Atrapados en el trabajo
Uno de cada diez espa?oles realiza jornadas laborales excesivas Los enganchados al puesto ponen su salud en juego
Javier Ram¨ªrez Llach estaba despachando a mediod¨ªa del pasado 26 de enero en su oficina cuando sufri¨® una angina de pecho. No tard¨® mucho en saber lo que le pasaba. Dos infartos a sus espaldas le hab¨ªan otorgado experiencia suficiente para vislumbrar que su maltrecho coraz¨®n estaba a punto de darle otro disgusto. Sali¨® pitando hacia el hospital Cl¨ªnico San Carlos de Madrid, en cuya sala de urgencias padeci¨® otra angina de pecho, y acept¨® pasar el resto del d¨ªa conectado a varias m¨¢quinas. Pero a las once de la noche consider¨® que aquello no daba m¨¢s de s¨ª. ¡°?Me largo!¡±, dijo en voz alta mientras arrancaba los tubos y cables que agujereaban su cuerpo. ¡°?Qu¨¦dese quieto o llamamos a un juez!¡±, respondieron los m¨¦dicos ante el arrebato. Su esposa y sus hijas gritaron: ¡°?Est¨¢s loco! ?Piensa en nosotras!¡±. Apabullado ante el corrillo amenazante, Javier contraatac¨®: ¡°?Dejadme todos en paz! Exijo el alta voluntaria. Ma?ana tengo que hacer el cierre contable del mes¡±.
Nadie daba cr¨¦dito en la sala. Javier atravesaba un momento cr¨ªtico y para ¨¦l era m¨¢s importante una maldita tarea anotada en la agenda que su propia vida. Los cardi¨®logos accedieron a dejarle marchar bajo su propia responsabilidad y con la promesa de que volver¨ªa al d¨ªa siguiente una vez finiquitado el dichoso cierre contable. Tambi¨¦n le repitieron lo que decenas de m¨¦dicos, familiares y amigos llevan a?os aconsej¨¢ndole: ¡°?Por qu¨¦ no levantas el pie del acelerador?¡±.
¡°?Parar? ?para qu¨¦?¡±. Una estruendosa carcajada de Javier retumba en las paredes del restaurante italiano donde est¨¢ a punto de calzarse una pizza de proporciones pantagru¨¦licas tras una revisi¨®n en el Cl¨ªnico San Carlos. Este madrile?o de 57 a?os, voz de actor de doblaje, barba blanca y ojos azules como el oc¨¦ano tiene el aspecto de un tit¨¢nico Hemingway castigado por la vida. Varios parches de nitroglicerina recetados por el cardi¨®logo asoman por el cuello de la camisa abierto. Afiladas arrugas surcan su rostro, cincelado a base de vivir mucho y dormir poco. Sobre todo, a base de currar sin tregua.
¡°Soy un adicto a mi trabajo. ?parar? imposible. no miro el reloj, hago las cosas porque tengo que hacerlas¡±
¨CConfieso que soy un adicto a la actividad laboral. ?Parar? Imposible. Yo no miro el reloj, hago las cosas porque tengo que hacerlas. Soy un puto vendedor de seguros. Pero me apasiona. No siendo el fin de mi vida el trabajo, estoy enganchado a ¨¦l.
Aunque pocos se atrevan a reconocerlo, la confesi¨®n de Javier no constituye un caso aislado. Ni mucho menos. El psic¨®logo Wayne E. Oates ya acu?¨® el t¨¦rmino workaholism en 1971 para referirse a su propia ¡°adicci¨®n al trabajo¡±. Desde entonces hasta nuestros d¨ªas han proliferado tratados y estudios sobre uno de los males m¨¢s dif¨ªciles de detectar. Quienes lo padecen est¨¢n encantados de conocerse y jam¨¢s admitir¨ªan tener una relaci¨®n patol¨®gica con el oficio que desempe?an. Nos adentramos en un tenebroso mundo de despachos encendidos a media noche y currantes dej¨¢ndose la piel. Tienen obsesi¨®n por el perfeccionismo. Son propensos a la inseguridad. A la excesiva exigencia. No benefician a sus empresas. Ni aumentan la productividad. Viven por y para el trabajo, un derecho constitucional en Espa?a que convierten en su propia prisi¨®n. Llegan los primeros. Se marchan los ¨²ltimos. Se quedar¨ªan en la oficina para siempre. F¨¢cilmente irritables, algunos acaban incapacitados para disfrutar de las relaciones personales y el tiempo libre. M¨¢s que padecer estr¨¦s, acaban presos del mismo. Hay perfiles m¨¢s cercanos a la ultraexigencia y otros rayando el narcisismo m¨¢s exacerbado. Se diferencian de un mero currante impenitente en el placer que obtienen con su laboriosidad compulsiva y en la incapacidad para desconectar.
