El nuevo gran juego digital
Internet se ha convertido en un espacio de competici¨®n geopol¨ªtica que los Estados aspiran a controlar
Entre 1813 y 1907, la Rusia zarista y el Imperio Brit¨¢nico se disputaron el control por el inmenso territorio que se extend¨ªa entre Persia y la India. Para los brit¨¢nicos, el control de Asia Central y, especialmente, Afganist¨¢n, resultaba esencial para preservar su dominio sobre India, la joya de su imperio. Para los zares, Asia Central constitu¨ªa el ¨¢mbito natural de su expansi¨®n colonial y una pieza esencial en su b¨²squeda de la salida al ?ndico. Esa competici¨®n geopol¨ªtica, popularizada por Rudyard Kipling en su magistral Kim (1913), es conocida como El Gran Juego, un t¨¦rmino acu?ado por Arthur Conolly, explorador, aventurero y oficial de inteligencia del 6? Regimiento de Caballer¨ªa Ligera bengal¨ª de la Compa?¨ªa de las Indias Orientales.
Otro gran juego, de naturaleza similar, est¨¢ hoy en marcha, el del control sobre Internet. En su origen, Internet iba a ser un espacio de libertad en el que no existieran los Estados, las ideolog¨ªas ni el poder, s¨®lo individuos libres comunic¨¢ndose entre ellos. Pero ese sue?o libertario imaginado por unos j¨®venes en vaqueros amantes del surf y de las playas de California es cada vez m¨¢s una utop¨ªa irrealizable. Internet se ha convertido hoy en un espacio de competici¨®n geopol¨ªtica que los Estados aspiran tanto a controlar como a evitar que otros controlen. Igual que los ej¨¦rcitos entendieron en su momento que el espacio era, junto con la tierra, mar y aire, una dimensi¨®n en la que competir militarmente, las Fuerzas Armadas de hoy tienen ciberfuerzas con las que luchar por el ciberespacio y estrategias de ciberseguridad.
Vivimos bajo el s¨ªndrome del terrorismo yihadista, pero el ¨²ltimo informe de seguridad del responsable de seguridad nacional estadounidense, James Clapper, considera las amenazas ciberespaciales potencialmente m¨¢s da?inas que las provenientes del autoproclamado Estado isl¨¢mico en Raqa. Nuestra forma de vida depende la conectividad y de Internet; cualquiera capaz de irrumpir y destruir ese espacio nos sit¨²a al borde del abismo, sea hackeando el sistema financiero, las redes el¨¦ctricas o las centrales nucleares. Fuera de nuestras miradas hay una carrera de armamentos digital en la que China, Rusia, Israel y Estados Unidos llevan la delantera: el poder de destrucci¨®n de las armas cibern¨¦ticas pronto se igualar¨¢ a las biol¨®gicas, qu¨ªmicas y nucleares, lo que requerir¨¢ Tratados internacionales que limiten su uso. Un gran juego ciertamente peligroso.
Pero Internet no s¨®lo es un espacio, sino un activo econ¨®mico de primer orden, un vector de poder estatal comparable a la energ¨ªa o la demograf¨ªa. Quien no tenga capacidad industrial digital ser¨¢ irrelevante econ¨®micamente y no podr¨¢ hacer valer sus principios, intereses ni valores. Igual que la espuela, la p¨®lvora o la m¨¢quina de vapor redistribuyeron el poder entre Estados, estamos ante una nueva revoluci¨®n industrial, esta vez de car¨¢cter digital. Quien domine esa econom¨ªa prevalecer¨¢, quien no lo haga sucumbir¨¢. Estados Unidos es ya el ganador de esa revoluci¨®n industrial, seguido por China: no s¨®lo tiene las Universidades y los centros de innovaci¨®n sino el capital riesgo, la escala industrial y demogr¨¢fica adecuada y la unidad pol¨ªtica necesaria. De ah¨ª que las diez primeras empresas tecnol¨®gicas del mundo sean estadounidenses frente a ninguna europea. Europa podr¨ªa ganar ese gran juego si quisiera, pues tiene los recursos para hacerlo, pero antes deber¨ªa tomar conciencia de que su futuro se juega ah¨ª, completar su mercado interior digital y aprender a fomentar y retener la innovaci¨®n para que sus j¨®venes talentos no emigraran a Silicon Valley en busca de capital y oportunidades. Una tarea herc¨²lea, pero no imposible, para una Europa debilitada.
