Historia de amores

Solo en este tiempo se ha atrevido mi amigo a empezar a leer las cartas que su madre escribi¨® a finales de 1989, meses antes de su prematura muerte, al hombre que hab¨ªa de ser su ¨²ltimo y mejor amor. Alguien que la acompa?¨® cuando ya ten¨ªa el c¨¢ncer, y los dos sab¨ªan, todos sab¨ªamos, que aquello iba a terminar mal. Tambi¨¦n sab¨ªamos que eran dos seres excepcionales que se hab¨ªan encontrado antes de que fuera demasiado tarde. La vida tiene estas cosas.

As¨ª que mi amigo ha abierto por fin las cartas y las ha ido leyendo en los d¨ªas del confinamiento. M¨¢s de tres d¨¦cadas despu¨¦s de que fueran escritas para el amante. ¡°Son diez, muy largas, muy vivas, es ella por completo. Estoy seguro de que ¨¦l hizo una selecci¨®n antes de dej¨¢rmelas¡±, comenta mi amigo con picard¨ªa. Sin duda fueron apartadas aquellas misivas demasiado ¨ªntimas.

Ambos amantes, entre otros muchos compromisos, compart¨ªan las ideas progresistas y el periodismo. Gente entera, adulta y leal. Ella escribi¨® sus cartas a m¨¢quina, en el papel del t¨¦lex que escond¨ªa bajo la cama, exagerando su condici¨®n de enferma, cuando la visitaban los esbirros de la dictadura. Es un detalle que me ha conmovido especialmente. Un papel espeso, barato: el mundo de ayer. Su rostro final en el ata¨²d descubierto: preciosa, con todo el pelo, y una sonrisa sard¨®nica. Como diciendo: ¡°Ah¨ª os qued¨¢is¡±.

Echo de menos su curiosidad y su certero verbo, su pulso para el lenguaje. Estamos contentos, mi amigo y yo, de este amoroso regreso.

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