En la c¨²spide del periodismo
Se ha convertido en la primera mujer al frente de 'The New York Times' Tiene 57 a?os, es dura y ans¨ªa demostrar lo que vale Afronta el reto de dirigir el diario m¨¢s influyente en un momento decisivo para el futuro del oficio
Jill Abramson, la primera mujer directora de The New York Times, iba hacia un gimnasio en el centro de Manhattan, una ma?ana de mayo de 2007, cuando un cami¨®n frigor¨ªfico la atropell¨®. Fractura de pelvis y pierna, lesiones internas, transfusiones de sangre, placas de metal, tres semanas en el hospital, meses en una silla de ruedas, luego muletas, luego un bast¨®n. Un a?o despu¨¦s estaba escalando una monta?a en el parque nacional de Yellowstone. Se resbal¨®, cay¨® por la ladera, se rompi¨® la mu?eca y se disloc¨® el hombro. Tuvieron que llevarla en helic¨®ptero al hospital, donde los cirujanos le insertaron una placa de metal m¨¢s.
Jane Mayer, amiga ¨ªntima de Abramson y corresponsal de The New Yorker en Washington, insist¨ªa en una entrevista en que sigue siendo dif¨ªcil encontrar a una mujer que ocupe un cargo importante en cualquier empresa o instituci¨®n a la que no se califique de "dama de hierro". Abramson otorga contenido literal, adem¨¢s de figurado, al t¨¦rmino. Sus colegas la consideran dura, tenaz, adoradora de retos, una mujer que necesita demostrar lo que vale. Despu¨¦s de un accidente que estuvo a punto de matarla e hizo que, durante un tiempo, pensara que nunca m¨¢s iba a volver a andar, tuvo que demostrar que sus huesos reconstruidos eran a¨²n capaces de escalar monta?as; hoy est¨¢ empe?ada en demostrar que una mujer puede asumir y conquistar el puesto m¨¢s importante del peri¨®dico m¨¢s admirado del mundo en una era informativa dominada por Internet en el que el futuro del sector ser¨ªa incierto incluso aunque no hubiera crisis econ¨®mica; en el que la supervivencia del periodismo, tal como lo conocemos, est¨¢ en duda y en el que estar al frente de The New York Times exige m¨¢s horas de trabajo, m¨¢s versatilidad y m¨¢s finura de juicio que en ning¨²n momento. Probablemente, desde que el peri¨®dico se fund¨® hace 160 a?os.
El desaf¨ªo es tan enorme que me pareci¨® natural preguntarle enseguida, durante una entrevista que mantuve con ella en su despacho a dos meses de haber asumido el cargo de directora, si haber sido atropellada por un cami¨®n y luego caer de una monta?a le hab¨ªan empujado en alg¨²n momento a revisar sus prioridades, a pensar en moderar sus ambiciones terrenales, incluso en abandonar los avatares del periodismo diario por completo. La pregunta le pareci¨® absurda. "?Harta del periodismo?", replic¨®, incr¨¦dula. "?Harta de la vida?".
El periodismo es para ella como las ¨®rdenes sagradas para un sacerdote
Su respuesta no ten¨ªa el menor atisbo de iron¨ªa. El periodismo, no deja duda alguna, es mucho m¨¢s que un trabajo para ella; es una vocaci¨®n. Como las ¨®rdenes sagradas para un sacerdote. Pr¨¢cticamente lo reconoci¨® en nuestra entrevista al se?alar que The New York Times hab¨ªa sido para ella, desde que era muy joven, "como una religi¨®n", lo cual inmediatamente reforz¨® la impresi¨®n que uno tiene como periodista europeo: nuestros hom¨®logos estadounidenses, y especialmente los 1.200 que trabajan para The New York Times, son fundamentalmente diferentes de nosotros. En la seriedad con que se toman a ellos mismos, en su sensaci¨®n de pertenecer a una gente elegida. Podr¨¢n ser irreverentes en algunos casos, pero en el fondo se creen que han ascendido a la cima de una profesi¨®n que ellos contemplan con un alt¨ªsimo grado de seriedad ¨¦tica. La indignada espontaneidad de la respuesta de Abramson a mi pregunta, la imagen religiosa que eligi¨® para describir su relaci¨®n con el peri¨®dico, sirvieron para reforzar el solemne estereotipo. Y para confirmar su idoneidad espiritual como defensora de la fe, como titular de un cargo que contiene, a juicio de la mayor parte del mundo del periodismo estadounidense, y de algunos admiradores en otros pa¨ªses, un prestigio y una autoridad papal.
