El porno duro de Mary Beard
Su talento ret¨®rico ser¨ªa considerado brujer¨ªa en otros siglos, y algo de magia tiene: muy pocas personas son capaces de llenar dos horas de televisi¨®n con su sola presencia
A m¨ª, Mary Beard me convence de lo que sea. Aparece en pantalla con su pelo gris, pase¨¢ndose en calcetines de colores por los suelos de la galer¨ªa Uffizi de Florencia, y exagerando un gesto de muchacha p¨ªcara cuando un conservador de un museo retira una hoja de parra de yeso de una escultura griega y descubre ante su cara unos genitales de m¨¢rmol que llevaban siglos tapaditos, y me conquista del todo. En su ¨²ltimo trabajo para la BBC, que se ha estrenado esta semana en Movistar+, El desnudo en el arte, intuyo desde el minuto cinco que quiere guiar al espectador a un sitio donde me va a costar mucho estar de acuerdo con ella, pero, para cuando llego a ¨¦l, Mary Beard me ha seducido y me ha envuelto con tanta elegancia en sus argumentos, que no me quedan fuerzas para discutirlos.
El talento ret¨®rico de Beard ser¨ªa considerado brujer¨ªa en otros siglos, y algo de magia tiene: muy pocas personas son capaces de llenar dos horas de televisi¨®n con su sola presencia. Matteo Nucci, en El abismo de Eros, cita al fil¨®sofo griego Gorgias, que defend¨ªa que la palabra tiene un ¡°poder corpuscular¡± parecido al de los f¨¢rmacos: los seductores palabreros nos intoxican.
Solo as¨ª, embrujado, puedo asentir a las ideas de Mary Beard cuando dice que la mayor¨ªa del arte desnudo (del desnudo bello, el que trata en el primer cap¨ªtulo) es en realidad pornograf¨ªa que los museos y el canon legitiman culturalmente. Ahora, desecho el hechizo, puedo apostillar que s¨ª, que nadie puede dudar del car¨¢cter pornogr¨¢fico de La maja de Goya, pero eso no la hace menos emocionante ni rebaja su grandeza. La l¨ªnea que separa el porno del arte es a menudo invisible, pero no se reconoce solo en el esnobismo: el arte puede provocar la misma excitaci¨®n que el porno, pero no se limita a ella. El placer que propone va mucho m¨¢s all¨¢ del deseo sexual, apela a otras partes del cerebro y del cuerpo, incomoda y significa de un modo que el porno no quiere ni puede.
Pero eso lo puedo argumentar ahora, con la tele apagada.
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