Solo m¨ªa
Las veteranas estamos verdaderamente hartas de que nos hablen como si fu¨¦ramos ni?as o estuvi¨¦ramos seniles
En castellano no tenemos un t¨¦rmino para nombrar el tipo de habla que se utiliza con las personas mayores ¡ªen ingl¨¦s, elderspeak¡ª, que constituye una forma de violencia sutil que socava nuestra autoestima y nos hunde en las brumas de la insignificancia. Una forma de hablar paternalista y ninguneante que trasluce una ausencia de reconocimiento de la capacidad de una persona, solo por el hecho de ser mayor. El lenguaje es el espejo del pensamiento.
Las veteranas estamos verdaderamente hartas de que nos hablen como si fu¨¦ramos ni?as o estuvi¨¦ramos seniles. De que se utilicen diminutivos cuando se dirigen a nosotros ¡ªponga el culete, deme las gafitas¡ª, formas que nos humillan. Somos as¨ª de desagradecidas. Se emplean frases cortas, simples, como si no retuvi¨¦ramos la informaci¨®n, de un modo irrespetuoso con nuestra mente, utilizando repeticiones innecesarias, suponiendo que nuestra posible lentitud implica atasco mental. Se adopta un tono entre infantil y enervado, siempre m¨¢s alto de la cuenta, presuponiendo sordera concomitante con la edad. Se nos dan aclaraciones que no hemos solicitado, ni necesitamos. Se nos tutea sin permiso, mostrando una confianza de la que no se dispone.
Tambi¨¦n resulta insufrible la utilizaci¨®n de la primera persona del plural para dirigirse a nosotros: ¡°?C¨®mo estamos hoy?¡±, ¡°?Nos duele todav¨ªa?¡±. ?Qu¨¦ finalidad tiene el uso de un pronombre colectivo para dirigirse a una ¨²nica persona? ?Por qu¨¦ nos convertimos en seres sin nombre, asimilados a un plural an¨®nimo? La utilizaci¨®n de la palabra abuela es otra de las muestras fehacientes de la colectivizaci¨®n de que somos v¨ªctimas. No somos abuel@s m¨¢s que de nuestra prole, en caso de que lo seamos. Como dec¨ªa Muriel Spark: ¡°La se?orita Taylor se sinti¨® mortificada al o¨ªr que la llamaban ¡®abuela Taylor¡¯, y pens¨® que prefer¨ªa morir en una zanja a vivir en esas condiciones¡±.
A ra¨ªz del desastre del coronavirus hemos tenido que escuchar repetidamente la frase ¡°nuestros mayores¡±. Sepan que mis cong¨¦neres viejas, veteranas, pioneras y yo, no pertenecemos a nadie. Despu¨¦s de todo, no fue un proceso f¨¢cil, a lo largo de los a?os, construirnos una identidad individual y deshacernos del imaginario del amor rom¨¢ntico y de la amarga media naranja. Convertirnos en sujetos. Algunas personas argumentan el car¨¢cter cari?oso del t¨¦rmino nuestras, sin identificar en ¨¦l un trato supuestamente protector que rechazamos. Adem¨¢s, la palabra nuestros ¡ªque significa colaboraci¨®n, comunidad, construcci¨®n en com¨²n¡ª, utilizada en este contexto resulta c¨ªnica y escandalosa, al transformarnos en una masa invisible, solitaria y anodina. Somos las y los viejos, la poblaci¨®n de m¨¢s edad, y con estas palabras queremos ser respetadas. Ursula K. Le Guin ya nos advirti¨® de que sentimentalizar la vejez es una forma de despreciarla. No digo m¨¢s.
Nos hemos convertido en una propiedad colectiva, de una colectividad que diluye cualquier responsabilidad, de manera que ¨¦ramos tan suyas que nos ten¨ªan olvidados en las residencias, donde nos hemos muerto a pu?ados, sin hacer demasiado ruido y con un cierto alivio tambi¨¦n colectivo, porque al fin y al cabo ya estamos amortizadas.
Anna Freixas Farr¨¦ es geront¨®loga feminista.
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