Sin embargo, no existe ninguna pompa ni en su porte ni en el despacho desde el que gobierna. Apartado en un rinc¨®n anodino de la cavernosa, arquitect¨®nicamente vanguardista redacci¨®n de acero y cristal a la que el equipo de The New York Times se traslad¨® en 2007, despu¨¦s de abandonar el rancio edificio que hab¨ªa ocupado el peri¨®dico durante los 100 a?os anteriores, el puesto de mando de Abramson es una celda monacal en comparaci¨®n con los ostentosos aposentos con los que directivos menos importantes de Manhattan recompensan sus triunfos. Una secretaria me llev¨® hasta all¨ª y me qued¨¦ solo unos minutos hojeando un libro que acababa de publicar cuando sigilosamente, sin que apenas me diera cuenta, entr¨®. De 57 a?os, menuda y esbelta (la persona m¨¢s baja de la sala en la que despu¨¦s asistimos a una reuni¨®n para decidir la primera p¨¢gina), con el cabello cuidadosamente planchado en torno a un rostro ovalado, se sent¨® en un sof¨¢ que podr¨ªa haber sido de Ikea sin presentarse ni preguntarme mi nombre ni hacer amago de estrecharme la mano. Lo ¨²nico que dijo fue "hola". No t¨ªmida, sino segura de s¨ª misma, estuvo sentada durante toda la entrevista con las piernas cruzadas como un hombre, el tac¨®n del zapato derecho sobre la rodilla izquierda. Muy de vez en cuando soltaba una risa seca y ligera, pero, por lo dem¨¢s, se mantuvo serena como un monje, o una monja, salvo por el traje elegante y discreto que llevaba y el ancho pa?uelo de seda en unos tonos verdes y violetas propios de la vidriera de una iglesia. Me sent¨¦ en otra silla, en perpendicular a ella, y le pregunt¨¦ sobre su libro, el primero que ha escrito por s¨ª sola (escribi¨® hace tiempo con su amiga Jane Mayer uno sobre el esc¨¢ndalo del juez de Washington Clarence Thomas).
Para alguien cuya carrera period¨ªstica se hab¨ªa centrado en explicar los laberintos de la pol¨ªtica de Washington, este libro parec¨ªa representar cierto desv¨ªo profesional, le suger¨ª. "Efectivamente", fue la segunda palabra que le o¨ª pronunciar. El libro, titulado The puppy diaries: raising a dog named Scout (Diarios de un cachorro: la cr¨ªa de un perro llamado Scout), tiene una fotograf¨ªa de un joven golden retriever en la cubierta. Me resultaba dif¨ªcil imaginar, le dije, a un director var¨®n de The New York Times escribiendo un libro sobre la "complejidad" de las relaciones entre los seres humanos y los perros. "Quiz¨¢", respondi¨®. "Lo escrib¨ª a partir de un blog que redactaba en nuestra p¨¢gina web en mi cargo anterior, el de directora adjunta. Sol¨ªa matar de aburrimiento a los dem¨¢s redactores con cuentos de nuestro cachorro. Alguno me habl¨® sobre la necesidad de ampliar nuestra cobertura del mundo animal, y ah¨ª empez¨® todo. Pero s¨ª, seguramente fue... poco corriente. Porque lo que yo soy es periodista de investigaci¨®n".
Las noticias de primera p¨¢gina no est¨¢n ah¨ª porque soy mujer
Jill Abramson
Y no existe nada m¨¢s serio que ser periodista de investigaci¨®n en The New York Times, una misi¨®n que exige la tenacidad de un detective y el rigor legal de un juez de un alto tribunal. Esa fue la esencia del puesto que ocup¨® en Washington para el Wall Street Journal durante nueve a?os y durante otros seis despu¨¦s de incorporarse a The New York Times en 1997 y, con el tiempo, convertirse en jefa de la oficina del diario en Washington, antes de ascender en 2003 al segundo puesto del peri¨®dico, el de directora adjunta. Escribir un blog y despu¨¦s un libro sobre su cachorro, en medio de todo eso, demostr¨® osad¨ªa. Se atrevi¨® a mostrar, en el mundo hasta entonces r¨ªgido y masculino de The New York Times, una sensibilidad manifiestamente tierna. (En el libro no se reprime de emplear expresiones como "adorar", "locamente enamorada" y "pura felicidad" para describir su relaci¨®n con el perro).
