Vidas marcadas por la LGTBIfobia: ¡°S¨¦ c¨®mo salgo de casa, pero nunca c¨®mo voy a regresar¡±
Recibir una paliza por ser homosexual, ocultar las heridas por verg¨¹enza, simular durante a?os ser otra persona para evitar el acoso. Estas son seis historias de personas que han sufrido discriminaci¨®n por su orientaci¨®n o identidad sexual
Javier ocult¨® las heridas de una paliza hom¨®foba a sus padres por verg¨¹enza. Tres hombres pegaron a Antonio a la salida del trabajo al grito de ¡°maric¨®n¡±. Nadie asisti¨® a Marina y a la chica con la que quedaba cuando un hombre en la calle las acos¨® y las llam¨® ¡°enfermas¡±. Bob Pop ha simulado durante muchos a?os ser otra persona para evitar el acoso. Los delitos de odio por orientaci¨®n sexual o identidad de g¨¦nero aumentaron de 169 a 278 entre 2015 y 2019 (¨²ltimo a?o del que se dispone de datos), seg¨²n el Ministerio del Interior. No obstante, la Federaci¨®n Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (FELGTB) se?ala que la mitad de estos delitos no se denuncian. El asesinato de Samuel Luiz el pasado d¨ªa 3 en A Coru?a ha desatado una amplia reacci¨®n en redes sociales para denunciar episodios de agresiones LGTBIf¨®bicas. Estos son los testimonios de seis personas que han sufrido este tipo de violencia.
Antonio L¨¦rida (Sevilla, 34 a?os): ¡°Me pegaron al grito de ¡®maric¨®n de mierda¡¯ y me destrozaron la nariz¡±
Fue la primera vez que Antonio L¨¦rida sufri¨® una agresi¨®n hom¨®foba. Acompa?ado por su pareja, acudi¨® en 2007 al centro comercial de Sevilla donde trabajaba como camarero. Tras acabar su jornada laboral a la una de la ma?ana, tres personas lo esperaban a la salida. ¡°Me pegaron al grito de ¡®maric¨®n de mierda¡¯ y me destrozaron la nariz¡±, cuenta. Un par de agentes de polic¨ªa, que pasaban por la zona, lo llevaron al hospital. ¡°Cuando denunci¨¦, uno de ellos me pregunt¨® si estaba seguro de que me hab¨ªan pegado¡±, apunta. M¨¢s tarde, encontraron al culpable y se celebr¨® un juicio. ¡°Fue muy violento, cont¨¦ que me hab¨ªan agredido mientras la gente en la sala re¨ªa¡±, afirma. La sentencia condenaba al agresor a completar 60 d¨ªas de trabajos sociales y pagar 1.500 euros a Antonio, pero no cumpli¨® porque result¨® ser una ¡°persona insolvente¡±, seg¨²n el joven.
El miedo empez¨® a atenazar a Antonio. ¡°Me repet¨ªa ¡®no tengas pluma¡¯, por lo que pudiera pasar¡±, aclara el joven, que se define como bisexual. Tambi¨¦n sufri¨® una situaci¨®n hom¨®foba cuando trabajaba en 2018 como profesor en un colegio privado en Sevilla. ¡°Mis alumnos me llamaban maric¨®n, pintaban penes por la clase, se re¨ªan de m¨ª y me amenazaban con quemarme el coche¡±, cuenta. Decidi¨® buscar una soluci¨®n. ¡°Lo comuniqu¨¦ a la direcci¨®n, pero me dec¨ªan que los ni?os no eran hom¨®fobos porque ya hab¨ªan tenido una profesora lesbiana¡±, recuerda. El centro le retir¨® varias clases, le cambiaron el horario y le bajaron el sueldo, seg¨²n Antonio, que se vio ¡°forzado¡± a dejar el trabajo.
Ahora suele plantar cara ante los insultos o el desprecio que a veces sigue recibiendo. Aunque reconoce que la sociedad ha avanzado, cree que falta mucho camino por recorrer: ¡°Nos faltan l¨ªderes pol¨ªticos que nos defiendan y nos representen, y una educaci¨®n que nos ense?e en igualdad¡±.
