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Hay gente que se encomienda diariamente a sus dioses, sus v¨ªrgenes, sus m¨¢rtires y santos favoritos. Yo pido la gracia desde hace infinitos a?os a las canciones de un tipo que se llamaba Georges Brassens
Hay gente que se encomienda diariamente a sus dioses, sus v¨ªrgenes, sus m¨¢rtires y santos favoritos. Guardan im¨¢genes de ellos en sus casas. Es comprensible. Yo pido la gracia desde hace infinitos a?os, cada vez que abro los ojos, a las canciones de un tipo que se llamaba Georges Brassens. Tengo enmarcado en el sal¨®n de mi casa su ¨²ltimo disco. Le acompa?a esta dedicatoria de ¨¦l: ¡°Para Carlos, mis mejores deseos¡±. Mi difunta y amada amiga Dolores Devesa y Fernando Trueba, las personas que me descubrieron a este juglar imperecedero, igualmente pose¨ªan este disco y su impagable dedicatoria. Tambi¨¦n me mira Brassens en la mesilla al lado de mi cama, en una fotograf¨ªa en blanco y negro tan preciosa como descascarillada, que me regal¨® hace infinito tiempo Sabina en un arrebato de madrugada, tan et¨ªlico como generoso. Seguro que la echa de menos.
Brassens me sirve para todo, para cualquier estado de ¨¢nimo, para un roto y un descosido que dir¨ªa castizamente mi santa madre. Retrata la vida mejor que nadie, es imprevisible, c¨¢ustico, divertido, surrealista, tierno, feroz. Los t¨®picos, las convenciones y la autoridad est¨¢n enfadados con ¨¦l, hace malabarismos con el lenguaje, es sencillo y profundo, todo lo aparentemente respetable merece su irreverencia. La gente de orden y los amantes de la m¨²sica militar le detestaban. Pero la izquierda oficial tambi¨¦n le expuls¨® de sus altares cuando escribi¨®: ¡°Morir por las ideas. La idea es excelente. Muramos, de acuerdo, pero de muerte lenta. Y los que predic¨¢is el martirio, vosotros primero¡±.
Los bancos p¨²blicos solo los ocupamos ¨²ltimamente viejecitos enmascarados con la mirada rebuscando en los recuerdos o en el vac¨ªo. A nuestro lado pasan infinitos transe¨²ntes observando ensimismados la pantalla de un tel¨¦fono y atropellando al de enfrente. Y se me aparece la canci¨®n de Brassens sobre los enamorados que se picoteaban cuando eran j¨®venes en los bancos p¨²blicos, aquellos que al pasar el tiempo, rodeados de d¨ªas mon¨®tonos y cielos permanentemente grises, seguir¨¢n acord¨¢ndose de que los momentos m¨¢s felices de su amor ocurrieron en los bancos p¨²blicos. Y Brassens me sigue confortando cuando aseguraba: ¡°Morir no es grave. Al menos, ya no me doler¨¢n las muelas¡±.
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