Arreglado y (a¨²n) formal
La ropa ¡®casual¡¯ se abre paso con dificultad en las empresas Estas buscan transmitir un estilo a trav¨¦s del atuendo de sus empleados
Todas las ma?anas, Juan Fern¨¢ndez (nombre ficticio) abre su armario y elige uno de sus cuatro trajes, dos azul marino y dos grises. Si se ha levantado animado, se atreve con una camisa de cuadros, si no, una lisa sin m¨¢s complicaciones. Se calza unos zapatos de piel y se anuda con maestr¨ªa la corbata. Luego, pasa 10 horas delante de una pantalla, creando y gestionando programas de contabilidad financiera. De vez en cuando, se re¨²ne con otros compa?eros y solo una o dos veces al a?o, con clientes. La imagen que transmite, y los valores que de ella se desprenden, solo son percibidos por otros miembros de la plantilla y por su ordenador. Pese a ello, su empresa le obliga a cumplir un c¨®digo de indumentaria. Debe ir siempre de traje, excepto en agosto y todos los viernes del a?o, cuando puede optar por pantalones chinos y polos. Nada de vaqueros ni deportivas ni bermudas ni camisetas.
?Acaso resultar¨ªa menos productivo si sus pantalones estuviesen hechos de tela vaquera en vez de poli¨¦ster? ?Habr¨ªa m¨¢s tensi¨®n en su departamento si todos usasen zapatillas de deporte? ?Teme la empresa que Juan ¡ªal que le ha confiado un cargo de gran responsabilidad¡ª aparezca en chanclas y sin camiseta ese d¨ªa al a?o en el que se da cita con los clientes? ?Por qu¨¦ se crean normas de vestimenta para las personas que no trabajan en relaci¨®n con el p¨²blico? Para las que s¨ª lo hacen existen los uniformes, que ahora incluso se extienden: es lo que acaba de anunciar El Corte Ingl¨¦s para su plantilla de vendedores varones.
Silvia L¨¢zaro, directora de comunicaci¨®n interna de Ferrovial, explica que la pauta en el vestir cuando se trabaja en el interior de la empresa es una cuesti¨®n de ¡°estilo de compa?¨ªa¡±. Aunque en su empresa, asegura, no existe una normativa formal, s¨ª se da un acuerdo t¨¢cito que les permite llamar la atenci¨®n a un empleado ¡°si lleva un escote demasiado exagerado o unos vaqueros rotos¡±.
¡°La vestimenta es un m¨¦todo de subordinaci¨®n¡±, dice una soci¨®loga
?La raz¨®n? ¡°No hay espacios cerrados. Toda la gente se relaciona entre s¨ª y los clientes pueden pasar por delante de un ¨¢rea donde hay empleados que normalmente no trabajan ante el p¨²blico. Adem¨¢s, siempre existe la posibilidad de tener que salir a entregar alg¨²n informe¡±, aclara. Sin embargo, la doctora en Sociolog¨ªa Patricia Soley-Beltran considera que otros motivos menos pragm¨¢ticos subyacen en la decisi¨®n de implantar esta suerte de uniforme. ¡°Es un m¨¦todo de subordinaci¨®n. La ropa y el cuidado del cuerpo tienen una funci¨®n simb¨®lica muy importante. Y estas imposiciones obedecen a la creencia de que la disciplina en la vestimenta tiene su correlaci¨®n en la disciplina laboral, y que si se relaja una, termina relaj¨¢ndose la otra¡±, apunta.
Aun as¨ª, cada vez m¨¢s empresas comienzan a hacer peque?as concesiones durante el verano. Se permite prescindir de la chaqueta, llevar polos... Resulta absurdo, adem¨¢s de antiecol¨®gico y caro, tener que bajar el termostato hasta temperaturas glaciales porque empleados que solo se ven entre ellos van cubiertos con americanas y corbatas. El ahorro energ¨¦tico y econ¨®mico en aire acondicionado se impone en este caso a la disciplina textil.
Pero el control de la indumentaria se confirma como una herramienta laboral muy importante. Tanto que PwC, una de las auditoras m¨¢s importantes de Espa?a, incluye dentro de las responsabilidades de aquellos profesionales que est¨¢n al cargo de equipos ¡°asegurar la correcta aplicaci¨®n del c¨®digo y del business casual¡±. Es decir, de las normas de vestimenta m¨¢s laxas que se permite en agosto y durante los viernes. ¡°El objetivo es compatibilizar un estilo m¨¢s confortable con la imagen cuidada que los clientes y el mercado esperan de nosotros¡±, explica Xavier Janer, jefe de prensa de PwC.
En verano y los viernes se suelen relajar las normas de indumentaria
Pero ir en traje, sin m¨¢s acotaciones, ?garantiza una buena imagen?, se pregunta la dise?adora Ana Locking. ¡°Los c¨®digos se basan en una enumeraci¨®n de elementos, m¨¢s que en el estilo. Un hombre con un traje de poli¨¦ster mal¨ªsimo, una corbata ancha rescatada de los a?os ochenta y una camisa blanca con el cuello rozado de tanto ponerla se considera correcto. Pero otro que luce maravilloso con unas bermudas y unas sandalias de dise?o, y pese a que el conjunto le haya costado 10.000 euros, resulta inaceptable¡±, se queja. Aunque reconoce que un traje, por muy feo que sea, sigue transmitiendo fiabilidad y seriedad con m¨¢s fuerza que unas bermudas.
