El odio de Vulcano
La autora reflexiona sobre la cara terrible detr¨¢s de la belleza de esas nubes de ceniza y esas llamaradas que llenan el cielo de color rojo que algunos califican de espect¨¢culo
Siempre fue as¨ª y no debe extra?arnos que su venganza sea siempre igual de violenta y aterradora. Vulcano, dios del fuego y los volcanes de la mitolog¨ªa romana. Un tipo fuerte ya entrado en a?os, con aspecto cruel y desagradable; creador de armas y armaduras y ayudado en su fragua por c¨ªclopes y gigantes que ve¨ªamos con cierto malestar en la infancia mientras la maestra nos explicaba su vida con pelos y se?ales ante un cuadro de Vel¨¢zquez. Lo aprendimos en la escuela. Y poco m¨¢s. Luego vino la visi¨®n real. El volc¨¢n de San Juan estall¨® ante nuestros ojos el 24 de junio de 1949 cerca de Fuencaliente, al sur de la isla de La Palma. Pocas horas antes escuchamos el ruido de la lava bajo nuestros pies como si fuera el arrastrar de unos bidones. Luego la tierra tembl¨® y comenz¨® a caer ceniza en el patio de nuestra casa y unas horas m¨¢s tarde se oy¨® la explosi¨®n. Recuerdo a la abuela llorando y abrazando a mi primo y a m¨ª. Pocos d¨ªas despu¨¦s, mi t¨ªo nos llev¨® a los dos a ver correr la lava. All¨ª mismo, muy cerca, pudimos contemplarla en toda su agresividad y su fuerza. Agarrados a su mano, vimos c¨®mo se deslizaban ¨¢rboles y animales o quiz¨¢ eran restos de animales y ¨¢rboles ardiendo en r¨ªos de fuego de color negro con piedras encendidas en su interior que desprend¨ªan mucho calor. Ten¨ªa seis a?os y s¨®lo guardo ese recuerdo: el calor y el miedo.
El segundo volc¨¢n fue en el a?o 1971. Hab¨ªa entrado en erupci¨®n el 26 de octubre y la prensa de entonces hab¨ªa publicado el acontecimiento.
¡°A las 4.25 de esta tarde, en el lugar conocido por Las Indias, a 200 metros del nivel del mar y a 600 de las zonas donde con m¨¢s violencia se produjeron los temblores, surgi¨® humo y cenizas, en medio del mayor asombro de los j¨®venes y de la m¨¢xima tranquilidad de los m¨¢s viejos, estos ¨²ltimos testigos de aquel volc¨¢n que reventare el 24 de junio de 1949. Ninguna v¨ªctima.¡± (La Vanguardia Espa?ola. Mi¨¦rcoles 27 de octubre de 1971).
Aunque despu¨¦s, las cr¨®nicas recogieron como fallecido a Juan Acosta Rodr¨ªguez, un vecino de Las Indias, que perdi¨® la vida por inhalaci¨®n de gases t¨®xicos en la zona de Los Percheles el 26 de octubre de 1971. Y Heriberto Francisco Jos¨¦ Felipe Hern¨¢ndez, un apasionado de la fotograf¨ªa, muri¨® el 17 de noviembre con 43 a?os por inhalaci¨®n de gases y dep¨®sitos de azufre despu¨¦s de haber acudido en sucesivas jornadas a fotografiar y filmar la erupci¨®n.
Llegu¨¦ a la isla cuando hab¨ªan acabado las explosiones, pero todav¨ªa daba algunos coletazos y a¨²n quedaban restos de su paso por Fuencaliente. Para nosotros, el Tenegu¨ªa fue una aventura, una visi¨®n distinta llena de atractivo y de belleza. El peligro hab¨ªa pasado y eran muchos los que se hab¨ªan acercado a ver las huellas que el volc¨¢n hab¨ªa provocado en el paisaje. La gente joven lo viv¨ªa como una experiencia excitante y los m¨¢s viejos hablaban y contaban lo que hab¨ªa sido para ellos esa nueva vivencia. Durante a?os el volc¨¢n se fue convirtiendo en un incentivo para mucha gente que ven¨ªa a visitar La Palma para verlo y contemplar las transformaciones que la lava hab¨ªa hecho en ella.
