman el ruido y lo mundano, la vida toma forma de mesa de verano.
Clara Diez es activista del queso artesano.
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