En Google Espa?a creen haber demostrado que, al menos en su campo, delegar en cada trabajador la elecci¨®n de su vestuario no ha desembocado en la anarqu¨ªa laboral, sino en un aumento de la productividad. ¡°Lo que buscamos es que todo el mundo se encuentre lo m¨¢s c¨®modo posible, incluso con la ropa que lleva como con las oficinas donde pasa su jornada, porque as¨ª trabajar¨¢ m¨¢s y mejor. Y, seamos sinceros, no es igual de confortable estar delante del ordenador 10 horas con el nudo de la corbata apret¨¢ndote, que en vaqueros y camiseta¡±, argumenta su directora de comunicaci¨®n, Anais Figueras.
La estrategia de Google consiste en tratar a sus empleados como mayores de edad. Si han pasado un competitivo proceso de selecci¨®n y la empresa conf¨ªa en ellos para desarrollar distintos proyectos, tambi¨¦n conf¨ªa en que sean lo suficientemente responsables y profesionales para adecuar su vestimenta a las necesidades de su trabajo. As¨ª, por ejemplo, los comerciales van en sudadera y deportivas excepto cuando se re¨²nen o visitan a clientes y proveedores.
Hay jefes que exigen ropa informal para ofrecer una imagen m¨¢s creativa
Puro sentido com¨²n en la teor¨ªa. En la pr¨¢ctica, algunas empresas como la agencia de publicidad TBWA Interactive han descubierto que no todos sus trabajadores est¨¢n preparados para gestionar la libertad de vestimenta. Incluso cuando no trabajan ante el p¨²blico y, como en este caso, no solo no se les proh¨ªbe el uso de ropa sport, sino que se potencia su uso. ¡°Ir con traje es contraproducente para un creativo, le resta valor. Al final, lo que nos compra el cliente es creatividad. Una cualidad que se te supone y que tienes que transmitir tambi¨¦n a trav¨¦s de tu ropa. Nuestro c¨®digo es el contrac¨®digo¡±, explica Chema Cuesta, director creativo de la agencia. Pero por muy lejos que la empresa sit¨²e la frontera de lo que considera decoroso, siempre existe la tentaci¨®n de transgredirla. Chema Cuesta recuerda que el pasado verano tuvieron que enviar una circular porque algunos de sus empleados vest¨ªan chanclas y ba?adores. ¡°Esto no es una fiesta en Ibiza o una piscina, aqu¨ª se viene a trabajar¡±, razona.
En opini¨®n de Soley-Beltran, muchas empresas interpretan el grado de cumplimiento de estas normas como term¨®metro de la fiabilidad del trabajador. ¡°Hay compa?¨ªas donde se valora mucho que la persona no cuestione nada, sino que ejecute y obedezca. Y su actitud ante la ropa es un marcador muy f¨¢cil de observar¡±.
Otro de los objetivos de los c¨®digos de vestimenta es, seg¨²n la soci¨®loga, ¡°la desexualizaci¨®n del espacio laboral¡±. Se trata, en sus palabras, de la misma filosof¨ªa, aunque muy matizada, que hay detr¨¢s del burka. ¡°La idea profunda es que las mujeres con todos sus atractivos sueltos pueden quebrar el orden p¨²blico, despertar los apetitos de los hombres, desconcentrarlos¡±. Y viceversa. Por eso, en la mayor parte de las normativas se proh¨ªben las minifaldas, en el caso de las mujeres, y los pantalones cortos, en el de los hombres, aunque los ¨²nicos que vayan a vislumbrar sus piernas sean sus compa?eros.
Si se da libertad a los empleados, trabajan m¨¢s y mejor, dicen en Google
Por la Red circulan unos carteles publicitarios muy reveladores que Accenture EE UU cuelga en sus oficinas para recordar a sus trabajadores los l¨ªmites que no est¨¢ permitido traspasar. En uno de ellos, sobre el primer plano de un fornido brazo, se lee: ¡°Nos gusta ver tus b¨ªceps¡ en el gimnasio¡±, y se advierte de que los hombres no deben llevar camisetas de tirantes. En otro, la frase ¡°cuando decimos que las preferimos cortas¡ nos referimos a las reuniones¡± acompa?a la imagen de una microminifalda.
Con sentido del humor, como en este caso, o sin ¨¦l, el mensaje queda claro: ambos sexos deben vestir no solo con seriedad sino tambi¨¦n con recato. Una idea que cala en el subconsciente del empleado hasta convertirlo, a veces, en su propio censor. Mar¨ªa Blanco cuenta que aunque no est¨¢ expl¨ªcitamente prohibido llevar camisetas de tirantes en la empresa de construcci¨®n donde trabaja, ninguna mujer lo hace y cuando alguna osa hacerlo, ¡°todos lo comentan, no pasa inadvertido¡±. ?Tan escandaloso resulta un hombro al descubierto? ?Acaso la sola visi¨®n de ese trozo de carne puede hacer perder eficacia a sus compa?eros?