?Ser¨ªa pol¨ªticamente incorrecto, le plante¨¦, preguntarse si, como mujer, aportaba una nueva dimensi¨®n al puesto de director? "No, no es pol¨ªticamente incorrecto", replic¨®. Pero tampoco pensaba que su ¨®ptica de mujer introdujera nada especialmente nuevo en la mezcla editorial. "Quiero llevar a los lectores a la trastienda cuando ocurren grandes acontecimientos y darles una idea de lo que ha sucedido realmente en la sala. Pero no creo que pueda decirse que las noticias de primera p¨¢gina est¨¢n ah¨ª porque soy mujer".
Dicho esto, ser la primera mujer que manda en un peri¨®dico con 160 a?os de vida es algo que le parece tremendamente importante. "Estoy incre¨ªblemente orgullosa de ser la primera mujer nombrada directora de The New York Times, asumo ese trozo de historia cargado de significado, y me ha conmovido mucho ver cu¨¢ntas mujeres -y cu¨¢ntos hombres tambi¨¦n- de la profesi¨®n se han emocionado con ello".
Su ¨¦xito o su fracaso se medir¨¢ en virtud del resultado de la aventura digital
Una muestra del significado que concede Abramson a la historia, y a su nombramiento, la da una vieja fotograf¨ªa enmarcada que ten¨ªa en su despacho de directora adjunta de la tercera mujer periodista que trabaj¨® para The New York Times, a comienzos del siglo pasado. Hubo pocos progresos para las mujeres hasta 1974, cuando las periodistas del diario (el 10% de la plantilla) presentaron una demanda colectiva contra el Times por discriminaci¨®n. Las mujeres ganaron, pero tuvieron que pasar otros 13 a?os para que una de ellas, Soma Golden, ascendiera a un puesto de responsabilidad en la parte de informaci¨®n "seria" (y no en las secciones de "vida", "estilo" y "hogar"), como redactora jefa de nacional.
Fue un gran avance, pero no un vuelco trascendental. Cuando Joe Lelyveld asumi¨® la direcci¨®n del peri¨®dico en 1994, se avergonz¨® al ver que en las reuniones de redacci¨®n hab¨ªa presentes muy pocas mujeres, o ninguna. El dilema, dijo, no se le quitaba de la cabeza. Y le llev¨® a cometer errores. "Promov¨ª a las mujeres, pero no siempre a las mejores, y, cuando fracasaban, o cuando eran impopulares, era terrible", record¨®. Sin embargo, contratar a Abramson y quit¨¢rsela al Wall Street Journal bajo el mandato de Lelyveld result¨® una decisi¨®n muy acertada. "Era una gran corresponsal en Washington, con grandes aptitudes investigadoras", dijo Lelyveld. "Salt¨¦ ante la oportunidad de contratarla, y no solo porque era buena, sino porque, en el fondo, pens¨¦ que acabar¨ªa en un puesto de direcci¨®n".
Y as¨ª fue. Se convirti¨® en directora adjunta a las ¨®rdenes de Bill Keller, que pas¨® a ser director en 2003. Abramson no dej¨® que sus ¨¦xitos le impidieran ver que todav¨ªa quedaban batallas por librar. Los colegas la recuerdan en la redacci¨®n haciendo comentarios ir¨®nicos sobre la ausencia de mujeres en instancias superiores. En la rese?a de un libro publicada en 2006, escribi¨® sobre las mujeres periodistas: "Se nota nuestra ausencia en las cabeceras, en las p¨¢ginas de opini¨®n y en las primeras p¨¢ginas de las grandes publicaciones".
Al contratar quiero a los mejores buscadores y a los mejores narradores
Jill Abramson
Ya no. Hoy, m¨¢s del 40% de los principales cargos del peri¨®dico est¨¢n ocupados por mujeres, incluido el m¨¢s importante. A prop¨®sito del anuncio de su nombramiento como motivo de celebraci¨®n para las mujeres, Abramson llam¨® a Soma Golden, ya jubilada, la noche del 1 de junio, y le pidi¨® que fuera a presenciar el traspaso en la redacci¨®n de The New York Times al d¨ªa siguiente. Volvi¨® a pensar en la historia. Iba a asumir el puesto por s¨ª misma, porque era ambiciosa; iba a asumirlo por su devoci¨®n a la causa; pero tambi¨¦n iba a asumirlo por las mujeres del mundo. "S¨ª", dijo Golden, encantada de que la hubiera invitado. "No cabe duda de que hab¨ªa algo de hermandad femenina en ello".
