La ira de los dioses de la fase 0
El primer d¨ªa de terrazas en Madrid bascul¨® entre el sol asfixiante y los chaparrones, lo que no evit¨® la dificultad de encontrar una mesa libre
La ira de los dioses de la fase 0 se desat¨® este lunes con inusitada virulencia. Primero trataron de disuadir a los habitantes de Madrid de inaugurar su pase a la fase 1 tomando algo en una terraza con un calor asfixiante. El sofoco era tal que uno solo pod¨ªa optar entre asarse al sol o cocinarse al vapor bajo la sombrilla. Luego, imbuidos del esp¨ªritu con el que se han tenido que manejar los Gobiernos de medio mundo en esta pandemia, cambiaron radicalmente de estrategia. Lanzaron diversos chaparrones sobre distintas zonas de la capital. En tiempos como estos, incluso la m¨¢s inocente de las acciones termina en manos de la ¨¦pica.
Sobre las 13.00, cruzando la plaza de San Miguel ya se ve¨ªa que no todos los bares con terraza de esta parte del centro de Madrid iban a abrir. Solo la Cervecer¨ªa La Plaza estaba en funcionamiento. No hab¨ªa sitio. Nunca ha habido sitio aqu¨ª. Un poco m¨¢s abajo, en la plaza del Conde Miranda se montaba una terraza. En la del Conde de Barajas, ninguna. En la plaza de La Paja solo estaba abierta La Musa. Ten¨ªa sombra, pero no sillas libres. Quedaba una mesa hu¨¦rfana en el Caf¨¦ del Nuncio, a pleno sol. Han abierto las saunas. Hacer el bobo es como la materia, no se destruye, se transforma, y si no hay turistas para coger insolaciones, deberemos reemplazarles los vecinos. Sale la camarera y pido una cerveza. Esto es como ir en bicicleta. No hay barril, no ha dado tiempo a que se enfr¨ªe. Mientras, la mujer de la mesa de al lado se queja de que su vino tinto est¨¢ demasiado fr¨ªo. M¨¢s all¨¢, dos j¨®venes con ciertos problemas para entrar en la ropa que visten ¡ªno se sabe si fruto de seguir una moda que solo ellos deben de conocer o de, como muchos, haber engordado al cobijo de la ropa de ir por casa¡ª llaman por tel¨¦fono. Se oye todo. Est¨¢n invitando a una tal Gilda a comer a su casa el s¨¢bado. ¡°?Est¨¢is seguros?¡±, quiero decirles, mientras decido que la mascarilla ser¨¢ ahora un brazalete. Gilda no puede. La mujer del vino se va y dos chicas se disponen a ocupar su mesa. La camarera les advierte de que a¨²n no ha higienizado la superficie. Les dice que es por su bien. Se sientan igualmente. ¡°?Tienes vermut de grifo?¡±, le preguntan. ¡°No, pero tengo vermut de Murcia¡±. Es momento de cambiar de bar.
Son casi las 14.00 y lo que no est¨¢ cerrado, est¨¢ lleno. Hay gente pero sigue sin haber ruido. La ciudad que nunca calla lleva dos meses en silencio. En otras zonas de Madrid parece que ya diluvia y las noticias que llegan apuntan a que nadie se ha movido de sus mesas. Hace falta mucho m¨¢s para sacar a un madrile?o de su mesa en la acera, una pandemia, por decir algo. Aqu¨ª, que gozamos de mejor clima para poder atraer al turismo, el sol a¨²n pega fuerte.
Encuentro mesa en un mexicano. Se me une un grupo de amigos que parece sacado de un arca de No¨¦ del confinamiento. Una persona que teletrabaja, un empresario que lleva toda la ma?ana viendo si abre su restaurante o no, una chica que decidi¨® dejar su trabajo m¨¢s o menos cuando lo del murci¨¦lago y otra que ha pasado, en parte por motivos laborales, en parte por motivos no confesables, m¨¢s tiempo en la calle que en casa durante el confinamiento. Ha puesto una lavadora, celebra. Pedimos. Hace tiempo que no nos vemos. Se hace un silencio extra?o. ?Y ahora qu¨¦? No s¨¦¡ ?comemos en casa el s¨¢bado?
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