Recuerdos de aquellos que se fueron
Hoy en Historias de la pandemia, EL PA?S selecciona cinco cartas de lectores que rememoran a los seres queridos que han perdido
Mi historia es la de un gran vac¨ªo, una gran p¨¦rdida que nos ha tocado sufrir en plena pandemia a mi hija y a m¨ª, y a toda nuestra familia. Mi mujer falleci¨® el d¨ªa 14 de abril a los 40 a?os de edad despu¨¦s de estar trat¨¢ndose de un c¨¢ncer de mama desde 2018. Ella ha sido una gran luchadora y un ejemplo para nosotros, siempre sonriente y con una ilusi¨®n que lo inundaba todo. Lo d¨¢bamos por superado, porque todas las pruebas durante este 2020 sal¨ªan bien, hasta que a mediados de marzo empez¨® con fatiga. Pensamos que ser¨ªa covid, pero en el hospital lo descartaron y nos dieron la peor de las noticias: el maldito c¨¢ncer hab¨ªa vuelto a aparecer y con m¨¢s fuerza que nunca.
Los primeros d¨ªas tuvo que estar sola por protocolo del hospital y yo no pude acudir a atenderla hasta una semana y media despu¨¦s. La situaci¨®n en el hospital era muy tensa por la pandemia, pero los profesionales sanitarios, y m¨¢s en el departamento de oncolog¨ªa, son unos ¨¢ngeles y se portaron siempre muy bien con nosotros. Al final, nos dej¨®. Pero por el estado de alarma y la situaci¨®n que vivimos no pudimos hacerle el funeral que merec¨ªa. Por desgracia, imagino que esa sensaci¨®n de impotencia la habr¨¢n tenido miles de personas estos d¨ªas. Es muy duro no poder despedirse de la que ha sido la mejor esposa, hija, madre y amiga posible. Te queremos, mami.
La vida al rev¨¦s en dos meses
Marimar Huguet-Jerez / Princeton (EE UU)
Primero fue lo de mi padre. Me llam¨® mi hermana desesperada porque pap¨¢ hab¨ªa muerto, hab¨ªa tenido un ataque al coraz¨®n. Una de esas llamadas que todos tememos y pensamos que solo les pasan a los dem¨¢s, pero que, de repente, eres t¨² quien la recibe. Fue el martes 21 de enero de este a?o.
Justo la semana anterior hab¨ªa pasado yo unos d¨ªas en casa de mis padres. Al vivir en Princeton, New Jersey, Estados Unidos, estas visitas siempre les hac¨ªan much¨ªsima ilusi¨®n. La ¨²ltima vez que vi a mi padre con vida fue el domingo 19 a las siete de la ma?ana, cuando se desped¨ªa de m¨ª desde el balc¨®n, mientras me met¨ªa en el taxi que me llevar¨ªa al aeropuerto de Madrid.
Solo dos d¨ªas despu¨¦s tuve que comprarme otro billete para volver a Madrid inmediatamente. Sin todav¨ªa haberme recuperado del jetlag, ah¨ª estaba de nuevo el jueves 23 por la ma?ana, en el tanatorio de Alcorc¨®n, viendo a mi padre tras una fr¨ªa luna de cristal, tendido con cara de cierta felicidad. Abrazos de nuevo a la familia, lloros, y, sobre todo, incredulidad.
Mi madre, afectada desde hac¨ªa a?os por una terrible y galopante artrosis, no dur¨® en casa sola ni una semana. La p¨¦rdida s¨²bita de mi padre hizo que la enfermedad le agarrotara extra?amente el cuerpo y que la cabeza se le fuera un poco. Fue extra?o, porque los primeros d¨ªas tras la muerte todo iba bien, pero al sexto d¨ªa, de repente, su cuerpo y mente empezaron a caer en picado, como si finalmente hubiesen procesado el duro significado de la partida de mi padre.
En menos de una semana y media, tuvo que ser ingresada en una residencia en Villaverde. Yo, ya de vuelta en Princeton, la llamaba y me dec¨ªa lo triste que estaba, que se quer¨ªa morir. Su cuerpo realmente la hab¨ªa abandonado. Si antes ten¨ªa una dificultad severa para caminar, ahora no pod¨ªa ni levantarse de la silla de ruedas en la que hab¨ªa quedado postrada. Me dec¨ªa: ¡°?T¨² sabes lo que es abrir los ojos por la ma?ana y no poder ni incorporarte por ti sola?¡±.
Pese al retroceso de su cuerpo y su mente, a principios de marzo, empez¨® por fin unas clases de terapia f¨ªsica que le sentaban muy bien. Adem¨¢s, yo iba a ir a verla a mediados de marzo de nuevo, lo que le hac¨ªa mirar al futuro con esperanza de algo positivo. Esas peque?as cosas y las visitas de mis hermanos, y otros miembros de la familia, la manten¨ªan medianamente a flote en un entorno al que realmente no se acostumbraba y del que quer¨ªa salir ¡®en cuanto estuviese m¨¢s fuerte¡¯.
