Las cartas que revivieron al paciente 17
Daniel Rodr¨ªguez, ingresado m¨¢s de dos semanas en el hospital de las Am¨¦ricas de Ecatepec, cuenta c¨®mo sobrevivi¨® a la covid-19 en uno de los centros p¨²blicos de las afueras de la capital de M¨¦xico
Solo hab¨ªa una manera de saber la hora. La luz de la ma?ana se colaba entre las camas de otros pacientes hasta iluminar su habitaci¨®n. El cambio de turno de los enfermeros, unos por la ma?ana y otros por la noche, le hac¨ªa atinar el momento exacto en el que ten¨ªa que tomarse las medicinas para no terminar de asfixiarse. Sus vistas: un pasillo plastificado y la agon¨ªa de otros como ¨¦l, enganchados a una mascarilla de ox¨ªgeno que solo remov¨ªan para dar un trago de agua o un bocado chiquito. Y vuelta a intentar solo una cosa: respirar. El paciente de la cama 17 del hospital de las Am¨¦ricas de Ecatepec, en el Estado de M¨¦xico, ten¨ªa la mitad de sus pulmones en blanco. ¡°Mire¡±, le dijeron los doctores mostr¨¢ndole una radiograf¨ªa, ¡°todo eso tendr¨ªa que estar negro¡±.
¡°Me voy a morir¡±. Daniel Rodr¨ªguez Ca?ete, de 37 a?os, no dej¨® de pensarlo mientras batallaba por inhalar algo de aire entre toses y jadeos. La primera doctora que lo observ¨®, dos d¨ªas despu¨¦s de su ingreso, le propuso intubarlo. Pero ¨¦l se neg¨®. ¡°En las noticias te dec¨ªan...Ch¨ªn, si te intuban te van a dejar morir. Dije: no, as¨ª consciente¡±.
¡ªMuy bien, como quiera, ya es responsabilidad de usted si le da un paro card¨ªaco. Espero volver a verlo ma?ana.
El virus dio sus primeras se?ales de alerta una semana antes. Rodr¨ªguez trabajaba como conductor de Uber desde hac¨ªa tres a?os, cuando lo despidieron de una farmac¨¦utica que quebr¨® y no tuvo otra opci¨®n m¨¢s inmediata para sacar adelante a su familia: su esposa M¨®nica Shantal Mendoza y dos hijos, uno de 13 y otra de 16. En el tiempo que se infect¨®, ¨¦l calcula que fue a mediados de abril, recorr¨ªa con su coche las zonas m¨¢s acomodadas de la capital, donde hay m¨¢s clientes. Y el coronavirus campaba entonces a sus anchas por estos barrios de gente que hab¨ªa viajado a Europa o se hab¨ªa reunido con alguien que lo hab¨ªa hecho. El virus, seg¨²n los datos del avance en el pa¨ªs, entr¨® primero por las zonas ricas de la capital y despu¨¦s se extendi¨® con sa?a hacia las afueras, donde vive la mayor¨ªa de la clase trabajadora.
Despu¨¦s de una semana de fiebre, de dolor muscular y toses, lleg¨® el d¨ªa en el que no pod¨ªa tumbarse para dormir, porque se ahogaba. A la ma?ana siguiente, comenz¨® la peregrinaci¨®n por tres hospitales p¨²blicos del sur. ¡°Yo estaba mal pero hab¨ªa unas 15 personas tose y tose que llevaban m¨¢s de un d¨ªa esperando a ser atendidos. Yo no era una prioridad, as¨ª que ten¨ªamos que buscar otro sitio¡±, recuerda Rodr¨ªguez sobre el primer centro al que acudieron, en Iztapalapa (sureste de la Ciudad de M¨¦xico). Y llegaron a Ecatepec, a unos 30 kil¨®metros del centro, el s¨¢bado 25 de abril de madrugada. All¨ª estuvo ingresado 16 d¨ªas.
Lo metieron en una salita con unos bancos met¨¢licos y otros dos enfermos, un se?or de unos 60 a?os y una mujer de 50 que se encontraba muy mal. ¡°A la ma?ana siguiente, le supliqu¨¦ a las enfermeras si nos pod¨ªan traer algo para dormir. Nos dol¨ªa mucho la espalda. Nos trajeron dos sabanitas y nos tiramos en el suelo. En ese momento, llegaron otros dos pacientes. Y trajeron una cama, a la se?ora que estaba m¨¢s delicada la pusieron ah¨ª y le dieron ox¨ªgeno. No aguantaba¡±, recuerda.