¡°El dinero nunca duerme¡±, proclamaba el tibur¨®n de las finanzas Gordon Gekko, elevado a paradigma del yuppy en las dos entregas de Wall Street dirigidas por el cineasta Oliver Stone. En la vida real podr¨ªa decirse que el portugu¨¦s Antonio Horta-Os¨®rio, conocido como el Mourinho de las finanzas, sigui¨® esta consigna hasta sucumbir a la fatiga extrema. Lloyds Bank anunci¨® en noviembre que su m¨¢ximo ejecutivo deb¨ªa parar por prescripci¨®n m¨¦dica. ¡°Agotamiento por exceso de trabajo¡±, dec¨ªa el parte. Cercano a la cincuentena, Horta-Os¨®rio es un veterano del sector bancario. Sobre su perfil de tibur¨®n contaban que era aficionado a las jornadas interminables e incluso dominicales. Lleg¨® a padecer ¡°graves problemas para poder dormir¡±, seg¨²n reconoci¨® en su primera entrevista tras confirmar su regreso a la City de Londres a principios de este a?o. ¡°Desde el verano pasado, no pod¨ªa dormir m¨¢s de dos o tres horas diarias. Llegaba exhausto a la cama, pero era incapaz de desconectar¡±. Tambi¨¦n admiti¨® que uno de sus grandes errores fue ¡°querer estar en todo y no saber delegar¡±, hasta el punto de robar sistem¨¢ticamente s¨¢bados y domingos a la familia para cumplir con el banco. Una extenuante espiral que le llev¨® al borde del colapso.
Antes de seguir por esta fatigosa senda deber¨ªamos resaltar el privilegio de los 17 millones de ocupados en Espa?a (de un total de m¨¢s de 23 millones en edad y disposici¨®n de trabajar) ante el vendaval econ¨®mico que nos sacude. El drama del paro ha alcanzado a cinco millones de personas, con una tasa de desempleo juvenil rayando el 50%. Pero, desde el otro extremo, la Organizaci¨®n Internacional del Trabajo (OIT) ha estimado en su informe El tiempo de trabajo en el siglo XXI, con fecha de octubre del a?o pasado, que uno de cada diez trabajadores espa?oles mantiene ¡°horarios prolongados¡± por encima de las 48 horas semanales. A partir de esta cifra, determinante para la catalogaci¨®n de jornadas ¡°excesivas¡± que afronta un 22% de la fuerza del trabajo mundial (600 millones de personas), la OIT advierte sobre una serie de ¡°riesgos para la seguridad y la salud, as¨ª como un mayor conflicto en la vida laboral y la familiar¡±, con un coste total de accidentes profesionales en la UE-15 por valor de 55.000 millones de euros al a?o. Entre esos riesgos, a partir del umbral de las 50 horas semanales empieza a gestarse la posibilidad de acabar enganchado a la silla de oficina. La insistencia de los m¨¦dicos es clara: la relaci¨®n patol¨®gica con el trabajo puede derivar en males psicol¨®gicos y f¨ªsicos, como las enfermedades cardiacas. A pesar de todas estas advertencias, cada vez que alguien recomienda a Javier Ram¨ªrez Llach que levante el pie de su acelerada vida laboral, siempre responde lo mismo: ¡°?Parar? ?Para qu¨¦?¡±. Y una atronadora carcajada vuelve a rubricar su negativa.
