Los ¨²ltimos n¨®madas de Asia
Atra¨ªdos por el se?uelo de prosperidad sobre el asfalto, el n¨²mero de mongoles trashumantes cae en picado a la vez que crecen los problemas sociales entre quienes echan ra¨ªces. Sin embargo, la tecnolog¨ªa permite a otros disfrutar de lo mejor de ambas formas de vida
Hay algo que no concuerda. Todo en el paisaje parece en orden: la infinita alfombra verde, las motas blancas que la pastan, el cielo azul intenso que los cobija a todos y la yurta (tienda de campa?a) ocre, llamada ger, que confirma la presencia humana en este inh¨®spito lugar. Es el sonido lo que est¨¢ fuera de lugar. Ni los balidos ni el ocasional relincho desentonan, pero s¨ª el rugido de King Kong y los gritos de Naomi Watts. Al caer la noche y extenderse un fastuoso manto de estrellas, el estruendo de todo un estadio de f¨²tbol y los comentarios en ingl¨¦s de un partido del Mundial de f¨²tbol resultan todav¨ªa m¨¢s sorprendentes en medio de la estepa de Mongolia, escenario en el que act¨²an los ¨²ltimos n¨®madas.
El n¨²mero de?pastores ha pasado de medio mill¨®n a 300.000 en 10 a?os
Mongolia es tres veces mayor que Francia y tiene tantos habitantes como Madrid
La raz¨®n de este anacronismo hay que buscarla en la parte trasera del ger tradicional mongol que habitan Bat Choijames, su mujer, Oyunbileg, y tres de sus cinco hijos. Ah¨ª se encuentran la placa solar que permite el funcionamiento del aparato de DVD que da vida al monstruo favorito de la m¨¢s peque?a de la familia y el plato de recepci¨®n de televisi¨®n v¨ªa sat¨¦lite.
A las once de la noche, cuando el sol decide despedirse, la oscuridad no se adue?a del hogar de los Choijames. Y no por la c¨¢lida luz de las velas, sino por la fluorescencia fr¨ªa de las bombillas de bajo consumo. Aunque el term¨®metro coquetea con el cero, la familia no tiene por qu¨¦ tiritar a la hora de ducharse. Salvo en los duros meses de invierno y primavera, el colector solar retiene calor suficiente para que todos puedan borrar el olor caracter¨ªstico despu¨¦s de un d¨ªa de trabajo en el campo.
La familia Choijames es n¨®mada gracias a la tecnolog¨ªa. Sus integrantes pertenecen al mill¨®n de mongoles que todav¨ªa viven sin echar ra¨ªces, yendo de aqu¨ª all¨¢ al dictado de la naturaleza.
Oyunbileg es una mujer de 46 a?os y rostro curtido. "Siempre agradecer¨¦ a mis padres que me enviaran a estudiar a Ulan Bator [la capital]. Ellos tuvieron que hacer grandes sacrificios para que yo me graduara", recuerda. Fue un hito familiar al que sigui¨® la emigraci¨®n, algo habitual en un pa¨ªs que tiene el doble de su poblaci¨®n fuera de sus fronteras. Oyunbileg acab¨® sobre el asfalto de Roma y trabaj¨® en otras junglas de cristal como Londres o Manchester. Hasta que dijo basta. "El estr¨¦s, la contaminaci¨®n y la falta de contacto con la naturaleza me provocaron una profunda depresi¨®n". La misma que se apodera de los mongoles que dejan de trotar para hundirse en un pesimismo et¨ªlico que poco tiene que ver con la gloria b¨¦lica de la que todav¨ªa hacen gala los herederos de Gengis Khan. "Los casos de alcoholismo y de violencia de g¨¦nero se han multiplicado por cinco desde la ca¨ªda de la URSS", analiza Chuulun Narambar, profesor de sociolog¨ªa de la Universidad Nacional de Mongolia.
