Ser intervenido, ser humillado
El rescate de pa¨ªses como Grecia estigmatiza a sus ciudadanos El empobrecimiento s¨²bito amenaza con crear un clima como el de los a?os treinta
El periodista de The Guardian introdujo la pregunta recordando que, en Grecia, las madres no tienen acceso a las comadronas ni los enfermos a las medicinas, y la directora general del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, respondi¨® poniendo como ejemplo a Nigeria. Habl¨® de los ni?os de la modesta escuela de una aldea que reciben dos horas diarias de clase, comparten un pupitre entre tres y, sin embargo, son conscientes de la importancia de obtener educaci¨®n. ¡°Estos ni?os no se me van de la cabeza¡±, confes¨® Lagarde esforz¨¢ndose apenas en disimular el sarcasmo, ¡°porque necesitan m¨¢s ayuda que la gente en Atenas¡±.
Christine Lagarde vino a acusar a los griegos de fraude y corrupci¨®n
Las razones por las que Lagarde respondi¨® con palabras tan agrias aparecen poco despu¨¦s en la entrevista, y obedecen a una l¨®gica que deber¨ªa ser tomada en consideraci¨®n si se hubiesen expresado de otro modo. Lagarde se mostraba preocupada por las dimensiones del fraude fiscal en Grecia, insistiendo en que los griegos deb¨ªan asumir la necesidad de pagar correctamente los impuestos. Por otra parte, reconoc¨ªa que el Fondo no debe imponer condiciones m¨¢s suaves a los pa¨ªses ricos que a los pobres para conceder ayuda.
Las reacciones a las declaraciones de Lagarde no se hicieron esperar, y la pr¨¢ctica totalidad coincidi¨® en que hab¨ªan sido un error. Nadie, sin embargo, ofreci¨® argumentos precisos de por qu¨¦ lo eran. La izquierda francesa se limit¨® a recordar que el estatuto del Fondo exime de pagar impuestos a sus funcionarios a partir de cierto nivel, incluida la directora general. Pero el car¨¢cter personal de esta cr¨ªtica contribu¨ªa a poner en sordina otra con un trasfondo pol¨ªtico m¨¢s relevante: el sarcasmo de Lagarde echaba sal en la herida de la que los griegos hab¨ªan querido dejar constancia en las elecciones del 6 de mayo, votando por los partidos opuestos al plan de austeridad exigido por la troika que componen la Comisi¨®n, el Banco Central Europeo y el propio Fondo. Una cosa era que, incapaz de financiarse por s¨ª mismo en los mercados de capitales, el Estado griego se viera obligado a transigir con un dr¨¢stico plan de austeridad que lo ha sumido en la miseria; otra distinta que, adem¨¢s, se humillase al pa¨ªs y a todos y cada uno de sus ciudadanos acus¨¢ndolos de fraude y corrupci¨®n como vino a hacer Lagarde.
Alemania desconf¨ªa
de que las naciones cumplan si no
sienten la soga
La reacci¨®n de los griegos en las elecciones de mayo puso de manifiesto que la intervenci¨®n es m¨¢s que un simple mecanismo financiero en manos de la Uni¨®n; es tambi¨¦n un estigma moral, una letra escarlata que, como en la novela de Nathaniel Hawthorne, las econom¨ªas europeas m¨¢s fuertes pueden imponer a las m¨¢s d¨¦biles para expiaci¨®n de sus pecados. Durante los dos a?os que Grecia lleva intervenida, los datos econ¨®micos no han hecho m¨¢s que empeorar. La Seguridad Social est¨¢ arruinada, hasta el punto de que, en efecto, las madres no tienen acceso a las comadronas ni los enfermos a las medicinas. Pero, adem¨¢s, el paro ha alcanzado al 22% de la poblaci¨®n activa y al 50% de los j¨®venes. Ni siquiera la consolidaci¨®n fiscal, ese objetivo que la Alemania de Merkel declar¨® tan arrebatadamente urgente como irrenunciable ¡ªprimero con el apoyo de Sarkozy, y ahora pr¨¢cticamente en solitario¡ª, parece estar m¨¢s cerca. Lo que Grecia recorta en gasto social o en los sueldos de los funcionarios debe emplearlo en financiar la deuda, alimentando el mismo c¨ªrculo vicioso, exactamente el mismo, que le oblig¨® a solicitar la ayuda europea. Aunque con un efecto colateral cuyas consecuencias se dejar¨¢n sentir largos a?os: la estructura del gasto p¨²blico sobrepasa la condici¨®n de injusta y poco redistributiva para convertirse directamente en aberrante, porque compromete por una o varias generaciones el futuro de Grecia sin resolver sus problemas presentes.
