Hacia el ¡®homo technologicus¡¯
Delegamos cada vez m¨¢s en la tecnolog¨ªa. Gu¨ªa nuestros pasos, relaciones, trabajos. Y vamos externalizando capacidades. El ensayista Nicholas Carr alerta de los peligros de la revoluci¨®n digital
En la primavera del a?o 1995 el transatl¨¢ntico Royal Majesty encall¨®, inesperadamente, en un banco de arena de la isla de Nantucket. A pesar de estar equipado con el m¨¢s avanzado sistema de navegaci¨®n del momento, hundi¨® el morro en esta isla situada a 48 kil¨®metros de Cape Cod, Massachusetts, en Estados Unidos. Proced¨ªa de las islas Bermudas y se dirig¨ªa hacia Boston, con 1.500 pasajeros a bordo. La antena del GPS se solt¨®, el barco fue desvi¨¢ndose progresivamente de su trayectoria y ni el capit¨¢n ni la tripulaci¨®n se dieron cuenta del problema. Un vigilante de guardia no avist¨® una importante boya junto a la que el barco deb¨ªa pasar, y no inform¨®: ?c¨®mo se va a equivocar la m¨¢quina? Afortunadamente, el accidente no produjo heridos.
El prestigioso ensayista norteamericano Nicholas Carr utiliza este episodio para ilustrar hasta qu¨¦ punto hemos depositado nuestra fe en las nuevas tecnolog¨ªas, que no siempre resultan infalibles.
En algunos casos, pueden arrastrarnos a lugares a los que no quer¨ªamos llegar.
En su nuevo libro, Atrapados: c¨®mo las m¨¢quinas se apoderan de nuestras mentes -que publica Taurus esta semana-, Carr, de 55 a?os, explica que hemos ca¨ªdo en una excesiva automatizaci¨®n, proceso mediante el cual hemos externalizado parte de nuestras capacidades. La tecnolog¨ªa gu¨ªa nuestras b¨²squedas de informaci¨®n, nuestra participaci¨®n en la conversaci¨®n de las redes, nuestras compras, nuestra b¨²squeda de amigos. Y nos descarga de labores pesadas.
Todo ello, poco a poco, nos conduce a lo que Carr denomina complacencia automatizada: confiamos en que la m¨¢quina lo resolver¨¢ todo, nos encomendamos a ella como si fuera todopoderosa, y dejamos nuestra atenci¨®n a la deriva. A partir de ese momento, si surgen problemas, ya no sabemos c¨®mo resolverlos.
La peque?a historia del Royal Majesty, de hecho, encierra toda una met¨¢fora: hemos puesto el GPS y hemos perdido el rumbo.
Algo as¨ª es lo que nos viene a explicar el experto estadounidense: ¡°Estamos embrujados por las tecnolog¨ªas ingeniosas¡±, dice en conversaci¨®n telef¨®nica desde su casa en Boulder, Colorado, en las Monta?as Rocosas. ¡°Las adoptamos muy r¨¢pido porque pensamos que son cool o porque creemos que nos descargar¨¢n de trabajo; pero lleva tiempo darse cuenta de los peligros que encierran, y no nos paramos a pensar c¨®mo estas herramientas cambian nuestro comportamiento, nuestra manera de actuar en el mundo¡±.
Las tecnolog¨ªas nos est¨¢n robando talentos que solo se desarrollan cuando se lucha duro por conseguir las cosas¡±
Este estudioso de las nuevas tecnolog¨ªas, que en 2011 fue finalista del premio Pulitzer con su anterior obra, Superficiales. ?Qu¨¦ est¨¢ haciendo Internet con nuestras vidas?, estima que la complacencia automatizada est¨¢ mermando nuestras capacidades. Y usa un ejemplo bien sencillo: gracias a los correctores autom¨¢ticos, hemos externalizado nuestras habilidades ortogr¨¢ficas. Cada vez escribimos peor. Desaprendemos.
