El mercado del dolor
La crisis de los opi¨¢ceos en EE UU alerta sobre la escasa capacidad de los servicios de salud p¨²blica para incidir sobre determinados problemas cuando predominan las din¨¢micas del mercado
De repente nos hemos enterado de que unos medicamentos muy populares en Estados Unidos y que muchos percib¨ªan como el Santo Grial contra el dolor ten¨ªan una cara oscura, tan oscura que han provocado la muerte de m¨¢s de 400.000 personas en dos d¨¦cadas. Son muchas muertes como para que pasaran desapercibidas durante tanto tiempo. ?C¨®mo es posible que las agencias de salud p¨²blica y los sistemas de control de f¨¢rmacos no detectaran el problema a tiempo de evitar unos estragos de tal magnitud?
Lo sucedido alerta sobre la escasa capacidad de la ciencia y de los servicios de salud p¨²blica para incidir sobre determinados problemas de salud cuando lo que predomina son las din¨¢micas del mercado. La irrupci¨®n de nuevos derivados de los opi¨¢ceos en los a?os noventa supuso un avance en el control dolor. Pero la facilidad de acceso a f¨¢rmacos como el fentanilo de liberaci¨®n r¨¢pida, que tiene un elevado potencial adictivo, unido a una cultura de escasa tolerancia, no ya al dolor, sino a la m¨¢s m¨ªnima molestia f¨ªsica, y una publicidad agresiva por parte de las farmac¨¦uticas hizo que se disparara el consumo hasta el extremo de que a¨²n en 2015, cuando ya hab¨ªan saltado todas las alarmas y se hab¨ªan endurecido los controles, se prescrib¨ªa una cantidad de opi¨¢ceos suficiente para mantener drogados a 320 millones de americanos durante tres semanas. Cuando se quiso poner coto al abuso y controlar la prescripci¨®n, millones de norteamericanos eran ya adictos. Floreci¨® entonces un boyante mercado negro que alguien prove¨ªa y con la crisis, la cosa empeor¨®: aquellos que no pod¨ªan afrontar los elevados precios pasaron a consumir directamente hero¨ªna.
En la macrocausa iniciada por este desastre se acusa a varias farmac¨¦uticas y empresas distribuidoras de no haber ejercido el control que deb¨ªan sobre el uso de sus productos. Ah¨ª radica precisamente el problema: los encargados de combatir y prevenir los efectos adversos eran los mismos que hac¨ªan el gran negocio con el descontrol. Ahora, el juez federal que lleva el caso busca un acuerdo entre los Estados demandantes y las empresas imputadas que algunas fuentes sit¨²an en torno a los 50.000 millones de d¨®lares.
La cifra puede parecer desorbitada, pero est¨¢ dentro de los par¨¢metros t¨ªpicos del sistema penal norteamericano. Se trata de un planteamiento jur¨ªdico coherente con una cultura al¨¦rgica a los controles p¨²blicos y que sacraliza la libertad individual y de mercado. Un sistema que muestra una gran permisividad en la confianza de que cada uno har¨¢ lo que tiene que hacer porque sabe que si no lo hace, lo pagar¨¢ muy caro. Si bien las elevadas indemnizaciones pueden tener un efecto general disuasorio, cuando se produce una infracci¨®n grave con efectos sobre la salud resulta letal. Cuesta mucho intervenir y sentar en el banquillo a los culpables. Y mientras tanto, el da?o sigue progresando. Lo vimos en las grandes causas contra las compa?¨ªas tabacaleras y tambi¨¦n en el caso de Vioxx, un f¨¢rmaco antiinflamatorio que se comercializ¨® durante a?os a pesar de que estudios previos hab¨ªan detectado efectos adversos cardiovasculares. Para cuando las autoridades decidieron retirarlo del mercado ya se hab¨ªan producido entre 88.000 y 140.000 casos de muerte por infarto o enfermedad coronaria grave.
?De qu¨¦ les va a servir ahora a los habitantes de Ohio, el Estado m¨¢s afectado por la epidemia de los opi¨¢ceos, que las farmac¨¦uticas y las comercializadoras paguen indemnizaciones millonarias? La Administraci¨®n tendr¨¢ m¨¢s recursos para tratar la epidemia y habr¨¢ indemnizaciones, pero, ?c¨®mo puede resarcirse una vida perdida? ?C¨®mo se pueden compensar todas esas muertes que podr¨ªan haberse evitado?
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