Popotla y los carros, historia de una playa peculiar
Entre Tijuana y Ensenada hay una playa-autopista, una playa-mercado-de-pescado, una playa-chapoteadero. Es horrible. A la gente le encanta
Llegar a playa Popotla es como llegar a cualquier playa en regiones ¨¢ridas: un camino de tierra que sale de una carretera asfaltada y termina en un poblado polvoriento junto a un mar de color plomizo. Es domingo, est¨¢ nublado, no hace calor ni fr¨ªo. Dos adolescentes se acercan a la ventanilla del taxi. "??Vienen a comer!?", gritan. "No sabemos", decimos. "Ah, pero entonces, ?van a comer?", insisten impacientes, como si las dudas fueran un agravio. "Puede ser, puede ser". El taxista dice que hasta aqu¨ª llega. Aqu¨ª, el poblado polvoriento, tres calles sobre un risco atestadas de carros, restaurantes, voceadores -"?p¨¢sele joven, ?qu¨¦ gusta, langosta, jaiba, jurel? p¨¢sele!"- hasta que al final aparece una plazoleta y al final de la plazoleta, una rampa y bajo la rampa, una playa. O un planeta extra?o.
La idea era ir a Popotla a buscar lancheros. Con la creciente dificultad de cruzar a Estados Unidos por tierra, la ruta mar¨ªtima se ha vuelto a abrir. O eso dicen en Tijuana, charla de taxistas. Hay lanchas que surcan el mar hacia el norte, llevando migrantes al pa¨ªs vecino. Hay lanchas que lo hacen desde Popotla, apenas media hora al sur de la ciudad. Sin hacer una b¨²squeda muy exhaustiva, internet ofrece textos de notas antiguas de peri¨®dicos locales que certifican los rumores: en el pasado ha ocurrido. As¨ª que vamos.?
Pero una vez all¨ª, antes de bajar a la playa, un pescador de erizos dice que no es buena idea andar preguntando sobre el asunto de las lanchas. El pescador se llama Dami¨¢n, solo Dami¨¢n y dice que durante a?os trabaj¨® de cocinero en Rosarito, a 10 minutos de aqu¨ª, camino a Tijuana. Lleg¨® a ganar 100 d¨®lares la noche, pero se cans¨®. Y ahora vive en uno de los extremos de Popotla, en la loma del risco, sobre el mar, entre cartones. "Yo estuve enmafiado", cuenta como si tal cosa, usando un verbo que no existe y que, sin embargo, entra directamente en el podio de los mejores verbos en la historia del castellano. Dice que estuvo "enmafiado" despu¨¦s de murmurar que mejor no preguntar sobre las lanchas. Luego da detalles: que movi¨® droga en Guadalajara para Caro Quintero, el mafioso ochentero que protagoniz¨® la ¨²ltima temporada de Narcos en Netflix; que es de Mazatl¨¢n, pero su pap¨¢ vend¨ªa ropa y mud¨® la familia a Guadalajara.
Avisados de los peligros de preguntar por las lanchas y sus viajes al norte, la visita cambia. La cautela mata la intenci¨®n original. El turismo se impone al trabajo. Es domingo, el sol se abre camino entre las nubes. Una ma?ana perfecta para caminar por la arena, pero entonces...
Si las calles de Popotla son las de cualquier pueblecillo tur¨ªstico de la costa, un chorreo descuidado de casetas y gritos, la playa es la versi¨®n m¨¢s extrema del litoral mexicano, una distop¨ªa medioambiental. Decenas de veh¨ªculos, coches deportivos, camionetas cuatro por cuatro, furgonetas y monovol¨²menes bajan la rampa y transitan hacia la orilla, de manera que en vez de toallas, la arena luce cubierta de chapas de aluminio, ruedas, humo, ruidos de motor. La rampa es el ¨²nico acceso. Los carros que arriban a Popotla circulan metro y medio dentro del agua, buscando un hueco en la orilla, usando el claxon para forzar la huida de los ni?os, que juegan con sus cubos y sus palas. Las gaviotas tambi¨¦n se apartan.
En la arena, junto a los veh¨ªculos -entre los veh¨ªculos- hay adultos que comen camarones, ni?os que arman castillos, perros que pasean, se?ores que venden fruta, cocos, nueces, ?hasta un burro! Un pollino para que los turistas se hagan fotos.
