El tiempo y la infancia
Los ni?os saben (igual que nosotros supimos, aunque olvidamos) que no hay nada sino presente
Jornada 30 de encierro y mi hija de seis a?os ha pasado un mal d¨ªa. Ninguna de las herramientas de las que dispone ha conseguido entretenerla: ni la app de matem¨¢ticas, ni las acuarelas, ni las frustrantes videollamadas a los abuelos, ni la flamante suscripci¨®n a Disney+, ni el patinete que, roto el tab¨², ya puede utilizar por toda la casa. Entre lloros, desesperaci¨®n y broncas ha llegado por fin la hora de acostarse. Pero al filo de la medianoche, sigue sin poder conciliar el sue?o. Me acuesto a su lado, le pongo la mano sobre el pecho como cuando era beb¨¦ y consegu¨ªa que nuestras respiraciones se acompasaran, y por fin se relaja. Lo primero que me dice es que le gustar¨ªa volver atr¨¢s en el tiempo (estamos dedicando el confinamiento a revisitar los cl¨¢sicos familiares de los ochenta y hemos visto Regreso al futuro), ir a China y matar al murci¨¦lago que lo empez¨® todo. Me parece un plan estupendo, le digo. Y me callo para ver si por fin se duerme. Cuando ya parece que lo he conseguido, en medio de la oscuridad, escucho: ama, ?cuando no hab¨ªa personas tambi¨¦n se contaban los d¨ªas y los a?os? Estoy demasiado agotada para enzarzarme en una discusi¨®n epistemol¨®gica, as¨ª que le digo simplemente que no, y por fin cede al sue?o.
Mi hijo de tres a?os, de temperamento m¨¢s tranquilo, pasa el d¨ªa junto a la ventana. Desde aqu¨ª ha observado los cerezos florecer, despu¨¦s perder la flor, ahora los ¨¢rboles son simplemente verdes, le interesan menos. Cuenta perros, son cientos porque vivimos en una calle peatonal, nos avisa cuando alguno hace caca bajo nuestra ventana, y alerta del paso de coches de polic¨ªa. Esa es su nueva obsesi¨®n: la polic¨ªa y por extensi¨®n, la c¨¢rcel. ?Para qu¨¦ es la c¨¢rcel, ama? Nos pide v¨ªdeos ¡°de polic¨ªas¡±. No sabemos a qu¨¦ se refiere pero el algoritmo de YouTube s¨ª, as¨ª que acaba enganchado a v¨ªdeos tailandeses donde coches patrulla y furgones policiales cruzan el plano a toda velocidad, con efectos sonoros y visuales a?adidos. Son v¨ªdeos fren¨¦ticos, kitsch, insoportables. Lo tienen fascinado.
Mi estrategia adulta para pasar los baches suele ser la de cavar trinchera, aguantar la respiraci¨®n, hacer que los d¨ªas se diluyan para que pasen r¨¢pido, imperceptibles. Parece que lo estoy consiguiendo: de repente tardo 17 d¨ªas en responder ese email de trabajo que iba a escribir en cualquier momento. Olisqueo las s¨¢banas para saber si el ¨²ltimo cambio fue hace una semana o hace tres. Ni siquiera he adaptado mi reloj de pulsera al horario de verano. He perdido la noci¨®n del tiempo, quiero pasar r¨¢pido estos d¨ªas y borrarlos.
Tal estrategia no sirve a los ni?os. Por mucho que la pol¨ªtica de confinamiento haya querido borrarlos a ellos tambi¨¦n, ah¨ª est¨¢n, resistiendo. Saben (igual que nosotros supimos, aunque olvidamos) que no hay nada sino presente. Que exprimir cada hora, cada d¨ªa, es un deber vital inexcusable. Que siguen teniendo derecho a vivir su infancia. As¨ª que, a menos que podamos viajar a Wuhan en un DeLorean yo tambi¨¦n voy a intentar contar estas horas, estos d¨ªas, estas semanas junto a ellos. Como si no nos hubieran sido hurtados. Ojal¨¢ podamos recordar estos d¨ªas con cierta ternura.
Katixa Agirre es escritora. Su ¨²ltimo libro es Las madres no (Tr¨¢nsito, 2019).
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