"La falta de oportunidades en el ¨¢mbito rural sumada a la promesa de riqueza en la miner¨ªa, que deja grandes beneficios para unos pocos, han destrozado en menos de una d¨¦cada los milenarios valores de nuestra sociedad. Y no nos hemos adaptado". Las palabras de Narambar adquieren sentido en los suburbios de Ulan Bator, sin duda los de urbanismo m¨¢s peculiar de ninguna capital. Peque?os edificios de madera se alternan con yurtas, los hogares desmontables de los n¨®madas, separadas por un elemento inexistente hasta hace poco: el cercado. Actualmente, el 57% de los mongoles reside ya en ciudades.
Cuando Oyunbileg aterriz¨® en Ulan Bator, la desesperanza se acentu¨®. "Vi a todos esos n¨®madas borrachos que hab¨ªan vendido su ganado para conseguir un trozo de tierra en la ciudad y proporcionar a sus hijos la ilusi¨®n de una oportunidad que jam¨¢s iba a materializarse".
Por eso, cuando form¨® una familia, tuvo muy claro que el asfalto no era para ella. "Mi marido, Bat, accedi¨® a volver a la estepa, pero siempre fui consciente de que no pod¨ªa suponer una regresi¨®n en el tiempo y que ten¨ªa que proporcionar a nuestros hijos una vida que hiciese posible el nomadismo en el siglo XXI". Por ello, esta mujer no ha tenido inconveniente en dejar que dos de sus descendientes estudien en la capital.
Los avances tecnol¨®gicos y su precio cada d¨ªa m¨¢s asequible lo hacen posible. La propia Oyunbileg reconoce que seguir¨ªa en la ciudad si no fuera por los nuevos aparatos que han entrado en su ger. "El mundo exterior no es mejor que el nuestro. Hemos sabido adoptar los elementos positivos del desarrollo y combinarlos con esta forma de vida", dice.
Uno de sus hijos, Byambsuren, tiene ya 17 a?os y est¨¢ convencido de que su futuro est¨¢ junto a las 200 cabezas de ganado de la familia. "Eso no quiere decir que no tenga una motocicleta para ir a la ciudad y disfrutar de tomar unas copas con los amigos". El aislamiento de la estepa choca con la inherente necesidad de socializar. "Lo peor es encontrar una chica", asegura, antes de admitir que le gustar¨ªa conectarse a Internet para poder chatear con posibles candidatas. Oyunbileg afirma que ese ser¨¢ el pr¨®ximo paso. "De momento, el ordenador y la conexi¨®n 3G son muy caros, pero todo llegar¨¢. Por ahora, ya tenemos m¨®vil, y los chavales pueden ver ah¨ª el correo".
La familia Choijames no est¨¢ sola en su empe?o por mantener viva la tradici¨®n mongola. La introducci¨®n de placas solares ha supuesto una revoluci¨®n sin precedentes. "Ha supuesto descubrir la electricidad", reconoce Naranbaatar Handjav, un hombre de 45 a?os que capitanea una familia de m¨¢s de veinte miembros que se reparten en tres ger situados a 60 kil¨®metros del que habitan los Choijames y a unos 250 kil¨®metros de Ulan Bator. Cada vivienda port¨¢til cuenta con una peque?a placa. El silicio ha sustituido a las velas.
Seg¨²n un informe de la Universidad Nacional de Mongolia, alrededor de 30.000 familias n¨®madas poseen electricidad y, de ellas, 20.000 cuentan con televisor y motocicleta. Pero tambi¨¦n ha aumentado el n¨²mero de familias que disponen de 100 cabezas de ganado o menos, considerado el umbral de pobreza, hasta sumar el 60% del total. El n¨²mero de pastores ha descendido en la ¨²ltima d¨¦cada de medio mill¨®n a 300.000, mientras que el de animales se mantiene estable en unos treinta millones.
