El castigo m¨¢s salvaje
Ruth Ortiz: ¡°No era cari?oso ni conmigo, ni con sus hijos, ni con nadie¡±
La ma?ana del 6 de octubre de 2011, dos ni?os peque?os se quedaron solos en la placita de San Juan de Letr¨¢n, en C¨®rdoba. Un hombre menudo, de ojos grandes y mirada fija, les observaba desde una esquina. Quer¨ªa conocer c¨®mo eran las reacciones de dos cr¨ªos de corta edad al quedarse abandonados moment¨¢neamente. El hombre semiescondido era Jos¨¦ Bret¨®n G¨®mez y los dos ni?os, sus sobrinos. Dos d¨ªas despu¨¦s, Bret¨®n denunci¨® la extra?a desaparici¨®n de sus propios hijos, de seis y dos a?os, Ruth y Jos¨¦, y dio toda clase de explicaciones a la polic¨ªa, aunque los agentes sospecharon muy pronto que la jugada hab¨ªa sido otra. La polic¨ªa ha recordado en el juicio que Bret¨®n era fr¨ªo, impasible. Finalmente ha sido declarado culpable del doble asesinato de sus v¨¢stagos.
El episodio del abandono de sus sobrinos es uno de los m¨¢s inquietantes dentro del plan que Bret¨®n traz¨® para eliminar a sus hijos. Un crimen con el que quer¨ªa vengarse de su entonces esposa, Ruth Ortiz, quien acababa de anunciarle el 15 de septiembre que quer¨ªa separarse de ¨¦l. Es en esa fecha cuando, seg¨²n los investigadores, el juez instructor, la fiscal¨ªa y, ahora tambi¨¦n el jurado, el acusado comenz¨® a preparar ya el horrendo crimen. Jos¨¦ Bret¨®n y Ruth Ortiz viv¨ªan con sus hijos en Huelva. Ella, natural de esa ciudad y veterinaria de profesi¨®n, trabajaba como t¨¦cnico en la Junta de Andaluc¨ªa. Bret¨®n, cordob¨¦s, ¡ªen tiempos fue soldados y estuvo destinado en Bosnia¡ª hab¨ªa perdido su empleo de transportista y se encontraba a disgusto en la ciudad. Exig¨ªa una y otra vez a su esposa retornar a C¨®rdoba. Su car¨¢cter machista, estricto, mani¨¢tico, obsesivo, como le han definido los psic¨®logos, se hab¨ªa agudizado. El hecho de que Ruth Ortiz fuese la persona que sosten¨ªa la econom¨ªa familiar y que a ¨¦l le correspondiese cuidar del hogar y de los ni?os, le desquiciaba. Y lo pagaba con su esposa y sus hijos.
Su cu?ado le advirti¨® ¡°que no hiciera ninguna locura¡±
En el juicio, Ruth Ortiz explic¨® que fue en esos d¨ªas previos a su separaci¨®n cuando se dio cuenta de que era una mujer maltratada. ¡°Estaba anulada. Yo normalic¨¦ muchas cosas de su conducta cosas que no eran normales. Yo no daba pie a la discusi¨®n. Sab¨ªa que intentar hacerle ver algo distinto era misi¨®n imposible. Lo que quer¨ªa es que no se enfadase. Bret¨®n no era cari?oso ni conmigo ni con sus hijos ni con nadie¡±, cont¨® al jurado. Por todo ello, Ruth se separ¨®. Bret¨®n regres¨® a C¨®rdoba y la madre accedi¨® a que el padre se llevase a sus hijos los fines de semana alternos.
El primero de esos turnos de Bret¨®n en compa?¨ªa de sus hijos, transcurri¨® con aparente normalidad. Pero Obdulia Ramos, abuela materna de Ruth y Jos¨¦, recuerda que en la segunda ocasi¨®n, cuando el padre fue a su casa a recoger a los chiquillos, not¨® una actitud extra?a en ¨¦l. Y confes¨® al tribunal, entre l¨¢grimas, que Bret¨®n le dijo entre dientes: ¡°Es la ¨²ltima vez que los ves¡±. Y as¨ª fue. Aquel viernes 7 de octubre fue la ¨²ltima vez que Obdulia se despidi¨® de sus nietos.
La familia de Bret¨®n tambi¨¦n estaba muy preocupada. Tanto, que su hermano Rafael lleg¨® a instalarle en su tel¨¦fono inteligente una aplicaci¨®n para tenerlo siempre localizado geogr¨¢ficamente. Y su cu?ado, Jos¨¦ Ortega, le advirti¨® un d¨ªa que no ¡°hiciera ninguna locura, como estrellarse con el coche y con sus hijos dentro¡±. Los miedos de Ortega se agudizaron cuando se enter¨® de que Bret¨®n hab¨ªa dejado abandonados a sus dos hijos ¡ªde edades similares a Ruth y a Jos¨¦¡ª en la placita de San Juan de Letr¨¢n, hasta que una vecina los reconoci¨®.
Pero nadie imagin¨® que dos d¨ªas despu¨¦s, la tarde del 8 de octubre, Bret¨®n lo tuviese todo preparado para desaparecer unas horas, matar a sus hijos, quemar sus cad¨¢veres y tratar de hacer pasar el crimen por una simple desaparici¨®n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.