?Vacunas por obligaci¨®n?
La principal objeci¨®n es que se pueden lograr los mismos fines con persuasi¨®n y adem¨¢s puede ser contraproducente y alentar los movimientos antivacuna
El debate sobre la obligatoriedad de las vacunas siempre se ha decantado en Espa?a en favor de la voluntariedad. El resultado no ha sido malo. Las evidentes ventajas de la inmunizaci¨®n y un sistema sanitario proactivo han logrado tasas muy elevadas de seguimiento, superiores incluso a las de algunos de los once pa¨ªses europeos donde son obligatorias. Eso ha permitido ...
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El debate sobre la obligatoriedad de las vacunas siempre se ha decantado en Espa?a en favor de la voluntariedad. El resultado no ha sido malo. Las evidentes ventajas de la inmunizaci¨®n y un sistema sanitario proactivo han logrado tasas muy elevadas de seguimiento, superiores incluso a las de algunos de los once pa¨ªses europeos donde son obligatorias. Eso ha permitido alcanzar la inmunidad colectiva sin imposiciones. Pero la covid-19 abre ahora un nuevo escenario en el que se debate si la vacunaci¨®n debe ser obligatoria, algo que plantea importantes dilemas ¨¦ticos.
Hasta ahora se estimaba que con el 70% de la poblaci¨®n vacunada se alcanzar¨ªa un nivel de inmunidad colectiva suficiente para frenar el virus. Ese objetivo era factible sin recurrir a la obligatoriedad. Era poco probable que, al menos en nuestra cultura, el 30% de la poblaci¨®n dejara de vacunarse por desidia o por rechazo. Pero con la variante delta, ese 70% ya no es suficiente. Ahora es preciso vacunar a m¨¢s del 90% de la poblaci¨®n para alcanzar la inmunidad de grupo, y eso ya resulta m¨¢s complicado. En muchos pa¨ªses europeos la vacunaci¨®n se ha ralentizado, no por falta de viales, sino porque los j¨®venes acuden menos a vacunarse.
La OMS siempre se ha declarado m¨¢s partidaria de alentar que de obligar. Pero varios pa¨ªses est¨¢n regulando ya diferentes formas de obligatoriedad. En algunos pa¨ªses, como Francia, Italia o Grecia, se pretende que la vacuna sea obligatoria, bajo amenaza de sanci¨®n o despido, para los sanitarios o el personal que atienda a personas fr¨¢giles. Estos y otros pa¨ªses contemplan adem¨¢s estrategias progresivamente coercitivas para la poblaci¨®n general, como la implantaci¨®n de un certificado verde para acceder a determinados servicios o espacios p¨²blicos. Ese certificado se obtendr¨ªa con la pauta completa de vacunaci¨®n o una prueba PCR reciente, a sufragar por cada ciudadano, lo que en la pr¨¢ctica, es una forma de hacer inevitable la vacunaci¨®n.
?Es esa una buena estrategia? ?Est¨¢ justificada desde el punto de vista ¨¦tico? La bio¨¦tica ha tenido siempre como un valor fundamental la autonom¨ªa de la persona, por eso prefiere la persuasi¨®n a la imposici¨®n. La obligatoriedad solo est¨¢ justificada en enfermedades graves y altamente contagiosas. Y ha de cumplir dos requisitos: que el fin sea leg¨ªtimo y que sea proporcional. Se trata de ponderar los bienes que el individuo ha de sacrificar, en este caso su autonom¨ªa y su libertad, frente a los beneficios colectivos que se pueden alcanzar, en este caso la inmunidad de grupo. Cuanto menor peso tenga el primero y mayor el segundo, m¨¢s justificada estar¨¢ la medida desde el punto de vista ¨¦tico.
Desde el punto de vista ¨¦tico no hay demasiada diferencia entre obligar a confinarse y obligar a vacunarse. Ambas limitan la autonom¨ªa y la libertad. Y ambas comportan riesgos y sacrificios individuales. Lo que cambia es la proporcionalidad. Precisamente porque ahora disponemos de vacunas, la naturaleza del riesgo es diferente. Al principio de la pandemia, el enorme sacrificio del confinamiento estaba justificado porque la cifra de muertes era abrumadora y el sistema sanitario estaba en riesgo inminente de colapso. Pero en el caso de la covid-19, la mortalidad est¨¢ asociada a la edad y ciertas condiciones de salud. Con la mayor¨ªa de las personas vulnerables ya vacunadas, la mortalidad cae en picado. El riesgo entre las personas j¨®venes es muy bajo, pero no desaparece: se estima que entre los menores de 30 a?os, uno de cada cien infectados tendr¨¢ que ingresar en el hospital, uno de cada 200 necesitar¨¢ cuidados intensivos y uno de cada 15.000 morir¨¢.
Esto plantea una cuesti¨®n muy dif¨ªcil de dilucidar: ?Qu¨¦ n¨²mero de vidas consideramos aceptable sacrificar en aras a la libertad individual? Podr¨ªamos responder que cualquier muerte evitable es ya demasiado, pero eso no nos lleva a prohibir el tr¨¢fico en las ciudades a pesar de que la contaminaci¨®n tambi¨¦n mata.
Los partidarios de la obligatoriedad argumentan que el coste individual de la vacunaci¨®n sigue siendo muy inferior al beneficio colectivo. Lograr la inmunidad de grupo no solo protege a cada uno de los individuos, sino que evita que el virus circule y tenga la oportunidad de mutar a variantes resistentes a las vacunas, lo cual ser¨ªa una cat¨¢strofe. Tambi¨¦n argumentan que con la vacunaci¨®n obligatoria, las cargas de la inmunidad colectiva se reparten de manera uniforme.
La principal objeci¨®n a la obligatoriedad es que se pueden lograr los mismos fines con persuasi¨®n y adem¨¢s, el hecho de imponer algo que afecta a la autonom¨ªa y a la libertad de la persona, puede ser contraproducente y alentar, como ya se ha visto en Francia, los movimientos antivacuna. La legislaci¨®n espa?ola reconoce el derecho del paciente a rechazar un tratamiento, incluso cuando le reporta un beneficio personal claro. Hoy nadie discute la obligaci¨®n de ponerse el cintur¨®n de seguridad o llevar casco si se va en moto. Son medidas que han salvado muchas vidas. Pero la percepci¨®n de las vacunas no es la misma. Y sobre todo, el riesgo no es el mismo para todos. Eso es lo que complica el debate.