Marina Delgado (Sabadell, 23 a?os): ¡°Me han hecho sentir culpable por ser quien soy¡±
Marina Delgado estaba hecha un manojo de nervios. Ten¨ªa 16 a?os y acababa de conocer a una chica con la que ten¨ªa planeado encontrarse una calurosa tarde de julio de 2014 en Barcelona. ¡°Cuando nos vimos, empezamos a caminar de la mano y sent¨ª que alguien nos persegu¨ªa¡±, recuerda Marina. Ambas se sentaron en un banco. ¡°Un hombre se nos acerc¨® mientras se masturbaba, nos pregunt¨® si ¨¦ramos bolleras y nos propuso hacer un tr¨ªo. Cuando lo rechazamos, nos dijo que est¨¢bamos enfermas y nos amenaz¨® de muerte¡±, cuenta. Gritaron, pero nadie se acerc¨® y Marina sufri¨® un ataque de ansiedad antes de volver a casa. ¡°Sientes miedo, no sabes c¨®mo va a reaccionar la otra persona, a lo mejor te da una paliza pero si niegas lo que eres, tienes que enga?ar y aparentar. Nadie te ense?a a sobrevivir como persona del colectivo¡±, razona Marina.
La joven jam¨¢s le cont¨® a sus padres lo ocurrido, tampoco el temor que sinti¨® despu¨¦s. ¡°Dej¨¦ de caminar de la mano de una chica en la calle por miedo¡±, afirma Marina, que no ha salido del armario en casa hasta hace dos meses. Pero este hecho no fue un caso de discriminaci¨®n aislada. Marina tuvo que cambiar dos veces de instituto en dos a?os y abandonar un ciclo de formaci¨®n superior para sortear el acoso y los insultos hom¨®fobos que le dirig¨ªan sus compa?eros. Adem¨¢s, cuando sal¨ªa de fiesta solo lo hac¨ªa por zonas de ambiente para evitar miradas. ¡°Me han hecho sentir culpable por ser quien soy¡±, aclara.
El asesinato de Samuel Luiz ha tra¨ªdo a su mente experiencias pasadas. ¡°Siento que no puedo ir por la calle tranquila, ese chico podr¨ªa ser cualquiera de nosotros¡±, reconoce. Esta joven, de voz dulce, cree que falta mucho para conseguir una integraci¨®n real del colectivo. ¡°Mientras sigan existiendo partidos de ultraderecha que atenten contra nuestros derechos, no vamos a conseguir la igualdad¡±, afirma. Las mismas redes sociales donde a veces recibe insultos le sirven como trinchera de batalla: ¡°Voy a luchar por nuestros derechos¡±.
Bob Pop (Madrid, 50 a?os): ¡°Debemos reapropiarnos de la palabra ¡®maric¨®n¡¯ para que no nos lo griten antes de asesinarnos¡±
Se lo dec¨ªan en el colegio, en la calle. ¡°Era el maric¨®n del pueblo¡±, afirma Bob Pop al recordar su infancia en Villaviciosa de Od¨®n (Madrid). Roberto Enr¨ªquez, nombre de pila del escritor y cr¨ªtico, cuenta que creci¨® en la ¡°soledad¡± y el ¡°ostracismo¡±: ¡°Al final te callas porque no te compensan las hostias¡±. Cree que lo m¨¢s terrible es que pasa mucho tiempo hasta que uno se convence de que no es culpable por ser gay. De adolescente, solo deseaba salir de un hogar donde no pod¨ªa desarrollarse libremente. ¡°He pasado mucho tiempo simulando quien no era. Por eso, cuando tengo el privilegio de tener voz propia, insisto en mostrarme tal como soy¡±, cuenta.
La ¨²ltima vez que le insultaron por la calle fue en 2007, ¡°justo cuando estaba a punto de aprobarse la ley de matrimonio igualitario¡±, recuerda. Iba caminando de la mano de su marido por Madrid y desde su propio edificio les gritaron y les lanzaron naranjas, como cuenta en el v¨ªdeo que acompa?a a este reportaje y que incluye otros testimonios. No denunci¨® por ¡°pereza¡± o por una potencial falta de apoyo, dice. ¡°Nos han ense?ado toda la vida que denunciar es de maricas. Tienes que ser un hombre fuerte y enfrentarte a ellos, si no delatas tu propia debilidad, la misma que han puesto en cuesti¨®n esos machirulos durante tantos a?os¡±, explica, aunque destaca la importancia de alzar la voz.