¡°A medida que empresas como Facebook, Google, Twitter y Apple compiten m¨¢s ferozmente por hacer las cosas por nosotros, para ganarse nuestra lealtad, el software tiende a apoderarse del esfuerzo que supone conseguir cualquier cosa¡±.
Pregunta: ?Qu¨¦ nos est¨¢n robando las nuevas tecnolog¨ªas?
Respuesta: Nos est¨¢n robando el desarrollo de preciosas habilidades y talentos que solo se desarrollan cuando luchamos duro por las cosas. Cuanto m¨¢s inmediata es la respuesta que nos da el software dici¨¦ndonos ad¨®nde ir o qu¨¦ hacer, menos luchamos contra esos problemas, y menos aprendemos. Nos roba tambi¨¦n nuestro compromiso con el mundo. Pasamos m¨¢s tiempo socializando a trav¨¦s de la pantalla, como observadores. Reduce los talentos que desarrollamos y, por tanto, la satisfacci¨®n que se siente al desarrollarlos.
El discurso tecno-esc¨¦ptico de Carr puede ser rebatido desde muchos flancos. No son pocas las voces que se alzar¨ªan diciendo que esas mismas tecnolog¨ªas est¨¢n permitiendo expandir la capacidad de comunicaci¨®n de las gentes, las posibilidades de aprender o incluso de organizarse para cambiar las cosas y comprometerse con el mundo. El propio Carr matiza su discurso alabando las inmensas posibilidades que la red ofrece para acceder a informaci¨®n y comunicarse. Pero hay costes asociados.
Mantener la atenci¨®n en el nuevo escenario tecnol¨®gico, de hecho, no es cosa f¨¢cil. Los est¨ªmulos y distracciones que almacenan los tel¨¦fonos inteligentes que acarreamos o las pantallas a las que estamos conectados nos impiden centrarnos. Nos hacen sobrevolar las cosas. Pasar de una otra, sin ton ni son, en un profundo viaje hacia la superficialidad.
Carr, que fue asesor editorial de la Enciclopedia Brit¨¢nica, sostiene que la automatizaci¨®n en la que nos hallamos inmersos conduce, adem¨¢s, a una sociedad con m¨¦dicos de atenci¨®n primaria que emplean entre un 25% y un 55% de su tiempo mirando a la pantalla en vez de prestar atenci¨®n a la narraci¨®n del paciente; a arquitectos que utilizan plantillas que propician uniformidad urban¨ªstica; y a financieros que delegan operaciones en la m¨¢quina que, cuando falla, pasa factura.
De hecho, ya se han empezado a dar pasos atr¨¢s en el proceso de automatizaci¨®n. El 4 de enero de 2013, la Administraci¨®n Federal de Aviaci¨®n de Estados Unidos emit¨ªa un comunicado instando a las compa?¨ªas a¨¦reas norteamericanas a que incentivaran las operaciones de vuelo ¡°manuales¡±. Las investigaciones sobre accidentes e incidentes en vuelo, explica Carr, indicaban que los pilotos se hab¨ªan vuelto demasiado dependientes de la navegaci¨®n autom¨¢tica.
La automatizaci¨®n supone, adem¨¢s, una amenaza para el empleo y convierte a los trabajadores en accesorios de la m¨¢quina, en ejecutores de labores cada vez m¨¢s mec¨¢nicas, al externalizarse capacidades intelectuales. ¡°Es muy triste. No solo supone una amenaza para el sustento de la gente, sino que nos convierte en observadores m¨¢s que en actores. Nuestra experiencia y m¨²ltiples estudios psicol¨®gicos demuestran que implicarse es la forma de estar satisfecho en el trabajo¡±.
