Inmigrantes de Sierra Leona en Espa?a piden ayuda para sus familiares

Hay noches en las que Nanah Kamara no logra pegar un ojo. No entiende c¨®mo conciliar el sue?o en Madrid cuando sus tres hijas ¡ªde 6, 17 y 19 a?os¡ª duermen en el pa¨ªs m¨¢s golpeado por el ¨¦bola, Sierra Leona, donde han muerto 298 personas y se han contagiado 717. "Mafilla, la menor, me llama llorando, me dice por tel¨¦fono que tiene miedo y que se va a morir sin m¨ª", cuenta su madre.

Historias como la de Kamara, de 43 a?os, son cada vez m¨¢s habituales en el consulado honorario de Sierra Leona en Madrid, a donde llegan para pedir ayuda para sus familiares o para decir que no logran comunicarse con ellos. El n¨²mero de ciudadanos de ese pa¨ªs, donde hay provincias enteras en cuarentena, bordea los 2.000.

Kamara lleg¨® a Espa?a en 2010. Su familia se qued¨® en Lumbley, una zona de Freetown, la capital, a la que describe como "muy mala, con suelo de barro y agua sucia en las calles". Los vecinos est¨¢n presos en sus propias casas. Nadie sale. Prefieren no hacerlo y, si se atreven, siguen una regla no escrita: nadie toca a nadie. "Nada funciona, todo est¨¢ cerrado, hasta los hospitales. Los m¨¦dicos se van porque no tienen seguridades. Si la gente no sale, ?c¨®mo comen?".

La colonia de inmigrantes organiza una concentraci¨®n en el barrio madrile?o de Lavapi¨¦s, el pr¨®ximo s¨¢bado, para ir desde all¨ª hacia los ministerios de Exteriores y Sanidad a pedir asistencia. La ayuda llega a cuentagotas. Kamara muestra, sobre una mesa del consulado, unas cajas de paracetamol, botellas de alcohol y agua oxigenada, paquetes de esparadrapos y gasas... "La gente ha tra¨ªdo medicinas, pero necesitamos m¨¢s y el problema tambi¨¦n es la falta de dinero para enviarlas", dice la mujer, que colabora con la oficina diplom¨¢tica, aunque tambi¨¦n limpia casas para llegar a fin de mes.

En San Sebasti¨¢n vive Kumba Koroma. Tiene 49 a?os, 20 de ellos en Espa?a. En mayo perdi¨® a su hermana y a sus t¨ªos en la localidad de Koindu, distrito de Kailahun. Los primeros s¨ªntomas hicieron pensar a la familia que se trataba de malaria. Decidieron, entonces, tratarla en casa, con hierbas, pero no mejoraba. La trasladaron al hospital y al poco tiempo muri¨®. "Fue r¨¢pido, menos de dos semanas. En seguida murieron la mujer que la hab¨ªa cuidado y su madre. Despu¨¦s murieron dos t¨ªos que, al parecer, se contagiaron cuando tocaron el cuerpo de mi hermana para despedirse [en el funeral]. Esa es una costumbre", cuenta Koroma, que ahora teme por la vida de sus sobrinos.

El miedo es el denominador com¨²n. Humpa Hindolo ¡ª41 a?os, 14 en Espa?a¡ª cuenta que, muchas veces, el problema no es la falta de dinero, sino que simplemente no pueden salir por temor. "Tengo cuatro hijos [de 12 a 15 a?os] y no pueden ir al colegio porque est¨¢n encerrados. Me cuentan que hay problemas para moverse, no hay transporte ni ambulancias". Solo salen de casa, en la ciudad de Bo, la segunda m¨¢s poblada de Sierra Leona, cuando deben comprar comida, pero siempre les aclara: "Ya saben, no pueden tocar a nadie".