Los alumnos despiden al maestro
El veterano profesional ocup¨® cargos de responsabilidad en Pueblo, Informaciones y EL PA?S En mayo recibi¨® el Premio Ortega y Gasset a la trayectoria profesional m¨¢s destacada
Fue el maestro de miles de alumnos, que no solo fueron periodistas o estudiantes de periodismo. A Jes¨²s de la Serna, que muri¨® en la madrugada de este jueves, le importaban los lectores, y a su respeto dedic¨® sus mayores esfuerzos en el desarrollo de una profesi¨®n a la que entreg¨® su vida.
Riguroso, incluso espartano, cre¨ªa que un periodista no deb¨ªa aspirar a otros galardones que los que le daba el lector y luch¨® contra los defectos en que incurrimos como si ¨¦l mismo fuera un libro de estilo viviente. Dedic¨® su vida a este antiguo oficio con la convicci¨®n de que no estaba aqu¨ª para deslumbrar sino para contar la realidad y para hacer que otros la contaran bien. Procuraba la sombra, y desde ah¨ª proyect¨® a periodistas de mucho renombre. Si lo llamaban maestro, se sublevaba. Esa era, quiz¨¢, la ¨²nica verdad que no toleraba.
Despu¨¦s de 70 a?os de oficio y 87 de vida, De la Serna, hijo de periodista (V¨ªctor de la Serna) y nieto de escritora (Concha Espina), muri¨® en Madrid tras una larga enfermedad. Hab¨ªa nacido en Cantabria. Hoy ser¨¢ enterrado en El Espinar (Segovia), donde ten¨ªa gran parte de su alma. Su vida de periodista fue coronada el ¨²ltimo mes de mayo con el Premio Ortega y Gasset a la trayectoria. Le entregaron este galard¨®n los tres directores que ha tenido EL PA?S (Juan Luis Cebri¨¢n, que fue su subdirector en Informaciones y quien lo trajo a este peri¨®dico en 1979, Joaqu¨ªn Estefan¨ªa, con quien trabaj¨® en la Escuela de Periodismo UAM/EL PA?S, y Jes¨²s Ceberio), adem¨¢s del director actual, Javier Moreno, que fue su alumno en aquella escuela.
Como resumen de su vida, Jes¨²s de la Serna dijo en ese encuentro con sus colegas: ¡°Yo no soy yo, soy yo y un mont¨®n de gente que me ha acompa?ado en todos estos a?os y de los que he aprendido much¨ªsimo, desde los grandes profesionales a los m¨¢s modestos y desconocidos. Me he incrustado como uno m¨¢s entre ellos. Este es un oficio que se hace en equipo¡±.
No era ret¨®rica; lo suyo, adem¨¢s, no era la ret¨®rica. En la Redacci¨®n de EL PA?S y luego en la Escuela de Periodismo, De la Serna era el punto de referencia de los que ten¨ªan tareas directivas (a Cebri¨¢n le dijo un d¨ªa: ¡°Juan, recuerda que el capit¨¢n come solo en su camarote¡±) y de los que empezaban en el oficio o ya se hab¨ªan curtido en ¨¦l. Despreciaba halagos y siempre estuvo disponible en su despacho o entre las mesas. Era, en efecto, un veterano incrustado en las filas juveniles. De los viejos tuvo el respeto y de los j¨®venes se gan¨® la admiraci¨®n. No busc¨® ni una cosa ni la otra: las obten¨ªa porque su naturaleza desprend¨ªa una clase especial de nobleza, rara en un oficio que, como dec¨ªa Kapuscinski no se hizo para c¨ªnicos, aunque abunden. Jes¨²s era lo contrario de un c¨ªnico. Era amable y elegante, una persona radicalmente buena.
Porque era todo eso este jueves por la ma?ana, cuando su cuerpo era velado en el tanatorio de la M-30 por su mujer, Pura Ramos, que tambi¨¦n es periodista, por sus ocho hijos (entre los cuales tambi¨¦n hay un periodista, Diego) y por los centenares de personas que enseguida acudieron a rendirle homenaje, lo que se vio no fue solo la despedida al subdirector de Pueblo, al director de Informaciones, al subdirector y consejero de EL PA?S o al que fue presidente de la Asociaci¨®n de la Prensa de Madrid y de la Federaci¨®n de Asociaciones de la Prensa.
Los que se congregaron ven¨ªan de las m¨¢s diversas generaciones de periodistas; algunos estuvieron bajo su mando o su consejo, otros eran exalumnos de la Escuela; la mayor parte fueron compa?eros suyos de oficio en los distintos medios a los que se dedic¨®, desde Pueblo a este peri¨®dico en el que cumpli¨®, como Defensor del Lector, sus ¨²ltimas tareas profesionales. No era ret¨®rico Jes¨²s de la Serna, y este homenaje multitudinario y multigeneracional tampoco lo era; el afecto que desprend¨ªa este maestro de periodistas se basaba (eso le dijo una vez Emilio Romero, su director en Pueblo, a nuestro compa?ero Rafael Fraguas) ¡°en la empat¨ªa¡±, en la capacidad para mandar con elegancia y respeto. Se dec¨ªa de ¨¦l que era el consejero tranquilo, el hombre que sosegaba los ¨¢nimos para hallar en medio lo mejor de cada uno. Jes¨²s mandaba mirando.
Escribi¨® poco. Como los grandes periodistas de su generaci¨®n, se hizo entre galeradas ajenas, cuidando que la Redacci¨®n tuviera una gu¨ªa y que esta no se fijara en virtud de las broncas, las diatribas o las ocurrencias. Sin embargo, en aquella etapa final, cuando asumi¨® la tarea de Defensor del Lector, s¨ª escribi¨® art¨ªculos en los que fij¨® posiciones sobre la duda como alimento del oficio, contra las imprudencias profesionales de las que los periodistas no hacemos autocr¨ªtica, contra el mal gusto o contra la (mala) costumbre de no contrastar lo que cree saberse de buena fuente cuando esta es tan solo una fuente.
No hac¨ªa ruido, pero ten¨ªa entre sus armas un c¨®digo ¨¦tico invencible: la b¨²squeda de la verdad. Dijo cuando coronaron su carrera con aquel premio: ¡°Lo primero siempre es la b¨²squeda de la verdad y lo segundo comprobarla y verificarla, porque las fuentes no son siempre firmes y seguras. Hay que contrastar constantemente, cueste lo que cueste¡±. Recordaba un aforismo norteamericano que parec¨ªa hecho para su sentido com¨²n: ¡°Si tu madre te dice que te quiere, compru¨¦balo¡±. Que todos quer¨ªan al maestro que acaba de morir fue una evidencia abrumadora.
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