¡°Te preparamos una inyecci¨®n, se la pones cuando decid¨¢is¡±
En Historias de la pandemia, EL PA?S selecciona hoy seis cartas de lectores a los que el coronavirus les priv¨® de una despedida digna a sus seres queridos
Mi padre es m¨¦dico de familia de Madrid. Contrajo el coronavirus al principio de la epidemia, y se lo peg¨® sin darse cuenta a mi abuelo, reci¨¦n operado de un c¨¢ncer de piel.
Mientras mi padre estaba en cuarentena, mi abuelo empeor¨®. Y como en los hospitales no trataban a gente tan mayor, mi padre tuvo que viajar 20 kil¨®metros, con fiebre, para ocuparse de ¨¦l en su casa. Estaba tan malito que cuando mi padre pidi¨® opini¨®n a sus compa?eros de trabajo para ver qu¨¦ opciones ten¨ªa, su respuesta fue breve: ¡°Te preparamos una inyecci¨®n, y se la pones cuando ambos decid¨¢is. Con el estado de agon¨ªa en el que est¨¢ y la saturaci¨®n que tienen ahora los hospitales, no se puede hacer m¨¢s¡±.
As¨ª que ah¨ª estaba mi padre, con coronavirus, sentado al lado de mi abuelo, tambi¨¦n con coronavirus. Debati¨¦ndose ambos entre decir ¡°s¨ª¡± a la aplicaci¨®n de la eutanasia de hijo a padre o esperar a que la agon¨ªa siguiera su curso.
Mi abuelo tom¨® la segunda opci¨®n. Muri¨® al cabo de una semana y media, pero lo hizo en su casa y al lado de su hijo, no en un hospital de campa?a sin nadie de su familia que le acompa?ara hacia la otra vida.
Rabia e impotencia
Matilde S¨¢nchez P¨¦rez/ Barcelona
Mi padre de 91 a?os se fractur¨® la cadera el 9 de marzo, en su domicilio de Barcelona. Aquel d¨ªa ingres¨® en Urgencias en el hospital de Bellvitge. Mi hermano y yo fuimos testigos de c¨®mo evolucionaba la situaci¨®n de los sanitarios sin ninguna protecci¨®n a la restricci¨®n de las visitas y luego su prohibici¨®n absoluta. A partir de ah¨ª, la desinformaci¨®n, el aislamiento, la incertidumbre... sensaciones mucho peores que el propio confinamiento. Solo a base de presionar nos llegaba informaci¨®n a cuentagotas.
Justo un mes despu¨¦s, el 9 de abril, le dieron el alta, porque ya estaba restablecido de la operaci¨®n. Y el 14 de abril muri¨® en su casa, seg¨²n consta en el informe, por una parada cardiorrespiratoria. Desde el 20 de marzo hasta el d¨ªa que muri¨®, solo le pude ver dos veces, por videoconferencia. A la cremaci¨®n, solo nos permitieron asistir a dos personas, mi hermano y yo. Dur¨® menos de cinco minutos. M¨¢s que dolor y tristeza, sientes rabia e impotencia.
Abrazos r¨¢pidos y furtivos
Sara V¨¢zquez Garc¨ªa / Bilbao
Conchi cumpli¨® 60 a?os el 29 enero de 2020. Lo celebr¨® con sus mejores amigas, su hija, su nuera y su prima hermana (que siempre fue m¨¢s hermana). No sab¨ªa que un virus iba a cambiar todo y que el c¨¢ncer contra el que luchaba desde hac¨ªa a?o y medio iba a empeorar sin remedio mientras todos sus seres queridos estaban en casa confinados. Ingres¨® en un hospital el 2 de abril, al principio con esperanza de irse a casa cuanto antes. Solo se pod¨ªa ir a verla de uno en uno y con mascarilla. Sin abrazos, sin besos. Cuando empeor¨® y se la llevaron a un hospital de cuidados paliativos, las visitas se acortaron a dos horas diarias, con todas las precauciones. Ella continuaba siendo la misma persona devoradora de libros y pegada al tel¨¦fono para poder tener a su gente cerca. Sus seres queridos no pudieron colmarla de besos, unos abrazos r¨¢pidos y furtivos fueron las ¨²nicas concesiones. Se fue el 25 de abril, aniversario de la Revoluci¨®n de los Claveles, muy acorde con su alma po¨¦tica. No tuvo funeral ni despedida, los ¨²nicos p¨¦sames fueron mensajes y llamadas. En su incineraci¨®n solo pudieron asistir tres personas, tres minutos. Sus hijos y marido a¨²n esperan el momento en el que puedan hacer un bonito homenaje, bonita como fue ella. Conchi era mi madre.