Las razones por las que Sarkozy pudo apoyar una pol¨ªtica de austeridad a ultranza como la que se sigue con Grecia carecen de sentido desde el momento en que su sucesor en El El¨ªseo, Fran?ois Hollande, encabeza dentro de la Uni¨®n los t¨ªmidos movimientos para encontrar una alternativa. Pero las razones por las que lo hace Alemania siguen dando lugar a la especulaci¨®n. No porque Angela Merkel o el director del Bundesbank, Jens Weidmann, no las reiteren con meridiana claridad tanto en declaraciones a la prensa como en las reuniones comunitarias o internacionales en las que participan. ¡°El Gobierno alem¨¢n desconf¨ªa de que los pa¨ªses de la eurozona en dificultades hagan lo que tienen que hacer si no sienten la soga al cuello¡±, afirma Maurici Lucena, economista y ex alto cargo del Gobierno socialista en Espa?a. ¡°Quiz¨¢ tenga raz¨®n, pero es una estrategia peligrosa¡±. El peligro reside en que podr¨ªa provocar la ruptura del euro pese al resultado de las elecciones griegas del pasado domingo, en las que lo ¨²nico que qued¨® claro es que el nuevo Gobierno respetar¨¢ el plan de ajuste, pero no que el plan vaya a dar mejores resultados que hasta ahora. ¡°El paradigma econ¨®mico ha cambiado¡±, concluye Lucena. ¡°Los europeos formamos parte de una uni¨®n monetaria, y la sensaci¨®n de humillaci¨®n que provoca la intervenci¨®n procede de que no somos conscientes de la nueva situaci¨®n¡±.
Merkel alega que
su pa¨ªs hizo ajustes mientras
otros estaban de fiesta
Si la intervenci¨®n conlleva humillaci¨®n, si se ha convertido en la letra escarlata que las econom¨ªas m¨¢s d¨¦biles de la eurozona pueden verse obligadas a soportar, es porque se ha ido confundiendo con la amenaza, con la soga al cuello de la que habla Lucena, para conjurar la desconfianza de Alemania hacia algunos miembros de la Uni¨®n. Esa desconfianza, de por s¨ª, no es precisamente un gesto amistoso entre socios que aspiran a la integraci¨®n pol¨ªtica y han so?ado en ocasiones con una Europa federal. Pero traducida en una perentoria alternativa entre la pol¨ªtica de austeridad a ultranza o la cesi¨®n de la gesti¨®n econ¨®mica a la troika abandona el terreno de los gestos y se adentra en el de la acci¨®n, por lo dem¨¢s emprendida en abierta contradicci¨®n con los procedimientos seguidos por la construcci¨®n europea desde sus inicios. La uni¨®n monetaria, que era el principal logro de esos procedimientos, de esos novedosos mecanismos de decisi¨®n arduamente tejidos en los tratados para formar la voluntad pol¨ªtica com¨²n de los Veintisiete, se transforma en una ratonera en la que el criterio de los m¨¢s fuertes se impone por v¨ªas de hecho a los m¨¢s d¨¦biles.
¡°La intervenci¨®n implica una devaluaci¨®n interna¡±, se?ala Jorge Fabra, promotor de Economistas Frente a la Crisis, una asociaci¨®n que, sobre el ejemplo de un movimiento similar surgido en Francia antes de las ¨²ltimas elecciones presidenciales, pretende combatir la pol¨ªtica de austeridad a ultranza impuesta por Alemania. Para Fabra y Economistas Frente a la Crisis, existen alternativas de pol¨ªtica econ¨®mica que no se consideran porque, en realidad, la Uni¨®n es hoy el escenario de una lucha entre quienes quieren profundizar el modelo de convivencia social que representa el Estado de bienestar europeo y quienes se proponen desmantelarlo o, al menos, reducirlo. Devaluaci¨®n interna, seg¨²n Fabra, significa ¡°privatizar servicios p¨²blicos y recortar los gastos sociales¡±, coincidiendo con una coyuntura que los hace m¨¢s necesarios que nunca. La humillaci¨®n que experimentan los pa¨ªses forzados a elegir entre la pol¨ªtica de austeridad a ultranza y la intervenci¨®n procede de que ambas opciones vienen impuestas desde fuera y de que compromete por igual a todas las fuerzas pol¨ªticas tradicionales, privando de valor a las preferencias que los ciudadanos expresan en las urnas. El europe¨ªsmo de la socialdemocracia se vuelve entonces en su contra, y los conservadores, por su parte, se ven desbordados por los partidos populistas y de extrema derecha.
