El h¨¦roe de la denuncia de la talidomida

Harold Evans, Harry para todo el mundo en Nueva York, afront¨® a mediados de los setenta, cuando dirig¨ªa el mejor The Sunday Times de todos los tiempos, la dif¨ªcil aventura de enfrentarse a todos los poderes y sac¨® adelante una denuncia, contra los fabricantes de la talidomida, que lo puso en la primera p¨¢gina del periodismo de denuncia.

Harry era entonces un joven periodista cuya adrenalina estaba marcada por la intensidad de sus convicciones y cuyo objetivo era hacer el periodismo tal como lo mandaban los viejos c¨¢nones del oficio. A partir de aquella lucha que lo convirti¨® en legendario, abord¨® otra de sus ense?anzas: los periodistas ten¨ªan que ser responsables, tambi¨¦n, de la est¨¦tica de sus informaciones, y se hizo a s¨ª mismo uno de los mejores dise?adores del mundo.

Su experiencia en este campo est¨¢ en varios libros que ¨¦l mostraba hace un tiempo en Nueva York como su verdadera herencia. Los peri¨®dicos son esencia y apariencia a la vez, una cosa no es nada sin la otra. Tuvo una dif¨ªcil relaci¨®n con Murdoch antes de que a Murdoch le crecieran los enanos, y describi¨® ese grave desencuentro (de cuando fue ef¨ªmero director del Times londinense) en su libro Good Times, Bad Times.

Mal equipado para el rencor (por algo es Harry el Bueno) termin¨® perdonando al viejo magnate, pero los vicios que le vio fueron los vicios que luego hicieron caer la reputaci¨®n del imperio del viejo Rupert. De lo que de verdad se enorgullece Evans, que ha hecho de todo, y sobre todo ha hecho historia del periodismo, es de su magisterio en una sala de reuniones a la hora de dibujar una primera p¨¢gina. En su casa de Nueva York le vimos en los ojos esa emoci¨®n con la que saludaba, de joven, una buena portada. Abr¨ªa las manos como si retornara a aquellos tiempos, o como si abrazara al joven periodista que fue. De hecho, nunca ha dejado de ser ¨¦l.