¡°Quienes podr¨ªan prevenir estas actitudes en las empresas son muchas veces adictos al trabajo¡±
El caso de Javier es cuando menos llamativo. Borja Ruiz Mateos, de 33 a?os y cardi¨®logo de la unidad coronaria del hospital Cl¨ªnico San Carlos, lleva trat¨¢ndole desde hace m¨¢s de un lustro. Tambi¨¦n es el art¨ªfice de las dos operaciones en las que coloc¨® sendos stents en sus venas coronaria y circunfleja. No teme por su vida, pero admite incredulidad ante su ins¨®lita actitud. ¡°Lo de Javier es algo fuera de lo com¨²n. Mantiene una relaci¨®n patol¨®gica de responsabilidad¡±. Durante muchos a?os, Javier tuvo una m¨¢xima: ¡°Cuanto m¨¢s grande sean el cargo de la tarjeta de visita y el coche de empresa, mejor¡±. Tercero de cinco hermanos de una familia bien de Madrid y educado en las elitistas aulas de los jesuitas y en el ICADE, encontr¨® su primer empleo en un banco, donde arranc¨® un vertiginoso ascenso profesional. Conquist¨® la direcci¨®n de la segunda oficina de Bankinter en Madrid mientras ve¨ªa nacer a sus hijas Mar¨ªa y Bel¨¦n. En 1990 tambi¨¦n naci¨® Francisco Javier, pero falleci¨® pocos d¨ªas despu¨¦s al no superar una crisis cardiaca. El padre vio agonizar al beb¨¦ sin poder hacer nada por salvarlo. Y toda su vida de triunfador se hizo a?icos.
Encontr¨® una v¨ªa de escape a la tristeza en la delegaci¨®n de una empresa al norte de Espa?a a la que se dedic¨® en cuerpo y alma. Encaden¨® viajes y jornadas extenuantes durante varios a?os en los que tambi¨¦n vio nacer a su tercera hija. Sufri¨® su primer infarto en 2001 mientras viajaba en coche desde Zaragoza hasta Madrid. Las dolencias cardiacas que hab¨ªa heredado de su padre comenzaron a dar la cara despu¨¦s de mucho tensar la cuerda. Pas¨® cinco d¨ªas en la UVI y acto seguido volvi¨® a la carretera. Pero un jefe de personal ya hab¨ªa decidido que Javier era un enfermo y ten¨ªa demasiada responsabilidad. No tard¨® mucho en encontrar otro puesto directivo en una empresa de seguros. A pesar de las numerosas vicisitudes m¨¦dicas que padeci¨® a partir de entonces, se jacta de no haber estado de baja ni un solo d¨ªa de su vida. Jam¨¢s ha llegado a la oficina m¨¢s tarde de las ocho de la ma?ana y normalmente regresa del trabajo a casa a las once o doce de la noche. Hace unos a?os cambi¨® de empresa aseguradora para ejercer como director territorial en las dos Castillas, Madrid y Canarias. Siempre entre jornadas inacabables plagadas de viajes y comidas de empresa. Con tal de dormir junto a su esposa, Mar¨ªa del Carmen, de quien se considera ¡°enamorado hasta lo hortera¡±, sigue siendo capaz de levantarse a las dos de la ma?ana, recorrer en coche m¨¢s de 600 kil¨®metros, pasar el d¨ªa entre visitas y reuniones, y recorrer la misma distancia de vuelta hasta llegar al domicilio familiar en Villanueva del Pardillo (Madrid) a ¨²ltima hora de la noche. A la ma?ana siguiente, otra vez a las 6.25 en planta. No puede ni quiere parar.
