El fin de la cultura de los objetos
El arrendamiento de los servicios sustituye a la compra y el almacenamiento de bienes culturales
Cuando le alcance la muerte, la biblioteca digital que recopil¨® durante a?os se esfumar¨¢ con usted. Todos los discos o libros comprados en tiendas electr¨®nicas como Amazon o iTunes (Apple) se perder¨¢n en alg¨²n sitio del ciberespacio. En realidad, ni siquiera har¨¢ falta. Usted nunca los posey¨®, simplemente fue arrendatario vitalicio de un servicio de lectura o escucha musical que esas compa?¨ªas le prestaron a cambio de una cantidad de dinero molestamente parecida a la que sol¨ªa pagar por hacerse con un ejemplar f¨ªsico de esos t¨ªtulos (a?adido a que el gravamen por los libros electr¨®nicos es 17 puntos superior al del de los tradicionales). En aquel mundo de los objetos en el que vivi¨®, un disco sol¨ªa costarle alrededor de 15 euros. Hoy son solo diez, pero no puede prestarlo, tirarlo por el balc¨®n, copiarlo o tan siquiera dej¨¢rselo a sus hijos cuando muera.
?Esta semana, a ra¨ªz del rumor acerca de que el actor Bruce Willis pensaba demandar a Apple por no permitirle transmitir en herencia a sus hijas su enorme colecci¨®n de discos (desmentido por su esposa en Twitter) ha prendido el debate sobre el asunto y los ¨¢nimos de usuarios contra las empresas. El nuevo modelo de negocio en la m¨²sica y los libros, dos sectores que atraviesan una profunda crisis de identidad y de formato, se fundamenta en prestar servicios en lugar de vender bienes. Una idea anunciada ya por Jeremy Rifkin en su libro La era del acceso (Paid¨®s, 2000) y que se materializa a cada paso que da el sistema de venta y consumo. En la cultura, da igual, o en la venta de coches, pagamos ya por mantener abierta durante un tiempo esa puerta trasera que da al patio de las emociones.
La acumulaci¨®n de bienes ya no determina la riqueza ni la identidad
La acumulaci¨®n de objetos ya no determina la riqueza ni la identidad del recopilador. El obsesivo acopio ha perdido aquella magia que describ¨ªa Walter Benjamin en Desembalando mi biblioteca: ¡°El encantamiento m¨¢s profundo consiste en encerrar el objeto individual dentro de un c¨ªrculo m¨¢gico en el que queda congelado mientras el escalofr¨ªo final, el escalofr¨ªo de la adquisici¨®n, lo recorre¡±. Y es cierto que sab¨ªamos ya que un libro o un disco digital no se tocan. Que ese ¡°escalofr¨ªo de la adquisici¨®n¡± se ha vuelto un mero cosquilleo v¨ªa Paypal. Pero ahora sabemos tambi¨¦n que los nuevos bienes no se poseen ni ser¨¢n para los que nos sucedan. Algo as¨ª como el fin de la cultura de los objetos; o de los objetos de la cultura. El servicio que alquilamos se presta ¨²nica e intransferiblemente a la cuenta de usuario con la que hacemos las transacciones. Se acab¨® aquello de domesticar el tiempo a trav¨¦s de la colecci¨®n de cosas, como dec¨ªa Baudrillard en su famoso Sistema de los objetos.
Almacenar es en este mundo inmaterial cosa de otra ¨¦poca. Algo m¨¢s cercano a un molesto s¨ªndrome de Di¨®genes que a una acumulaci¨®n de saber. Los hogares ya no se dise?an con estanter¨ªas (incluso Ikea se plantea un redise?o menos profundo de su estanter¨ªa Billy) y los ordenadores cada vez necesitan un disco duro m¨¢s reducido: para eso est¨¢ la nube. Puestos a tirar de analog¨ªa, es probable que la capacidad de archivar la informaci¨®n tampoco sea ya tan necesaria en el cerebro. Se potencia la memoria RAM (la velocidad, la habilidad, la capacidad de hacer m¨¢s de una tarea a la vez, como explica Nicholas Carr en Superficiales) en detrimento del almacenamiento de datos que nunca necesitaremos. Lo que se busca, se encuentra en Google. El riesgo, de alguna manera y evocando aquella escena final de Blade Runner, es que todas nuestras experiencias (en este caso el patrimonio cultural), lo que configur¨® el mapa de nuestra identidad y nuestro secreto deseo de trascendencia, se pierdan como l¨¢grimas en la lluvia.