Ahora todo es diferente. Este volc¨¢n de Cumbre Vieja que todav¨ªa no tiene nombre es algo inhumano, peligroso y aterrador por otras razones. Este volc¨¢n provoca dolor y p¨¦rdidas, angustia y sobresalto. Nadie puede decir que la explosi¨®n de un volc¨¢n no pueda formar parte de nuestro programa de actividades de ocio, de nuestra cultura, de nuestra visi¨®n art¨ªstica del mundo. Pueden los escritores escribir sobre el tema y construir odas a las im¨¢genes que la erupci¨®n nos ofrece; puede el pintor recrearse en los colores que el magma proporciona a nuestros ojos y puede el m¨²sico escribir una composici¨®n bas¨¢ndose en el rugir de la lava. No puedo decir que no. De hecho, lo hacen. Pero yo me niego a escribir sobre la belleza de esas nubes de ceniza y esas llamaradas que llenan el cielo de un extra?o color rojo que algunos califican de espect¨¢culo y no lo es, sobre todo para aquellos que solo alcanzan a sufrir la tristeza del abandono. Los habitantes de esos municipios del oeste de la isla se alejan de sus casas y dejan atr¨¢s la vida que en ellas tuvieron, la memoria de sus cosas, sus fotos, los juguetes de sus hijos, el retrato de sus abuelos colgado en la pared del comedor. Tanta vida que resulta dif¨ªcil enumerarla. Cuando los oigo dolerse de lo que han tenido que renunciar, siento el sufrimiento de quienes a estas horas han visto sus casas caer como si fueran de papel; la angustia cuando describen c¨®mo han tenido que sacar el ganado casi a la fuerza de sus cobertizos y sus corrales (mucha gente no sabe que las cabras no huyen como los perros o las aves, que ellas se vuelven a meter en los establos y se arrinconan all¨ª hasta que el fuego las devora); el horror cuando explican c¨®mo quedan calcinadas las tierras cultivadas con tanto esfuerzo durante a?os, y c¨®mo arden sus fincas de pl¨¢tanos, de mangos o aguacates como si fueran le?a seca.
A todo esto, hay que a?adir los da?os colaterales que est¨¢ comenzando a presentar la cara m¨¢s amarga de esta situaci¨®n: carreteras cortadas que dificultan la llegada a determinados n¨²cleos de poblaci¨®n; canalizaciones de agua y sistemas de regad¨ªo enterrados bajo la lava; fincas incomunicadas a las que no se podr¨¢ acceder por el corte de las comunicaciones y tampoco se podr¨¢ volver a entrar en ellas cuando este infierno termine, porque a partir de ahora la lava habr¨¢ construido barreras infranqueables que impedir¨¢n la entrada a propietarios y trabajadores con las consecuencias inmediatas de la p¨¦rdida de cosechas para los due?os y de trabajo para ellos; la fruta perdida, los caminos intransitables, el municipio de Los Llanos partido en dos, los ni?os sin colegio, los fieles sin iglesia, los animales perdidos por esos valles aullando desconcertados y buscando a sus due?os. El panorama es desolador.
Hay estampas que conmueven profundamente. Cuando ves a esas mujeres, ya viejas, que no sueltan una l¨¢grima al saber que lo que han dejado atr¨¢s, lo que conformaba su existencia, su trabajo y sus cosas personales han quedado sepultadas bajo la lava; cuando oyes la voz de un viejo agricultor que dice ¡°Dios m¨ªo, toda una vida¡± y carraspea y suspira levemente ante el infortunio como si todo fuera el resultado de una condena inexplicable; cuando ves llorar a una madre muy joven que pregunta d¨®nde est¨¢n los juguetes de su hijo peque?o, todo se te viene encima y no entiendes c¨®mo puede hacerse una exhibici¨®n de esta desgracia. C¨®mo se puede llegar a frivolizar sobre un tema como ¨¦ste. Pienso que no hay im¨¢genes por muy bellas que nos parezcan, por muy llamativas que nos resulten, que no remuevan las entra?as de quienes saben lo que hay detr¨¢s de esa visi¨®n. Y creo que el rencor de Vulcano, su resentimiento hacia los hombres y dem¨¢s dioses de la Tierra, puede desembocar a veces en tragedias como la nuestra.
Elsa L¨®pez es escritora, catedr¨¢tica de Filosof¨ªa y antrop¨®loga. Es embajadora de buena voluntad de la reserva de la biosfera Isla de La Palma ante la UNESCO.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.