Adem¨¢s de un espacio y un recurso econ¨®mico, Internet es un poderoso medio de comunicaci¨®n. Como en el pasado la escritura, la imprenta, el tel¨¦grafo, la radio o la televisi¨®n, Internet permite la difusi¨®n del conocimiento y la cultura, y con ellos de los valores asociados a ellos, por todo el planeta. Ah¨ª se plantea otro espacio de conflicto, esta vez entre los valores que los occidentales consideramos universales y que otros consideran una amenaza existencial para su poder. Internet permite conectarse entre s¨ª a los activistas de la plaza de Tahrir en Egipto o a los que protestan contra el Gobierno en Hong Kong, tambi¨¦n saber en tiempo en real que las Damas de Blanco cubanas han sido confinadas en su domicilio ante la visita de Obama. Pero tambi¨¦n incita a gobiernos como el chino, ruso, norcoreano, iran¨ª o saud¨ª erigir barreras y bloquear el acceso de sus ciudadanos a fuentes de informaci¨®n que cuestionen su autoridad y permite a los terroristas reclutar nuevos adeptos y organizarse para acabar con nosotros. Hoy en d¨ªa, los valores viajan en bits y se bloquean en bits, convirtiendo Internet en un gran espacio de lucha por la hegemon¨ªa cultural y los valores. Quien no sepa entender y jugar ese gran juego quedar¨¢ fuera de juego.
Las amenazas cibern¨¦ticas son potencialmente m¨¢s da?inas que las provenientes del terrorismo yihadista
Aquel Gran Juego acab¨® en tablas geopol¨ªticas, con Rusia dominando Asia Central y el Reino Unido preservando India y el control sobre Persia, Afganist¨¢n y T¨ªbet, no sin algunas derrotas humillantes, como la sufrida en Kabul en 1842, en la que la guarnici¨®n brit¨¢nica, con 4.500 efectivos, fue totalmente aniquilada. El destino de Conolly fue menos afortunado: despachado a Bujara (Uzbekist¨¢n) a negociar la liberaci¨®n del teniente coronel Charles Stoddart con el Emir Nasrullah Khan, acab¨® decapitado en la plaza p¨²blica de Bujara junto con Stoddart. Dicen los historiadores, seguramente sobrevalorando el peso de la an¨¦cdota, que el fatal desenlace pudo deberse a un malentendido: mientras que en el c¨®digo militar brit¨¢nico el respeto impon¨ªa saludar al anfitri¨®n antes de desmontar, en el c¨®digo tribal de los kanatos de Asia Central, saludar desde el caballo constitu¨ªa una muestra imperdonable de arrogancia que el Emir no pod¨ªa dejar impune.
Conolly sab¨ªa estar jugando un gran juego, pero las reglas no estaban claras. Stoddart hab¨ªa sido enviado a negociar una alianza inviable y acab¨® ejecutado. Algo parecido nos pasa, salvando las distancias y los bits, con el nuevo gran juego digital: sabemos que estamos jugando un juego geopol¨ªtico y geocon¨®mico con inmensas consecuencias sobre el poder, la prosperidad y la seguridad de los Estados y las sociedades. Pero ese juego carece todav¨ªa de reglas que lo ordenen. Hasta que las tengamos, habr¨¢ margen para malentendidos fatales. Europa no s¨®lo tiene que jugar ese gran juego digital, sino luchar para que las reglas del juego mantengan Internet como un orden de libertad abierto en el que sociedades e individuos puedan prosperar con seguridad y ser libres. De lo contrario, Internet se parecer¨¢ m¨¢s a un dominio feudal en manos de se?ores de la guerra que a un espacio p¨²blico donde todos nos encontremos.
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