Unas horas despu¨¦s, lo trasladaron a la cama 17. ¡°No pod¨ªa dormir. Estaba todo el tiempo jadeando, tratando de respirar. Entonces, pues obviamente la angustia, el temor... Yo no sab¨ªa si mi esposa estaba infectada, si mis hijos... Lloraba, pero trataba de respirar. No ten¨ªamos ning¨²n contacto con los de afuera. No nos mandaban nada ni pod¨ªa salir nada porque todo estaba contaminado. En cada turno de los enfermeros ¡ªeran tres turnos¡ª entraban solo dos veces a nuestra ¨¢rea. Se vest¨ªan como astronautas, con caretas, anteojos... Todo sellado. Yo cada vez que los ve¨ªa, pensaba que hab¨ªan pasado tres o cuatro horas. Ch¨ªn¡ Ya se van, ojal¨¢ no me pase nada. Trataba en todo momento estar respirando. Y en mi cabeza recordando todo lo que hice mal y pidi¨¦ndole a Dios por mi familia¡±, recuerda.
Bizcocho, espero que est¨¦s teniendo pensamientos positivos y que est¨¦s dando batalla. ?Necesitas que haga algo m¨¢s?, ?quieres que le diga algo a alguien?M¨®nica Shantal Mendoza, esposa de Daniel Rodr¨ªguez
La primera carta que le envi¨® su esposa no la pudo leer hasta cuatro d¨ªas despu¨¦s. Ni siquiera pod¨ªa mover un brazo porque sent¨ªa que su coraz¨®n se agitaba, que sus pulmones se cerraban. Pero ella hab¨ªa metido un papel escondido en la bolsa de las medicinas, el combo de hidroxicloroquina, retrovirales y antibi¨®ticos que tuvo que comprar fuera, unos 500 d¨®lares, casi un mes de sueldo de su marido.
¡°Cada vez que hac¨ªa del ba?o [hacer de vientre] lloraba. Ah¨ª valor¨¦ mucho el trabajo de los enfermeros. Yo no pod¨ªa bajarme de la cama, hac¨ªa del ba?o en un c¨®modo [hac¨ªa de vientre en una cu?a], era imposible levantarme. Muchas veces me daba pena, me sent¨ªa sucio, mal, la impotencia de no poder moverte es enorme, dices: ¡®No puede ser que ni pueda hacer del ba?o¡¯. Me desmotiv¨¦. No sab¨ªa si iba a mejorar o me iba a morir. El medicamento a¨²n no hab¨ªa llegado¡±.
Daniel, ?c¨®mo est¨¢s?, ?s¨ª has comido? Recuerda que aqu¨ª fuera seguimos orando por ti. Los ni?os te mandan besos y abrazos y dicen que te quieren mucho. Sigue luchandoShantal
Pero ¨¦l no pod¨ªa leer nada, ni siquiera hab¨ªa visto las cartas. Acostado, mirando al techo, intentando no morir, observaba c¨®mo a otros enfermos de las habitaciones de enfrente la situaci¨®n se les complicaba. Tambi¨¦n hab¨ªa otros a quienes daban el alta y desped¨ªan entre aplausos. ¡°Pero a m¨ª me dec¨ªan: ¡®Usted es consciente que se puede morir en cualquier momento¡¯. A mi esposa tambi¨¦n se lo dec¨ªan. Yo en 36 horas no hab¨ªa comido nada¡±.
Bizcocho, tienes que salir de esto. No sabes todas las personas que est¨¢n preocupadas por ti y ?toda la ayuda que nos han dado! Mi celular no deja de sonar para preguntar por ti. ?Te queremos mucho!Shantal
Los medicamentos que su esposa hab¨ªa comprado estaban en la bolsa a un lado de su cama. Pero nadie se los dio hasta un d¨ªa despu¨¦s. Un doctor le dijo que si los enfermeros no pod¨ªan d¨¢rselos, ¨¦l se acordara de tomarse unos cada 12 horas, otro cada 8. Y as¨ª hizo, calculando la hora entre los rayos de luz y los turnos de los sanitarios. Ah¨ª encontr¨® las cartas de su esposa, de su madre y de su hermano.
¡°Hola, mi amor, soy mam¨¢. Sabes que te amo, recuerda que te dije que te necesito. ?chale ganas¡±.