Bob Pop, que ha estrenado en junio su serie de televisi¨®n Maric¨®n Perdido, reconoce que ahora no sufre episodios hom¨®fobos. ¡°Tengo el enorme privilegio de rodearme de gente a la que quiero y cierta posici¨®n profesional en la que puedo elegir con qui¨¦n trabajar¡±, aclara. Pero recalca que una persona que ha sufrido este tipo de acoso nunca se recupera del dolor: ¡°No creo en el t¨¦rmino superviviente. Seguimos adelante, pero heridos y tullidos¡±. Destaca la importancia de escuchar a las personas del colectivo LGTBIQ para evitar un ¡°odio casi monol¨ªtico¡± y subraya la necesidad de revertir el insulto: ¡°Debemos reapropiarnos de la palabra ¡®maric¨®n¡¯ para que no nos lo griten antes de asesinarnos¡±.
Javier Parra (Barcelona, 35 a?os): ¡°Ocult¨¦ a mis padres las marcas de la paliza por verg¨¹enza¡±
Javier Parra ten¨ªa 13 a?os y estaba pasando la tarde con unos amigos en un parque de Reus, donde viv¨ªa. De repente, tres j¨®venes poco mayores que ¨¦l empezaron a increparle. ¡°Me insultaron y me dieron una paliza a gritos de ¡®maric¨®n¡¯ y ¡®gordo¡±, recuerda. Se encargaron de dejarle claro lo que pensaban sobre su orientaci¨®n sexual cuando ¨¦l ni siquiera estaba seguro. ¡°Mis amigos me dejaron ah¨ª, nadie sali¨® en mi defensa¡±, cuenta. Su espalda y sus costillas estaban amoratadas y un intenso dolor atravesaba su cuerpo. ¡°Cuando llegu¨¦ a casa, ocult¨¦ a mis padres las marcas de la paliza por verg¨¹enza¡±, dice. Javier evit¨® durante mucho tiempo que su familia lo viera cuando se cambiaba de ropa o cuando iba a la ducha. ¡°A¨²n no sab¨ªa lo que me pasaba, no ten¨ªa referentes y si encima te pegan por ser lo que eres, tienes m¨¢s problemas para afrontarlo¡±, afirma.
El joven se martiriz¨® tras la agresi¨®n. ¡°Me sent¨ªa muy mal y durante mucho tiempo pensaba que realmente lo que yo era o sent¨ªa no estaba bien¡±. Cuenta que esto lo llev¨® a ocultarse, a esconder sus sentimientos y a no salir del armario hasta que cumpli¨® 21 a?os. La ola de indignaci¨®n que el asesinato de Luiz ha generado en redes sociales le ha animado a contarlo por primera vez. El martes vio un hilo de un usuario en Twitter bajo el hashtag #YoSiTeCreo y no se lo pens¨® dos veces. ¡°Cuando publiqu¨¦ mi historia sent¨ª un desahogo enorme porque era algo que yo hab¨ªa llevado conmigo siempre en secreto¡±, se?ala. Destaca la necesidad de visibilizar y compartir experiencias como la suya: ¡°Quiz¨¢ otra persona pueda verse identificada, se pueda empoderar o le pueda servir para buscar ayuda. Al final, todos hemos sido v¨ªctimas de lo mismo¡±.
Espina D¨ªaz (Sevilla, 24 a?os): ¡°Soy una superviviente, no una v¨ªctima¡±
El mundo de Espina D¨ªaz dio un vuelco cuando un profesor explic¨® en clase la anatom¨ªa de la mujer y del hombre. Ella, que hab¨ªa crecido sinti¨¦ndose una ni?a, ahora tem¨ªa que le pudiera salir barba o cualquier atributo masculino, propio del cuerpo que la acompa?aba. ¡°Pas¨¦ mi infancia en mi propio mundo, donde yo era feliz¡±, reconoce. Esa tranquilidad se vio perturbada enseguida. ¡°Todo se viene abajo cuando la gente del colegio te ve diferente y te deja claro que algo pasa contigo¡±, cuenta. Cada d¨ªa, Espina se despertaba con una pregunta en mente: ¡°?Qu¨¦ me pasar¨¢ hoy?¡±. Asistir a clase le supon¨ªa soportar todo un despliegue de miradas, insultos, amenazas y golpes al grito de ¡°maricona¡±. ¡°Ten¨ªa que pasar por un pasillo, donde sab¨ªa que me iban a poner la zancadilla o me iban a pegar patadas¡±, afirma.