Pero entonces la pandemia, que cada vez llenaba m¨¢s y m¨¢s los titulares de todos los medios de comunicaci¨®n, hizo que se prohibieran las visitas a residencias de ancianos, justo a una semana de mi tan esperada visita. Mi viaje tuvo que ser cancelado, al igual que otras visitas. Y el ¨¢nimo de mi madre se extingui¨®.
El virus, adem¨¢s, se col¨® en su residencia, como en tantas otras. Aparte de no poder ver a la familia, ahora los ancianos ten¨ªan que estar confinados en sus habitaciones, cual presos. En el caso de mi madre, con el impedimento a?adido de su falta de movilidad. La poca ilusi¨®n que le quedaba en la vida se esfum¨®.
El domingo 30 de marzo mi hermano mayor me llam¨® a las tres de la ma?ana, hora espa?ola, para darme la fat¨ªdica noticia: mam¨¢ hab¨ªa muerto. Parada card¨ªaca, le dijeron. No se le hicieron pruebas del virus. Tampoco se pudo ir a despedirse de ella. Se la llevaron al tanatorio de La Paz, donde unas semanas despu¨¦s la incineran sin ning¨²n ser querido a su alrededor.
Nunca agradec¨ª tanto haber podido hacer esa acostumbrada visita a mis padres en enero.
Adi¨®s a una generaci¨®n
Jos¨¦ A. Garc¨ªa / Getafe
Esta pandemia nos ha mostrado nuestra indefensi¨®n ante un mal que poco preve¨ªamos y que arrasa con todo.
Este mal nos ha quitado aquello que m¨¢s apreciamos, aunque antes quiz¨¢ no lo pens¨¢bamos: el contacto con nuestros seres queridos, nuestros mayores y peque?os.
Tambi¨¦n nos ha demostrado la importancia que tienen todos los trabajos, y lo importante que es una remuneraci¨®n justa para ellos. Por qu¨¦ todo trabajo necesita una dedicaci¨®n, como se est¨¢ viendo hoy d¨ªa.
Se habla de las personas que est¨¢n arriesgando su vida y la de sus seres queridos en sus trabajos, para que todos nosotros podamos mantener la calidad de vida y el orden en nuestra sociedad. Sin embargo, muchas de las personas que hicieron posible que Espa?a est¨¦ donde se encuentra hoy son justamente los de la generaci¨®n que se nos est¨¢ yendo. Todos ellos son un ejemplo de superaci¨®n, como mi padre.
?l se qued¨® sin padre muy joven, a los ocho a?os. Era el segundo de cuatro hermanos, el mayor de los varones. Y como muchos de esta generaci¨®n tuvo que empezar a trabajar a esa edad para sacar a la familia adelante. En el campo, un trabajo duro del que a menudo se olvida su importancia. Tuvo que emigrar a Madrid, dejando atr¨¢s sus ra¨ªces y su familia. Una vez en la ciudad, luchador incansable, como otros muchos como ¨¦l, se form¨® como pudo y logr¨® encontrar un oficio, para crear una familia. Pero siempre a base de muchas horas y horas, que no estuvo con sus seres queridos. El trabajo precario e inseguro se expande como la mala hierba.
Luego estall¨® la crisis del ladrillo, que arras¨® con todo y con todos. La empresa donde estaba, familiar y luchadora, aguant¨® hasta que no pudo m¨¢s. Despu¨¦s de ello, para m¨¢s inri, lleg¨® la enfermedad.
Despu¨¦s de muchos a?os de lucha y varias operaciones a vida o muerte, los mismos m¨¦dicos se sorprend¨ªan de su fortaleza. Pero lleg¨® el bicho, en unas residencias por encima de sus posibilidades. Trabajo precario e infravalorado, como todo lo que incumbe a los mayores y la salud.
Y un viernes santo, despu¨¦s de toda esta lucha, nos dej¨®. El virus y todas sus circunstancias se lo llevaron, sin un velatorio, sin que sus familiares y amigos le acompa?aran en el entierro, sin la despedida que se merec¨ªan tantos de su generaci¨®n. Esa que tanto ha trabajado, luchado y ense?ado, y que tan poco ha recibido.
Uno de esos nombres y apellidos es mi padre: Jos¨¦ Garc¨ªa L., la mejor persona que he conocido.
M¨¢s cerca y m¨¢s lejos que nunca
Itziar Vinagre / Londres (Reino Unido)
Mi marido y yo recalamos en el Reino Unido en busca de empleo digno en mitad de la crisis, aquella otra crisis. Casi siete a?os despu¨¦s, seguimos aqu¨ª, con dos ni?as. Y ahora, como a casi todo el mundo, la covid-19 nos ha cambiado la vida.
