Faltan pruebas para medir el virus (y muchos casos por contar) en Latinoam¨¦rica
La regi¨®n, igual que el resto del mundo, tiene un d¨¦ficit de la herramienta fundamental para luchar contra la pandemia: tests que permitan no solo dimensionar su expansi¨®n en cada pa¨ªs, sino tambi¨¦n actuar para controlarla
Si en algo est¨¢n de acuerdo todas las estrategias de lucha contra el SARS-CoV-2 que se han planteado en el mundo entero es en la necesidad de ampliar la capacidad de todos los pa¨ªses para hacer tests a sus ciudadanos en busca de positivos de infecci¨®n. Al fin y al cabo, ante cualquier epidemia v¨ªrica ser¨ªa ideal poder distinguir tres grupos entre la poblaci¨®n: aquellas personas que portan el virus y pueden transmitirlo, quienes ya lo portaron en el pasado pero han dejado de ser contagiosos, y el grupo a¨²n susceptible. Sin embargo, hay dos problemas centrales que no hemos conseguido resolver para estar siquiera cerca de esta meta: primero, no todos los tests pueden distinguir entre el segundo y tercer grupo, aunque s¨ª lo hagan con el primero. Esa es la limitaci¨®n principal de las pruebas RT-PCR, las m¨¢s extendidas hoy por hoy. Las que s¨ª pueden discriminar entre infectados pasados y nunca infectados son nuevas (algunas no demasiado fiables) y todav¨ªa escasas en el mundo: si bien ya han comenzado a llegar y aplicarse en varios pa¨ªses, todav¨ªa no constituyen el grueso del testeo mundial. Pero es que, y este es el segundo problema, no es que las RT-PCR abunden. M¨¢s concretamente, el mercado internacional de los reactivos necesarios para poder tramitarlas en laboratorio est¨¢ muy saturado, de manera que a duras penas consiguen los pa¨ªses ampliar su capacidad.
Con este panorama, cada naci¨®n latinoamericana est¨¢ librando su propia lucha por lograr acercarse, siquiera un poco, al mentado ideal. Las que nos proporcionan datos de tests realizados d¨ªa a d¨ªa han avanzado en este objetivo de manera desigual, al menos si seguimos el criterio de la plataforma de la Universidad de Oxford Our World in Data y las medimos en el n¨²mero acumulado de los mismos per capita. Alineando a todos los pa¨ªses en el momento del primer fallecimiento (las autoridades incrementar¨¢n sus capacidades en la medida en que consideren que la epidemia en su territorio merece atenci¨®n e inversi¨®n), Chile es el m¨¢s destacado con diferencia. En el otro extremo, M¨¦xico muestra un d¨¦ficit de pruebas considerable: veinte veces menos per capita que el pa¨ªs andino, a pesar de encontrarse en una fase m¨¢s avanzada del brote.
Observando c¨®mo ha variado la tasa de positivos detectados sobre el total de pruebas realizadas d¨ªa a d¨ªa en cada pa¨ªs podemos complementar nuestra perspectiva: a priori, dicho ratio deber¨ªa mantenerse en vol¨²menes bajos o incluso descender progresivamente. Ello indicar¨ªa que el pa¨ªs en cuesti¨®n estar¨ªa calibrando de manera estable su necesidad de pruebas. Pero ojo: tambi¨¦n podr¨ªa significar que est¨¢n siguiendo criterios completamente err¨®neos para decidir a qui¨¦n aplicar los tests, pero tal cosa resultar¨ªa eventualmente en un incremento inesperado de fallecimientos por COVID-19 que ning¨²n pa¨ªs en la regi¨®n ha sentido hasta ahora, con la salvedad de Ecuador, precisamente el que presenta valores m¨¢s elevados en este indicador.
El crecimiento progresivo en M¨¦xico y Panam¨¢ es igualmente llamativo. Se acercan paulatinamente a los niveles del pa¨ªs m¨¢s saturado por el virus en todo el continente. En el otro extremo est¨¢n Colombia, Paraguay o Argentina; este ¨²ltimo, con claro descenso en sus tasas. Siempre que estos vol¨²menes no conviven con inusuales niveles de mortalidad general, lo que indicar¨ªa una estrategia errada de testeo, parece que este grupo estar¨ªa calibrando con algo m¨¢s de precisi¨®n. Tal es la paradoja de las pruebas: en las primeras etapas de una epidemia, una positividad baja es requisito necesario, aunque no suficiente, para confirmar que te est¨¢s acercando lo m¨¢ximo posible a la situaci¨®n del brote en el conjunto de tu poblaci¨®n.
