Dos cabalgan juntos
A medida que esta situaci¨®n que vivimos avanza y descubre lo peor y lo mejor, vamos desarrollando una especie de fuerza basada en la experiencia
Nada alimenta m¨¢s mi ya pertinaz misantrop¨ªa que este pensamiento: el mismo proceso evolutivo que produjo el personal sanitario que magn¨¢nimamente nos atiende ha dado vida a Esos Seres de los que prefiero no hablar, con su Orquesta de Se?oritas Sincopadas. Por cierto, a la Aut¨®mata Auton¨®mica (a?adir¨ªa del Tibidabo, pero aquellos eran mecanismos m¨ªticos) tendr¨ªan que echarle aceite, aunque fuera de colza. Le ruedan los ojos en las cuencas como a una herrumbrosa atracci¨®n diab¨®lica, en cualquier secuela cutre de It.
Daos cuenta. Dispongo (privilegios de cin¨¦fila mayor) de un se?or de compa?¨ªa como el difunto actor Walter Brennan, a quien debo el cintillo de esta secci¨®n (cuando Howard Hawks le pidi¨® que leyera unas frases para una prueba, le respondi¨®: ¡°?Con o sin dientes?¡±. Contratado para siempre: Tener y no tener, R¨ªo Rojo, R¨ªo Bravo, y My Darling Clementine, para John Ford, entre muchas pelis, como imprescindible secundario). Dispongo, tambi¨¦n, del espanto que produce la longeva, exitosa e inmerecida vida del torturador policial Billy el Ni?o. Ambos cabalgan juntos, aunque en distinta direcci¨®n.
Es como para dejar de creer incluso en el ate¨ªsmo. Sin embargo, siempre que me asaltan cavilaciones oscuras como las que acabo de mencionar viene en mi rescate el recuerdo de una visita de hace a?o y pico (fue en aquella vida que ten¨ªamos sin reconocerla) al Museo Arqueol¨®gico Nacional, que ahora me gusta imaginar vac¨ªo, porque le he cogido vicio a la anti-masificaci¨®n, y me empieza a molestar la simple sospecha de una multitud. Mi visita, dec¨ªa, fue para ver la exposici¨®n Cabezas cortadas, y creo que poco despu¨¦s ya condens¨¦ en un tuit la impresi¨®n que me produjo, de qu¨¦ modo las dos caras de la humanidad se ve¨ªan representadas en aquel cuidado, reducido, sombr¨ªo espacio en el que, como en las ruinas de Micenas, se pod¨ªa oler la sangre seca. De un lado, ese horror que hemos sido siempre para el otro, conquistando y cortando cabezas, destruyendo y expoliando; restos de testas, ensartados en imaginativos admin¨ªculos inventados para el placer de los vencedores (nosotros) y como escarmiento para los vencidos (nosotros). De otro lado, la ciencia que hemos alumbrado y que nos permite analizar qui¨¦nes fueron los brutales guerreros (nosotros) y hasta qu¨¦ comieron sus v¨ªctimas (tambi¨¦n nosotros) la noche anterior. Filmaciones, documentaci¨®n, magn¨ªfico despliegue del conocimiento, de lo lejos que hemos llegado en el bien. Y eso es quiz¨¢ lo que importa, que pese a todo sigan existiendo el bien, la ciencia, la lucidez, este libro de Christopher Hitchens que ahora leo sobre la otra cara de Teresa de Calcuta (La posici¨®n del misionero, delicioso t¨ªtulo), y la amargura.
Porque, a medida que esta situaci¨®n que vivimos avanza y descubre lo peor y lo mejor, vamos desarrollando una especie de fuerza basada en la experiencia, en la resistencia no de estribillo de canci¨®n sino de fondo.
Y algunos nos encontramos, aqu¨ª, en la ciudad interior. Sin aut¨®matas.
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