¡°Lo f¨ªsico y tangible cada vez tiene menos relevancia¡±, dice Simone Bos¨¦
¡°No tiene sentido. Solo responde a unos intereses comerciales. Los costes de almacenamiento en la nube son irrisorios. Almacenar todas nuestras bibliotecas personales supone un coste residual para estas compa?¨ªas¡±, critica Javier Celaya, fundador de Dosdoce, observatorio de las nuevas tecnolog¨ªas en el sector cultural. ¡°Ten¨ªamos unos derechos que ganamos en el mundo anal¨®gico y que no deber¨ªamos perder en el mundo digital. Es cierto que ya no es una propiedad, sino un servicio, pero si ma?ana Amazon desaparece, ?se va al traste nuestra biblioteca? Nos tendr¨ªan que garantizar que podemos tener acceso siempre a esos archivos. Incluso si nos queremos ir de Amazon. Suced¨ªa igual con el n¨²mero de tel¨¦fono de las compa?¨ªas de m¨®viles. El mundo digital lo estamos creando, no es necesariamente as¨ª¡±, insiste Celaya.
Lo perdurable, lo indestructible, incluso en el amor (v¨¦ase el auge de las webs de adulterio o contactos), es hoy una actitud muy poco ecol¨®gica en este ¡°r¨¦gimen de obsolescencia¡± ¡ªcomo lo define el fil¨®sofo Jos¨¦ Luis Pardo¡ª. Proliferan empresas de almacenaje como Bluespace para enterrar ah¨ª sin fecha de vuelta todo lo que ya no podemos absorber en nuestra vida dom¨¦stica. Y lo mismo sucede con los datos que almacenamos. Una vez muertos, y ya que nadie m¨¢s puede tener acceso a ello, lo que queda de nosotros en la Red no son m¨¢s que molestos residuos duplicados infinitamente. Entonces, ?qu¨¦ mejor destino que la destrucci¨®n?
La mayor¨ªa de j¨®venes en EE UU escuchan m¨²sica a trav¨¦s de Youtube
En cuanto a la fiebre archiv¨ªstica tan del siglo XX, especialmente la referida a la m¨²sica ?qui¨¦n necesita hoy comenzar una colecci¨®n cuando est¨¢ toda en Youtube? Seg¨²n un estudio de la consultora Nielsen publicado recientemente, la mayor¨ªa de j¨®venes estadounidenses eligen dicho canal de v¨ªdeos para escuchar m¨²sica. Ni CD, ni LP ni iTunes. As¨ª que, bien mirado, a qui¨¦n le importa ad¨®nde demonios vaya a parar el contenido hist¨®rico de nuestra estanter¨ªa. ¡°No s¨¦ si es progreso, evoluci¨®n o cambio de modelo de la propiedad como la entend¨ªamos hasta ahora. Lo f¨ªsico y tangible cada vez tiene menos relevancia. Los contenidos pasan a tener un componente de disfrute m¨¢s que de propiedad. ?El precio? Lo pone el que los comercializa. Creo que en el futuro todos los h¨¢bitos cambiar¨¢n, sobre todo la valoraci¨®n de la propiedad. Todav¨ªa nos aferramos a un romanticismo materialista de otra ¨¦poca. Hay objetos que todav¨ªa pertenecen al ¨¢mbito del coleccionismo o la valoraci¨®n fetichista de un disco. Ahora ya no transportamos los objetos culturales, accedemos al contenido¡±, explica Simone Bos¨¦, presidente de EMI Music Espa?a.
Justamente, ese concepto de ¡°contenido¡± (referido a m¨²sica, libros o informaci¨®n period¨ªstica, antes claramente delimitados) nace paralelamente a esta nueva cultura del arrendamiento de los bienes culturales. De alguna forma, peri¨®dicos, discogr¨¢ficas o editoriales se encuentran de golpe en una misma industria que alquila informaci¨®n para dispositivos electr¨®nicos. ¡°Tendemos a llamar contenido a todo lo que se produce de alguna forma intelectual, pero no veo una connotaci¨®n negativa. Pero s¨ª que puede responder a ese cambio de paradigma en la distribuci¨®n de los bienes culturales, en el acceso m¨¢s que en la propiedad¡±, insiste Bos¨¦.
El escritor Eloy Fern¨¢ndez-Porta, autor de libros como Afterpop o Ero$, acaba de enfrentarse personalmente a este problema. Su padre, el fil¨®sofo Francisco Fern¨¢ndez Buey, muri¨® este verano y encontrar acomodo a la biblioteca especializada de m¨¢s de 5.000 vol¨²menes que recopil¨® fue una odisea m¨¢s que una satisfacci¨®n. ¡°El mayor problema que tenemos es que seguimos pensando en t¨¦rminos humanos en un mundo que ya no lo es. La posesi¨®n de los formatos inmateriales no es un derecho humano. Es un arrendamiento del espacio digital corporativo. Pero seguimos pensando en el espacio como un terreno que nos leg¨® la naturaleza y siempre discutimos a qui¨¦n pertenece. Adem¨¢s, la difusi¨®n de las innovaciones t¨¦cnicas no es una deuda que el innovador ha contra¨ªdo con la especie humana, es parte de una pol¨ªtica de patentes. Si Gutenberg viviera hoy no dar¨ªa gratis una cosa que desde luego vale dinero¡±, reflexiona Fern¨¢ndez Porta. ¡°Pero el m¨¢s decisivo es la noci¨®n de consanguinidad. La entendemos como una correa de transmisi¨®n que enlaza el cuerpo, la genealog¨ªa, con la ley (herencias). La noci¨®n del cuerpo humano se ha transformado, de modo que la consanguinidad solo puede ser entendida como un accidente biol¨®gico reversible. Los derechos que siempre ven¨ªan con ella no se aplican. Es el tema central del asunto poshumano. Ya no vivimos en una era de la transmisi¨®n geneal¨®gica generacional. La ley y los genes corren en paralelo¡±, insiste.