Igual que quiz¨¢ hubo tambi¨¦n algo de simbolismo solidario en la decisi¨®n de Abramson de llevar un vestido negro de verano para la ocasi¨®n, en lugar de pantalones. Pero la solidaridad femenina no estuvo necesariamente en evidencia en la ceremonia, en la que, seg¨²n recuerda una periodista del diario, el ambiente predominante, incluso entre las propias mujeres, m¨¢s que de celebraci¨®n por el nombramiento de Abramson, era de pena por la marcha de Bill Keller, que hab¨ªa decidido voluntariamente retirarse para dedicarse a escribir. En opini¨®n de todos, Keller, que obtuvo un Pulitzer de periodismo durante su ¨¦poca de corresponsal en Mosc¨², fue capaz de mantener estable la nave durante un periodo econ¨®mico tormentoso en The New York Times ("tiempos de miedo y p¨¢nico", lo calific¨® un veterano periodista), provocado, como en toda la prensa, por la desaparici¨®n de peri¨®dicos impresos y una ca¨ªda de los ingresos por publicidad que no se hab¨ªa visto compensada por la expansi¨®n de Internet, que -al ser de acceso gratuito- hab¨ªa tenido el efecto perverso de aumentar el n¨²mero de lectores pero de reducir los ingresos. Hoy, en medio de un desolador panorama de peri¨®dicos muertos o moribundos en Estados Unidos, The New York Times se mantiene, maltrecho pero erguido. "Despu¨¦s de a?os de dedicarse a escribir necrol¨®gicas prematuras o incluso aplaudir nuestra muerte, creo que hemos pasado de terrible des¨¢nimo a un punto en el que las cosas est¨¢n estables y confiamos en nuestra supervivencia", dijo Keller, expresando una opini¨®n generalizada entre sus antiguas tropas aliviadas.
Mientras que viejos rivales como el Washington Post y el Chicago Tribune han eliminado casi por completo las corresponsal¨ªas, The New York Times tiene casi tantas como antes de que Keller se hiciera cargo de la direcci¨®n, en 2003. Aunque no existe margen para la autocomplacencia, como dijo Keller, en estos momentos el peri¨®dico ingresa m¨¢s dinero del que gasta. Uno de los factores que lo explica, importante y alentador, es que la decisi¨®n tomada en marzo de este a?o de cobrar por el pleno acceso a la p¨¢gina web del peri¨®dico ha resultado, pese a todas las advertencias en sentido contrario, un ¨¦xito. El n¨²mero de suscriptores de Internet se acerca ya a los 300.000 y, si se a?aden los suscriptores al peri¨®dico impreso, el total es la s¨®lida cifra de 850.000.
Por todos esos motivos, y tambi¨¦n porque Keller era considerado en general como una persona inteligente y justa, el nombramiento de Abramson no se recibi¨® con alegr¨ªa inmediata entre los redactores. En cuanto a los m¨¦ritos intr¨ªnsecos de Abramson para el puesto, las opiniones estaban divididas, y siguen est¨¢ndolo. Un indicio de lo que piensa la gente lo dan las reacciones a la publicaci¨®n del libro sobre el cachorro. Para los que est¨¢n en contra, es rid¨ªculo; para los que est¨¢n a favor, es se?al de una extraordinaria seguridad en s¨ª misma. En conversaciones forzosamente off-the-record (pese a lo mortificante que resulta para unos periodistas, precisamente, rebajarse a semejante cobard¨ªa), la postura de los detractores es que Abramson no es una gran intelectual, en contraste con la opini¨®n general sobre Keller y Lelyveld; que no es una periodista de investigaci¨®n tan buena como ella piensa (no tiene ning¨²n premio Pulitzer en su repisa); que fue jefa de la delegaci¨®n en Washington durante un periodo en el que muchos consideran que el peri¨®dico fue incapaz de proponer argumentos contundentes contra la guerra del presidente George W. Bush en Irak; que es una manipuladora pol¨ªtica; que, tambi¨¦n a diferencia de Keller y Lelyveld, y de la mayor¨ªa de los directores ejecutivos de los ¨²ltimos 50 a?os, no tiene ninguna experiencia como corresponsal en el extranjero; que pasa demasiado tiempo prestando una fr¨ªvola atenci¨®n a la cultura popular a trav¨¦s del canal Entertainment Television; que es distante, temperamental y no sabe escuchar.
Los que est¨¢n a favor de su nombramiento (habl¨¦ con una docena de periodistas que la conocen) opinan que es extremadamente inteligente; que lo hizo muy bien como directora adjunta; que tener astucia pol¨ªtica y ascender a la cima de una empresa son dos cosas que siempre van unidas; que, como jefa de la oficina de Washington, no tuvo m¨¢s remedio que adquirir grandes conocimientos de pol¨ªtica exterior; y que la responsabilidad de cualquier fallo a prop¨®sito de Irak es del peri¨®dico en general, no suya. En cuanto a su inter¨¦s fr¨ªvolo y al parecer reciente por la cultura popular, sus partidarios lo consideran una prueba de la seriedad con la que se toma un trabajo que le exige aprender sobre la amplia variedad de temas que surgen en Internet.