Otro susto en la carretera le oblig¨® a cambiar el trasiego de director territorial por una oficina en Tarragona de agente de seguros puro y duro que luego traslad¨® a Illescas (Toledo). Hoy cotiza como aut¨®nomo y asegura vivir de las comisiones. Se embolsa unos 60.000 euros al a?o, de los que descuenta ingentes gastos de viaje y facturas. Est¨¢ permanentemente ¡°de servicio¡±. El tel¨¦fono m¨®vil y el netbook son una mera prolongaci¨®n de sus manos. Se conecta incluso comiendo con la familia los fines de semana. Lo suyo, admite, m¨¢s que una pasi¨®n, es obsesi¨®n. Sufri¨® un segundo infarto en 2006 y se someti¨® a otra intervenci¨®n quir¨²rgica para estabilizar una obstrucci¨®n arterial. Cada vez que vuelve a ingresar en un hospital, pide sistem¨¢ticamente el alta voluntaria con tal de regresar cuanto antes a la oficina. Ni siquiera las dos anginas de pecho que padeci¨® el pasado 26 de enero le han hecho replantearse su vida.
¨CTengo aficiones, s¨ª: dar por culo, cabrear a la gente para sacar lo mejor que llevan dentro, viajar, cocinar, navegar y escribir. Pero no puedo estar en casa sin hacer nada. Si hago balance, creo que he tenido una buena vida. Al¨¦grate si la casco dentro de 10 minutos. Dejar¨¦ un bonito epitafio.
Ya lo advierte al otro lado del tel¨¦fono Francisco Alonso Fern¨¢ndez, catedr¨¢tico em¨¦rito de Psiquiatr¨ªa en la Universidad Complutense de Madrid: ¡°Los adictos al trabajo son principalmente adictos al estr¨¦s¡±. Alonso Fern¨¢ndez ha teorizado al respecto en varias obras como Psicopatolog¨ªa del trabajo (Edikamed), ?Por qu¨¦ trabajamos? (Ediciones D¨ªaz de Santos) y Las nuevas adicciones (Tea Ediciones), libro este ¨²ltimo donde puede leerse: ¡°Aunque la mayor parte de los estresados no son adictos al trabajo, en cambio s¨ª ocurre al rev¨¦s: todos los adictos al trabajo est¨¢n estresados, hasta el punto de que el estr¨¦s ocupacional es como su objeto adictivo¡±. Pero el coqueteo con el estr¨¦s laboral no solo tiene consecuencias psicol¨®gicas. Sobre sus peligros concretos ha vuelto a alertar recientemente la Fundaci¨®n Espa?ola del Coraz¨®n: por un lado, caer bajo sus garras aumenta el riesgo de sufrir una enfermedad cardiovascular; por otra parte, ¡°los tiempos actuales de crisis econ¨®mica¡± favorecen la aparici¨®n de dicho riesgo.
Consciente de estos peligros, el secretario general de la Sociedad Espa?ola de Cardiolog¨ªa, Juli¨¢n P¨¦rez-Villacast¨ªn, considera sin embargo relevante sentar una premisa: ¡°El estr¨¦s es cofactor de riesgo cardiaco, pero no un factor en s¨ª mismo. Otro asunto es el tipo de estr¨¦s que se tenga. ?Nace de la ira, de la depresi¨®n, de la ansiedad¡? Puedes ser un workaholic, pero si esta condici¨®n no va unida a fuertes cargas de adrenalina, depresi¨®n o ansiedad, no tiene por qu¨¦ ser negativa. El peligro comienza cuando un jefe presiona en exceso y el trabajador padece ansiedad, piensa que no va a llegar, que no sirve¡ Pero ser workaholic no es malo por s¨ª solo¡±. En este sentido, el catedr¨¢tico de Psicolog¨ªa Cl¨ªnica Enrique Echebur¨²a incide desde la Universidad del Pa¨ªs Vasco recalcando la importancia de ser cauteloso con el t¨¦rmino adicci¨®n ¡°para no patologizar la vida cotidiana¡±. Autor del libro ?Adicciones sin drogas? (editorial Descl¨¦e de Brouwer), Echebur¨²a prefiere no establecer un n¨²mero de horas a partir de las cuales se corre el riesgo de mantener una relaci¨®n patol¨®gica con el trabajo. ¡°Hay quienes pueden echar muchas horas y no por ello est¨¢n incapacitados para colgar la bata o abandonar la silla de la oficina. Pero preparar proyectos durante el tiempo libre despu¨¦s de jornadas extenuantes denota una relaci¨®n an¨®mala con la profesi¨®n. Cuando se desequilibra la balanza, puede ser o porque se est¨¢ m¨¢s solo que la una o porque esa dedicaci¨®n obsesiva te ha aislado y no te realizas sin mantener ese rol¡±.