Visitar Popotla parece el plan ideal de domingo para un buen pu?ado de vecinos del norte de Baja California. Asumido como cierto, como real, el trasiego de veh¨ªculos en la orilla no supone un problema para nadie, excepto para los due?os de los carros que se quedan atrapados en la arena, cosa que ocurre varias veces durante la ma?ana.
Tiburones de dos cabezas
En el planeta Popotla, Demetrio ?lvarez construye un museo en mitad de la playa. Sus tabiques son v¨¦rtebras y costillas de ballena. O eso dice, aunque a estas alturas da un poco igual. El se?or ?lvarez, 61 a?os, empez¨® a construir su museo hace tres meses. Es un chamizo hecho de huesos enormes, cartones y un tremendo sentido de la aventura. O de la locura, o de ambas cosas. Bebe de una petaca cada medio minuto, el se?or ?lvarez. Su museo se llama o se llamar¨¢ Cappyshark y consta de una docena de embriones de tibur¨®n, uno con un solo ojo, otro con dos cabezas, otro, dice, jorobado, etc¨¦tera. El m¨¢s grande mide palmo y medio. El se?or ?lvarez, que pesca tiburones desde hace 45 a?os, guarda sus ejemplares en botes de cristal en un pedestal sobre la arena, bajo su casa museo. "Yo lloraba por tener un museo", dice, "porque una vez pesqu¨¦ una hembra de tibur¨®n y dio a luz en mi barca y salieron tres tiburones y uno ten¨ªa dos cabezas. Eso fue en 1999".
Junto a la rampa de acceso, sobre la arena, funciona un mercado de pescado. Si no fuera por el oc¨¦ano, que asiste incapaz a este despliegue de humana bestialidad, cualquiera dir¨ªa que el mercado es parte de una central de abastos y los turistas, meros compradores. Pero el mar permanece con su agua, olas y pescaditos. No ser¨ªa raro que se fuera, que renunciara, que dijera 'no, as¨ª no'. Pero ah¨ª sigue. No hay noticias que sugieran lo contrario. Toda la playa huele a gasolina, pescado, ma¨ªz y sal.
Abruma tanta interferencia met¨¢lica. Los tiburones del se?or ?lvarez acaban por confundir. ?De qu¨¦ se trata esta playa, es una prueba de la existencia del infierno? O por el contrario, ?es la prueba de que el infierno es habitable? De repente, un par de olas hunden las ruedas de un corvette en la arena. En minutos, una mujer y su hija llegan en su jeep con ruedas monster al rescate. Un grupo de ?ba?istas? coloca un neum¨¢tico entre el morro del jeep y la cola del deportivo. El jeep acelera pero... Se hunde. Entonces llega raudo un salvador cuatro por cuatro, provisto de una cadena de fierro. En dos minutos saca a ambos, al jeep y al corvette.
De alguna manera, existe una conexi¨®n entre esta imagen de solidaridad playera y la suelta de tortugas beb¨¦ en playas del Pac¨ªfico sur; entre el cuatro por cuatro tirando de la cadena de fierro y el ni?o que observa el primer nado de cientos de cr¨ªas de tortuga; el jolgorio de las tortugas moviendo sus patitas entre la espuma, la alegr¨ªa del due?o del corvette, que surca veloz la orilla hasta la rampa, tocando el claxon a su paso, temeroso de nuevas trampas de arena. Cierto esp¨ªritu buc¨®lico emparenta ambas escenas. En una y otra, los mirones asisten hechizados al espect¨¢culo de la naturaleza. Solo cambian los protagonistas.
Hay cosas buenas en Popotla. Por ejemplo, puedes adquirir tu pescado en el mercado, ir a una freidur¨ªa, pedir que lo preparen, sentarte a esperar. Eso no est¨¢ mal. O sentarte a comer patas de jaiba por un m¨®dico precio, en el restaurante del voceador que menos grite. Puedes comer tamales, famosos en el norte de Baja California, los tamales de Popotla. Puedes comprar erizos frescos reci¨¦n destazados sin moverte de la cajuela de tu supercamioneta, bambole¨¢ndose suavemente al ritmo de las olas.