En lo que tanto los partidarios como los detractores est¨¢n de acuerdo, no obstante, es en que efectivamente tiene la reputaci¨®n de ser distante y temperamental, adem¨¢s de no saber escuchar. Ella es consciente y ha tomado medidas. En primer lugar, nombrando a Dean Baquet, que es negro, su n¨²mero dos. Baquet es sociable y simp¨¢tico, y en el peri¨®dico es ampliamente respetado; segundo, haciendo realidad en parte una promesa que incluy¨® en su discurso de aceptaci¨®n, el d¨ªa en el que se anunci¨® su nombramiento, de ser accesible a todos. No se ha dejado ver en la redacci¨®n tanto como algunos esperaban que hiciera, pero s¨ª ha insistido (tal vez aplicando las ense?anzas de su experiencia como criadora de un cachorro) en recompensar la buena conducta, por ejemplo enviando e-mails de felicitaci¨®n a los que han hecho un trabajo especialmente bueno. Eso no era habitual con el r¨¦gimen anterior, e incluso veteranos reporteros confiesan que agradecen esas palmadas digitales en la espalda.
Por otra parte, no ser¨ªa propio del estilo de Abramson mostrarse sensiblera con sus subordinados en persona. Ella misma cuenta en el libro del cachorro que su hermana le dijo una vez: "Fuiste una madre maravillosa, pero nunca te he visto tan cari?osa ni expresiva con nadie como con este perro". "Es verdad", escribe Abramson. Y reconoce que su relaci¨®n sentimental con su perro parece darle "un certificado de mejor persona". Existe otra historia de la que pocos fuera de su c¨ªrculo ¨ªntimo han o¨ªdo hablar y parece indicar que tiene m¨¢s de amable de lo que dicen sus detractores. Jane Mayer me cont¨® que Abramson y su marido Henry Griggs, un compa?ero de clase en Harvard con el que lleva casada 30 a?os, tienen un "hijo adoptado", o algo muy parecido.
El hijo de Abramson, Will (tiene tambi¨¦n una hija, Cornelia), ten¨ªa un amigo ¨ªntimo llamado William Woodson en el colegio p¨²blico al que iba en el ¨¢rea de Washington. William era un chico negro cuya familia proced¨ªa de Anacostia, un barrio pobre, totalmente negro, separado de Washington DC por un puente (muy parecido a lo que era Soweto respecto a Johanesburgo durante los a?os del apartheid, salvo por el puente). Cuando William acababa de empezar la ense?anza secundaria, su familia tuvo que regresar a Anacostia. Aquello singificaba que ir¨ªa all¨ª al colegio. Inevitablemente tendr¨ªa peor nivel educativo que el excelente centro al que asist¨ªa con su amigo Will. Jill Abramson propuso una soluci¨®n. William deber¨ªa ir a vivir con ella y su familia y, de esa forma, completar sus estudios en el colegio bueno. Lo hizo durante siete a?os. "William", dice Jane Mayer, "era como el tercer hijo de Jill. Ella contribuy¨® a pagar incluso su matr¨ªcula en la universidad y, m¨¢s tarde, le ayud¨® a conseguir un buen trabajo. Creo que le quiere tanto como a sus propios hijos. Todav¨ªa hoy va con frecuencia a su casa de Connecticut. Pero en ning¨²n momento ha querido Jill llamar la atenci¨®n sobre su relaci¨®n con ¨¦l".
Las facetas privadas de Abramson contrastan claramente con la imagen de "dama de hierro" que, dice Mayer, suscitan todas las mujeres en puestos de poder. Todas las mujeres que tienen autoridad en grandes organizaciones se debaten con la cuesti¨®n de c¨®mo dirigir a la gente sin ser vistas como antip¨¢ticas, "c¨®mo ser jefas sin ser mandonas", en palabras de Mayer. "Pero, aunque Jill es consciente del problema, no est¨¢ demasiado preocupada por ¨¦l". En eso, su aparente seguridad en s¨ª misma le es muy ¨²til, esa actitud franca que vi en mi entrevista con ella y que Mayer presenci¨® cuando trabajaban juntas en su libro hace casi 20 a?os. "Era m¨¢s directa que yo a la hora de hacer preguntas, iba m¨¢s al grano, ten¨ªa m¨¢s esp¨ªritu de reportera". Y era tambi¨¦n, pudo ver Mayer, "una fuerza intelectual, apasionada por la pol¨ªtica y por los mecanismos del poder".