Fern¨¢ndez Porta: ¡°Pensamos como humanos en un mundo que no lo es¡±
Como apunta Fern¨¢ndez Porta, la ruptura de esta l¨ªnea geneal¨®gica ya ven¨ªa sugerida por la tradici¨®n de la ciencia ficci¨®n con novelas como el Fin de la infancia, de Arthur Clarke o Blade Runner, donde siempre existe una lucha entre el creador y su creaci¨®n, pero donde nadie se plantea ni remotamente tener hijos como una forma de trascendencia o posible legado. En caso de que llegasen, es probable que el inter¨¦s por heredar decenas de cajas llenas de objetos acumulados durante a?os, el peso de esa narcisista recolecci¨®n del padre, no logre soportarlo ni una sola generaci¨®n m¨¢s.
Digital: m¨¢s oral que escrito
Tendemos a colocar la cultura digital que r¨¢pidamente est¨¢ emergiendo en una l¨ªnea temporal: la cultura oral milenaria, la cultura escrita secular, y ahora, a continuaci¨®n, la cultura digital. Y la comprensible inercia ante la transici¨®n hace que cueste liberarse de una interpretaci¨®n en que esta reci¨¦n iniciada forma de instalarse en el mundo es solo una continuaci¨®n de la cultura escrita. Pero este fen¨®meno de transformaci¨®n no se puede entender tan linealmente. Hay que superar la tentaci¨®n de la simple secuencia temporal y ver la cultura digital como una cu?a que penetra entre la cultura oral y la cultura escrita. De manera que bascula entre las otras dos, es m¨¢s, parece que muestra mayor inclinaci¨®n hacia la cultura oral. Y esto quiz¨¢ sorprenda desde la cultura hegem¨®nica, que puede considerar que si hay un cambio es para superar lo que ella ha conseguido, no para volver atr¨¢s. De ah¨ª esa visi¨®n lineal y progresiva en que se pretende colocar lo nuevo. Sin embargo, no es as¨ª: la cultura digital recupera y reinterpreta rasgos clave de la cultura oral.
La oralidad se sostiene sobre lo ef¨ªmero: la palabra, el gesto, la situaci¨®n... tan fugaces. La repetici¨®n, por tanto, como forma de resistirse a esta inconsistencia. Pero cada repetici¨®n es ¨²nica y original. Lo sucedido se hace ya inaprensible. La palabra, el gesto y el momento no dejan rastro material, hay que repetirlos para no perderlos, pero, porque las circunstancias son otras, ser¨¢ ya una reformulaci¨®n de lo anterior. Para que no se pierda la cultura oral tengo que repetir lo que digo, y que lo repitan otros. Si otros no intervienen o se les proh¨ªbe, si no se adapta lo que se diga al momento, se pierde sin remedio.
La cultura escrita trae un medio artificial de presencia no obligada. La palabra perdura (y con el registro audiovisual, el gesto y el entorno). Pero el resultado es que nos cargamos de materia resistente al paso del tiempo, que va poblando, porque ocupa un lugar, nuestro ¨¢mbito. Proporciona una satisfactoria sensaci¨®n de posesi¨®n, y tu identidad se ancla en los objetos que perduran.
En un principio cre¨ªmos que la digitalidad era un mundo virtual que estaba al otro lado de la pantalla. Una frontera, pues, bien definida y separadora. Pero ahora notamos que no es as¨ª: el mundo digital, virtual, se derrama, penetra en nuestro mundo de objetos bien tangibles, hechos de ¨¢tomos, y comienza a habitar entre nosotros. Marea que empapa la materia y la reblandece y con ello se debilita nuestra forma de asirnos a la existencia. Es mucho m¨¢s perturbadora de lo que se podr¨ªa suponer esta emergencia de la digitalidad. Altera modelos de negocio, afecta a derechos adquiridos del consumidor, replantea los conceptos de propiedad y de autor¨ªa, s¨ª, pero sobre todo, nos empuja irresistiblemente a otras formas de ver el mundo y de estar en ¨¦l.
Antonio Rodr¨ªguez de las Heras es catedr¨¢tico de la Universidad Carlos III
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