No hay cielo para los payasos, salvo en la televisi¨®n
El pasado no s¨®lo es prestigioso, sino barato, emocional, desconcertante y, al final de todo, triste y feliz como un disgusto que te sienta bien (crecer es un disgusto que nos sienta bien)
Fue en junio de 1976, el d¨ªa en que los ni?os acababan el curso. Los payasos de la tele, Gabi, Miliki y Fofito salieron al escenario, el gran circo televisado a millones de ni?os espa?oles, y entre chistes, bromas y risas, dieron una noticia ¡°importante¡±: Fof¨® ¡°est¨¢ muy bien¡±, se encontraba en el cielo haciendo re¨ªr a muchos ni?os que le estaban esperando all¨ª. Era fundamental recalcarlo: Fof¨® era feliz, se hab¨ªa ido al cielo, el espect¨¢culo deb¨ªa continuar. Alfonso Arag¨®n, Fof¨®, fundador de Los payasos de la tele junto a sus hermanos Gabi y Miliki, hab¨ªa muerto a los 53 a?os por una hepatitis contra¨ªda debido a una transfusi¨®n sangu¨ªnea. Su muerte fue un trauma nacional (cerca de 25.000 personas asistieron a su entierro) y sus hermanos, y su hijo Fofito, tuvieron que explicarles entre risas a los ni?os que no volver¨ªan a ver nunca a Fof¨®. Hace cuatro a?os, TVE emiti¨® las im¨¢genes in¨¦ditas de la grabaci¨®n de esa escena hist¨®rica; antes de dar el mensaje, con sus famosos monos rojos y bombines, Fofito enciende un cigarro y le da varias chupadas, Gabi aguanta el llanto y Miliki permanece con la mirada perdida. Los tres est¨¢n arrasados. Se encienden las luces, se empieza a grabar, sonr¨ªen y comienzan a hacer el payaso para dar la noticia; cuando termina la escena, sus caras vuelven a hundirse en el estupor y la tristeza.
Siempre hay un espect¨¢culo detr¨¢s del espect¨¢culo. En nuestro caso, el que se produce en el cerebro cuando vemos unas im¨¢genes impactantes. Unos fotogramas destinados a perdurar: los que, mientras los estamos viendo, sabemos que nunca se borrar¨¢n de la memoria. Entre la am¨ªgdala, el hipocampo y el neoc¨®rtex se estabilizan los recuerdos; ah¨ª se asientan no solo las emociones, sino la biograf¨ªa. Pero nuestra vida no ha sido rodada, no podemos reproducir el pasado d¨¢ndole al play. Podemos recordarlo, con las habituales intoxicaciones a nuestro favor. Y podemos revivirlo a trav¨¦s de relaciones insospechadas, por ejemplo la que mantenemos con la televisi¨®n. A muchos espa?oles ver Los payasos de la tele, m¨¢s que el dolor por la muerte de Fof¨®, les recuerda su vida. Lo que merendaron ese d¨ªa o creyeron merendar. Sus padres, j¨®venes. La figura de un gallo comprado en Portugal encima de la tele que anuncia el tiempo que va a hacer cambiando de color.
No sabemos qui¨¦nes vamos a ser, pero podemos sospechar qui¨¦nes fuimos. Cada vez que salen im¨¢genes de Martes y 13 en la televisi¨®n la casa huele autom¨¢ticamente a las vieiras en el horno que mi abuela cocinaba en Nochevieja. Butrague?o veintea?ero acosado por monjas, La bola de cristal. TVE apuesta por el pasado no solo porque, como dijo Woody Allen, el pasado es prestigioso, sino porque es barato, emocional, desconcertante y, al final de todo, triste y feliz como un disgusto que te sienta bien (crecer). Somos lo que hemos comido, lo que hemos escuchado, lo que hemos olido, lo que hemos tocado. Las cosas no pasan, pasaron. No es lo mismo morirse de hepatitis en un hospital en tu momento de mayor ¨¦xito que irte al cielo a hacer feliz a los ni?os, aunque sea durante los segundos que faltan para que se apague la c¨¢mara y te pongas a llorar porque el cielo no existe ni siquiera para un payaso. Hace 20 a?os pas¨® todo. Dentro de veinte a?os lo entenderemos.
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