De pronto, se ha encontrado en una posici¨®n que le permite dar un uso pr¨¢ctico a esos conocimientos. Y lo ha hecho, por lo menos, en un aspecto importante. "Ninguno de sus predecesores", me dijo un veterano periodista de The New York Times, "impuso tantos cambios tan pronto". Nada m¨¢s tomar posesi¨®n en septiembre, se propuso limpiar las altas instancias de direcci¨®n en el peri¨®dico para transmitir el mensaje inequ¨ªvoco de que el pasado era el pasado y ahora era ella la que mandaba. Sin embargo, una cr¨ªtica que se le hace es que, en su intento de hacer exhibici¨®n de fuerza, ha mostrado debilidad. En la redacci¨®n existe una opini¨®n de que se ha rodeado de personas leales a ella, y eso ha provocado una acusaci¨®n que suele hacerse contra los pol¨ªticos, la de que ha escogido como lugartenientes a hombres y mujeres que dicen que s¨ª a todo, y no a los m¨¢s apropiados para el trabajo. Si eso es cierto, y algunos en el peri¨®dico lo discuten, es una visible maniobra de poder que muchas veces delata una inseguridad de fondo. Una inseguridad a la que ella, resulta, no es del todo ajena. El verano pasado se quebr¨® durante un instante el barniz de persona dura que se esfuerza en ense?ar: se le escap¨® en una reuni¨®n con periodistas de los medios de Nueva York que s¨ª estaba inquieta por c¨®mo iba a hacer su nuevo trabajo. "Quiero hacerlo bien", dijo, "y a veces me preocupa que no voy a ser capaz".
Parte de la preocupaci¨®n, le propuse durante la entrevista en su despacho, podr¨ªa partir del temor a que un fracaso suyo podr¨ªa interpretarse como un golpe no solo para ella, sino para todas las mujeres. La primera palabra de su respuesta fue la misma que us¨® cuando le pregunt¨¦ si ser¨ªa una sorpresa que un director hombre de The New York Times escribiese un libro sobre un cachorro. "Quiz¨¢", respondi¨®; una forma en clave, clara y sonora, de decir "s¨ª". Pero se apresur¨® a levantar el muro otra vez. "Quiz¨¢ es verdad que lo ser¨ªa", dijo, "pero creo que uno viene a trabajar cada d¨ªa decidido a triunfar y a hacerlo bien, y soy consciente, desde luego, despu¨¦s de decenios en el periodismo, de que siempre surgen crisis, pero ya he sorteado algunas grandes y he aprendido de ellas. Creo que tenemos mucho sentido com¨²n. Creo que soy la periodista adecuada para tener este cargo en The New York Times en este momento".
Uno de los motivos por los que cree que es la persona adecuada para la tarea es que, cuando era directora adjunta, pas¨® seis meses trabajando estrechamente con la secci¨®n digital del peri¨®dico. Ah¨ª concentra la mayor parte de su atenci¨®n hoy. En virtud del ¨¦xito o el fracaso de la aventura digital, de que funcione o no como negocio, se medir¨¢ su propio ¨¦xito o su propio fracaso. No se hace ilusiones. Las aguas por las que navega The New York Times, como todos los peri¨®dicos, son imprevisibles, como ella reconoci¨® cuando le pregunt¨¦ si estaba preparada para las traicioneras rocas que le aguardaban. "Estoy preparada para las rocas e incluso para los icebergs, y cosas peores", dijo. Entonces, ?d¨®nde estaba The New York Times ahora? ?C¨®mo definir¨ªa ella el momento que vive el peri¨®dico? "Es una transici¨®n, y estamos completamente en medio de ella. Pero tenemos el rumbo trazado y fijado por nuestros valores fundamentales".
Abramson tiene un mantra que repiti¨® tres veces en nuestra entrevista. Dijo que los valores fundamentales de The New York Times son "informaci¨®n rigurosa, edici¨®n inteligente y redacci¨®n elegante". Estupendo, le dije. ?Pero no hay una contradicci¨®n? Para empezar, ?el batiburrillo multimedia no perjudica la elegancia de la palabra escrita? Respondi¨® que no. Dijo que en la p¨¢gina web del diario que dirige, que es "una maravilla de la innovaci¨®n", los cortes de audio o de v¨ªdeo insertos en las noticias pueden "intensificar el efecto" y "adornar" la interpretaci¨®n y la sensaci¨®n que saca el lector de lo que le est¨¢n diciendo.