Cuando recuerda lo que sinti¨® al ver esas hojitas manuscritas en un cuaderno infantil, de color azul con estrellas, se emociona y llora desde el otro lado del tel¨¦fono. ¡°Me caus¨® mucho sentimiento escuchar y saber que estaban bien, que mis hijos no estaban pasando por esto. Pude descansar al fin y preocuparme nada m¨¢s por m¨ª¡±.
Una m¨¦dico le permiti¨® responder a sus cartas y en una nota r¨¢pida escribi¨®:
¡°Shantal, eres la mujer perfecta y nunca lo valor¨¦. Dile a los ni?os que no dejo de pensar en ellos. Voy a hacer todo por salir de esto. Los amo a los tres, que son mi familia. Mam¨¢ y hermano, perd¨®n por cargar conmigo. Daniel Rodr¨ªguez¡±.
Una semana despu¨¦s, ya pudieron hacer una videollamada. El caos que se viv¨ªa a las afueras del hospital, donde decenas de familias protestaban porque llevaban d¨ªas sin saber nada de sus enfermos, oblig¨® al Gobierno a tomar medidas. Adem¨¢s, una familia se col¨® a la fuerza en el recinto y grab¨® c¨®mo hab¨ªa una decena de cad¨¢veres embolsados en el ¨¢rea de Patolog¨ªa. Fuera todos entraron en p¨¢nico. Rodr¨ªguez y el resto de enfermos libraban su propia batalla ajenos al descontrol del hospital.
Sus pulmones segu¨ªan trabajando a menos de la mitad de su capacidad, le hab¨ªan dicho los doctores. Pero, ¨¦l jura que por las cartas, se encontraba algo mejor, con m¨¢s ganas de sobrevivir. El viernes de esa semana no hab¨ªa nadie en el ¨¢rea de infectados del hospital. Era festivo, Primero de mayo. ¡°Todos gritaban que quer¨ªan hacer del ba?o [de vientre] y no hab¨ªa enfermeras, solo una por turno. Ellas solo se preocupaban por los medicamentos, que era lo m¨¢s importante. Pero como no nos pod¨ªamos mover, ah¨ª est¨¢bamos todos, la mayor¨ªa hechos del ba?o encima, muy desagradable¡±.
Dos d¨ªas antes de que le dieran el alta pudo ba?arse por primera vez, m¨¢s de dos semanas despu¨¦s. Ya hab¨ªa conseguido levantarse y caminar muy despacio, ¡°no ten¨ªa prisa, no iba a ninguna parte¡±. ¡°Ah¨ª me qued¨¦ un buen rato en el agua. En ese momento di gracias. Dije: ¡®La libr¨¦¡¯. Cuando me ca¨ªa el agua empec¨¦ a llorar...Me sequ¨¦ y despu¨¦s del ba?o, me dorm¨ª de corrido hasta las seis de la ma?ana. Yo creo que fue el primer d¨ªa que dorm¨ª tantas horas¡±.
Rodr¨ªguez se ha quedado con un da?o en los pulmones que los doctores le han dicho que es irreversible. Fibrosis qu¨ªstica. ¡°Pero estoy vivo y estoy fuera¡±, remata ¨¦l. Podr¨ªa no haber sido as¨ª, insiste. Lo vio de cerca, en solo una cama anterior a la suya, la 16.
¡°Yo escuch¨¦ c¨®mo el se?or hablaba con su hija y le dec¨ªa que se ve¨ªan ma?ana, que ya le iban a dar el alta, estaba muy contento¡±, recuerda. "Pero esa noche el se?or empez¨® a agitarse, se levantaba para pedir ayuda, todos los dem¨¢s gritaron para que llegara alguien, no ven¨ªan, era el cambio de turno, para entrar ah¨ª adem¨¢s ten¨ªan que vestirse, todo llevaba tiempo. El hombre no aguantaba, se asfixiaba, no pod¨ªamos hacer nada. Despu¨¦s de un rato en el que no se escuchaba nada, mir¨¦ a su cama: la s¨¢bana ya no se mov¨ªa. Estaba muerto¡±.
Estos d¨ªas Rodr¨ªguez se recupera aislado en la casa de su hermana, una vecindad al sur de la capital, en Tl¨¢huac. Ah¨ª tiene que esperar 14 d¨ªas m¨¢s, seg¨²n lo que le han recomendado los m¨¦dicos. Duerme en el sof¨¢ y come lo que su madre le trae cada d¨ªa a la puerta del departamento. Limpia como puede todo lo que toca con cloro y no habla con los vecinos. ¡°Solo un poco m¨¢s y habr¨¢ terminado todo esto¡±.
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