¡°No es una cuesti¨®n de genes. Todos corremos el riesgo si no tenemos factores protectores psicosociales"
No todos los que trabajan en exceso son, por tanto, adictos. A esta conclusi¨®n tambi¨¦n lleg¨® Mario del L¨ªbano cuando defendi¨® su tesis sobre la materia el a?o pasado en la Universidad Jaume I de Castell¨®n. Durante su investigaci¨®n, Del L¨ªbano colabor¨® en un estudio con la Universidad de Utrecht (Holanda) para delimitar el perfil del workaholic a partir de datos obtenidos de 2.714 trabajadores (2.164 holandeses y 550 espa?oles). Los investigadores arrojaron diversos factores de influencia: presiones econ¨®micas, familiares o sociales; el miedo a perder el puesto; la competitividad; la necesidad de tener ¨¦xito; el miedo a jefes prepotentes y amenazantes; la carencia de afectos personales que se intentan suplir en la oficina¡ Para Del L¨ªbano no cabe diferenciar perfiles entre hombres y mujeres. Ni por tramos de edad. Tambi¨¦n ha concluido que los afectados por este mal son perjudiciales para las empresas: ¡°Aunque a corto plazo pueden producir por encima de la media, a medio-largo plazo, y debido al exceso de trabajo asumido, su rendimiento llega a estar muy por debajo de lo esperado¡±. Y precisamente en el ¨¢mbito corporativo, Del L¨ªbano extrae una apreciaci¨®n llamativa: ¡°?El problema para prevenir esta adicci¨®n en determinadas organizaciones? Quienes tienen el poder de liderar ese cambio son muchas veces adictos al trabajo¡±.
Nadie criticar¨¢ abiertamente su actitud. Muchos aplaudir¨¢n su entrega. Son considerados como adictos respetables. ¡°Est¨¢n convencidos de que la vida ser¨ªa mejor si todos actuaran como ellos¡±, insiste Rosa Sender desde su consulta en Barcelona. La doctora Sender escribi¨® a finales de los noventa el libro El trabajo como adicci¨®n (Ediciones en Neurociencias), donde analizaba esta patolog¨ªa en torno a la figura del patr¨®n A de conducta, visible en personas ¡°con alto grado de impaciencia, hostilidad y actividad¡±. Para Sender, ¡°no es concebible hablar de adicci¨®n al trabajo sin tener presente el concepto de patr¨®n A de conducta¡±, y asegura que ¡°los conceptos de urgencia y competitividad hostil sin duda no son nuevos para el hombre, pero s¨ª lo son su glorificaci¨®n y difusi¨®n en los ¨²ltimos decenios de nuestra historia¡±.
M¨¢s contempor¨¢neos a¨²n han sido t¨¦rminos como conciliaci¨®n familiar o racionalizaci¨®n de horarios, visibles en las agendas pol¨ªticas de sociedades desarrolladas hasta el estallido de la Gran Recesi¨®n. Lejos de esas pretensiones, ahora cabe preguntarse si en un pa¨ªs como Espa?a, con una de las cotas m¨¢s bajas de productividad de la UE seg¨²n la OCDE e inmerso en la reforma laboral ¡°extremadamente agresiva¡± aprobada por el Gobierno del Partido Popular que abre la puerta a despidos m¨¢s f¨¢ciles y baratos, podr¨ªan proliferar estas actitudes laborales t¨®xicas ante el miedo a perder el puesto. El catedr¨¢tico de Psicolog¨ªa Cl¨ªnica Enrique Echebur¨²a cree m¨¢s bien que esta ¨¦poca puede ser en todo caso caldo de cultivo de depresiones o ansiedades, m¨¢s que de dependencia. ¡°Para que esta opere, tiene que haber gratificaci¨®n, algo m¨¢s habitual entre empresarios, ejecutivos, pol¨ªticos o artistas que entre alba?iles. El reconocimiento aqu¨ª es muy importante¡±.