Este proceso se ve alimentado por una doble fuerza: por un lado, las empresas potencian la automatizaci¨®n en pro de la eficiencia y la cuenta de resultados. Y por otro, los trabajadores aceptan de buen grado estas tecnolog¨ªas: ¡°Nos inclinamos hacia ellas porque nos ofrecen la ilusi¨®n de que tendremos m¨¢s tiempo libre¡±. Ah¨ª est¨¢ la trampa. ¡°Muchos emprendedores e inversores de Silicon Valley nos dicen: ¡®Esto mejorar¨¢ nuestras vidas, nos liberar¨¢¡¯. Esa ret¨®rica ut¨®pica esconde el hecho de que, en muchos casos, las tecnolog¨ªas no est¨¢n haciendo nuestras vidas mejores, ni nos est¨¢n dando mejores trabajos o actividades, sino que est¨¢n haciendo cada vez m¨¢s ricos a los plut¨®cratas de Silicon Valley¡±.
Carr, exdirector de la Harvard Business Review, rechaza que en este caso se trate del viejo miedo a la m¨¢quina de los tiempos de la Revoluci¨®n Industrial: ¡°Hay una gran diferencia: los ordenadores pueden hacer ahora muchos m¨¢s tipos de trabajo: no solo se hacen con los de producci¨®n, mediante robots, sino que se hacen con los anal¨ªticos. Esta vez asistiremos a una p¨¦rdida neta de empleos¡±.
El ensayista norteamericano lleva su reflexi¨®n m¨¢s all¨¢. Existe, dice, una amenaza para nuestra libertad. ¡°La gente hace amistades automatizadas por empresas como Facebook o Twitter, lo que supone que cada vez elabora menos sus propios pensamientos. El ordenador se apodera incluso de ¨¢reas ¨ªntimas de nuestra vida¡±.
Nos inclinamos hacia ellas porque nos ofrecen la ilusi¨®n de que tendremos m¨¢s tiempo libre"
P. ?Cree usted que la tecnolog¨ªa, de alg¨²n modo, puede hacer que seamos menos libres?
R. S¨ª, as¨ª lo creo. La libertad empieza con la libertad de pensamientos, que significa la habilidad de controlar tu propia mente, a qu¨¦ prestas atenci¨®n, qu¨¦ consideras importante. Y ahora que llevamos computadoras encima todo el tiempo, en forma de tel¨¦fonos inteligentes, tabletas o lo que sea, el ordenador determina cada vez m¨¢s ad¨®nde se dirige nuestra atenci¨®n. Las empresas de software y de Internet saben muy bien qu¨¦ es lo que atrapar¨¢ nuestra atenci¨®n. Cuando empezamos a regalar el control de nuestra mente y de nuestra atenci¨®n, perdemos una fuente muy importante de libertad y libre albedr¨ªo.
P. ?Es un peligro para nuestra sociedad que nuestras b¨²squedas de informaci¨®n, o compras, est¨¦n guiadas?
R. Hay algoritmos secretos que, en cierto modo, nos est¨¢n manipulando.
P. ?Nos est¨¢n manipulando?
R. Lo estamos en muchos casos. Facebook determina con sus algoritmos lo que ves de tus amigos. Pero como no informa de sus algoritmos, no sabemos qu¨¦ intenciones tiene, por qu¨¦ nos ense?a una cosa y no la otra. Si haces una b¨²squeda en Google, son sus algoritmos secretos los que determinan lo que vas a ver y no sabemos c¨®mo escogen lo que nos muestran. Podemos tener la esperanza de que su manipulaci¨®n es benigna, que nos est¨¢n ayudando, pero no podemos estar seguros de ello.
Carr, que rechaza ser calificado de tecn¨®fobo, considera que el problema es que las m¨¢quinas est¨¢n dise?adas por tecn¨®logos que solo est¨¢n preocupados por saber hasta d¨®nde es capaz de llegar la m¨¢quina, y no de qu¨¦ modo puede ¨¦sta expandir nuestras capacidades. ¡°Las innovaciones tecnol¨®gicas no se pueden parar. Pero podemos pedir que se designen dando prioridad al ser humano, ayud¨¢ndonos a tener una vida plena en vez de apoderarse de nuestras capacidades¡±.
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