Entre Dem¨®crito de Abdera y Peter Higgs
Les confieso que siempre me ha inquietado un poco la rotundidad con la que Dem¨®crito de Abdera dej¨® escrito aquello de que ¡°los principios de todo son los ¨¢tomos y el vac¨ªo; lo dem¨¢s son meras opiniones¡±. A pesar de las precisiones, contextualizaciones y cautelas con las que interpretemos esa frase, y a pesar de que es una obviedad que en la ¨¦poca de aquel longevo y risue?o fil¨®sofo (460-370 a. C.) no era ni remotamente posible concebir los tama?os de las part¨ªculas subat¨®micas tal como hoy las conocemos, la analog¨ªa con hip¨®tesis como la de Higgs resulta casi irresistible.
Tampoco es f¨¢cil, por citar otro ejemplo, dejar de asociar aquello de san Agust¨ªn de que non in tempore sed cum tempore incepit creatio (¡°no en el tiempo, sino con el tiempo comenz¨® la creaci¨®n¡±) con la teor¨ªa del big bang que, por cierto, Garc¨ªa M¨¢rquez propon¨ªa traducir al espa?ol como ¡°el gran pum¡±.
Las diferencias entre estas frases antiguas y sus m¨¢s o menos equivalentes formulaciones modernas no son tanto conceptuales, cuanto emp¨ªricas o de verificabilidad: a un fil¨®sofo antiguo le bastaba con postular una hip¨®tesis intr¨ªnsecamente coherente o veros¨ªmil, y no sent¨ªa la necesidad de demostrarla experimentalmente; hoy en d¨ªa, como estamos tan resabiados y somos bastante m¨¢s incr¨¦dulos, dedicamos miles de millones de euros a construir complicad¨ªsimos artefactos que nos permitan demostrar emp¨ªricamente la validez de una hip¨®tesis como, sin ir m¨¢s lejos, la del bos¨®n de Higgs.
Ahora bien, el objetivo ¨²ltimo que subyace en ambos empe?os, es decir, el de los viejos fil¨®sofos y el de los nuevos cient¨ªficos, es aparentemente el mismo y nadie mejor que un poeta, como Virgilio, para formularlo: Felix qui potuit rerum cognoscere causas (¡°feliz quien pudo conocer las causas de las cosas¡±).
En efecto, la expectaci¨®n que produjo hace unos d¨ªas la presentaci¨®n en el CERN para informar de c¨®mo iban las cosas en el LHC (ver El Pa¨ªs del mi¨¦rcoles 14 de diciembre) tiene m¨¢s que ver con el ethos que trasmite el verso de Virgilio, que con la utilidad pr¨¢ctica o la rentabilidad econ¨®mica de la mentada investigaci¨®n en curso: nada de lo que all¨ª se est¨¢ haciendo va a servir para nada a corto plazo, si es que se considera que ¡°no es nada¡± el conocer las causas de las cosas.
Les confieso tambi¨¦n que el hecho de que centenares de periodistas de todo el mundo recurriesen cada uno a su f¨ªsico de cabecera para que les explicase c¨®mo va avanzando la b¨²squeda de una todav¨ªa inencontrada part¨ªcula subat¨®mica en t¨¦rminos asequibles a los legos, no ha dejado de emocionarme y aun de reconciliarme un tanto con nuestros cong¨¦neres que, al menos a este servidor de ustedes, ¨²ltimamente no le est¨¢n dando muchas alegr¨ªas.
Adem¨¢s, el hecho de que el contenido de aquella presentaci¨®n p¨²blica urbi et orbi haya merecido titulares de portada y haya sido publicado con mayor o menor precisi¨®n o rigor en millares de medios de comunicaci¨®n de todo el mundo, parece demostrar que la ciencia interesa no s¨®lo porque cure enfermedades, alumbre nuevas formas de energ¨ªa, contribuya a aumentar la producci¨®n de alimentos, o satisfaga nuestra incomprensible man¨ªa de movernos de aqu¨ª para all¨¢.
Al parecer, adem¨¢s de todo eso, sigue estando viva la capacidad de asombro y curiosidad de esa especie de mam¨ªfero que de manera bastante autocomplaciente hemos llamado Homo sapiens.
Tomen nota, por cierto, los que quieren alojar la sede administrativa responsable de la investigaci¨®n cient¨ªfica espa?ola en un a modo de piso patera ministerial.
Javier L¨®pez Facal es profesor de investigaci¨®n del CSIC.
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