La mayor gratificaci¨®n que F¨¦lix L. siempre pudo recibir fue ejercer como ma?tre de restaurante en un hotel de Mallorca. All¨ª cre¨ªa tenerlo todo. Un buen empleo. Un buen sueldo. El respeto de sus compa?eros. La satisfacci¨®n de sus clientes. Con su esposa y con sus hijos, en cambio, no le iba nada bien. La causa de esos males estaba precisamente en su obsesi¨®n laboral. Pero F¨¦lix se miraba al espejo por las ma?anas y ve¨ªa reflejada la imagen del rey del mambo. Todo se desvaneci¨® hace tres a?os. Despedido a los 54, inici¨® una espantosa odisea que acab¨® llev¨¢ndole hasta la cl¨ªnica Capistrano de Mallorca, especializada en el tratamiento de adicciones. C¨®mo ingres¨® aqu¨ª es una historia que se remonta a mediados del siglo pasado en un pueblo de la provincia de Le¨®n llamado Palanquinos.
El trabajo se convirti¨® pronto para F¨¦lix en el puntal de su vida. Tercero de cuatro hermanos nacidos de un modesto labrador y un ama de casa, se plant¨® en Le¨®n con 16 a?os y dispuesto a deslomarse en lo que fuera. Aprendi¨® varios oficios, hasta que tom¨® la decisi¨®n de desembarcar en Mallorca en 1973 para conquistar las temporadas tur¨ªsticas de verano. Pronto encontr¨® puesto de camarero en uno de los hoteles de la pujante zona de Magaluf y descubri¨® los encantos nocturnos de la isla balear. Las copas y las chavalas se le daban de vicio, pero le largaron por sus reiterados retrasos en la hora de entrada. Todo cambi¨® al cruzar de acera y encontrar plaza en un hotel de cuatro estrellas por entonces muy rutilante.
F¨¦lix aprendi¨® a lucir esmoquin y a lustrar los zapatos para su nuevo empleo como ayudante de camarero. A los dos meses le hicieron fijo. Las propinas que le dejaban los clientes bajo el plato de postre le incitaban a esmerarse. Lo ten¨ªa todo a los 20 a?os. Dinero fresco, buena planta, ¨¦xito con las mujeres ¨Cmuchas de sus conquistas eran clientas del hotel¨C y un futuro prometedor. Finalmente alcanz¨® el puesto de ma?tre del restaurante. Se convirti¨® en el amo de aquella sala espaciosa, rodeada de amplios ventanales con vistas al mar, donde acud¨ªan caballeros que deb¨ªan respetar la etiqueta y damas casi siempre vestidas con tiros largos. Una de aquellas damas acab¨® convirti¨¦ndose en su esposa. Pero la vida de casado no cambi¨® sus h¨¢bitos. Estaba enganchado al hotel. Pasaba all¨ª desde las ocho de la ma?ana hasta las diez de la noche, entre desayunos, almuerzos y cenas. Nunca llegaba antes de las once a casa. Todas sus energ¨ªas estaban puestas en ser el ma?tre ideal.
Apenas 30 kil¨®metros separaban el mon¨®tono domicilio conyugal de un peque?o mundo de glamour hecho a su medida. Su sueldo base rondaba las 100.000 pesetas y sacaba casi lo mismo en propinas. Cada semana ten¨ªa un d¨ªa y medio libre. Casi no vio crecer a sus hijos. Sus d¨ªas festivos casi nunca coincid¨ªan con los de la familia. La esposa de F¨¦lix acab¨® separ¨¢ndose de ¨¦l. Sus problemas se agravaron a mediados de los noventa, cuando la direcci¨®n del hotel decidi¨® cambiar el pomposo restaurante por un buf¨¦ libre. La empresa comenz¨® a considerarle como a un n¨²mero. Al perder contacto con los clientes, las propinas menguaron. Tambi¨¦n desapareci¨® el esmoquin. Y finalmente desapareci¨® F¨¦lix. El 3 de marzo de 2009, el departamento de personal le comunic¨® que prescind¨ªa de sus servicios.