Un d¨ªa varios compa?eros le cortaron el pelo en clase. Otro, prendieron su melena con un mechero. Una ma?ana le quitaron casi toda su ropa en pleno recreo. A veces, la seguridad de acudir a la polic¨ªa se convert¨ªa en un riesgo. ¡°Puse una denuncia por una agresi¨®n y como no les sent¨® bien, me esperaron al salir de clase. Una profesora me meti¨® en su coche para que dejaran de pegarme¡±, recuerda. Los a?os le han otorgado algo de tranquilidad, pero la discriminaci¨®n ha seguido presente. A veces recuerda una noche de fiesta en 2014 con amigas en Sevilla: ¡°Me agarraron del cuello cuando estaba en el ba?o de mujeres y me dijeron que no pod¨ªa entrar porque era un t¨ªo¡±. No denunci¨®. ¡°S¨¦ c¨®mo salgo de casa, pero nunca c¨®mo voy a regresar¡±, dice.
Espina reconoce que ha convivido con una ansiedad constante. ¡°He tenido que normalizar muchas cosas para sobrevivir¡±, se?ala. Considera que hace falta una mayor educaci¨®n en igualdad, pero duda que la discriminaci¨®n contra el colectivo desaparezca pronto. Lo que nunca aceptar¨¢ es que la retraten como una persona fr¨¢gil: ¡°Soy una superviviente, no una v¨ªctima¡±.
David Garc¨ªa (Pinto, 42 a?os): ¡°Aprend¨ª todos los sin¨®nimos de la palabra homosexual a base de insultos¡±
A David Garc¨ªa no le gustaba el f¨²tbol de peque?o. En el recreo, prefer¨ªa jugar a la comba y juntarse con chicas, una actitud que sus compa?eros le reprobaban. Cada ma?ana, al llegar al colegio, encontraba una gran variedad de insultos contra ¨¦l escritos en la pizarra. Sarasa. Mariquita. Julay. Mariposa. ¡°Aprend¨ª todos los sin¨®nimos de la palabra homosexual a base de insultos¡±, cuenta. En ese momento empez¨® a entender c¨®mo iba a ser su futuro incluso antes de conocer su sexualidad. Y no se equivoc¨®.
En 2001, fue junto a su novio y unos amigos a pasar la noche a un karaoke de Fuenlabrada. Tras interpretar una canci¨®n, arropado por el aplauso del p¨²blico, se acerc¨® a la mesa donde estaba sentado su grupo y le dio un beso a su pareja. ¡°Un camarero nos dijo ¡®por favor, me ha dicho el due?o que os cort¨¦is, que esto no est¨¢ bien visto y hay ni?os¡±, recuerda. Asegura haber sentido ¡°indignaci¨®n¡± y ¡°verg¨¹enza¡±: ¡°Nos estaban llamando la atenci¨®n delante de todo el mundo¡±.
¡°Me sigue costando que mi marido me d¨¦ la mano en la calle¡±, reconoce. Se siente inc¨®modo porque siempre percibe ¡°miradas, codazos o gente que se queda mirando¡±. A sus 42 a?os, evita pasar cerca de grupos de adolescentes por miedo a que le puedan decir algo. ¡°No necesitan verte d¨¢ndote un beso o de la mano de un novio. Esa gente huele al d¨¦bil, a cualquiera que ellos crean que pueden atacar sin que les pase nada¡±, dice. Aunque hace a?os le costaba exteriorizar su orientaci¨®n sexual fuera de su c¨ªrculo m¨¢s cercano, ahora no duda en llevar una pulsera con la bandera arco¨ªris: ¡°Quiero lanzar una se?al a alguien que pueda ser del colectivo y lo est¨¦ ocultando para que sepa que est¨¢ cerca de los suyos, que le voy a ayudar y voy a estar ah¨ª¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.