Solo que, una vez creada esa mezcla, el lector deja de ser mero lector para ser adem¨¢s telespectador y oyente de radio, y los sonidos e im¨¢genes en movimiento pueden sustituir la posible falta de elegancia o profundidad descriptiva del periodista. Abramson no estaba de acuerdo, e insisti¨® en que por algo la p¨¢gina web de The New York Times, n¨²mero uno en el ranking mundial de peri¨®dicos con 46 millones de visitas al mes, es "la envidia de todos en nuestra profesi¨®n y se ha convertido en parte fundamental de la vida de tanta gente en todo el mundo": la experiencia digital, en lugar de perjudicar la naturaleza del producto, la ha mejorado.
?Quer¨ªa decir eso, le pregunt¨¦, que hoy, al contratar a un nuevo periodista, miraba m¨¢s all¨¢ de las aptitudes period¨ªsticas tradicionales y buscaba gente capaz de rodar v¨ªdeo o que conociera la escritura html? "Lo que busco, ante todo, es el talento para contar historias en las que hay detalles y uno puede ver en su cabeza c¨®mo se desarrolla la acci¨®n. Quiero a los mejores buscadores y los mejores narradores, y no me siento aqu¨ª a preguntarles cu¨¢nta experiencia de v¨ªdeo tienen ni si son duchos en html 5. Pero eso tambi¨¦n me interesa y, cuando alguien est¨¢ a gusto con los multimedia, o el v¨ªdeo, o cualquier formato digital, me impresiona y me parece atractivo, desde luego".
Como dec¨ªa Abramson, es un momento de transici¨®n. Repasando la evoluci¨®n de su peri¨®dico en los ¨²ltimos a?os, parec¨ªa que las confusiones inherentes a todas las transiciones hab¨ªan alcanzado a esos valores fundamentales que defin¨ªa. No solo a la idea de elegancia en la palabra escrita, sino a los otros dos principios de su mantra. Fij¨¦monos primero en la "informaci¨®n rigurosa". En The New York Times siempre ha existido el principio rector de que la informaci¨®n rigurosa exige una r¨ªgida separaci¨®n entre la noticia y la opini¨®n. En nuestra entrevista, Abramson dijo que combinar las dos era una costumbre europea. "En Europa, la tradici¨®n es algo distinta, porque el l¨ªmite entre las noticias y la opini¨®n no est¨¢ tan n¨ªtida como aqu¨ª". Como prueba de la pureza de su peri¨®dico en este sentido, mencion¨® el hecho de que, dentro de las competencias de su cargo, ella no cuenta nada en las p¨¢ginas de Opini¨®n. Sin embargo, a juicio de muchos tradicionalistas descontentos del peri¨®dico, ese l¨ªmite se ha cruzado en las p¨¢ginas de informaci¨®n que s¨ª est¨¢n a su cargo y contin¨²a cruz¨¢ndose a diario. Abundan los casos, argumentan, en los que se funden noticias y opiniones; se depende menos de las cosas que dicen las "fuentes", con nombre o sin ¨¦l, y el periodista tiene m¨¢s margen para hacer declaraciones que el que pod¨ªa tener hace 10 a?os. Un ejemplo reciente entre muchos es un art¨ªculo "informativo" publicado en noviembre sobre el candidato presidencial republicano Newt Gingrich en la secci¨®n de Pol¨ªtica del peri¨®dico. "Newt Gingrich", empezaba el texto, "es historiador. Tiene un doctorado en historia. Si se nos ha olvidado, ¨¦l nos lo recuerda". Es un comienzo elegante, que invita a seguir leyendo, pero al estilo moralmente reprobable europeo. Porque rezuma sarcasmo, y el sarcasmo es opini¨®n. Desde el primer instante, no existe ninguna pretensi¨®n de equilibrio. La balanza est¨¢ inclinada contra Gingrich.
Abramson intenta explicar esta contaminaci¨®n aparente del dogma tradicional de The New York Times mediante una distinci¨®n (que algunos redactores del peri¨®dico consideran falsa) entre opini¨®n y "an¨¢lisis". "Nuestros lectores siempre han tenido un enorme deseo de ver los acontecimientos situados en contexto y analizados. Pero eso es informaci¨®n, no opini¨®n. Los puntos del an¨¢lisis pueden parecer cargados de opini¨®n, pero nuestros editores y nuestros redactores tienen mucho cuidado de mantener la diferencia entre noticias y opini¨®n". Y sin embargo, tambi¨¦n es cierto, como destacan algunos en el peri¨®dico, que en los ¨²ltimos 10 a?os se ha dejado de poner el ¨¦nfasis en el tradicional "qui¨¦n, d¨®nde, cu¨¢ndo, qu¨¦" de una noticia para pasar al "c¨®mo y porqu¨¦".