Durante varios d¨ªas despu¨¦s de ser despedido, hizo algunas incursiones furtivas al que durante 36 a?os fue hotel de sus sue?os. En la oscuridad de la noche, pegaba su prominente nariz a los ventanales del comedor y recordaba los d¨ªas de vino y rosas. ¡°Aquel lugar era mi joya. Me quitaron un tesoro: hacer algo que te gusta. Y mi sueldo era muy importante. Me invadi¨® la tristeza. Busqu¨¦ trabajo desesperadamente, pero no necesitaban a nadie. Mucho menos a nadie de mi edad. A finales de 2009 entr¨¦ en depresi¨®n¡±.
Su mirada es hoy gris¨¢cea y triste como una tormenta de verano. Balbucea bajo una fuerte medicaci¨®n antidepresiva. Una estampa que dista mucho de aquellas ¨ªnfulas de gal¨¢n ataviado con esmoquin, zapatos y cabello lustrosos que conquistaba con ardor a las turistas de los a?os dorados de Mallorca. F¨¦lix es un hombre abatido que accede a conversar mal afeitado y con el cabello revuelto, vestido con pantal¨®n de ch¨¢ndal, pul¨®ver de color blanco y zapatillas de andar por casa. Camina desorientado por los pasillos de la cl¨ªnica Capistrano. Lleg¨® hasta aqu¨ª tras un penoso peregrinaje que comenz¨® al salir de un primer ingreso psiqui¨¢trico por depresi¨®n. Busc¨® cobijo en su tierra natal, pero la depresi¨®n le persigui¨®. En abril del a?o pasado, regres¨® a Mallorca dispuesto a reconquistar la isla. Se aloj¨® en la habitaci¨®n 431 de un hotel de tres estrellas muy diferente a su para¨ªso perdido.
¨CReserv¨¦ habitaci¨®n por tres d¨ªas pensando que encontrar¨ªa trabajo, pero no hab¨ªa nada. Me encajon¨¦ all¨ª dentro. Cada vez com¨ªa menos. Llam¨¦ varias veces al 061. Estaba en las ¨²ltimas. Pas¨¦ 15 d¨ªas sin comer. Bajaba al bar por las ma?anas y me sub¨ªa dos botellas de agua. El resto del d¨ªa lo pasaba en la cama. No quer¨ªa descorrer las cortinas. Una vez abr¨ª la ventana y estuve a punto de tirarme. Uno de mis hermanos me localiz¨® y avis¨® a mi esposa de que estaba hecho polvo. Ella habl¨® con el director del hotel y se present¨® con uno de mis hijos para sacarme de all¨ª.
El ma?tre volvi¨® a ver la luz el 11 de noviembre del a?o pasado. Ese d¨ªa le rescataron de la habitaci¨®n 431 y lo ingresaron en la cl¨ªnica Capistrano. La mayor¨ªa de los clientes de este centro est¨¢n aqu¨ª por problemas con el alcohol y otras drogas, pero tambi¨¦n se tratan trastornos alimentarios y psiqui¨¢tricos, as¨ª como las llamadas ¡°adicciones sin drogas¡±, basadas en relaciones patol¨®gicas con el sexo, el juego o el trabajo. ¡°F¨¦lix ha sido un dependiente de su empleo sin ser consciente de ello, hasta que dej¨® de tenerlo y desarroll¨® un s¨ªndrome de abstinencia brutal¡±, argumenta el doctor Jos¨¦ Mar¨ªa V¨¢zquez Roel, responsable de la cl¨ªnica Capistrano y del seguimiento m¨¦dico de F¨¦lix. ¡°Padece una grave depresi¨®n a causa del s¨ªndrome de abstinencia por haber perdido su trabajo idealizado. La adicci¨®n es igual a dependencia m¨¢s mentira. Implica llevar una doble vida. En su caso, la doble vida se repart¨ªa entre su relaci¨®n patol¨®gica con el trabajo y su escasa o nula vida familiar¡±. Al salir del despacho del doctor V¨¢zquez Roel sobrevuela una inquietante cuesti¨®n: ?podr¨ªa haberse evitado el desenlace de F¨¦lix? ?El adicto nace o se hace?