No se merec¨ªa morir sola
Ana Ruiz Lafuente / Salobre?a
Impotencia, sufrimiento, culpabilidad... As¨ª es como lo recordar¨¦ el resto de mi vida. Mi madre muri¨® en una residencia. Ella era dependiente y nos hab¨ªan adjudicado plaza en enero despu¨¦s de cuatro a?os esperando. Una semana antes del estado de alarma, cerraron la residencia a las visitas. No hubo mala praxis por parte de ellos, no hubo contagios, se hicieron pruebas al personal y a los residentes, todas dieron negativo. Pero en la distancia ve¨ªa c¨®mo iba aumentando el deterioro f¨ªsico y cognitivo, en la ¨²ltima videollamada sent¨ª que jam¨¢s volver¨ªa a verla con vida. Fue un martes, el domingo por la ma?ana muri¨®. Ten¨ªa 93 a?os y era ¡°mi ni?a peque?a¡±. El certificado de defunci¨®n dec¨ªa: ¡°parada cardiorrespiratoria¡±. La hab¨ªan sondado, por una infecci¨®n de orina. Pero ni siquiera el m¨¦dico supo decirme de qu¨¦ muri¨®, as¨ª, ni m¨¢s ni menos. Cuando llegu¨¦ a la residencia ya estaba muerta. Todos me dicen para consolarme que lo hice de maravilla con ella, que la tuve en casa como a una reina, que casi pierdo completamente la salud por cuidarla, pero en lo m¨¢s profundo de mi ser quedar¨¢ para siempre la visi¨®n de esa habitaci¨®n casi vac¨ªa, sin su compa?era, y el cuerpo menudo y consumido de mi madre, al que pude por fin abrazar ya sin respuesta y llorar todo lo que no hab¨ªa hecho antes. Dicen tambi¨¦n que soy una privilegiada por haber podido hacerlo. Es verdad, triste privilegio en estos tiempos. Del tsunami gigante que todo lo arrasa. Mi madre muri¨® el 12 de abril, se llamaba M¨®nica, lo hab¨ªa vivido todo, lo hab¨ªa trabajado todo, lo hab¨ªa sufrido todo y no pude cogerle la mano para que sintiera mi calor en sus ¨²ltimos momentos. No se merec¨ªa morir sola. No saldremos mejores de todo esto, pero s¨ª muy tocados.
?Por qu¨¦ no me dejaron estar contigo?
Paloma Elvira del Llano Se?ar¨ªs / Madrid
Quer¨ªa contarte que falleciste el d¨ªa 2 de abril de 2020, el mismo d¨ªa que se registr¨® el m¨¢ximo de 950 muertos por covid-19 en 24 horas, seg¨²n los datos oficiales.
Yo estaba sin poder entrar en la residencia, sin saber de ti m¨¢s que el dato de la saturaci¨®n y la fiebre, sin hablarte, sin animarte, sin poder darte el cari?o de los tuyos... Estabas t¨² sola, ante aquello que no te hab¨ªa dado tiempo ni a entender lo que era. Fueron 13 largos y angustiosos d¨ªas. Cada uno de ellos, aumentaba el n¨²mero de afectados ¡°aislados¡± ¡ªtodos juntos en la misma sala¡ª e iba muriendo alguno. Nada sab¨ªamos. No informaban. Ni una simple llamada, en la era de las comunicaciones¡ Un d¨ªa nos transmitieron que hab¨ªas perdido la consciencia: sin m¨¢s.