No, pero se considera que est¨¢ ¡°fuera de lugar¡±. La violaci¨®n del c¨®digo les hace sentir inc¨®modos. De hecho, Silvia L¨¢zaro, directora de comunicaci¨®n de Ferrovial, asegura que la plantilla asume con total naturalidad las normas y que nunca les han pedido que las relajen. En opini¨®n de Soley Beltran, es muy com¨²n que estas reglas generen una sensaci¨®n de seguridad entre los empleados. ¡°El sentimiento de pertenencia a un grupo a trav¨¦s de la indumentaria es muy importante para empatizar y seleccionar. Adem¨¢s, es una cuesti¨®n de pura econom¨ªa psicol¨®gica: te ahorras tener que pensar de qu¨¦ van esas personas, porque llevan ese mensaje escrito sobre su superficie corporal¡±, argumenta.
En Google consideran, sin embargo, que la expresi¨®n de la individualidad a trav¨¦s de la ropa es mucho m¨¢s positiva, en t¨¦rminos laborales, que la uniformidad. ¡°Buscamos que la gente sea lo m¨¢s parecida a s¨ª misma, a su forma de ser real, dentro de la empresa. As¨ª se sentir¨¢ m¨¢s c¨®moda, las relaciones con otras personas ser¨¢n m¨¢s f¨¢ciles y el trabajo fluir¨¢ mejor¡±.
La "buena impresi¨®n"
Partiendo de que trabajando en moda nuestros c¨®digos de vestimenta (que los hay, y f¨¦rreos) son muy diferentes de los de una oficina convencional, valga un ejemplo. Un amigo, veterano abogado y asesor fiscal, me contaba hace poco la siguiente an¨¦cdota. Junto con otros socios, se present¨® en el despacho de unos potenciales clientes. Todos iban perfectamente uniformados con sus trajes caros, sus camisas impolutas y el nudo de la corbata perfecto. La cl¨¢sica estampa para causar ¡°buena impresi¨®n¡±. Al llegar, se encontraron con los jefazos de la otra empresa en polos, pantalones de sport y camisas arremangadas. ¡°Pero ?c¨®mo no nos avisasteis de que esta ser¨ªa una reuni¨®n informal?¡±, dijeron. ¡°Porque nosotros habr¨ªamos ido exactamente igual que vosotros si hubi¨¦ramos ido a veros a vuestra oficina¡±, les replicaron.
La respuesta ca¨ªa por su propia l¨®gica. Sin embargo, a¨²n hoy vivimos obsesionados con la imagen que proyectamos en nuestro entorno laboral. Al menos, muchos profesionales que se ven obligados, de alguna manera, por unos c¨®digos de vestimenta t¨¢citos, que se presuponen en determinados oficios y que les igualan y normalizan entre s¨ª. Todo eso ha cambiado, claro. La rigidez ha dado paso a una actitud m¨¢s relajada y a un cierto af¨¢n de distinguirse y autoafirmarse. Aunque nosotros mismos somos los ¨²ltimos en asumirlo. Es cierto que a¨²n muchas empresas obligan al trinomio camisa-chaqueta-corbata, al menos a los chicos. Sin reparar particularmente en si es un traj¨®n descuadrado y carente de cierto estilo (algo que, por desgracia, abunda) o de si existe cierta intenci¨®n y algo de conciencia sobre lo que m¨¢s le favorece al que se lo compra o se lo pone. En el caso de las chicas, las normas son aparentemente m¨¢s relajadas, pero en realidad pueden resultar mucho m¨¢s chungas: a la formalidad laboral se suman c¨®digos sexistas que parecen medir si se puede ense?ar m¨¢s o menos.
Hay algo de p¨¦ndulo evolutivo en todo esto. La sociedad del bienestar, definida por el aumento del poder adquisitivo de la clase media en mis queridos a?os sesenta, deriv¨® en que un marido perfecto pasaba por lucir un traje (m¨¢s o menos perfecto, con m¨¢s o menos clase y estilo). Supon¨ªa un tipo de reconocimiento social. Algo que lleg¨® a su punto ¨¢lgido en los a?os ochenta, con el modelo aspiracional ejecutivo de Wall Street para ellos y Armas de mujer para ellas. A partir de entonces, podr¨ªamos hablar de una involuci¨®n. De repente, ir supertrajeado daba la impresi¨®n contraria: restaba cr¨¦dito. El ¨¦xito de los nerds y el estallido de las empresas puntocom desde finales de los noventa tiene algo que ver en todo esto: Mark Zuckerberg, uno de los prohombres de Internet, contin¨²a vistiendo invariablemente camisetas, sudaderas y chanclas. No hace falta mirar a Silicon Valley. Yo tengo un superprimo en Valencia que abandon¨® la rigidez del traje por su propia empresa intern¨¢utica. Y s¨ª, ahora ¨¦l y sus empleados van en chanclas al trabajo. ?Por fin!
Juan Duyos es dise?ador.
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