El d¨ªa que fui en coche como en los anuncios
Es irreal atravesar la ciudad vac¨ªa, es el mundo de mentira de la publicidad de autom¨®viles, sin tr¨¢fico ni peatones. Te tienes que contener para no ir haciendo eses de acera a acera.
Un familiar se puso mal, lo llev¨¦ a urgencias (al final todo bien) y cog¨ª el coche por primera vez en la cuarentena. Si uno llegara a Madrid por primera vez pod¨ªa pensar que es una ciudad habitada por latinoamericanas de mediana edad y aspecto cansado que se mueven en autob¨²s. Era lo ¨²nico que se ve¨ªa. Cuidadoras, asistentas, limpiadoras, canguros. Ah¨ª siguen, muchas no han parado.
En el hospital hab¨ªa una sala enorme para los del coronavirus, donde poder sentarse alejado de los dem¨¢s. Todo el personal era amable, con un buen humor que no parec¨ªa por trabajo, sino sincero. Si un hospital siempre te pone los pies en el suelo, ahora m¨¢s. Tomabas el pulso a la tragedia. Quien conoce a alguien ingresado ya tiene un canal abierto con la realidad: un mensaje de audio en el m¨®vil es una voz rota, doliente, irreconocible, que llega como desde el centro remoto de una cat¨¢strofe.
En Urgencias fue bien y regresamos aliviados, la vida volv¨ªa a ser una promesa, no una amenaza. Disfrutamos del viaje, porque eso fue, aunque se tratara de 20 minutos. Mir¨¢bamos la ciudad con ojos nuevos y admirados. Llena de gatos correteando de aqu¨ª para all¨¢, como en una aldea de parajes solitarios. Urracas paseando todas chulas por la acera. Los p¨¢jaros ya han comprendido que no hay peligro y van a pie. Esto da un toque m¨¢gico, como en Venecia, donde, como escribi¨® Gide, las palomas caminan y los leones vuelan. All¨ª ahora han visto en la laguna cisnes y delfines. El mar tiene que estar viviendo una revoluci¨®n, una colosal parada biol¨®gica para todas las especies. Que los humanos se queden en casa una temporada es lo mejor que le ha pasado al planeta en los ¨²ltimos 300 a?os. Pero inquieta pensar que jam¨¢s lo hubi¨¦ramos hecho por eso, ni por todas las alarmas que sonaran, ha sido obligados por otra cosa.
Quiz¨¢ fue un espejismo, pero me pareci¨® ver una manada de gacelas a trav¨¦s de las rejas del Retiro. El d¨ªa que lo reabran habr¨¢ que ir con machete en la espesura, y con casco de explorador por si hay monos y arrojan cocos. Ser¨¢ algo parecido en la oficina: tendremos que ponernos papelitos con los nombres en la solapa para reconocernos, como en reencuentros de antiguos alumnos. Las empresas deber¨ªan subvencionar antes de la reincorporaci¨®n chutes de ¨¢cido hialur¨®nico, para evitar sustos.
Pero lo m¨¢s irreal fue conducir por la ciudad vac¨ªa, y ver por una vez desde fuera lo que nos est¨¢ pasando por dentro. Era como el mundo de mentira de la publicidad de coches, calles sin tr¨¢fico ni peatones. Me tuve que contener para no ir haciendo eses de acera a acera. Atravesar la ciudad desierta con m¨²sica era hipn¨®tico. Siempre produce un efecto videoclip, pero se multiplicaba, era una sensaci¨®n on¨ªrica muy v¨ªvida. Ve¨ªas gente pensativa en los balcones mirando al infinito, como en un cuadro de Hopper. Era todo tan anormal que me distraje en un sem¨¢foro, no vi que se puso verde y me pit¨® el t¨ªpico anormal. Pero este revival de la vida pasada me hizo tanta ilusi¨®n que casi salgo del coche a darle un abrazo.
Iba tan encantado de surcar la ciudad como un esclavo cimarr¨®n, y tan seguro de tener una buena excusa, que pr¨¢cticamente buscaba a la polic¨ªa. Vamos, estaba deseando que me pararan y ense?ar mi papel del hospital, no como esos irresponsables que salen a lo loco. No tuve que esforzarme mucho, top¨¦ con un control en Atocha a las siete de la tarde que parec¨ªa un paso fronterizo de Cisjordania. Varios coches patrulla cruzados en el asfalto dejaban solo un pasillo para pasar. Se form¨® atasco y todo, con los cuatro coches que hab¨ªa. Yo ense?¨¦ mi folio y ya me iba, pero un agente tiene un sexto sentido para ver un intermitente roto y esas cosas, aunque en este caso no hab¨ªa que ser un lince: me se?al¨® que no pod¨ªamos ir dos delante. Le expliqu¨¦ compungido que era la primera vez que cog¨ªa el coche y no recordaba las normas. Tambi¨¦n pensaba que era una tonter¨ªa, porque llev¨¢bamos tres semanas en la misma casa, pero esto no se lo dije, me port¨¦ bien. El polic¨ªa fue indulgente, pero su compa?ero meneaba la cabeza, como pensando que la gente es imb¨¦cil. Debe de ver todos los d¨ªas decenas de elementos como yo y pensar¨¢ que este pa¨ªs no tiene arreglo. Llevamos 270.000 denunciados por infracciones, me flipa esta cifra. Me perdonaron y me fui escopetado, lamentando haberme re¨ªdo del obispo de San Sebasti¨¢n, que le pas¨® lo mismo y s¨ª que le multaron.
Al volver a casa, aparqu¨¦ en el mismo sitio que hab¨ªa dejado tres horas antes. Esto en Madrid, a?o 2020. Lo contar¨¦ siempre.
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