La impaciencia, el desasosiego, la impotencia se hac¨ªan cada vez m¨¢s insoportables. Nunca me pod¨ªa imaginar que murieras en estas condiciones, sin que dejaran que nadie de los que te quieren estuviera a tu lado. Te han robado, mam¨¢, nos han robado ese instante sublime de la despedida ¨²ltima, tan ligada a la intimidad humana. Todo fue impuesto, sin informaci¨®n ni explicaci¨®n, con miedo¡ Y al d¨ªa siguiente, al amanecer, nos llamaron para darnos la noticia fatal.
No logro entender, con el dolor y la rabia que enturbian mi mente, por qu¨¦ no me dejaron estar contigo. Podernos ver, transmitirte mis ¨²ltimas palabras, poder sonre¨ªrte a los ojos. No, no lo permitieron.
Me quedo hu¨¦rfana. Aunque en nosotros estar¨¢s hasta que tus descendientes borren tu nombre de sus recuerdos.
?C¨®mo han sido capaces de hacer esto con los abuelos, cuando ellos lo dieron todo por nosotros! Ellos criaron a montones de hijos, despu¨¦s de haber vivido una guerra y posguerra, nos cuidaron, nos ayudaron, nos dieron la educaci¨®n, a nosotros y a nuestros hijos, de los que tambi¨¦n se ocuparon.
Tantas preguntas sin respuesta, tanto sufrimiento por desconocimiento, tanta falta de amor y respeto a nuestros mayores ?De verdad era necesario hacerlo de esta forma en aras de la salud p¨²blica?
Mam¨¢, me siento cobarde. Siento no haber podido defender tu derecho a una muerte digna, junto al menos tus cuatro hijos. Ten¨ªas 90 a?os y ya pod¨ªa llegar la hora natural de tu muerte. Pero no me dejaron vivirlo contigo. Siento rabia por ello.
La ¨²ltima vez que te vi quer¨ªas vivir y eras feliz. Gracias por todo, por la vida, el cari?o, la educaci¨®n, por los mejores momentos y tambi¨¦n por los peores. Gracias por haber sido mi madre. La mejor madre del mundo, como dicen mis hijas.
¡°Oye Pipo, ya sabes, no¡±
Luis Antonio Acosta Hern¨¢ndez / Santa Cruz de Tenerife
Cuando el 20 de abril, a las 14.50, son¨® el tel¨¦fono, yo no quer¨ªa responder. Era mi primo Lazarito y sab¨ªa que no eran buenas noticias. Ya llevaba d¨ªas muy alterado al enterarme de que mi familia en Cuba estaba cuidando a mi abuela, en estado grave. No era una se?ora cualquiera, era mi viejita linda, que siempre me cuid¨®. Ten¨ªa pensado ir a Cuba, quer¨ªa haber ido a verla, pero el maldito coronavirus vino a cerrar las puertas, las fronteras y los sue?os. Al fin respond¨ª la llamada. Mi primo dijo: ¡°Oye Pipo, ya sabes, no¡±. En ese momento estaba en la terraza de la casa, solo ten¨ªa a mi lado a mi pareja y grit¨¦ con todas mis fuerzas. El dolor me tom¨® por sorpresa. Con mi familia en Cuba, yo la desped¨ª desde aqu¨ª sin ni siquiera una foto impresa de ella, porque no pod¨ªa salir de casa. Le puse cuatro velitas y le dije: ¡°Quiero que sepas abuela que iba verte, pero no pude, como t¨² tampoco pudiste esperar por m¨ª¡±. La tristeza y el silencio se unieron a la decepci¨®n y la miseria por esta pandemia.
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