Los factores psicobiol¨®gicos que influyen en este comportamiento constituyen el objeto de estudio del catedr¨¢tico de Psicobiolog¨ªa Emilio Ambrosio en los laboratorios de la UNED. Para Ambrosio, el adicto m¨¢s bien se hace: ¡°En el fondo de la imposibilidad de controlar una actividad gratificante subyacen rasgos de la personalidad que determinan impulsividad. Pero no hay genes que promuevan la personalidad adictiva. Todos corremos el riesgo de desarrollarla si no tenemos factores protectores psicosociales¡±. Ambrosio esboza a partir del aterrador caso de F¨¦lix las consecuencias de la p¨¦rdida del objeto adictivo: ¡°Una adicci¨®n activa el sistema de recompensa cerebral. Si falta dicha activaci¨®n cerebral, hay un sentimiento de p¨¦rdida afectiva. Mucha gente ama su oficio, pero son capaces de parar, al contrario que un adicto. Cuando por razones que se le escapan la actividad cesa, se producen estados psicol¨®gicos ante la ausencia de actividad gratificante. La dependencia del trabajo activa los mismos procesos neuronales que los de cualquier otra, ya sea al juego, a las drogas o al sexo. Perderlo puede ser para ¨¦l como si le quitaran la novia de la que est¨¢ perdidamente enamorado. Todo lo dem¨¢s deja de tener importancia¡±.
Lo que hoy tiene en ascuas a F¨¦lix es lo que le espera fuera de la cl¨ªnica. ¡°No s¨¦ qu¨¦ hacer. Ni d¨®nde ir. Igual no estoy en condiciones de trabajar. Pero lo echo de menos. Quiero volver a intentarlo¡±. El ma?tre se despide tras varias horas de conversaci¨®n. Todo est¨¢ en calma. Salvo su mente. ¡°F¨ªjate, hace solo tres a?os era el rey. Lo ten¨ªa todo. Pero ahora¡¡±.
A una hora de vuelo desde Mallorca, el despertador de Javier Ram¨ªrez Llach volver¨¢ a sonar ma?ana a las 6.25 en el dormitorio de su vivienda en Villanueva del Pardillo. Javier se levantar¨¢ como un resorte sin hacer caso a su maltrecho coraz¨®n. Seguir¨¢ hasta el final con su agitada vida de ¡°puto vendedor de seguros¡±. Es in¨²til recomendarle que no se lo tome tan a pecho. No parar¨¢ salvo caso de muerte.
Al borde del colapso
La Organizaci¨®n Internacional del Trabajo (OIT) ha recabado estudios seg¨²n los cuales ¡°se descubri¨® una relaci¨®n ligeramente positiva entre los horarios laborales prolongados (m¨¢s de 48 horas semanales) y las tasas de mortalidad, las enfermedades cardiovasculares, la diabetes no insulinodependiente, el riesgo de jubilaci¨®n por incapacidad¡¡±. Por no hablar del ¡®burn-out¡¯ (s¨ªndrome del quemado) y del karoshi¡¯ o muerte por exceso de trabajo que arras¨® a finales del siglo pasado con miles de japoneses.
Encantados de conocerse
Los expertos en adicciones coinciden en que uno de los principales problemas para detectar la relaci¨®n patol¨®gica con el trabajo se debe a que quienes la padecen est¨¢n encantados de conocerse y jam¨¢s admitir¨ªan tener un problema. No suelen pedir ayuda por s¨ª mismos. Se diferencian de un mero currante impenitente en el placer que obtienen con su laboriosidad compulsiva y la absoluta incapacidad para desconectar.
Ilustres ¡®adictos¡¯ al trabajo
Tim Teeman descubri¨® en
The Times
a un George Clooney
¡°workaholic
y aterrorizado ante la posibilidad de ser irrelevante cuando se apague la fama¡±. Entre otros muchos, tambi¨¦n fueron ilustres
workaholics
el expresidente de EE UU Richard Nixon, seg¨²n el psiquiatra Francisco Alonso-Fern¨¢ndez, y el primer director del FBI, J. Edgar Hoover, como aprecia la doctora Rosa Sender tras ver su
biopic
en el cine.
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