Pero, insisto, este indicador no sirve por s¨ª mismo para dimensionar lo desconocido. Para esta tarea hace falta un peque?o salto de fe. O, mejor, uno basado en evidencia razonable. ?C¨®mo saber lo que no sabes, precisamente porque no tienes tantos tests como desear¨ªas? Un grupo de investigadores de la London School of Hygiene and Tropical Medicine proponen un m¨¦todo: si conocemos aproximadamente la letalidad real media del virus (el porcentaje de personas que fallecer¨¢n del mismo sobre el total de casos que se produzcan), y tambi¨¦n tenemos la letalidad observada en cada pa¨ªs (n¨²mero de muertos entre casos detectados), la diferencia entre ambas dar¨ªa una idea del hueco que existe entre los casos reales y los confirmados. Digamos que sabemos que el virus mata a uno de cada cien individuos que lo contraen, y en un pa¨ªs determinado observamos que, de mil pruebas positivas, cien han fallecido: un 10%. Tendr¨ªa sentido inferir que, si el virus no ha sido m¨¢s letal en este pa¨ªs, hay otros 900 casos que han pasado desapercibidos para las autoridades. Habr¨ªa que ajustar por composici¨®n demogr¨¢fica (algo que no hace el modelo) y por retraso entre la fecha de contagio y fallecimiento (algo que s¨ª hace).
Para aproximar esta ¡®cifra negra¡¯ necesitamos, por tanto, una idea de la letalidad real. A¨²n es pronto para conocerla a ciencia cierta, pero existen estudios que la han conseguido calibrar bajo toda una serie de m¨¦todos. Por ejemplo, un grupo del Imperial College la situ¨® en 1,4% en la revista acad¨¦mica The Lancet. El Centro para la Medicina Basada en la Evidencia de Oxford ha variado su estimaci¨®n entre 0,5% y 0,7% en la ¨²ltima semana. Anclando en estos dos puntos como referencia (letalidad de 0,6% a 1,4%), he aplicado el m¨¦todo del grupo de la London School para estimar el rango en el que podr¨ªa estar dicha ¡®cifra negra¡¯. El resultado es que M¨¦xico, por ejemplo, podr¨ªa estar dejando de contar 19 de cada 20 casos. Una cifra muy por encima de la marcada hasta ahora por el sistema Centinela implantado por la Secretar¨ªa de Salud, que tiene en cualquier caso la virtud de ser uno de los pocos que reconoce en el mundo el tama?o del error impl¨ªcito en los casos detectados mediante pruebas. Brasil se encuentra en rangos similares, cercanos a las magnitudes de las mayores epidemias activas en el mundo: Italia y Espa?a. Por su parte, Colombia, Ecuador o Per¨² solo ver¨ªa alrededor de 1 de cada 10 del total real.
Chile es de nuevo el pa¨ªs mejor parado de los considerados en la regi¨®n, seguido de Panam¨¢, Cuba y Argentina. Precisamente aquellos que daban mejor resultado en los indicadores de testeo. Efectivamente, es f¨¢cil comprobar que existe cierta correlaci¨®n (imperfecta) entre ambas variables.
En suma, la imagen que deja la regi¨®n es una que, en l¨ªnea con lo que sucede en el resto del mundo, est¨¢ lejos del ideal marcado en el primer p¨¢rrafo. Ni siquiera Corea del Sur, citada estos d¨ªas como modelo a seguir en medici¨®n y rastreo, ha tenido una imagen perfecta de su propia epidemia. Es por ello que muchos epidemi¨®logos han considerado hist¨®ricamente que el seguimiento perfecto de una epidemia causada por un virus respiratorio es poco menos que una quimera: se contagia demasiado r¨¢pido y con contactos no f¨¢cilmente clasificables. Pero la gravedad de la presente pandemia es lo que ha obligado tanto a la comunidad cient¨ªfica como a la de salud p¨²blica a revisar esta consideraci¨®n, llamando a ampliar en la medida de lo posible las capacidades nacionales para separar entre los tres grupos clave: infectados contagiosos, infectados pasados, no infectados. Ya sea mediante pruebas RT-PCR o mediante otro tipo de tests, veremos si en los pr¨®ximos meses los pa¨ªses latinoamericanos consiguen mejorar su poder de medici¨®n.
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