Si The New York Times recurre cada vez m¨¢s a lo que Abramson llama an¨¢lisis debe de ser, en parte -y ella no est¨¢ en desacuerdo con esto- por el torrente de informaci¨®n, o lo que se supone que es informaci¨®n, que circula por Internet, y que contribuye a que ese deseo que describe de contexto y explicaci¨®n sea a¨²n m¨¢s necesario y acuciante.
Pero tambi¨¦n est¨¢ la obligaci¨®n de competir con el babel de ruido que nos rodea, y eso provoca otro tipo de urgencia: volcar la informaci¨®n que se tiene a la p¨¢gina web con m¨¢s rapidez que nunca. Ah¨ª es donde el tercer "valor fundamental" del mantra de Abramson, "edici¨®n inteligente", tambi¨¦n se tambalea. Cada vez m¨¢s reporteros de The New York Times tienen blogs en los que vuelcan su material al instante, pr¨¢cticamente sin editar. Los blogs en tiempo real est¨¢n muy lejos de los viejos m¨¦todos para publicar historias en el peri¨®dico, que depend¨ªa, hasta un punto que a los periodistas europeos les parecer¨ªa insufriblemente legalista, de unos redactores jefes de una irritante pedanter¨ªa.
Por eso, lo que le pregunt¨¦ a Abramson fue: ?no significaba este cambio al blog en directo una p¨¦rdida inevitable de control de calidad? "Bueno", respondi¨®, "usted puede pensar eso, pero creo que, en la mayor¨ªa de los casos, los periodistas toman tan en serio las normas del Times que no van a desmadrarse, a repetir algo que no est¨¦ confirmado ni escribir en tono sarc¨¢stico".
Lo cual sugiere quiz¨¢ la pregunta de por qu¨¦ eran necesarios todos esos editores de ojo de ¨¢guila. Claro que, si los editores dejan de tener la funci¨®n que ten¨ªan, ?d¨®nde estar¨¢ la diferencia entre un peri¨®dico tradicional y los miles de sitios multimedia que surgen sin cesar? "En el periodismo de calidad", dijo Abramson, al final de nuestra entrevista. "En una informaci¨®n fant¨¢stica, y en una redacci¨®n y en un an¨¢lisis magn¨ªficos, y en una edici¨®n fant¨¢stica".
Calidad: esa -y est¨¢n de acuerdo todos los periodistas deThe New York Times, independientemente de sus opiniones sobre Abramson- es la palabra. La calidad tiene que ser la respuesta para crear periodismo que venda. Pero la definici¨®n de la calidad y de las reglas seg¨²n las cuales se toman decisiones editoriales no est¨¢n tan claramente definidas como antes. M¨¢s que cualquier otro jefe de The New York Times en tiempos modernos, Abramson carga con tener que inventarse las reglas sobre la marcha, de verse obligada a emitir juicios subjetivos sobre cuestiones f¨¢cilmente resueltas anteriormente recurriendo al viejo y deshilachado concepto period¨ªstico de la objetividad. Hoy todo est¨¢ en flujo; hasta la propia palabra en ingl¨¦s para "peri¨®dico", "newspaper" (papel de noticias), est¨¢ perdiendo validez. El hecho de que Abramson escogiera el adjetivo "fant¨¢stico" al final de nuestro encuentro fue significativo. Era menos preciso que otros adjetivos que hab¨ªa empleado con anterioridad -riguroso, inteligente, elegante- y m¨¢s abierto a una interpretaci¨®n imaginativa.
Transici¨®n, la palabra clave en relaci¨®n con el momento que est¨¢ viviendo The New York Times, significa evoluci¨®n, supervivencia de los m¨¢s fuertes, adaptaci¨®n. Para este diario, como para todos los peri¨®dicos tradicionales, la consigna hoy tiene que ser adaptarse o morir. El hecho de que una mujer -una mujer que escribe sobre su cachorro- haya sido escogida como directora indica en s¨ª que nos encontramos en una ¨¦poca de cambios revolucionarios. The New York Times no es, al fin y al cabo, el papado. No es la Iglesia cat¨®lica. Est¨¢ transform¨¢ndose, por pura necesidad, con los tiempos. Quiz¨¢, quiz¨¢ mucho m¨¢s, incluso, de lo que Jill Abramson est¨¦ dispuesta a creer, o a reconocer.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.