Alejandro Palomas: ¡°Ha muerto el hombre que me mat¨®¡±
El escritor habla del religioso y profesor Jes¨²s Linares, denunciado por abusos a alumnos de la Salle, que ha fallecido a los 90 a?os en la residencia de Cambrils (Tarragona) donde viv¨ªa
Ha muerto el hombre que me mat¨®. Bastan siete palabras ¡ªsiete, ese n¨²mero m¨¢gico que no siempre lo es¡ª para contarlo. Se llamaba Jes¨²s, como el Cristo, cuya obra y herencia ¨¦l veneraba sin descanso y a todo pulm¨®n, salvo cuando, como hizo conmigo, abusaba de los ni?os que poblaban el colegio. Abuso, agresi¨®n... Violaci¨®n. ?l pescaba en aguas propias y a m¨ª me toc¨® la peor parte: viv¨ª la serie de horrores al completo. ¡°Un hombre Dios¡±, as¨ª se anunciaba el Hermano Jes¨²s, y su entorno ¡ªque ¨¦ramos todos¡ª asent¨ªa y aplaud¨ªa, como lo hacen los vecinos que comparten rellano con esos hombres educados y afables que, al traspasar el umbral de su casa, crucifican a su pareja, us¨¢ndola como un saco de boxeo en el que descargan sin remordimientos rabia y amargura.
A sus noventa a?os, se ha ido el hombre y ha quedado el ni?o que ahora escribe, aparcado en la acera de su propia infancia como uno de esos perros que los desalmados dejan atados a un poste en la carretera, temblando a la vista de todos, falto de comida y agua y esperando que alg¨²n coche pare y que quien se acerque no lo haga para rematarlo. Mi vida ha sido esa tensa espera en el arc¨¦n, demasiado asustado para confiar en quien se deten¨ªa a ayudarme, demasiado sediento de cari?o para no conformarme con una caricia mal dada, migajas de alg¨²n amor que nadie m¨¢s quer¨ªa pero que a m¨ª me bastaban para seguir confiando en que la vida no doler¨ªa siempre.
Ellos mueren. Quedamos los ni?os.
Yo no soy m¨¢s que uno entre miles y hoy, con estas mil palabras, tengo el privilegio y la responsabilidad de ser su voz. Para todos nosotros, para los de la infancia quebrada, van estas l¨ªneas con las que cuento lo que tanto cuesta o¨ªr ah¨ª fuera a los que mandan y a los que juzgan, a los que condenan y a los que perdonan, a los que se niegan a ver y a los que se empe?an en no o¨ªr. Hombres y mujeres de este pa¨ªs nuestro, miradnos. Si prest¨¢is atenci¨®n, alcanzar¨¦is a ver en cada poste, en cada se?al de tr¨¢fico y en cada cruce de nuestras carreteras el alma de un ni?o o de una ni?a con los que compartisteis juegos e infancia, atada todav¨ªa con una cuerda a su pena, los pulmones encogidos por la verg¨¹enza, las u?as rotas de querer arrancarnos ese olor horrible con el que un hombre nos asfixi¨® la ni?ez. Miradnos bien, podr¨ªamos haber sido vuestros hermanos, vuestras esposas, vuestros hijos¡ Y recordad que no por no mirarnos vamos a dejar de estar. Somos memoria hist¨®rica viva, el registro de lo que nadie quiso o se atrevi¨® a impedir. Nuestras cabezas est¨¢n l¨²cidas y recuerdan nombres, fechas, lugares, im¨¢genes, violencia, el horror¡ Tenemos el recuerdo grabado en la piel y nos reconocemos entre la gente sin esfuerzo, siempre a la espera de que ocurra algo que cambie algo, imaginando un pa¨ªs que sepa abrazarnos y darnos ese calor que todav¨ªa nos falta.
A algunos, como a m¨ª, nos ha salvado la imaginaci¨®n. Otros no han tenido tanta suerte y se han quedado por el camino. No pudieron m¨¢s. Se sentaron a descansar y ya no se levantaron, porque vivir as¨ª ¡ªcallando durante a?os lo que el abuelo, el t¨ªo, el vecino o el propio padre hizo con ¨¦l o con ella¡ª no era vivir, no era familia y, para lo dem¨¢s, estaban demasiado solos. Eligieron irse porque borrar no se puede.
Quienes lavan su conciencia dicen que ¡°son las v¨ªctimas las que tienen miedo a hablar¡±, proyectando as¨ª la culpa sobre el m¨¢s fr¨¢gil.
No es cierto. La gran muralla no es el miedo de las v¨ªctimas a hablar, sino el miedo de quienes no han querido ni quieren escuchar, porque prefieren no saber.
?ramos ni?os. Lo ¨¦ramos entonces y lo son ahora quienes siguen expuestos a lo que yo viv¨ª. Al ni?o que fui lo mat¨® un hombre que ha muerto en su cama, libre, en paz y perdonado por su iglesia, la misma que encubri¨® sus actos hasta el final. Yo no puedo ya resucitar a ese ni?o, pero s¨ª puedo evitar que el horror se prolongue y siga enquistado entre nuestros tejidos m¨¢s ¨ªntimos, porque si no lo hago ahora me estar¨¦ traicionando a m¨ª y a quienes necesitan la luz que yo no alcanc¨¦ a ver. Uno de cada cinco ni?os y ni?as ¡ªhablo de hoy, de 2022¡ª es v¨ªctima de abusos sexuales a manos de un adulto. Tememos o¨ªr que los ni?os y las ni?as son las balas de una ruleta rusa que pueden impactar en cualquier hogar de nuestros pueblos y ciudades. Le puede tocar a cualquiera. Y toca. Uno de cada cinco. Las noticias son diarias y no son m¨¢s que la punta del iceberg, cuya base es el silencio y la falta de una voluntad pol¨ªtica real para sanar esa gran herida social que siempre se arrincona porque es tan cr¨®nica que nunca es actualidad.
Ese es el error.
La salud y el bienestar emocional de nuestros ni?os deber¨ªa ser actualidad a diario, todas las horas, todos los minutos, todos los segundos. Si como sociedad no somos capaces de velar por las personas del ma?ana, el futuro seguir¨¢ sembrado de peque?os cuya infancia dejamos morir en manos de desalmados como el que acaba de dejarnos.
No podemos seguir trat¨¢ndonos tan mal.
Este, nuestro pa¨ªs, pide a gritos que dejemos de pisotearle el alma.
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