Desde que nuestras familias y amigos en Espa?a se encerraron en casa, comenz¨® tambi¨¦n para nosotros el confinamiento. Unas semanas por detr¨¢s y algo m¨¢s relajadamente, sab¨ªamos que nos llegar¨ªa. Y con el confinamiento lleg¨® tambi¨¦n la desconexi¨®n f¨ªsica con el mundo exterior y con nuestra rutina. Al cabo de unos d¨ªas me di cuenta que me guiaba m¨¢s por las cosas que suced¨ªan en Espa?a que por las que ocurr¨ªan aqu¨ª.
Las llamadas, videoconferencias, mensajes y memes me trasladaban a San Sebasti¨¢n y a Madrid, y me acercaban la realidad de mis seres queridos haci¨¦ndome participe de ella. De pronto la distancia se hizo m¨¢s peque?a, quiz¨¢ tambi¨¦n por el simple hecho de que ni siquiera ellos, all¨ª, pod¨ªan verse ni tocarse. Ahora todos estaban lejos unos de los otros.
Me di cuenta de que los aplausos que daba en la ventana desde aqu¨ª eran, en mi caso, para los sanitarios espa?oles. Los abrazos que m¨¢s deseaba eran los de mi familia y amigos, el olor que m¨¢s ansiaba era el de la playa y el salitre del Cant¨¢brico.
En este tiempo, he seguido en la distancia c¨®mo mis t¨ªos recib¨ªan el alta m¨¦dica. He sentido el fallecimiento de mi abuela. Con el coraz¨®n encogido por la emoci¨®n y a la vez sonriendo de alegr¨ªa, he visto las caras de los hijos de mis amigos el primer d¨ªa que salieron a la calle y las fotos de algunos nietos saludando a sus abuelos que miraban desde el balc¨®n. Tambi¨¦n casi he llegado a oler las hogazas de pan al estilo Ivan Yarza de mis amigos y me he divertido imagin¨¢ndomelos durmiendo con sus mallas de correr puestas para poder salir antes el d¨ªa 2 de mayo.
Mis hijas a¨²n no pueden ver a sus abuelos m¨¢s que en una pantalla y tendr¨¦ que esperar m¨¢s que el resto para poder tomarme una ca?a con mis amigos. Y sin embargo, los siento a todos m¨¢s cerca que nunca y les acompa?o cada d¨ªa en los peque?os logros hacia la nueva normalidad. Como yo, otras miles de personas desde el extranjero han deseado estar m¨¢s cerca y han aplaudido desde la distancia la paciencia y el sacrificio de los suyos.
Lo que m¨¢s entristece es que esta crisis aleja un poco m¨¢s el retorno a casa, el de las vacaciones y el de verdad, aquel que esperamos cada d¨ªa. Aunque, una vez m¨¢s, he sentido que mi familia, mis amigos y mi pa¨ªs siempre est¨¢n ah¨ª. Eso no hay ni crisis ni pandemia que lo cambie.
La nueva normalidad
Adri¨¢n Schvarzstein / Barcelona
Parec¨ªa una broma. Estren¨¢bamos espect¨¢culo en Suiza un viernes 13 de marzo y unas horas antes se comunic¨® que los teatros cerraban ese d¨ªa. Logr¨¦ subirme a un avi¨®n despu¨¦s de dos vuelos cancelados y llegar a casa la noche del domingo. A partir de ah¨ª solo hubo cancelaciones: una ¨®pera en Austria, un espect¨¢culo en Polonia, as¨ª hasta quedarme sin nada, cero.
La noche del 14 de abril, de repente, el virus se llev¨® a mi padre, un hombre lleno de humor, siempre con una sonrisa. Su entierro fue estramb¨®tico: ¨¦l hab¨ªa donado su cuerpo a la ciencia, pero debido al coronavirus deb¨ªa ser cremado. Tampoco se pudo, porque ten¨ªa un marcapasos que pod¨ªa explotar durante la cremaci¨®n y quitarlo era imposible. Hubo que enterrarlo. Y ah¨ª vino el vaiv¨¦n de las compa?¨ªas funerarias, el negocio ante la tragedia, todo con un 21% de IVA, la participaci¨®n del Estado en el funeral como beneficiario.
No es f¨¢cil estar en casa solo, aguantando a fuerza de zooms, chats y pantallitas, pero reconforta la solidaridad y humanidad de los vecinos, aquellos con los que compartir tu dolor y tu alegr¨ªa, mi nueva familia.
Y te preguntas, ?ahora qu¨¦ es lo importante? Poder devolver a la gente una sonrisa sin mascarilla , un abrazo sin guantes... No existe una ¡°nueva normalidad¡±, porque el beso vino hace much¨ªsimos a?os para quedarse.
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