¡®Patria¡¯: el final que ten¨ªa que ser
El pastel agrio servido por Aitor Gabilondo est¨¢ coronado por una guinda envenenada. Un broche que ha molestado a muchos y hasta indignado a algunos
Nunca faltan ni los insaciables ni los insatisfechos vocacionales. Todo les parece poco y todo les parece fallido. A menudo parece que los finales debieran ser sus finales y no los finales de quienes los pensaron, los escribieron y los llevaron a la pantalla. Expertos en el arte de recurrir a una pretendida coherencia que suelen inventarse ellos mismos en sus hemisferios cerebrales ¡ªseg¨²n tengan el d¨ªa o les d¨¦ el aire o lo que les hayan contado por ah¨ª, que eso influye mucho¡ª, saltan al cuello del guionista que, denuncian, perpetr¨® la ignominia. Si la cosa no acaba como yo esperaba, esto es una bo?iga. Es una buena l¨ªnea de an¨¢lisis, s¨ª se?or. Ya pas¨® con el final de Los Soprano. La magistral secuencia final del hipergangster y su familia sentados en un caf¨¦ esperando a qu¨¦, ?a la muerte?, ?a la vida?, les pareci¨® impropio de una de las dos o tres mejores series de la historia. Luego ya se encarg¨® su creador, David Chase, en un desliz, de dejar caer que en realidad al bueno de Tony le mandaban a criar malvas.
Tampoco faltan los desinformados. Que te falten claves no te desautoriza para opinar, pero s¨ª para vociferar reivindicando ¡ª?hombre por favor!¡ª finales alternativos. ?No hay hechos alternativos? Pues yo quiero mi final alternativo. Igual da que yo no haya vivido en Euskadi, que yo solo conozca el asqueroso trasfondo de lo que durante medio siglo pas¨® en Euskadi por conversaciones de barra durante un buen fin de semana de pintxos, que crea que los chistes de vascos (me chiflan) son el vadem¨¦cum para entender la inmensa complejidad de un lugar que el clich¨¦ llama noblote y simpl¨®n y que indefectiblemente todos los vascos levantamos piedras y somos cocinillas. Una amalgama de todo esto ha ocurrido con el ¨²ltimo cap¨ªtulo de Patria, pero sobre todo con el ¨²ltimo plano de la ¨²ltima secuencia de este ¨²ltimo, emocionante y real como la puta vida ¨²ltimo cap¨ªtulo.
Al final del pastel agrio servido por Aitor Gabilondo hay una guinda envenenada. Un broche que ha molestado a muchos y hasta indignado a algunos (¡°?as¨ª no, as¨ª no!¡±, exclaman cuando lo ven).
Miren y Bittori, con el hacha y la serpiente a¨²n mir¨¢ndoles desde el fondo de la plaza, se abrazan. Es un abrazo casi como sin querer, como sin entender y, desde luego, sin programar. Es un abrazo. Tampoco estaban programados aquellos cristos familiares de Nochebuena que llevaban a muchos hermanos a dejar de hablarse. Ni aquella paliza de los jarraitus al amigo de mi padre, debajo de casa, por decirles que no destrozaran mobiliario urbano. Ni aquella carta de extorsi¨®n al padre de mi amigo, ¡°impuesto revolucionario¡±, dec¨ªan; ni cuando dos amigos del barrio de Gros se mandaron a tomar por el culo aquella noche por un qu¨ªtame all¨¢ estos muertos. S¨ª estaban programados los asesinatos de los asesinos. Mientras la v¨ªctima ¡ªandando por un puente como el Txato¡ª y su esposa ¡ªsesteando en el sof¨¢, como Bittori¡ª, desprogramados del todo, se dirig¨ªan sin saberlo hacia unas vidas destrozadas, los criminales, del todo programados, ya esperaban con la pipa preparada a convertirse en h¨¦roes.
Y ahora volvamos al abrazo, desprogramado del todo, menos en la cabeza de Fernando Aramburu y de Aitor Gabilondo.
Bittori ha sufrido y sufre. Tiene al marido bajo una losa en Polloe, asesinado por los ¡°h¨¦roes¡±. Tiene c¨¢ncer y va a morir. Se lleva regular con los hijos. Y se le ha escapado el gato. Miren ha sufrido y sufre. Tiene un marido que no la entiende (cree ella), un hijo en ETA y preso para un buen rato y una hija medio muerta en vida por un ictus. Y San Ignacio de Loyola no le hace ni caso en sus rezos. Las dos saben lo que es sufrir. S¨ª: una es v¨ªctima y la otra, la madre del que fabrica v¨ªctimas. No importa. No hay gradaci¨®n. Y menos en el sufrimiento que no hab¨ªas programado. Por eso se abrazan en la plaza del pueblo despu¨¦s de haber sido amigas y despu¨¦s de haberse odiado. Pero ese abrazo no tendr¨¢ continuaci¨®n. No es un gesto simb¨®lico de reencuentro, perd¨®n y dem¨¢s principios encomiables e improbables. Y eso es lo que muchos no entienden de ese final. Es un abrazo de comprensi¨®n y de solidaridad fugaz como un chispazo. Sufro, el otro tambi¨¦n. No hay otra cosa ni en la Patria de Aramburu ni en la de Gabilondo que intentar transmitir eso.
Y no, no es un final abierto. Las heridas s¨ª lo est¨¢n. Ese final, no. Miren y Bittori no volver¨¢n a ser amigas. La vida no se lo permite. S¨ª entender¨¢n, para siempre, lo que hay en la acera de enfrente.
Es un final digno, desarmante¡ y de una l¨®gica aplastante.
Y al que no le guste¡ igual es que no lo hab¨ªa programado.
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