La austeridad o la
intervenci¨®n se ven como imposiciones del exterior
En la d¨¦cada de los treinta del pasado siglo, las devaluaciones competitivas buscaban deliberadamente provocar la ruina del vecino en beneficio propio. No se puede decir que ese sea hoy el objetivo de la pol¨ªtica de austeridad a ultranza impuesta bajo la amenaza de la intervenci¨®n, pero s¨ª la consecuencia inevitable de las abismales diferencias que soportan los Estados de la eurozona para financiar su deuda, constre?idos a aplicar esa ¨²nica pol¨ªtica. Merkel alega en su favor que hace una d¨¦cada, cuando la mayor parte de los pa¨ªses de la eurozona se entreg¨® a la fiesta que ceb¨® la burbuja financiera, los Gobiernos alemanes asumieron la pol¨ªtica de austeridad que ahora reclaman al resto de los socios y que acabaron dando los resultados que est¨¢n a la vista. Nadie duda de la autoridad moral que los Gobiernos alemanes ganaron para hacerse escuchar en la gesti¨®n de la crisis, pero cabe preguntarse si no la estar¨¢n perdiendo al mantener la moneda ¨²nica al borde del abismo y consentir el empobrecimiento s¨²bito de las econom¨ªas m¨¢s fr¨¢giles de la eurozona. Primero, porque, de acuerdo con la expresi¨®n de Fabra que ilustra la misma preocupaci¨®n de Lucena, ¡°se pueden producir accidentes¡±, ya que no es lo mismo perseguir la consolidaci¨®n fiscal en el contexto econ¨®mico de entonces y en el de ahora, ni es indiferente el ritmo que se le quiera imprimir. Segundo, porque la pol¨ªtica de austeridad a ultranza est¨¢ desencadenando procesos econ¨®micos y pol¨ªticos en los pa¨ªses con dificultades para financiar su deuda de los que Alemania no puede desentenderse. Ni por el inter¨¦s de Europa, ni por el suyo propio.
¡°La pol¨ªtica de reducir a Alemania a la servidumbre durante una generaci¨®n, de envilecer la vida de millones de seres humanos y de privar a toda una naci¨®n de felicidad¡±, escribi¨® Keynes en 1919, ¡°ser¨ªa odiosa y detestable, aunque fuera posible, aunque nos enriqueciera a nosotros, aunque no sembrara la decadencia de toda la vida civilizada de Europa¡±. Pese a las advertencias, las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial optaron por seguir reclamando a Alemania las reparaciones contempladas en la literalidad del Tratado de Versalles, dejando a sus Gobiernos sin margen para adoptar otra pol¨ªtica econ¨®mica que la que les ven¨ªa impuesta desde fuera. El sentimiento de humillaci¨®n que se apoder¨® entonces de los alemanes no es distinto del que est¨¢ empezando a fraguar ahora entre algunos europeos, por m¨¢s que las situaciones de partida no sean comparables y el papel de unas potencias y otras se haya invertido. Grecia es un pa¨ªs peque?o, no una potencia mundial como lo era ya entonces Alemania, y se da por descontado que las consecuencias pol¨ªticas que desencadenen las decisiones econ¨®micas para combatir la crisis no pueden representar una amenaza. Pero despu¨¦s de Grecia han ca¨ªdo Irlanda y Portugal, y puede que en un plazo breve les siga Espa?a y qui¨¦n sabe si Italia, confirmando que la pol¨ªtica de austeridad a ultranza no da resultados o no lo hace a la velocidad necesaria. Ni siquiera para conjurar la amenaza de la intervenci¨®n.
En La letra escarlata, de Nathaniel Hawthorne, Hester Prynne es condenada por un tribunal p¨²blico a llevar sobre las ropas una marca que recordase de por vida su pecado. Solo que el hombre con el que fue infiel a su marido result¨® ser Dimmensdale, un reverendo de conducta hasta entonces ejemplar que se mantuvo silencioso e indiferente al sufrimiento de Hester Prynne mientras esta intentaba sobrevivir estigmatizada en la puritana sociedad inglesa del siglo XVII. Dimmensdale se crey¨® a salvo del esc¨¢ndalo, pero al pasar el tiempo, la misma marca que Hester tuvo que llevar sobre sus ropas, la misma letra escarlata que arruin¨® su vida por haber pecado, comenz¨® a dibujarse sobre la piel del reverendo.
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