La m¨¢quina del azar
¡°Los algoritmos generadores de n¨²meros aleatorios basados en congruencias num¨¦ricas en realidad producen ciclos previsibles, y solo son ¨²tiles porque nos basta con conseguir algo vagamente parecido al azar¡±, defendi¨® un cliente del bar
Suelen decir quienes frecuentan la Taberna Errante, en el planeta fronterizo M¨¹nchhausen, que el primer vaso de su famosa cerveza azul propicia las discusiones filos¨®ficas, el segundo las inflama y el tercero las apaga (por colapso neuronal de los debatientes).
Aquella noche, los dos clientes que, acodados en la barra, discut¨ªan en voz baja y mir¨¢ndose de reojo, iban por el primer vaso, de modo que el debate era sosegado.
-El azar es un concepto inaprensible -dec¨ªa uno de ellos, un enjuto anciano de largo cabello blanco-, y tal vez no sea m¨¢s que una entelequia. Ni siquiera podemos definirlo si no es por exclusi¨®n, como supuesta ausencia de la omnipresente causalidad.
-No es tan inaprensible -replic¨® el otro, algo m¨¢s joven y completamente calvo-, puesto que podemos generarlo.
-?De veras? Los algoritmos generadores de n¨²meros aleatorios basados en congruencias num¨¦ricas en realidad producen ciclos previsibles, y solo son ¨²tiles porque, a efectos pr¨¢cticos, nos basta con conseguir algo vagamente parecido al azar.
-Si no te f¨ªas de los generadores inform¨¢ticos, puedes recurrir a los f¨ªsicos.
-Tirar los dados o lanzar monedas al aire introduce el caos, no el verdadero azar. El caos oculta la causalidad tras una neblina que nuestros ojos miopes no pueden penetrar; pero el determinismo sigue ah¨ª, intacto, y ¡°azar¡± es solo uno de los nombres que damos a nuestras limitaciones y a nuestra ignorancia.
-En ese caso s¨ª -intervino el tabernero desde detr¨¢s de la barra, mientras volv¨ªa a llenar los vasos de los debatientes.
-?Y en qu¨¦ caso no? -pregunt¨® el de cabello cano.
-Contestar¨¦ con una an¨¦cdota reciente -dijo el tabernero bajando la voz, como si se dispusiera a contar un secreto-. Hace unos meses visit¨® mi humilde taberna una pareja de sucuas (superinteligencias cuasidivinas, ya sab¨¦is), y en un momento dado quisieron echar a suertes alguna decisi¨®n relacionada con sus inescrutables designios. Y para ello me pidieron un tablero de ajedrez.
¡°Eminent¨ªsimas cuasidivinidades -dije yo perplejo-, ?no quer¨¦is unos dados, si de decidir al azar se trata?
¡°Para nuestras supermentes y nuestros supersentidos -replicaron a coro las sucuas-, los dados, de movimientos ca¨®ticos pero deterministas, son tan predecibles como una moneda lanzada al aire por uno de esos h¨¢biles tah¨²res que frecuentan tu taberna. Pero nuestros cerebros, como el tuyo, no son meras m¨¢quinas deterministas, y dado que ambas poseemos id¨¦nticas capacidades combinatorias, ser¨¢ el azar cu¨¢ntico que anida en nuestros microt¨²bulos neuronales el que decida el resultado de una partida de ajedrez¡±.
Los textos de esta serie son breves aproximaciones narrativas a ese ¡°gran juego¡± de la ciencia, la t¨¦cnica y la tecnolog¨ªa, tres hilos inseparables de una misma trenza, que est¨¢ transformando el mundo cada vez m¨¢s deprisa y en el que todas/os debemos participar como jugadoras/es, si no queremos ser meros juguetes.
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