Con tres veces la superficie de Francia y una poblaci¨®n inferior a la de Madrid, Mongolia es uno de esos pa¨ªses en los que cuesta encontrar vida. Se puede describir como una gigantesca nada que se presenta en tres colores: el verde de la estepa, los ocres del desierto del Gobi y el blanco que se apodera de todo el pa¨ªs en el largo y duro invierno, cuando la tierra se congela a temperaturas que coquetean con el 30 bajo cero.
Sin embargo, a pesar de lo inh¨®spito del territorio, no faltan quienes son incapaces de abandonarlo. Su existencia es tambi¨¦n esencial para la supervivencia de las ciudades mongolas, a las que proveen de alimentos. "Ulan Bator es una ciudad casi impermeable. China queda lejos y Rusia no tiene mucho que ofrecer. Sin los n¨®madas, nuestra dependencia alimentaria ser¨ªa muy superior y la inflaci¨®n resultar¨ªa agobiante", explica el profesor Narambar. ?Pero es posible combinar nomadismo y globalizaci¨®n?
A varios cientos de kil¨®metros hacia el sur, sobre la pedregosa superficie del desierto del Gobi, un ger profusamente decorado llama la atenci¨®n y pretende dar respuesta a esta pregunta. Es m¨¢s grande de lo habitual y de ¨¦l mana el griter¨ªo inconfundible de ni?os. Se trata del centro de preescolar que Unicef promueve entre los n¨®madas m¨¢s pobres para que sus reto?os no pierdan el tren de la educaci¨®n reglada y tengan oportunidades similares a las de la familia de Oyunbileg.
Una vez m¨¢s, las placas solares se convierten en un elemento b¨¢sico para acceder al mundo globalizado del siglo XXI. "Nos permiten incluso tener un ordenador, que utilizamos para introducir a los chavales en el entorno de la inform¨¢tica, que cada vez tiene mayor importancia y que les servir¨¢ para descubrir el mundo", explica Tsendayush Gordalej, profesora de esta guarder¨ªa tan n¨®mada como los peque?os, de entre 4 y 8 a?os, que pasan un mes cada verano aprendiendo a leer y escribir, los rudimentos de las matem¨¢ticas y, por qu¨¦ no, tambi¨¦n los conocimientos b¨¢sicos de la vida n¨®mada.
No es de extra?ar, por tanto, que las paredes del ger est¨¦n literalmente tomadas por pinturas de los diferentes animales que permiten la subsistencia de la vida n¨®mada y escenas cotidianas dibujadas por los alumnos en las que, curiosamente, no aparecen animales de cuatro patas como medio de transporte, sino camiones y motocicletas. "La mayor¨ªa de las familias de los alumnos sigue utilizando el camello como medio de transporte, pero ven cada vez m¨¢s veh¨ªculos motorizados, y los dibujan como muestra del anhelo por tener uno", cuenta la profesora. "Son el s¨ªmbolo de la libertad individual, un concepto desconocido hasta no hace mucho por los n¨®madas", pero que ahora demandan j¨®venes como Byambsuren.
"La movilidad ser¨¢ esencial en el futuro para la supervivencia del nomadismo. Parece una redundancia porque son dos t¨¦rminos que est¨¢n ligados y son inseparables, pero hay que verlos desde una perspectiva diferente. Los veh¨ªculos de motor facilitan una movilidad individual, no en grupo como es costumbre, y eso permite, por ejemplo, que las parejas puedan quedar r¨¢pidamente y con la privacidad que demandan. Adem¨¢s, tambi¨¦n permite acceder al ¨¢mbito urbano como sucede en Occidente, cuando la gente se desplaza a diario a trabajar a la ciudad y regresa a pueblos dormitorio", explica Gordalej. "Muchos pueblos ven la tecnolog¨ªa como una amenaza para la supervivencia de sus tradiciones, pero creo que puede ser exactamente lo contrario. Esta escuela y las familias n¨®madas que la adoptan son un buen ejemplo de ello".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.